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Delirio: ciencia ficción y fantasía, número 1 (diciembre 2007)

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Todavía recuerdo la gran alegría que supuso el adquirir este número 1 de una revista dedicada a los géneros literarios que más amamos. Relatos, novelas cortas, artículos y muchas ilustraciones conformando su contenido, Delirio ha conseguido llegar desde entonces hasta el número 11, manteniendo su publicación semestral y todavía en activo. Todo un logro del que nos congratulamos y, por supuesto, disfrutamos. En los tiempos en que este oscuro blog disponía de un breve espacio en la radio le dedicamos nuestro penúltimo programa (AQUÍ), pero quizá estaría bien ir comentando número a número con más detalle. Y a ello nos ponemos, aunque debo decir que no comenzamos con el 1, eso es una vulgaridad impropia de este blog, pues ya lo hicimos con el número 9 (AQUÍ).

La publicación se abre con un poema que casi roza lo mítico por lo conocido que es: Si…(1896), de Rudyard Kipling. A continuación, una Presentación de la revista a cargo de su editor y director Francisco Arellano. Y enseguida el primer relato, El dios de humo (1908), de Willis George Emerson. Una historia que se desarrolla en parte en el interior de la Tierra siguiendo la estela de la magnífica Viaje al centro de la Tierra (1864) de Jules Verne. El cuento de Emerson resulta algo pesadote en su intento de dar soporte científico a la teoría de que nuestro planeta está hueco a costa de aturdirnos con notas a pie de página, las cuales en su mayoría son fragmentos de textos de exploradores polares que servirían de base real a su planteamiento. No deja de ser entretenido, pese a esto, al menos como curiosidad, si bien literariamente el conjunto queda tocado. Quizás lo mejor sean las estupendas descripciones del viaje por los hielos eternos y el descubrimiento de una selva tropical allí donde es imposible que exista algo semejante. Apenas hay progresión narrativa, salvo aquella consistente en el puro avanzar y contar qué se van encontrando los protagonistas por el camino, adoptando las formas de un libro de viajes seudocientífico. A pesar de estos defectos importantes, es un regalo tener la oportunidad de leer una obra que si no se hubiera editado aquí jamás hubiéramos podido leer en nuestro idioma.




El código social(1909), de Erle Cox, es una tosca pero entretenida historia de un terrestre que se lía a distancia con una marciana… ¡casada! Quién iba a pensar que a los habitantes de Marte también les iba esto del matrimonio. Aunque ya deberíamos ser conscientes de esta apetencia alienígena gracias a la película dirigida en 1958 por Gene Fowler Jr. Me casé con un monstruo del espacio exterior. El relato, tal vez de manera inconsciente, nos muestra que los marcianos, pese a sus avances científicos, son tan duros de mollera como los terrestres. Cox sí que consigue, al menos, hacer creíble toda una civilización mostrándonos tan sólo lo que se llega a ver de ella a través de una superficie tal que un espejo. Llegamos a la mitad de la revista, y en esta su parte central podemos admirar los dibujos que Virgil Finlay hiciera para El sueño de una noche de verano de William Shakespeare.  


Tras el tan predecible como prescindible relato El grabado (no se termina de saber si lo escribió un tal William Wibsby en 1905 o bien se trata de una mistificación y su verdadero autor es Philippe Laborde-Castex, que lo pudo escribir en 1995: en ambos casos nos trae sin cuidado), podemos leer un cuento del siempre interesante Antonio de Hoyos y Vinent, El traje milenario (1926). Es una historia prehistórica tan simpática como intrascendente en la que lo que de verdad importa es hacer una gracia a costa de la vanidad femenina. Pero Hoyos y Vinent siempre es bienvenido. Pasamos a Notas de Arkham (1938), que como indica su título son notas y apuntes que H. P. Lovecraft realizara a lo largo de su vida. Ya sabéis que cualquier cosa del maestro nos vale, él está por encima del bien y del mal, así que quizá este sea el regalo más preciado que incluye este número 1 de Delirio. Más que nada por poder indagar con curiosidad implacable en la forma con que Lovecraft apuntaba ideas para cuentos y notas sobre cómo escribir historias de terror.


Plano de Arkham realizado por H. P. Lovecraft. 
Abajo, el plano adaptado por Joseph Morales. No dejéis de leer 
su artículo al respecto en la página web Cthulhu Files (AQUÍ). 


Caminos (1938), de Seabury Quinn, es un excelente relato sobre todo en su primera mitad, en la cual Quinn nos lleva sin aliento sorprendiéndonos de continuo. Hacia el final la previsibilidad de la historia estropea un poco su efecto y alarga demasiado el viaje justo antes del desenlace, lo cual acaba por descompensar el conjunto. Pero es un gran cuento, no lo dudéis. Aunque no tanto, también es un buen relato de terror con toques lovecraftianos Muy por debajo(1939), de Robert Barbour Johnson, en el que destaca de manera especial la fantástica idea de ambientarlo en los túneles del metro. Y llegamos al final de este número con El lecho-leopardo(1904), del que lo único que se puede destacar es que fue el segundo relato que escribiera Sax Rohmer, y con otro poema bien conocido de William Blake, El tigre (1794). Y así he intentado daros mis impresiones sobre el primer paso de un camino, valga la redundancia con permiso de Quinn, que hasta hoy está resultando apasionante: el de la revista Delirio. ¡Que no termine nunca!


 Portada del número de enero de 1938 de la revista Weird Tales
en el cual se publicó el relato Caminos de Seabury Quinn.


Portada del número de junio-julio de 1939 de la revista Weird Tales
en el cual se publicó el relato Muy por debajo de Robert Barbour Johnson.



DELIRIO: ciencia ficción y fantasía. Número 1. Diciembre 2007. Traducciones de Francisco Arellano; ilustraciones de Alphonse Maria Mucha, František Kupka, Charles Rennie Mackintosh, John A. Williams, Eulogio Varela, Virgil Finlay, Harry Clarke, Ernesto Durias, Hannes Bok y Edd Cartier; selección y presentaciones de Francisco Arellano. La Biblioteca del Laberinto. 174 p. ISBN 978-84-935407-6-0.       

Delirio: ciencia ficción y fantasía, número 2 (junio 2008)

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Este número 2 de la revista Delirio se nos presenta enmarcado por una letra de una canción del grupo Led Zeppelin a modo de frontispicio, La canción del inmigrante (1970), y un poema del gran Mervyn Peake, Cuando Dios se hubo cortado las uñas…, cerrándolo. La colección de cuentos da comienzo con El camino de Ecben (1929), una fantasía medievalista escrita por el norteamericano James Branch Cabell. Es un relato plúmbeo del cual sus mejores frases parecieran extraídas de la papelera de Lord Dunsany. Entiendo que los amantes del maltratado género estén locos por buscar ancestros y antecedentes de calidad, pero dudo que este adorno vacío pueda servir para darle lustre. La temática del camino del héroe da para ensayos y darle vueltas a la tortilla intelectual una y otra vez, pero de verdad que ni este ni otros géneros precisan de esta vaselina académica. Un mal comienzo que enseguida se nos olvida porque La República de la Cruz del Sur (1905), del ruso Valeri Y. Briúsov, es una obra magistral, un relato demoledor y espeluznante que supone a mi gusto, este sí, todo un hallazgo. Ya lo comenté en detalle AQUÍ. Solo por él merecería la pena esta segunda entrega de Delirio, pero no se vayan todavía que aún hay más.  

Finis (1906) es un sensacional cuento apocalíptico de Frank Lillie Pollack. Partiendo de una premisa científica imposible (el universo es finito y su centro es una estrella de dimensiones gigantescas: la llegada de su luz al fin a nuestro planeta es la que traerá consigo el desastre), Pollack desgrana con sencillez y gran intensidad los dos últimos días del hombre sobre la Tierra. Los humanos morirán abrasados y la civilización será barrida por un soplo infernal de aire hirviendo. Escrito solo un año después que el magnífico cuento de Briúsov, no alcanza la grandeza absolutamente siniestra del ruso, pero desde luego merece estar publicado a su lado.


Stephen Vincent Benét


Junto a las aguas de Babilonia (1937), de Stephen Vincent Benét, es un extraordinario paseo por un futuro post apocalíptico, el remate perfecto para los dos relatos anteriores. El título que tuvo en un principio, El Lugar de los Dioses, se nos antoja más lleno de sentido que el que ahora presenta, pero fijaos que esta es la única pega que le podríamos poner. En esta historia acompañamos a un joven sacerdote de una tribu primitiva en su viaje al Lugar de los Dioses, el gran Lugar prohibido de los Lugares Muertos, la zona que adivinamos más castigada por la hecatombe final. De manera indirecta iremos descubriendo que la civilización muerta es la nuestra, que esa tribu ancestral en realidad es nuestro futuro y que toda la grandeza del hombre fue asolada por una guerra que acabó con todas las cosas. Benét deviene casi genial al narrarnos el fantástico viaje del joven sacerdote: compartimos con él su miedo y su valor al penetrar en esos lugares vetados donde anidan el misterio, la soledad y los secretos de un pasado imponente. Es el lector el que se adelanta a sus descubrimientos, pues el sacerdote nos cuenta lo que ve describiendo cosas que conocemos de nuestra vida cotidiana pero que para él son extrañas y desconocidas, cenizas de un pasado incomprensible. No hay así sorpresas, sino suspense por conocer cómo se irán sucediendo sus distintos descubrimientos. Una maravilla de emoción contenida servida con mano maestra que, como ya he comentado, cierra a la perfección esta tríada apocalíptica.


Entre medias, hemos podido admirar una muestra de las estupendas ilustraciones que Edd Cartier realizara para The Shadow (La Sombra), el inmortal héroe pulp creado por Maxwell Grant (Walter B. Gibson). Y justo después, tras una presentación del autor por parte de Francisco Arellano, nos encontramos con la narración de la primera expedición a Marte en Los navegantes del infinito (1925), del francés J.-H. Rosny Aîné. ¡Qué bonito título! Con un estilo directo y sin florituras, Rosny Aîné nos planta en el planeta rojo en pocas líneas, una breve introducción plagada de términos raros cuyo único objetivo es obnubilarnos hasta que de repente ya estamos inmersos en el viaje espacial. Este se inicia a modo de narración plasmada en un diario, pero pronto se deja a un lado sin ningún tipo de explicación. El autor no es cuidadoso ni con este ni con otros detalles. A cambio, sí que muestra una apabullante imaginación, sobre todo desde el momento en que los tres aventureros protagonistas pisan suelo marciano. Las extrañas criaturas que allí viven y la imposibilidad de comunicación entre especies distintas hubieran hecho las delicias del mismísimo Stanislav Lem. A mi entender son las mejores páginas de este extenso relato, en las que se sienten con mayor fuerza el espíritu de aventura, la fascinación por el descubrimiento de un mundo asombroso y la sed de conocimientos sin límite de los viajeros estelares. Nuestros tres atípicos héroes acaban por encontrar una especie con la cual sí pueden comunicarse, los trípedos, y el narrador hasta llegará a enamorarse de una de las hembras de la ajena especie marciana. En este sentido Los navegantes del infinitoresulta un hermano menor del relato de Porfiri P. Infántiev En otro planeta (que ya comentamos AQUÍ). Bueno, en este sentido y en todos, pues los mejores momentos son aquellos en los que Rosny Aîné más nos recuerda a la magistral obra de Infántiev. Hacia el final la historia deriva en la consabida guerra entre los pobladores marcianos en la cual los trípedos recibirán la ayuda de los tres humanos para conseguir la victoria. Son las páginas más tópicas y menos sorprendentes de un buen relato del que permanecerán en el recuerdo sus estupendas descripciones de un Marte extraño y fantástico. No son sin embargo cualidades de Rosny Aîné el dibujo de personajes con entidad ni la creación de atmósferas. Su imaginación en bruto resulta, pese a esto, suficiente para mantenernos atrapados en su lectura.     



La revista termina con los fragmentos de cuatro cartas de Clark Ashton Smith reunidas bajo el título El árbol genealógico de los dioses(1934-1937), dos de ellas dirigidas a Robert H. Barlow y las otras dos a H. P. Lovecraft. Ashton Smith juega aquí a seguir el rastro de los ancestros y la descendencia de uno de los dioses de los mitos de Cthulhu, Tsathoggua. Se percibe esa mezcla de seriedad y cachondeo con la que se tomaban estas creaciones sus propios autores: es evidente que se lo pasaban, valga la expresión, de miedo. Otra cosa es lo que pase por la mente del lector casual de estos fragmentos, pieza más de una broma privada entre un grupo de magníficos escritores que una obra para ser leída por cualquiera. Una curiosidad, en fin, que entiendo pueda interesar a cierto tipo de amantes de la obra lovecraftiana. No es mi caso: yo adoro a Lovecraft, pero que Tsathoggua se casara con la prima hermana de Cthulhu o no me importa un soberano pimiento.


Tsathoggua en plan New Age
(más ilustraciones de Tsathoggua AQUÍ)


DELIRIO: ciencia ficción y fantasía. Número 2. Junio 2008. Traducciones de Javier Martín Lalanda, “El Nictálope”, Francisco Arellano y Óscar Mariscal; introducciones de Javier Martín Lalanda, André Cabaret, Francisco Arellano y Óscar Mariscal; ilustraciones de Gustave Doré, William Russell Flint, Hannes Bok, Jessie M. King, John May Smith, Frank C. Papé, Mikhail Vrubel, Frank R. Paul, J. Serra y Masana, Matt Fox y Boris Dolgov. La Biblioteca del Laberinto. 157 p. ISSN 1888-5896. 

La krakatita. Una fantasía nuclear (1924), de Karel Čapek

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El autor checoslovaco Karel Čapek (1890-1938) es uno de mis escritores favoritos. Su novela La guerra de las salamandras (1936) me parece uno de los grandes clásicos de la ciencia ficción, una obra tan divertida como demoledora donde la condición humana es derruida en una sátira genial. Es sin duda su libro más conocido, pero ir descubriendo poco a poco el resto de su producción literaria es un auténtico placer. La krakatita. Una fantasía nuclear (1924) quizá no sea lo más brillante de su legado, pero sí contiene algunas de las páginas más poderosas de lo que hasta ahora de él he leído. De hecho, las cuarenta primeras son un puro prodigio. Prokop, el científico desquiciado que protagoniza esta novela extraña y excesiva, vaga enfermo y delirante tras sobrevivir a una explosión de la nueva sustancia que ha descubierto, la krakatita, un explosivo con una capacidad destructiva sin parangón. Mutilado y enfebrecido, la narración se desarrolla en estos capítulos iniciales a través de los breves atisbos que su nublada mente nos permite discernir de la realidad. Lo vemos todo por sus ojos ciegos a la verdad de lo que le rodea, abismados como están en la alucinación y el delirio. Construimos los sucesos interpretando el relato de una persona que no es capaz de reconocer lo que le sucede porque a la pérdida de la noción de lo real se une el hecho de que ha perdido la memoria. Toda una locura que Čapek narra con una perfección admirable en su dificultad: las visiones de pesadilla de Prokop conforman un cuadro poliédrico e incoherente sobre el que el lector debe reconstruir lo que ha pasado. Čapek construye su historia en nuestras cabezas haciéndonos creer que la estamos adivinando. Nos arrastra tan alucinados como al propio Prokop en busca de la verdad.

Comenzamos así un relato desesperado en el cual Prokop, y con él el lector, va conociendo retazos de la realidad intentando reconstruir no solo el accidente, el por qué de su estado actual, sino su vida pues no recuerda nada. Las heridas causadas por la explosión lo mantienen como un zombi desorientado que pierde la consciencia a cada momento. Un amigo, o alguien que se presenta como tal, Jiří Tomeš, es el primero en recogerlo y asistirlo tras el accidente, pero enseguida intuimos que su verdadera intención es sonsacar al febril Prokop el secreto de su invento aprovechándose de su estado de debilidad. Prokop ni se entera, el pobre, y parece que poco a poco va confiándole la fórmula de ese invento infernal que le ha explotado en las manos y le ha reventado los dedos. Nunca podemos tener absoluta certeza de lo que ocurre porque, como dijimos, la narración adopta el punto de vista de Prokop y el lector, como él, solo tiene acceso a un puzzle inconexo que va tomando forma muy lentamente. Tras veinte días de sueño Prokop vuelve en sí en la casa del padre de Jiří, un doctor rural, donde ha llegado casi en estado de sonambulismo. Su mente ha quedado colapsada y no recuerda nada, pero enseguida su naturaleza sale a flote a pesar de esto: en cuanto puede, experimenta en la botica del doctor y fabrica… ¡un nuevo explosivo! Un niño travieso en el cuerpo de un científico excepcional que no puede eludir su genio destructivo. La compulsión por hacer explotar todo, la capacidad de con solo tocar cualquier objeto saber su fuerza explosiva, el poder de la materia revelado, la fiebre de la destrucción: la capacidad sorprendente de Prokop es también su ruina.

En la casa del doctor Prokop vivirá unos extraños días de paz, un remanso acunado por la belleza de la hija de aquel. Una bonita, delicada y sensual historia de amor marcada por el funesto designio autodestructivo de nuestro enloquecido protagonista. Porque Prokop comienza a recordar y huye de allí como alma que lleva el diablo. Se suceden entonces los acontecimientos con la velocidad y la compulsión del martillear de una ametralladora: un plan loquísimo de los anarquistas para dominar el mundo, empresarios capitalistas luchando por adueñarse del invento alucinante de Prokop, agentes extranjeros que también quieren hacerse con la krakatita… El delirio parece ya no un resultado del accidente que ha sufrido Prokop, sino el estado latente de una Europa en período de entreguerras que Čapek refleja con una maestría soberbia. A nadie parece importarle el resultado de sus actos, sino tan solo hacer prevalecer sus intereses a cualquier precio. No importa que esto desemboque en una guerra apocalíptica. En este sentido, La krakatita es un retrato tan despiadado de la naturaleza humana como su novela La fábrica de Absoluto (1922), donde la lucha por obtener el poder y el control mundial sin importar las consecuencias es una límpida metáfora de quienes ostentaban, y aún ostentan, el destino de todos en sus avaras manos.

Pero no todo está a tan excelente altura. Prokop es confinado en una jaula de oro, la fábrica de Belttin, donde puede continuar sus experimentos contando con todos los medios para ello pero prisionero en una fortaleza de la que no podrá huir. ¡Y mira que lo intenta! Aparece la figura de una bella princesa y de repente el relato deviene en otra locura distinta: la locura del amor. La princesa Wille (Wilhelmina Adelhaida Maud etc., etc.) se convierte en el objetivo del deseo compulsivo y destructivo de Prokop y la historia pierde ritmo sin remisión. Sus encuentros y desencuentros resultan al final algo cansinos, así que uno no puede sino alegrarse cuando a Prokop, más loco que nunca, le da por ir de un lado a otro de la fábrica, recorriendo todas sus instalaciones, sus inmediaciones y el palacio de la princesa cargado de explosivos de su creación, una bomba humana que recuerda a ese tremebundo anarquista de la novela de Joseph Conrad El agente secreto (1909). Čapek se demora en exceso en este tramo, de un dramatismo pseudo romántico un poco agotador. Pero bueno, su tono delirante no termina de romper por la mitad la novela y mantiene cierta alucinatoria continuidad. En la parte final, la acción vuelve de nuevo a ser compulsiva y las líneas abiertas al principio se van cerrando en un círculo brumoso. La ironía más desesperada se adueña del relato y los hermosos capítulos finales, pura ensoñación y delirio, dan sentido a la palabra fantasía del título. Prokop solo puede recibir ayuda ya de lo divino, y lo divino le dará la mano.

En definitiva, una novela excitante, excelente en su tramo inicial en el cual la huida de Prokop de la explosión que él mismo ha provocado por accidente no puede resultar más angustiosa. Errática en algunos momentos, no deja de ser en su conjunto una locura tan grande como la que vive el mismo Prokop. Un relato extraño que fascinará, como a mí, a los amantes de lo extravagante y lo raro. Quien busque anclajes más realistas quizá deba pensarse con cuidado si emprender el camino de su lectura. Quien se aventure en ella sufrirá grandes tempestades, pero al final hallará el silencio y la belleza. Dicen que tras la tormenta nuclear, cuando ya no permanezca nada de nosotros, solo quedará eso.




ČAPEK, Karel. La krakatita: una fantasía nuclear. Prólogo, traducción y notas de Patricia Gonzalo de Jesús. Córdoba: El Olivo Azul, 2010. 334 p. Narrativas; 21. ISBN 978-84-92698-05-9.    

EAM # 48-50: un cuervo maldito, alienígenas buscando esposa y marineros con coraje

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Continúo escribiendo para la página de cine El antepenúltimo mohicano, aunque llevo tiempo sin poner al día mis colaboraciones aquí en La décima víctima. Hoy voy a cubrir un poco la distancia que lleva del lugar donde me encuentro al sitio donde he dejado atrás a este mi pobre y amado blog, quizá tan maltratado por mí precisamente por ser el sitio que más quiero. Y empezaré enlazando el comentario que escribí sobre una de mis películas favoritas, la amarga pero fascinante El cuervo (Le corbeau), dirigida por el gran Henri-Georges Clouzot en el año 1943. Podéis leerlo  






A continuación, una película por la que siento un gran cariño, una de esas series b que hacen que amemos la ciencia ficción de los 50 con verdadera pasión: Me casé con un monstruo del espacio exterior(I Married a Monster from Outer Space, Gene Fowler Jr., 1958). El título ya es por sí solo una maravilla, pero esta historia de alienígenas que solo buscan infiltrarse entre nosotros para sobrevivir y acaban siendo mejores maridos que los propios humanos es de un encanto irresistible. Yo siempre lo he creído: cualquier monstruo de la galaxia más lejana que imaginéis, por feo que sea, es mejor que el mejor de los humanos. Una película que defienda esta tesis ya tiene ganado mi corazón. El comentario en extenso: 






Y para terminar por hoy, un film que no tiene absolutamente nada que ver con los anteriores salvo que también se trata de una magnífica película: Capitanes intrépidos (Captains Courageous, Victor Fleming, 1937). El relato de Kipling jamás pudo contar con mejor representación en el cine. Una historia de aprendizaje y amistad como en muy pocas ocasiones podremos encontrar: mostrando coraje tanto en la rudeza como en las partes dominadas por la delicadeza de los sentimientos.

   


La mujer zorro y otras piezas breves (1917-1948), de Abraham Merritt

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Segundo libro del gran Abraham Merritt que nos ofrece la editorial Barsoom en su loable labor de recuperación y difusión de todos esos autores de género que tanto admiramos. Ya comentamos la excelente Los habitantes del espejismo (1932) AQUÍ. En esta ocasión, La mujer zorro y otras piezas brevesrecoge relatos, artículos, poemas, fragmentos de novelas inconclusas… En fin, como su título indica, toda su obra breve literaria, algunos de cuyos títulos aparecieron de manera póstuma (de ahí la fecha indicada sabiendo que Merritt falleció en el año 1943). Un volumen que por su misma condición completista acaba resultando un tanto irregular, pero que sin ninguna duda preferimos así antes que dejar fuera algún texto, cosa que tal vez hubiera ayudado a conseguir un libro más equilibrado pero desde luego menos riguroso. En definitiva, un punto, otro más, positivo para Barsoom por ofrecernos lo que todo lector desea. Esto es: de los autores que nos gustan lo queremos todo, hasta lo malo. Aunque con Merritt lo único malo es que no pudo terminar algunos de sus proyectos.

El mejor ejemplo de esto es la fantástica historia inconclusa La mujer zorro(1946), de la cual el ilustrador Hannes Bok escribiría una continuación y el desenlace, como nos explica Javier Jiménez Barco en su detallado artículo introductorio (un antecedente perfecto), en la que se percibe el conocimiento y el gran respeto que Merritt sentía por la civilización china. Entremezclado con el gusto tan propio del pulp de buscar ambientes y lugares exóticos para localizar sus narraciones, siendo oriente todo un cajón de sastre tanto del que tomar como inventar cosas, Merritt no deja de mostrarse cuidadoso con una cultura que en repetidas ocasiones describe no solo como ancestral, sino como sabia y superior a la nuestra. Hasta cuando aparece algún maléfico gángster chino este demuestra tener más clase, elegancia y sabiduría que sus homólogos de otras nacionalidades, norteamericanos incluidos. El factor exótico funciona a la perfección: el Templo de los Zorros, perdido entre las montañas, desprende todo el misterio y el hechizo de un lugar mágico y prohibido. La leyenda de las mujeres zorro cobra así una fuerza en verdad sobrenatural. Aunque es de lamentar que nos deje con la miel en los labios (si no os gusta le miel, pues pensad en algo que os guste) al no poder Merritt terminarla, supone una entretenida lectura con grandes apuntes fantásticos. Puede que incluso por encima de su muy bien conseguida atmósfera sobrenatural, yo preferiría o me quedaría con ese tenso y escalofriante diálogo que mantienen los dos hampones, uno chino y el otro norteamericano, en el Hogar de las Revelaciones Celestiales, curioso nombre para lo que no es otra cosa que el centro neurálgico del hampa de Pekín. Todo un ejemplo de cómo crear tensión y hacer bullir el interés solo con un juego de miradas, gestos y frases disparadas al ritmo y con la fuerza de un arma de fuego.


El zángano(1934) es otro relato, como el anterior, sobre humanos con capacidad de transformarse en animales… ¡y viceversa! Cuatro amigos mantienen una animada conversación sobre este apasionante y verídico (para ellos) tema intercambiando conocimientos y experiencias. Hasta que uno de ellos relata la más directa: su encuentro con un hombre que podía convertirse en el insecto del título. La increíble capacidad para dotar de dramatismo y tensión a transmutación tal con una sencillez desarmante lo dice todo de Abraham Merritt como excelente escritor de literatura fantástica.

Portales dimensionales y la magia de una civilización ancestral, la china, cómo no, es lo que podemos encontrar en A través del Cristal del Dragón (1917). Se percibe de nuevo el amor y la fascinación de Merritt por su cultura, aunque su prosa es valiosa cuando se impone la aventura y la acción. En este caso, los pasajes descriptivos a lo Lord Dunsany no son tan brillantes. El afán completista del volumen comentado al principio lleva a incluir La seda blanca (1946), un fragmento de un relato ubicado en el mismo universo que el anterior, más o menos. Aquí apenas se describe el acceso por una puerta dimensional interna (una rendija que parece estar “en algún lugar entre el cerebro y los ojos, en su propio cerebro”, p. 97) a un misterioso camino blanco, el cual también ofrece su reverso oscuro. En el cuento precedente el portal de marras estaba alojado en el corazón de una joya valiosísima y extraña robada de la Ciudad Prohibida, Pekín. Lo importante es que estén siempre en sitios raros. Incluso que ni haya sitio concreto y se trate de un estado mental, como sucede en Tres líneas de francés antiguo (1919). Enmarcado en la típica reunión de amigos (uno de ellos el propio Merritt) en la que se cuentan historias increíbles hasta que al final el que ha estado más callado toma la palabra y los deja a todos de piedra con su narración verídica de algo imposible, aquí el autor narra con firmeza y emoción la visión que lleva a un soldado de la Primera Guerra Mundial a vivir una realidad alternativa. Entre el horror de las trincheras podrá acceder a otro mundo donde la belleza y el amor están al alcance de la mano. Merritt insiste en sus historias de accesos y portales a universos paralelos, unas veces plagados de peligros y otras, como en esta ocasión, paradisíacos. A mi gusto, Merritt está más acertado en la descripción del espanto y la atrocidad de la guerra que en el mundo fantástico al que escapa por unos breves instantes el atribulado soldado protagonista. El exceso de almíbar no le sienta del todo bien.


Y con esto nos encontramos ya en la mitad del libro. Justo el sitio donde nos espera el que sin duda es uno de los mejores relatos de esta antología, no por nada era uno de los favoritos del autor: La mujer del bosque (1926). Un magnífico cuento en el que Merritt deja de lado sus visiones y sus puertecitas a mundos exóticos para centrarse en una historia de densa y conseguida atmósfera. Las criaturas feéricas que pueblan el bosque, esos árboles que adoptan formas humanas si tus ojos pueden percibirlas, anhelantes de venganza y justicia, funden en sí a la perfección la fantasía con el horror, la belleza con los sentimientos más básicos forjados en el odio y en una batalla contra el hombre que hunde sus raíces, nunca mejor dicho, en el alba de los tiempos. Terrible y dominado por la oscuridad, pero también bañado por una luz donde brilla el fantástico en su más destilada pureza, La mujer del bosque es un relato tan salvaje como poético. Es la naturaleza desatada condensada en un puñado de páginas.


También es un buen relato El estanque del dios de piedra (1923), a ojos de hoy diríamos que lovecraftiano, aunque no hace falta dilucidar quién influyó a quién. Un enorme y antiquísimo dios de piedra que oculta un espanto imposible, unos náufragos que para su desgracia lo encuentran, un estanque cuyas aguas heladas reflejan la luz de la luna y las cabañas vacías y muertas de una tribu perdida conforman sus sólidos muros. Y todo esto en una isla desierta, por supuesto. Apenas cinco páginas para retratar de manera perfecta el horror.

En el entretenido pero previsible Los habitantes del abismo (1918) podemos encontrar condensados todos los temas habituales de Merritt: civilizaciones perdidas ocultas tras un muro de niebla, construcciones ancestrales más allá de toda comprensión, exploradores y científicos que dan con hallazgos tan fascinantes como peligrosos, fantasía descriptiva detallada… Y cuando nuestro autor deja el peso de la sorpresa a dicha descripción, pierde fuerza. Aquí, la ciudad de los habitantes de ese abismo del título y los habitantes mismos, unas babosas luminosas que, en honor a la verdad, no resultan muy de temer. Contiene un par de ideas excelentes: el descenso al abismo por una escalera vertiginosa que parece llegar al corazón del infierno y el narrador del relato que ha dejado sus extremidades destrozadas en su desesperada y enloquecida huida. Lástima que la velocidad a la que nos son narrados los hechos dificulten la creación de la atmósfera opresiva y terrorífica que la historia pide a gritos. Es entretenido, eso siempre, pero si Merritt hubiera conseguido que ese abismal descenso hubiera sido tan terrible y desasosegante como pretendía, sin duda estaríamos ante un relato magnífico. Tampoco seducen las pocas páginas que llegó a escribir de la continuación de su novela The Face in the Abyss (1923), Cuando despiertan los dioses antiguos (1948): apenas dejan entrever el rostro de un dios antiguo como está mandado y una pelea de enamorados narrada de manera bastante torpe. Es el precio del carácter completista del libro: se rompe la continuidad de excelencia del mismo, pero ya dijimos que lo preferimos así.


El desafío del más allá(1934) consiste en una historia “round-robbin”, esto es, escrita por varios autores en sucesión, cada uno un capítulo o parte, hasta completarla. Confieso que desconocía que se denominaran así. En esta ocasión son cinco autores completando la narración entre los que aciertan, y con diferencia, precisamente los menos conocidos o los que cuentan con menos adeptos convencidos. La escritora Catherine L. Moore abriendo el relato y Frank Belknap Long cerrándolo saben estar a la altura del reto. La primera, dando inicio a la historia de forma sencilla pero atrayente dejando campo abierto y posibilidades de lucirse a su continuador, una generosidad que los tres siguientes no mostrarán en ningún momento. También magnífico Belknap Long cerrando el desastre egotista que habían edificado sus antecesores con una efectiva narración en paralelo donde consigue dar consistencia a toda la trama de forma inteligente, con una carga de mala leche dirigida hacia los humanos y a favor de los extraterrestres (aunque uno de los primeros se salve, no sin ironía), con el que además parodia el fragmento de Robert E. Howard donde, en su más típico musculoso estilo, muestra la primacía física del hombre ante cualquier civilización del espacio exterior o no que se tercie. Howard es el autor del cuarto fragmento, donde de un plumazo se deshace del delirante argumento siniestro y terrorífico de H. P. Lovecraft, en el que su visión oscura y deprimente del destino del protagonista en manos de Howard se convierte en un combate de boxeo interestelar. Con el Hombre como cúspide de TODA la creación, claro. Del profundo pesimismo del maestro de Providence al optimismo sin paliativos del creador de Conan. Atrás queda pues el delirio cósmico terrorífico de Lovecraft, continuación de la habitual en Merritt, autor del segundo fragmento, historia del explorador que encuentra, a ver quién lo adivina, un portal a otro mundo. Y este es el problema: Merritt, Lovecraft y Howard luchan por llevar el relato a su terreno, una lucha de egos descomunal que hacen del conjunto un dislate muy divertido pero al tiempo pesado de leer. Interesa más por jugar a identificar las maneras y los temas propios de cada autor en su parte correspondiente que por la historia en sí, que acaba por no atrapar en absoluto. Si hubieran dado muestras de algo más de humildad, de saberse plegar al bien del conjunto antes que a una demostración y prueba de estilo, estaríamos comentando un relato mejor. Pero esto es lo que hay: nuestros admirados héroes, estos escritores que amamos, también eran humanos y padecían, ay, de sus debilidades. Aunque a veces nos cueste y nos duela reconocerlo. Por esta vez, los más modestos Moore y Belknap Long los derrotaron sin piedad.

La música de las esferas(1934) es otro fragmento que forma parte de la historia colectiva o “round-robbin” Cosmos. Entretenido y sin sorpresas, sirve para llevarnos a la parte final del libro, donde se recogen diversos artículos y poemas de Merritt. Cómo encontramos a Circe (1942) no es sino un cómo se hizo de un artículo arqueológico teñido de magia al tratarse quizá de la base real, el encuentro de unos restos, que confirmaría la existencia de Circe, la hechicera de la Odisea de Homero. Acerca de la brujería moderna (1932) narra la historia de una niña embrujada que es curada gracias al baño de sangre de un corderito recién nacido abierto en canal y atado a ella. Basado en hechos reales, nada más y nada menos. Una muy divertida reseña autobiográfica y dos poemas dan fin a este libro irregular pero imprescindible para completar la obra de Merritt en español. El viaje ha sido accidentado, pero algunas de sus paradas nos han llevado al más maravilloso de los mundos. Por eso siempre valdrá la pena su lectura.


MERRITT, Abraham. La mujer zorro y otras piezas breves. Introducción y traducción de Javier Jiménez Barco; ilustraciones de Virgil Finlay, Hannes Bok y Neal Austin. Bilbao, Madrid: La Hermandad del Enmascarado, 2013. 238 p. Los Libros de Barsoom, Zona Weird; 6. 

Todo el mundo odia a Joseph Berna (menos yo)

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No es una afirmación gratuita: el escritor Joseph Berna (José Luis Bernabéu López) quizá sea el autor de bolsilibros menos popular y querido entre los aficionados a los mismos. Tal vez sea debido a que su “estilo” literario sea el más fácil de servir de objeto de burla: frases cortísimas que hacen que sus páginas en ocasiones parezcan la lista de la compra, descripciones de personajes repetitivas, “metáforas” torpes y desacertadas, en ocasiones de manera premeditada, y tramas por lo general apresuradas (más de lo habitual) y desarrolladas sin gancho. Si a esto le sumamos sus constantes narrativas, las cuales consisten básicamente en desnudar cuanto antes a sus protagonistas y meterlos en la cama a refocilarse, da igual si están charlando tranquilamente en una habitación que si están siendo perseguidos por un alienígena de diez brazos ávido de matar, y en comenzar muchas de sus novelas en un club de strip tease, pues como que tampoco ayudan a que se lo valore un poco. Sin embargo, se olvida casi siempre lo divertido que resulta en sus mejores momentos. De manera consciente, por supuesto. Otra cosa es su ingenuidad a la hora de narrar los encuentros sexuales, a los cuales el adjetivo “picantones”, con lo que tiene de malo pero también con lo que implica de sano cachondeo, les viene que ni diseñado para ellos. Todo en plan película clasificada S española de finales de los 70 y primeros 80, eso sí, pues al fin y al cabo esa es la época en la que Berna escribió la mayoría de estas novelas a las que nos referimos.

Su falta de prejuicios y, por qué no, hasta de vergüenza como “autor” tiene a su favor que sus historias, cuando están más o menos logradas, son francamente divertidas y delirantonas, con acertados momentos de tensión (muy contados, vale, ocasionales si queréis) y una rapidez en la acción y sucesión de acontecimientos que no siempre le juegan en contra. Así la interesante y atmosférica, al menos en su primera mitad, Misterio en la estación WZ-2000 (1984). A la larga, confieso que cuanto más obras leo de él más simpático se me antoja y más cariño le tengo. Y eso que resulta difícil, aunque me deba contradecir, cuando uno se enfrenta a cosas como El asesino de Morgan Street (1984), un aburrido desaguisado en el cual dos policías se dedican a desentrañar la identidad del asesino de marras, más preocupados en realidad de cepillarse a las testigos que van surgiendo en la investigación del caso que en cumplir con sus funciones deductivas. Tampoco anima que el asesino aparezca cerca del final compitiendo con otros poco creíbles sospechosos, siendo descubierto por los salaces policías casi por el famoso método del pito pito gorgorito. En fin, no me gusta ni a mí este desangelado y en verdad rutinario hasta la muerte relato.    


Un poco más de interés rezuma El platillo rojo (1984), una en principio inquietante historia ambientada en una base del Polo Norte con unos científicos más preocupados por el zumba zumba que por investigar lo que demonios sea que estén investigando allí. La aparición de un misterioso platillo del color que indica el título que se estrella en las cercanías pone en guardia a los componentes del equipo científico, sin que esto signifique que pierdan un segundo de interés en seguir copulando, así que mientras se desahogan sexualmente unos con otros logran sacar algo de tiempo para acercarse al lugar donde se ha estrellado y curiosear un poco. Tanto ajetreo provoca que anden despistadillos ante los tripulantes de la nave accidentada, unos alienígenas capaces de adoptar la forma física que deseen, en este caso la de los miembros de la base a los cuales van exterminando uno a uno, lo cual dará lugar a buenos momentos de claustrofóbico acoso y también a alguna relación sexual quizá no muy bien vista para quien no guste de esto del amor interespacial. Desde luego no era algo que pudiera frenar a Berna. Aunque no llega a despuntar provocando verdadero interés, sí que esta novela de nuestro apreciado autor se lee con atención.


Mucho más simpática resulta Sirpa, la espía de Zombo (1984), quizá porque desde el principio no oculta su tono de divertimento descacharrante ni la inconsistencia de su trama argumental, con unos malotes que no hacen más que interrumpir justo a cada instante en que nuestros dos protagonistas deciden irse a disfrutar de la vida un rato (en la cama, se entiende, y no durmiendo, se sobreentiende). El jefe de los gángsters que pretenden secuestrar a la despampanante (véase la fantástica ilustración de cubierta obra de Antonio Bernal) Sirpa y su cuadrilla son el gran descubrimiento de esta desinhibida historia. Mantienen entre sí unos diálogos muy divertidos, deudores de la mejor screwball comedy clásica refundida con los no menos clásicos chistes de cachiporrazo, discusiones continuas que el temible Ranko Gurchenko, el multimillonario líder de la banda, adereza con castañazos de tomo y lomo ante el terror de sus subordinados, que no se sabe si le tienen más miedo a él o a la feroz y poderosa Sirpa. Encontramos aquí pues al Berna más efectivo, el que muestra un humor desopilante en cada página, el que no se toma nada en serio ni a sí mismo ni menos aún a lo que escribe. ¡Cuánto ganaríamos muchos escritores y lectores, bueno, todo el planeta, si hiciéramos lo mismo!


Casi otro tanto acontece con El rey de los cerebros (1984), al menos en su primera mitad, cuando este cerebro alienígena súper desarrollado, que vive dentro de una carcasa metálica cual dalek de la vida, se muestra simpático y amigable con los miembros de la tripulación de la nave que lo encuentran en un planeta de hielo y deciden rescatarlo llevándoselo consigo. Lástima que al llegar a la Tierra se transforme en el típico ente alienígena conquistador y el relato pierda todo el interés, porque hasta ese momento, a su peculiar manera, la historia de Berna mostraba unos interesantes apuntes de cómo aceptar y comprender lo diferente, lo extraño, a lo otro ajeno a nosotros como parte de un elemento común en un universo complejo e infinito.


He dejado para el final la que sin dudas me ha parecido la mejor novela de este lote: Un marido del este (se trata de una reedición; fue publicada anteriormente en la colección Bisonte azul de Bruguera con el número 693, no he logrado averiguar en qué año). Se trata de una desternillante comedia de enredo con la lucha de sexos como eje fundamental. Un arruinado ranchero decide casar a su bella hija con un señorito del este para salvar sus posesiones, lo cual será el detonante que dará pie a unos fulgurantes y explosivos enfrentamientos entre la chica y el jovenzuelo demasiado elegante para el duro oeste en cuanto este se presente en el dichoso rancho presto a casarse con ella. En fin, otra fierecilla más por domar que cederá, no sin imponer antes alguna condición,  ante los encantos del caballero del este cuyos buenos modales y educación no impiden que sea capaz de mostrarse, cuando es necesario, como el más rudo de los vaqueros. Sin apenas sexo, solo jugando con la tensión sexual evidente entre los protagonistas, lanzándose de continuo frases ingeniosas el uno al otro en una batalla que ya sabemos cómo terminará casi antes de que pueda empezar, Berna deja claro que cuando su pretensión es divertir y hacer pasar un buen rato entre risas al lector es cuando surgen sus mejores maneras. Qué duda cabe que Un marido del este es tan divertida como, por qué no, olvidable. Pero no otra es su pretensión, y en esta ocasión Berna actúa con nobleza. Y por esto, aunque a veces a mí también me desespere, continuaré leyéndolo.


BERNA, Joseph. El asesino de Morgan Street. Ilustración de portada: Desilo. Barcelona: Bruguera, 1984. 93 p. Bolsilibros Policíaco, Punto rojo; 1150. ISBN 84-02-02520-X.

BERNA, Joseph. El platillo rojo. Ilustración de portada: Luis Almazán. Barcelona: Bruguera, 1984. 95 p. Bolsilibros Futuro, Héroes del espacio; 201. ISBN 84-02-09281-0.

BERNA, Joseph. Sirpa, la espía de Zombo. Ilustración de portada: Antonio Bernal. Barcelona: Bruguera, 1984. 93 p. Bolsilibros Futuro, Héroes del espacio; 228. ISBN 84-02-09281-0.

BERNA, Joseph. El rey de los cerebros. Ilustración de portada: Salvador Fabá. Barcelona: Bruguera, 1984. 93 p. Bolsilibros Futuro, Héroes del espacio; 212. ISBN 84-02-09281-0.

BERNA, Joseph. Un marido del este. Ilustración de portada: Desilo. Barcelona: Ediciones B, 1994. 93 p. Bolsilibros Oeste, Bravo Oeste; 254. ISBN 84-406-4576-7.


Miss Marjorie (2013), de Mayte Alvarado

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Esta va a ser una carta de amor con todas las de la ley, aviso. Al principio intentaré ponerme así como serio y tal y cual, pero ¡bah!, para qué os voy a engañar. Llevo varios días pensando en cómo enfrentarme al comentario de este libro arrebatador sin que el texto se convierta en una sucesión de adjetivos admirativos tendentes al infinito, pero el infinito me absorbió. No he podido evitarlo. Me he enamorado. Menos mal que los libros no son celosos y permiten que uno sienta amor por muchos, porque si lo fueran estaría perdido.


Miss Marjoriees el tercer libro publicado por El Verano del Cohete, una editorial independiente que este mismo 2103 está a punto de cumplir su primer año de vida. Libros cuidados al detalle y con mimo, convirtiendo el objeto en obra de arte y haciendo de su lectura toda una experiencia sensorial: la vista, el tacto, el olor que desprende la hoja manchada de tinta… ¡Qué pocas cosas se pueden equiparar a este placer! Tras la novela de Rui Díaz ilustrada por Ana Sender Los turistas y el poema de Goethe El Rey de los Elfos interpretado por los dibujos de Borja González, llega el turno de Mayte Alvarado, la tercera componente de esta tríada magnífica que promete más maravillas para el año que viene y esperamos que por muchos lustros más. Mayte ya nos había regalado muestras de su arte en forma de fanzine con Historias mínimas, dos entregas que consistían en breves cuentos narrados a través de dibujos. Ni una palabra, pequeñas películas mudas que ya nos habían impactado por su gran capacidad de lograr trasladar su mundo en imágenes de poderosa belleza y una tremenda capacidad de sugestión. Después vendría Livianas(2012), otra pequeña joya en la cual Mayte experimentaba con la palabra y sus ilustraciones adelantando este Miss Marjorie que, no puedo esperar más a decirlo, me parece su obra más conseguida y perfecta. Uno siempre espera más de aquellos a quienes ama, pero esto no es una obligación para el ser amado. Mayte Alvarado nos ha dado más de lo que esperábamos. Y esperábamos mucho.    


El tono nos sumerge irremisiblemente en una película muda de Fritz Lang, con sus Mabuses locos y sus vampiros asesinos, o de Georg Wilhelm Pabst, con sus destripadores enamorados y sus ninfas con el rostro de Louise Brooks, con sus calles empapadas de lluvia y oscuridad reflejando las sombras de los torturados personajes. Pero también en su frenesí narrativo y en su romanticismo alejado de tópicos. Miss Marjorie es una historia de crimen, un relato negro manchado con la sangre de muchas víctimas, pero también es la historia de un amor que surge de la soledad y la huida y que se desarrolla en el campo de batalla del género fantástico con un resultado soberbio. La fuerza de las ilustraciones casi hacen innecesarios los textos que nos ayudan a avanzar en este relato iluminado por la incontenible belleza de los dibujos de Mayte, que aquí más que nunca transmite delicadeza y horror, poesía y pesadilla con una candidez y un arrobo adorables. ¡Cómo no amarla! Porque esa voz nos narra la historia como si se tratara de un cuento infantil, de cuando estos eran atroces y hermosos. Y a su vez adulta, con el desgarro que los años imponen a nuestra mirada de niño.

Lo leo una y otra vez. No puedo cansarme. Mis ojos se pierden en la mirada de Miss Marjorie y pienso a veces que ojalá yo pudiera llamar a una puerta y conocerla. Quizá no bailaría, soy muy torpe, ni le regalaría flores, soy demasiado arisco, pero sí que velaría su sueño. Cuando ella no pudiera verme, cuando los sentimientos no tuvieran que ser mostrados. Y en mi duermevela soñaría que le leo un cuento, que le susurro al oído una historia de amor y crimen, de personas solitarias que se encuentran y comparten unos instantes de felicidad allí donde los demás solo verían el horror. Creedme: es un libro mágico. No se acaba cuando abandonas sus páginas. Las imágenes que guarda en él tomarán vida en tu interior y te acompañarán cada vez que cierres los ojos. Y no querrás abrirlos nunca más.



ALVARADO, Mayte. Miss Marjorie. Badajoz: El Verano del Cohete, 2013. (64 p.). ISBN 978-84-616-7135-9.    

Law Space: de Venus al infinito

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Tenía ganas de leer alguna novela de Enrique Sánchez Pascual (1918-1996) más que nada porque con semejante galáctico sobrenombre, Law Space, todo invitaba a ello. Animado además por el excelente artículo a él dedicado de José Carlos Canalda en su La gran historia de las novelas de a duro, como ya he dicho en más de una ocasión todo un referente para mí en lo que a bolsilibros se refiere, estaba convencido de que me resultaría al menos entretenida la lectura de estas dos novelas que a continuación comento. Ay, vano sueño y amargo despertar: ambas han supuesto una sonora decepción. Pero vayamos por partes y en orden.

Intriga en Venus(1984) es una novela negra disfrazada de relato de ciencia ficción en la que si no fuera porque de vez en cuando se nos recordara que la acción transcurre en la ciudad de Venusville, ni nos enteraríamos de que nos encontramos inmersos en una historia del futuro. Persecuciones en coche, tíos duros en moto, tiroteos a ritmo de ametralladora, familias ricas envueltas en asuntos turbios, inspectores de policía de los de toda la vida, un robo de joyas más habitual aún, cementerios y panteones siniestros imaginamos que por si acaso la novela acababa publicándose en alguna colección de terror cubriendo así todos los flancos… En fin, decepcionante esta obra de Law Space, como he dicho, de trama aburrida y cansino desarrollo. Un lugar común tras otro sin la capacidad de provocar el más mínimo interés, y una falta de sentido del humor y una seriedad tan grandes que solo ayudan a que el sopor aparezca tras cada página cercando nuestra vigilia sin piedad.


Aventureros del infinito(1982) es un evocador título que esconde una novela algo anodina, aunque comparada con la anterior al menos esta no se nos cae de las manos, como suele decirse cuando a uno no se le ocurre una expresión mejor. Que sea una historia de venganza espacial algo rebuscada es un detalle que ayuda poco a que entremos en la trama. Sí que resulta muy interesante la forma en que nos muestra a los humanos del futuro, una civilización que solo busca conquistar el cosmos en pos de uranio y materias primas para abastecerse de energía importándole un soberano pimiento el descubrimiento y conocimiento de culturas alienígenas. De hecho, la que encuentran la esclavizan para beneficio propio. En fin, los humanos tal cual son hoy en día por muchas fiestas navideñas que celebren. Este toque realista y duro con la humanidad presta veracidad a los protagonistas de esta aventura poco aventurera, unos explotadores sin escrúpulos capaces de exterminar una civilización con tal de llenarse los bolsillos. No hay que irse al futuro para ver esto, no hace falta insistir en ello. A mitad del relato los protas cambian en aras de pergeñar la trama de la venganza, y es entonces cuando la novela se desinfla sin remisión. Tampoco es que hubiera llegado muy lejos, pero Law Space hasta ese momento había dado muestras de ser un narrador cuando menos eficaz si bien poco imaginativo. Lástima que todo se derrumbe enseguida. Sin embargo, sus ocasionales correctas maneras invitan a seguir probando suerte con su obra. Es tan extensa que, de seguro, más de una buena encontraremos.


SPACE, Law. Intriga en Venus. Ilustración de portada: Salvador Fabá. Barcelona: Bruguera, 1984. 93 p. Bolsilibros Futuro, Héroes del espacio; 210. ISBN 84-02-09281-0.


SPACE, Law. Aventureros del infinito. Ilustración de portada: Miguel García. Barcelona: Ediciones Ceres, 1982. 93 p. Novelas ECSA, Héroes del espacio; 130. ISBN 84-85626-56-7. 

La casa y el cerebro (1859), de Edward Bulwer-Lytton

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Ardía en verdad en deseos de leer este cuento del muy popular, en su época, escritor londinense Edward Bulwer-Lytton (1803-1873). Presentado como “uno de los mejores relatos de casas encantadas jamás escritos” por el mismo Lovecraft o “la mejor historia de fantasmas en lengua inglesa” por el no menos imprescindible Lafcadio Hearn, ya me contaréis quién podría resistirse. En una edición cuidada y elegante como es habitual en Impedimenta, su lectura no os entretendrá más de media hora, quizá la única pega que pudiéramos poner: ¡queremos más! Puedo decir una vez terminado que, en fin, sin pararme demasiado a pensar, Corazones perdidos (1904) de M. R. James, La historia de la vieja niñera (1852) de Elizabeth Gaskell o La puerta en el muro (1882) de Margaret Oliphant son relatos de fantasmas y casas encantadas que dejan un tanto en evidencia tamañas afirmaciones acerca de este de Bulwer-Lytton, pero al tiempo no dudamos en reconocer que La casa y el cerebro (1859) es un cuento sensacional, con momentos estremecedores capaces de provocar ese espanto que consigue que la tan manida metáfora del escalofrío recorriendo nuestra espina dorsal de puro miedo deje de serlo.

El punto de partida no puede ser más tradicional: dos viejos amigos se encuentran por la calle y uno de ellos le cuenta al otro el horror sufrido al alquilar con su esposa una casa encantada y tenerla que abandonar echando chispas a las tres noches de permanecer en ella. El otro, intrigado al máximo, le pide la dirección y se presta a tomarla en alquiler él mismo. Tiene experiencia en casas encantadas y nada le puede atraer más que ser capaz de dar con una que lo esté de verdad. Y hala, manos a la obra y con su criado y su perro allí lo vemos pocas páginas después presto a pasar una noche en la terrorífica casa. Justo la llegada a esta y lo que sucede en esa noche fatídica compondrán el corazón del relato, que en su primera mitad ofrece toda una galería de horrores y apariciones espectrales de antología. Bulwer-Lytton detalla con maestría cómo el protagonista toma posesión de la casa con sus compañeros, lo cual sirve para que conozcamos todos sus rincones y ya se empiecen a dar los primeros sucesos paranormales. Caerá la noche y entonces se desatará una verdadera ordalía infernal que tomará carácter de alucinada pesadilla consiguiendo los más brillantes, por oscuros y terroríficos, momentos de espanto que harán que esta primera mitad del relato se pueda medir cara a cara con los tres citados. Lo prodigioso y lo sobrenatural crearán una atmósfera de horror difícil de soportar hasta para nuestro valiente narrador, el cual contemplará atónito todo un festival de prodigios espeluznantes desplegarse ante sus ojos. Y nosotros con él.


Tras estas magníficas páginas, una vez pasada la terrorífica noche, observé que aún ni me encontraba en la mitad del libro, así que me las prometí felices, pero entonces es cuando llega el turno del cerebro del título, la hora de las explicaciones, esas que sobran aunque ya sabemos que no suelen faltar. Bulwer-Lytton desarrolla una de esas teorías dedicadas a dotar de sentido a los fenómenos paranormales tan en boga en aquella época y al espíritu del autor, y que aún hoy en día podemos leer incrédulos en las revistas y libros dedicados a tan fantasmal cuestión. Si bien la búsqueda posterior en la casa maldita del origen de la infección fantasmal no dejan de atesorar una fuerza espectral contundente, las mentadas explicaciones se leen con el mismo interés que las que se dan en las novelas de crímenes cuando se junta a todos los sospechosos en una habitación y venga, a estropear todo el misterio y la intriga en la que nos han tenido sumidos. Esto no resta valor al conjunto, que conste, pero tras caminar de la mano del horror no resulta tan placentero pasear silbando las melodías de la parasicología más estrambótica. Bulwer-Lytton era un férreo creyente en las mismas, no hay sorpresa pues, pero sí un poquito de bajón tras haber degustado las delicias del mejor fantástico espectral.

No dejamos de recomendar vivamente su lectura, por descontado: solo por esa excelente primera parte ya merece toda nuestra atención. Un puro hervidero de imágenes que permanecerán toda la noche posterior a su lectura consiguiendo que nuestro sueño se llene de pesadillas, todo un muestrario de lo que el género estaba desarrollando y adelantando casi todo lo que vendría después. Si bien en su conjunto no es un relato perfecto, sí que afirmamos sin titubear que resultará inolvidable.


BULWER-LYTTON, Edward. La casa y el cerebro: un relato victoriano de fantasmas. Introducción y traducción de Arturo Agüero Herranz. Madrid: Impedimenta, 2013. 101 p. ISBN 978-84-15979-02-9.          



Charlie Marlow y la rata gigante de Sumatra (2012), de Alberto López Aroca

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Me surgió el interés por la obra de Alberto López Aroca gracias a los comentarios elogiosos dedicados a algunos de sus libros por parte del gran Wolfville en su blog El carnaval del señor Wolfville. Y vaya, qué puedo decir: ha resultado una recomendación que ha devenido un descubrimiento sensacional. Ha sido la primera novela que he leído de Aroca, pero a día de hoy ya puedo decir que no la única.

Para sus historias Aroca se nutre de referencias infinitas, en parte pastiche pero dotando de pleno sentido la expresión mitología creativa, esa forma de entender la literatura y sus personajes como un todo interconectado que naciera en el Wold Newton Universe de Philip José Farmer. Wold Newton es una población inglesa en la que a finales del siglo XVIII, en 1795, cayó un meteorito dotando a su población y a sus descendientes de poderes sobrenaturales. Esta familia fantástica estaría formada por todos los héroes y villanos que nos han dejado la literatura fantástica, los cómics, las series de televisión y todo aquello donde surja un personaje que pueda incluirse sin temor ni prejuicios en este universo loco y referencial. Una súper red en la que cabe hasta el mismísimo Doctor Who, por citar uno que en principio jamás pensaría un servidor que fuera a aparecer por allí (todos sabéis que es un alienígena procedente de Gallifrey). Aunque Aroca no sigue el planteamiento de Farmer de manera literal, sí quizá algo en su esencia, pues en su obra todos los personajes imaginables pueden tener cabida en una cascada de correlaciones que nunca deja de sorprender y divertir.

En la novela que nos ocupa, Charlie Marlow y la rata gigante de Sumatra(2012), esto sucede ya desde el mismo héroe mencionado en el título, ese Marlow protagonista de varias novelas de Joseph Conrad (la más famosa de ellas El corazón de las tinieblas, 1899), pasando por su “secreto” coprotagonista, un Sherlock Holmes al cual ni se alude por su nombre sino bajo el seudónimo de Sigerson, un noruego misterioso, del cual no pasa nada porque revele ahora su identidad pues sí que aparece en la portada del libro. Aroca se vale de esta feble ocultación de su nombre para lanzar un juego al lector ya que desde su primera aparición queda claro quién es en realidad. Continuas y evidentes pistas nos irán dejando claro su yo verdadero haciendo que el juego consista no en adivinar de quién se trata, sino en reconocer los tics más clásicos del detective que nos lo hará presente a cada instante. La narración así está plagada de personajes, hechos, lugares y objetos que aluden o remiten a obras preexistentes. Como he dicho, una auténtica maraña de caminos entrecruzados la cual, y aquí estriba su gran mérito, no se limita a acumular nombres o anécdotas sin más, sino que los enlaza en un puzzle creativo fascinante. Tanto si se conoce su procedencia, lo cual hace que se disfrute de su reconocimiento, como si no, cosa que Aroca no dificulta en ningún momento gracias a un magistral glosario onomástico y toponímico incluido al final del libro en el que el juego entre la realidad y la ficción se multiplica convirtiendo su lectura en una auténtica y erudita delicia.

Pero más allá de estas infinitas referencias, tenemos una fantástica novela de aventuras perfectamente disfrutable aunque desconociéramos todas y cada una de ellas. Y en esto, al menos a mi gusto, estriba su magnífico valor adicional. Porque Charlie Marlow y la rata gigante de Sumatra resulta una historia asombrosa, trepidante y, lo mejor, salvajemente divertida. Gran parte de la acción discurre a bordo del vapor volandero holandés Friesland. Allí se marcan todos los puntos importantes de la trama que se desarrollarán y resolverán nada más y nada menos que en la mítica isla de la Niebla. Todo lo que acontece a bordo del barco no solo es emocionante, sino también desternillante gracias al excelente retrato de los marineros que forman su tripulación, en especial esos magníficos diálogos, casi encontronazos, entre el “misterioso” Sigerson y el capitán Marlow. Una verdadera gozada que consigue mantenernos con una sonrisa continua en el rostro sin que por ello los acontecimientos más terribles y macabros de la aventura se resientan o pierdan su fuerza.


Hay grandes momentos, estando estos comentados entre mis favoritos, pero destacaría también la sencillamente fantástica forma en que Aroca ofrece una solución al misterio real de la desaparición del barco Mary Celeste, una de las ideas más bonitas contenidas en este libro. Y a su malvado de rigor, el tremebundo doctor Severus Magog Sivane, cuyo origen nos retrotrae a los maravillosos cómics del Capitán Marvel (Shazam) creados por Bill Parker y C. C. Beck. Este misterio del Mary Celeste será el corazón de su siguiente novela, la recién autoeditada Los náufragos de Venus, que adelanto ya que me ha gustado más aún que la presente. Aroca sigue construyendo su tupida malla de nexos entre personajes de ficción haciendo que sus novelas la creen a su vez edificando un todo que se continúa de una a otra. Como dice el propio autor: “el conjunto es superior a las partes.” Damos fe de ello, pero dejando constancia de que solo se puede construir un todo magnífico cuando sus partes son tan geniales como esta novela en la que Marlow y Holmes se enfrentan a uno de los casos más extraños con los que jamás se encontrara el celebérrimo detective consultor.


Cuaderno de bitácora del “Matilda Briggs”: cinco ensayos sherlockianos y una carta (2005-2006)


A la manera del Baker Street Journal de los años 40, Aroca ofrece una bonita colección autoeditada de cuadernillos que se inspiran en su presentación en esta mítica publicación. Como su título deja bien claro, este cuaderno está compuesto de cinco artículos dedicados a Holmes y una carta firmada por ese viejo conocido nuestro que es Fu Manchú, además de unos extraordinarios anuncios de la época en la que excelentes profesionales nos ofrecen sus servicios, aunque da la sensación de que tras todos ellos se ocultan los dos mismos y bien conocidos hermanos doylinianos, jeje. Vamos con su contenido.

Presentación: Matilda et Marie. Donde Alberto López Aroca recopila información acerca del ficticio, que resulta tal vez no serlo tanto, barco Matilda Briggs, quizá en su origen el Mary Celeste ocultado su nombre por el propio Watson al mentarle Holmes el caso de la rata gigante de Sumatra. Quizá de aquí parta la idea de Aroca de convertirlos en dos barcos bien distintos en su novela Charlie Marlow y la rata gigante de Sumatra y la posterior Los náufragos de Venus, siendo así el primer navío el protagonista del archiconocido enigma y el segundo el que Holmes mencionara en el caso de la rata.

La aventura del ineludible duelo eludido. Donde se especula sobre un posible enfrentamiento entre Holmes y Jack el Destripador, y de regalo todas las obras que han versado sobre este fantástico encuentro. Y también sobre aquellos otros libros que esclarecen el caso del célebre asesino sin nombrar a Holmes o los que explican por qué este nunca intervino en ese caso o por qué Watson nunca lo escribió. Como en el ensayo anterior, Aroca funde erudición, fantasía y realidad en un combinado imbatible que se multiplica aún más en el excelente Mycroft Holmes y algunos agentes del Diogenes Club, donde nos habla de la pertenencia del marino Charles Marlow al espectral club fundado por Mycroft, así como de otros posibles miembros. Y de las extraordinarias asociaciones y concomitancias existenciales de estos entre sí.

En el dueto formado por El problema del Holmes travestido y El argumento del destripador alemán (Algo más sobre el Holmes travestido) se nos explican nuevos detalles sobre el enfrentamiento entre Jack el Destripador y Sherlock Holmes, en concreto sobre aquel que llevó al detective consultor a atraparlo recurriendo al “ingenioso” truco de vestirse de sexy prostituta. El origen de este duelo sin igual está en las dos colecciones (en concreto, en la segunda de ellas) de pastiches alemanes anónimos de principios del siglo XX protagonizados por Holmes (de los cuales hemos podido disfrutar de recientes reediciones comentadas AQUÍ, AQUÍyAQUÍ). La realidad supera a la ficción en este caso, pues estos pastiches, al ser “traducidos” de manera harto imaginativa por el genial escritor belga Jean Ray, dieron origen al Sherlock Holmes americano: Harry Dickson.

El cuadernillo se cierra con la pieza que más me ha gustado de las seis que lo conforman, a mi gusto una pequeña joya. El mundo volverá a saber de mí es una carta de Fu Manchú dirigida a Mycroft Holmes. Con Charlie Marlow de protagonista, adelantando detalles de la aventura conjunta que este vivió con Sherlock y que Aroca nos relatará seis años después, y con el terrible destino pergeñado por el genio oriental del crimen para el marino conradiano (aroquiano convendría decir en esta ocasión). El tono entre sardónico y admirativo, respetuoso e insultante a un tiempo de la misiva se nos antoja de fantástica factura, tanto en su forma como en la sucesión de hechos que en ella nos relata. La manera en que Fu Manchú, siempre correcto y educadísimo, nos acompaña de la mano con una sonrisa humilde y servicial hacia el corazón del horror es magnífica.


La rata gigante gigante de Sumatra en el oeste (2012)


Y para terminar, y como complemento a la novela que abre este comentario, recomendamos vivamente la lectura de este relato (firmado con el sobrenombre Norm Eldritch) ambientado en el salvaje oeste con un chino, inspirado tal vez por ese otro que aparecía en El circo del Dr. Lao (1935) de Charles G. Finney, que se presenta en un tórrido pueblo típico de ese oeste mítico que para nosotros nace más del cine que de la literatura con un carromato de monstruos en cuyo interior transporta un ejemplar de la terrible rata gigante de Sumatra. Protagonizado por los posibles descendientes del mismo Robinson Crusoe, el despiadado pistolero de pétrea mirada Fred Porlock con su Winchester 73 (una creación de Arthur Conan Doyle que aparece de forma intermitente en la obra de Aroca), el mentado chino misterioso, el obtuso sheriff Reed Brooks y el rufianesco señor Cosgrove. Muy entretenido, funde a la perfección una historia del más puro far west con una trama de robos trufada de criaturas imposibles. Lo fantástico rasga el plomizo y seco viento del desierto y el polvo levantado por las botas de cuero se apelmaza en la atmósfera de la sala de lectura de nuestra mansión de forma inevitable. Aroca domina este tono donde lo fantástico juguetea con la comedia sin abandonar u olvidarse de la emoción y la tensión de la historia.

Podéis haceros con estas tres maravillas y otras fruto de la imaginación de su autor en este blog donde las tiene a la venta: AQUÍ.


LÓPEZ AROCA, Alberto. Charlie Marlow y la rata gigante de Sumatra: una aventura de Sherlock Holmes en 1893 con la solución al misterio del “Mary Celeste.” Ilustraciones de cubierta e interior: Sergio Bleda Villada. Madrid: Alberto López Aroca, 2012. 303 p.

LÓPEZ AROCA, Alberto. Cuaderno de bitácora del “Matilda Briggs”: cinco ensayos sherlockianos y una carta. Albacete: Academia de Mitología Creativa “Jules Verne” de Albacete, 2006. 52 p.

ELDRITCH, Norm. La rata gigante de Sumatra en el oeste. Traducción de Alberto López Aroca; ilustración de portada de Sergio Bleda. Madrid: Academia de Mitología Creativa “Jules Verne” de Albacete, 2012. 48 p. Bisonte futuro; 95.


La maldición de la momia: relatos de horror sobre el antiguo Egipto (1878-2006)

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Lo digo desde el principio para que no haya equívocos ni confusiones: el antiguo Egipto no me importa un soberano pepino. Bueno, a lo mejor estoy exagerando, ¿a quién no le fascina la visión de esas tumbas semienterradas en la arena ocultando maravillosos secretos y tesoros? Si me aparto de la lista de las dinastías y todo comienza a entenebrecerse con un vendaje enmohecido que hiede a ácido fénico, una figura que avanza robóticamente envuelta en él con los brazos hacia delante y el rostro para siempre ya de Boris Karloff adivinándose bajo la sucia tela, entonces todo es distinto. En fin, para qué adornarlo: lo que me gusta, lo único que me gusta del antiguo Egipto son las cosas que dan miedo. Por eso al abrir este voluminoso libro que no me terminaba de convencer del todo y leer la introducción, No despertéis a los muertos: el mito de la momia, obra de su compilador Antonio José Navarro, quedé atrapado al instante. Su repaso por las raíces antropológicas, históricas, míticas, literarias, cinematográficas y seguro que algo más que me dejo por el camino acerca de la tumbífera criatura es fantástico. Desde el uso medicinal al que fueron sometidas en algunos momentos hasta su abuso en fiestas victorianas cuyo punto álgido era el desvendaje de una de ellas, hecho este que da pie a uno de los mejores relatos aquí incluidos, y realizando un completo resumen de cómo se hacían en el antiguo Egipto y a qué demonios se debe eso de la maldición que las envuelve de forma más prieta que las propias vendas. Macabro historial que incluye hasta el hundimiento del Titanic como uno de sus más sonados logros. Un aperitivo perfecto que sabe abrir el apetito y que nos lancemos ávidos a la lectura del libro. Y sí, pido perdón por el manido símil entre leer y comer. En fin, que no se concibe mejor objetivo para una introducción, y Navarro lo borda: erudición y diversión en su justa medida.

Tras un breve extracto a modo de frontispicio del Libro de los muertos, De las reminiscencias del demonio, justo el fragmento que dio pie a todas las historias de maldiciones con las que serían castigados los profanadores de tumbas, nos encontramos con Mi noche de año nuevo entre las momias(1878), de Grant Allen. Nada mejor para abrir la antología que un maravilloso y divertido relato en el cual el protagonista se cuela en una pirámide y asiste a la resurrección, por una noche, de aquellos que fueron allí enterrados. Un privilegiado, pues el acontecimiento se da una vez cada mil años. Un banquete espectral que no puede estar narrado de manera más brillante. El humor de Allen es contagioso y estimulante, se burla de todas las convenciones imaginables, entre ellas la de los europeos como faro del mundo que predominaba en ese momento histórico, dándole tiempo hasta de jugar con lo erótico al enamorarse el protagonista de una princesa egipcia nada mojigata. Genial.


El siguiente de la lista es el gran Arthur Conan Doyle. El anillo de Thot (1890) se trata de un modélico relato en el que ya se encuentran casi en su totalidad todos los elementos típicos de las historias de momias: el museo de antigüedades egipcias como marco haciendo las veces de castillo espectral gótico y mansión siniestra victoriana al tiempo, el sacerdote egipcio enamorado que ve pasar ante sí los eones esperando la oportunidad de despertar a su princesa momificada, el protagonista occidental que asiste a la escena entre atónito y curioso y descomposiciones corporales y abrazos de ultratumba en la más pura escuela del romanticismo macabro. Y todo narrado con la fuerza arrebatadora del mejor Doyle. De él se incluye también El pectoral del pontífice judío (1922), en el cual aunque el escenario es el habitual museo, no hay momia, y la historia propone más un enigma criminal que un relato fantástico. Como se indica en la presentación de Antonio José Navarro, bien podría tratarse de un relato de Sherlock Holmes sin el genial detective. Bueno, podría ser, pero si así fuera no estaríamos ante uno de sus mejores casos. Inferior al anterior, no cabe duda sin embargo de que estamos ante un buen cuento, escrito con la clase y la elegancia a las que su autor nos ha acostumbrado. 

Tras asistir sin pena ni gloria a la ceremonia fúnebre de un faraón de la mano de Willa Cather con Un cuento de la pirámide blanca (1892), pasamos a Un profesor de egiptología (1894), de Guy Boothby, en el que más que la parte fantástica, la regresión de una joven a su pasado egipcio y la solicitud de perdón de un espíritu atormentado, lo mejor se encuentra en sus primeras excelentes páginas: la presentación de un hotel de El Cairo con su conseguido aire cosmopolita. Representantes de todas las razas y culturas demostrando que, siendo tan distintos, son iguales ante el oropel y la apariencia. Así pasamos veloces hasta detenernos en Estudio del destino (1898), del conde Louis Hamon (Cheiro), una historia de atmósfera densa y funesta, muy conseguida en su intención de provocar desasosiego e incertidumbre, un buen relato que sufre alternativas recaídas cada vez que el discurso se torna “filosófico”, o más bien patafísico, la verdad. El razonamiento algo pedestre del autor, cargado de palabras altisonantes pero de mensaje y contenidos de una simpleza abrumadora, enturbia en parte el resultado. Sin embargo, la fuerza de la maldición que lo nutre se hace sentir con fiereza, sobre todo en su tramo final, cuando la melancolía da paso a la revelación. Aunque no está conseguido (a la vana palabrería, propia del adivino que era este conde Hamon, “profesión” de la que vivía, hay que sumar una historia de amor que recurre al lugar común palabra tras palabra), la ambientación egipcia primero, hindú después, resultan creíbles y dan consistencia a lo narrado. Si bien lo mejor está en sus primeras páginas, aquellas en las que nos describe ese Egipto fúnebre y terrible del Valle de los Reyes donde el esplendor del pasado se consume entre la arena del desierto y en el cual una joven pasea su dolor irreparable a la luz de una luna ancestral.


Katherine y Hesketh Prichard, madre e hijo respectivamente, firmaban sus historias con el sobrenombre E. & H. Heron. Aquí se incluye su cuento Historia de la casa Baelbrow (1899), todo un relato pulp… ¡antes de la existencia misma de la literatura pulp! Flaxman Low es el protagonista de esta historia, un investigador de lo oculto que vivió en trece aventuras. Esta en concreto lo tiene casi todo: casa embrujada, fantasma rancio, momia y vampiro. La explicación final es una chorradilla como un camión, pero la atmósfera tenebrosa de la casa está más que conseguida, y la noche de tormenta en la que todo el misterio sale a la luz resulta más terrorífica que el propio espectro que la protagoniza. Los Prichard quiebran en algunos momentos las logradas escenas de acción para pasar a otras más tranquilas y explicativas de manera algo brusca y carente de lógica, pero se lee con agrado y el ataque en el desenlace del ser de ultratumba sorprende por su violencia.

La condena de Al Zameri(1901), de Henry Iliowizi, es un magnífico relato sobre la figura del Judío Errante. De prosa poética hasta el arrebato, resulta casi mágico en su descripción de una tierra ancestral y desconocida, terrorífica y misteriosa a nuestros ojos. La historia de Al Zameri nos es narrada con toda la fuerza de su desesperanza y su soledad. Un cuento poderoso, tan bello como desolador.

La momia misteriosa(1903) es el primer relato que le publicaron a Arthur Henry Sarsfield Ward, que dicho así os pasará como a mí: ¿pero este señor quién es? Pues nada más y nada menos que el verdadero nombre de Sax Rohmer, el creador de Fu Manchú, el chino mandarín (o no) malvado por antonomasia, el culmen y el epítome del peligro amarillo. Apenas veinte años tenía Rohmer cuando vio impresa al fin su primera historia. Y hasta aquí llega el interés que pudiera tener este relato en el que lo fantástico cede ante lo detectivesco, bastante torpón en su desarrollo, de una mediocridad notable y carente de la más mínima tensión. De Rohmer también se incluye El Señor de los Chacales(1918), un buen cuento de terror que, lástima, desperdicia muchas de sus páginas en contarnos las maravillas de ser joven y el descubrimiento del amor en un tono torpe hasta el sonrojo. Por el contrario, las apariciones del Señor de los Chacales en forma de anciano esquelético resultan siempre extrañas y sobrecogedoras, y cuando al fin lo vemos dando muestras de su poder todo respira misterio y terror, fantástico elaborado y de gran dosis poética en su sencillez.     


El ocultista, escritor y teósofo Charles Webster Leadbeater nos deja en El templo abandonado (1911) un relato muy en la línea de sus creencias y ocupaciones: esto es, más cercano a la parapsicología que al género que nos apasiona. Aquí, el fenómeno raruno del que se nos quiere convencer de que es real es un sueño compartido entre el protagonista y uno de sus alumnos. Juntos viajan en trance al antiguo Egipto. Cuerpos astrales de un lado a otro, alteración de la percepción y un jovencito en la cama del profesor que nos hace pensar más en las palabras de Antonio José Navarro sobre el autor que en la historia en sí. En fin, estas cosas tan modernas y propias de la New Age.

En realidad más un artículo que un relato en sí, Reyes muertos (1914) de Rudyard Kipling refleja de una manera feroz pero no exenta de una divertida ironía el “mercado de antigüedades” en el que ya por aquellas fechas se había convertido Egipto. Robos y saqueos de tumbas, profanaciones, expediciones enfrentadas entre sí, científicos y aventureros en el mismo lote… Y los turistas, cientos de turistas recorriendo el mismo camino faraónico una y otra vez. Pero todos ellos sintiendo en mayor o menor medida el peso de las ruinas, el influjo de esas pirámides milenarias que nos recuerdan de continuo la futilidad de nuestras existencias y el poder igualador que tiene el tiempo sobre todas las cosas. De los grandes reyes muertos solo quedan ya el polvo y las joyas que ladrones impíos roban sin conmiseración.


A continuación la antología incluye tres relatos y un poema que conforman uno de los bloques que más me apasionó del libro. La maldición de Amen-Ra (1932) de Victor Rousseau atesora un buen puñado de tópicos del tipo de literatura al que pertenece con orgullo, un pulp en toda regla, refrendados además por cientos de maravillosas películas de serie B: una isla tenebrosa, un manicomio, un profesor loco, una mansión misteriosa… Pero todo ello envuelto en una muy conseguida atmósfera macabra, con una lluvia que parece escapar de las páginas del libro y empaparnos el rostro con su gélida furia y un mar embravecido cuyos atronadores ecos resuenan hasta pasado un buen rato después de terminada la lectura. Una ambientación perfecta y un ritmo que mantiene una efervescente tensión en todo momento. Maldiciones egipcias, momias redivivas, un viaje al pasado con una historia de amor y traición entre las pirámides engarzada con precisión y un final trepidante. Rousseau consigue con su narración que, sin dejar en ningún instante de mostrar las raíces en las cuales bebe, dejar bien claro que la literatura pulp en sus mejores logros es sinónimo de fuerza y buen hacer, directo como un uppercut y emocionante como suelen serlo las mejores joyas del género. Tras esta maravillosa salvajada, un bonito y evocador poema de Clark Ashton Smith, La momia (1937). La reseña biográfica de Antonio José Navarro es excelente, aunque en esta ocasión queda en una proporción de cinco páginas suyas por una del autor comentado… Aprovecho y añado que Navarro, en este libro como en otras antologías orquestadas por él, es verdaderamente brillante aunque tenga tendencia a destripar los relatos. De Smith realiza un dibujo preciso y emocionante al tiempo.

Tan breve como brutal, Escarabajos (1938) es un impactante relato de Robert Bloch (publicado en su origen bajo el seudónimo de Tarleton Fiske) acerca de los peligrosos regalos que en ocasiones acompañan a nuestras amigas las momias. Atmosférico y envenenado, es un cuento soberbio que no resulta esclavo de su sorprendente, o quizá no tanto, final. Casi las mismas palabras podríamos utilizar para el intenso Huesos(1941), de Donald A. Wollheim, una filigrana de concisión macabra. Dos relatos que, vale, no es que vayan a hacer historia dentro del género, pero sí que dejan claro que son obras así las que lo hacen grande y que por eso lo amemos.


Si páginas atrás tuvimos a Flaxman Low, El hombre de la calle Crescent Terrace(1946) de Seabury Quinn nos trae al detective de lo oculto Jules de Grandin y su “ayudante” el doctor Trowbridge. Me suelen gustar los relatos protagonizados por De Grandin, aunque en esta ocasión resulta más brillante en los momentos pausados que en los que predomina la acción. La trama que nos plantea no es que resulte muy refinada que digamos, y los métodos expeditivos de nuestro investigador no nos lo hacen muy simpático, pero cuando se encierra en una habitación a contarle sus sospechas y conclusiones del caso a sus compañeros nos desarma. No es este pues uno de sus más interesantes problemas que resolver, pero siempre es agradable y divertido volver a él de vez en cuando.

La maldición de la tumba de la momia (1966) de John Burke es una novelización de la película inglesa producida por la Hammer The Curse of the Mummy’s Tomb, dirigida por Michael Carreras en 1964. Por lo que recuerdo de ella, Burke sigue con bastante fidelidad esta cinta irregular, de ocasionales logros pero decepcionante en su conjunto. Carreras como director estaba a años luz no solo de Terence Fisher, lo cual es algo inevitable, sino de todos los directores que alguna vez trabajaron para él en la productora británica. Precisamente los mejores momentos del filme, las apariciones de la momia, son los más flojos de este relato largo. Resultan carentes de nervio y tensión, tan mecánicos como los movimientos de la criatura que lo coprotagoniza. Sin embargo, Burke es un narrador eficaz y muy entretenido al desarrollar la trama, una historia con no mucho interés pero que su buen hacer mantiene en pie con soltura y consigue que la leamos con moderado placer.


El volumen llega a su final presentando tres relatos de autores en lengua española contemporáneos, dos españoles y un argentino, como muestra de que el género posee grandes valedores en nuestro idioma. El resultado no puede ser más gratificante, pues al menos uno de ellos es una perfecta obra maestra, otro casi casi y un tercero no desentona con lo mejor de la compilación. Así José María Latorre nos trae un relato, La sonrisa púrpura (2006), de evidente tradición gótica, con sus mazmorras, sus pasadizos y sus, más o menos, damas en apuros, con su habitual capacidad para crear logrados ambientes macabros en los que el mismo olor de las páginas transpira putrefacción. Atmósfera malsana y tenebrosa muy conseguida, aunque también con su sempiterna manía de contarnos lo que va pensando y haciendo su protagonista a cada segundo y gesto, lo cual hace perder algo de brío a la narración.

Partiendo de la conocida costumbre social finisecular de realizar fiestas sociales (organizadas por la nobleza y las altas clases sociales más chic), en El relicario de Lady Inzúa (2006) Norberto Luis Romero lleva la anécdota a su terreno, un Buenos Aires recién liberado del dominio de la corona española para caer en el yugo de la nobleza criolla, la cual da muestras de su afectado europeísmo copiando las costumbres más absurdas del viejo continente. Aquí, la de desenvolver una momia como punto culminante de una de estas fiestas de sociedad. Romero funde diversión, esas jovencitas bien preparando el evento, con el horror más descarnado, lo que acontece en la fiesta y sus terribles consecuencias, en un cóctel en verdad genial. Nos mantiene con una sonrisa en los labios hasta que nos la retuerce en su impactante y horrísono desenlace, todo un festival macabro y espeluznante llevado con mano firme y un temple admirables. Una verdadera joya del terror más desbocado narrado con una perfección y un gusto por el detalle bien cuidado sencillamente magistrales. En esta ocasión la momia egipcia es sustituida por una indígena en un giro de guion soberbio. Salvaje y delirante, pero a la vez siempre elegante y preciso, Romero consigue que su relato sea uno de los mejores del libro. Una ambientación perfecta que nos lleva a un final que es toda una bomba de relojería activada por unas niñas malcriadas casi por accidente. Sus descerebrados actos harán las más terribles pesadillas realidad. Y esta locura magnífica de relato se cierra además con una frase final antológica. ¡No podemos pedir más!

Y casi a la misma altura brilla el relato de Pilar Pedraza, Carne de ángel (2006), narrado con esa sencillez pasmosa de la que solo los grandes narradores son capaces. El tono casi confesional hace que hasta podamos tomar por verdadera esta historia de una obsesión enfermiza por las momias beatificadas (Pedraza también se aleja, como Romero, del Egipto faraónico). Ambientado en la época actual, este relato de niñas momificadas espectrales deviene el broche perfecto para cerrar un libro cuya lectura nos ha parecido asombrosa casi en su totalidad.

Una antología excelente, pues, que solo incluye un relato que creo insustancial, de la que da absolutamente igual que de entrada no os interesen lo más mínimo ni las momias, ni el Egipto ancestral, ni el desierto, ni tan siquiera la literatura fantástica. ¡Esto no vale como excusa para no leerlo! Lo bonito de este libro, y esto en gran parte es mérito de Antonio José Navarro por su introducción y la magnífica selección de cuentos, es que nos envuelve en su atmósfera de misterio y extrañeza y acaba resultando una lectura apasionante. 



LA MALDICIÓN de la momia: relatos de horror sobre el Antiguo Egipto. Selección, prólogo y notas introductorias de Antonio José Navarro; traducción de José Luis Moreno-Ruiz, J. L. Velázquez, Amando Lázaro Ros y Miguel Ángel Ávila. Madrid: Valdemar, 2006. 652 p. Gótica; 65. ISBN 84-7702-546-0.

De cómo el doctor Claudius Tanganika diseñó una máquina prodigiosa y qué fue de él tras todo aquello

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"No encontraréis su nombre en los libros de historia. Los anuarios de ciencia tampoco os darán fe de él. Y sin embargo hubo un tiempo en que la mente maravillosa del doctor Claudius Tanganika, aplicada a sus manos, pudo haber cambiado el curso pautado de nuestro mundo."

Así da comienzo la historia del doctor Claudius Tanganika, un relato que hemos pergeñado a cuatro manos y cinco cerebros el gran ilustrador Borja González y este que suscribe, servidor de ustedes y de nadie más. Todo un lujo de edición que, pese a no tratarse más que de un modesto fanzine, denota el buen gusto y el fantástico hacer de esas geniales personas que están tras la editorial El verano del cohete

Un científico loco, una idea tremebunda y un devenir desquiciado que las ilustraciones de Borja convierten en un viaje visual de verdad prodigioso. Hasta el texto les parecerá medio decente con tal compañía. Pueden ustedes adquirir un ejemplar de esta obra que hemos realizado con auténtico placer macabro


¡Todos los doctores locos que en la serie B y en la literatura más barata han sido y serán hallarán su por siempre postergada venganza de manos de Claudius Tanganika, el Supremo! O tal vez no.

 

El cadáver con lentes (1923), de Dorothy L. Sayers

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“-Pero si investigara usted un crimen- observó lady Swaffham-, habría de empezar por las cosas habituales, como averiguar qué había hecho la víctima, a quién había visitado, y además buscaría el móvil. ¿No es así?

-¡Oh, sí!- exclamó lord Peter-, pero muchos de nosotros tenemos docenas de móviles para asesinar a las personas inofensivas. Por mi gusto me agradaría asesinar a varias personas. ¿Y a usted?” (p. 140)

Una tenebrosa voz interior me dice que, aparte de que yo también mataría con gusto a varias personas como así reconoce lord Peter Wimsey, que ese “personas inofensivas” más bien se refiere en el original a “personas inocentes”, pero dejémoslo estar. Ambas cosas.


Dorothy L. Sayers.


El cadáver con lentes(Whose Body?, 1923) es la primera aventura del detective aficionado lord Peter Winsey, la gran creación de Dorothy L. Sayers, una de esas damas del crimen inglesas que comparten panteón con Agatha Christie y que, si bien son acusadas de dedicarse a montar unos líos criminales de órdago y poco más, a poco que uno las lea descubre encantado que sí, que vale, que es verdad, pero por el camino siempre dejan un retrato tremendo de la sociedad en la que desarrollan sus tramas, con unos personajes definidos a la perfección con pocas palabras y una ironía subterránea y un cachondeo encubierto a medias que resultan encantadores. Y demoledores, porque su humor parece amable, simpático y cordial, pero mientras te llevas el té al que te han invitado a los labios y ves cómo tu taza se va vaciando, comienzas a notar un sabor raro, tal vez un poco amargo pese al azúcar, y vislumbras allá al fondo cómo los posos que se van formando tienen una tonalidad extraña. Das el último sorbo y sabes ya que te han envenenado. Ay, qué grandes son. Las amo.  



De esta forma, la cita del inicio no deja de ser una bomba de relojería dejada caer ahí como quien no quiere la cosa, como si fuera un chiste facilón, pero ojo, que lo que se está afirmando con total tranquilidad es que todos deseamos en algún momento matar a alguien. Y si tuviéramos la oportunidad de quedar impunes, lo haríamos. De hecho, la idea de que siempre tenemos móviles para asesinar a alguien suele ser el embrollo principal que plantean las novelas de crímenes de otra dama menos conocida pero no por ello menos admirable: Georgette Heyer (AQUÍ). En sus tramas, la dificultad que encuentra su héroe de ficción el comisario Hannasyde de Scotland Yard es que todos los sospechosos tienen no solo razones de sobra para ser culpables del asesinato presentado, sino que además no dudan en afirmar, casi con satisfacción, que se alegran de su muerte, eso cuando no se sienten compungidos y lamentan que alguien se les haya adelantado porque con gusto lo hubieran matado ellos mismos. Se habla de crímenes entre risas y pastas y té caliente. Pero no por no vestir gabardinas molonas ni dedicarse a repartir ñoños a la primera de cambio son más amables. Sus criminales parecen más educados, pero cuando el ansia se apodera de ellos son tan violentos o más que sus hermanos de sangre en la novela negra.

Esta primera historia protagonizada por lord Peter Winsey no es quizá tan brillante como la otra que he tenido oportunidad de leer de la serie, El misterio del Bellona Club (1928, comentario AQUÍ), pero se nos presenta diáfano el concepto de detective que Sayers persiguió crear y que consistía en que este debía crecer y evolucionar novela a novela, de ahí que en esta inicial Winsey es un niño bien repelente hasta la náusea, pero también encantador y divertido, lo cual supone un fantástico acierto de caracterización por parte de la autora. Peter confiesa de continuo que para él todo esto de resolver crímenes es tan solo un juego. Pero ya se nos apunta su evolución posterior cuando, avanzada la trama y llegado el momento en que el asunto se pone serio y hay que aparcar las bromas, confiesa que es justo entonces cuando desea abandonar la investigación. No quiere dañar a nadie con su actitud despreocupada. Será su amigo Parker, detective de Scotland Yard, quien le explicará que pese a su deseo de aparentar indiferencia y dedicarse a investigar crímenes solo para distraerse, en realidad siente la llamada de la verdad, de desenmascarar al asesino, porque en el fondo no deja de ser un hombre responsable. Ante esto, aquí todavía Winsey responderá con una broma. Ya evolucionará y tendrá otra respuesta más sincera, pero no en esta novela. Así, Peter, el niño rico y acomodado, sin preocupaciones vitales importantes, y Parker, el hombre de la calle que necesita trabajar y ganarse su sustento, se complementan, porque pese a los chistes y esa apariencia de señorito despreocupado algo late en lo más oculto del fatuo lord Peter: la necesidad y el afán de descubrir la verdad, una preocupación real y sincera por aquello que investiga. Parker, aunque en algunos momentos desee abofetearlo, lo tiene bien calado y lo admira, incluso ahora, cuando Peter se muestra más petulante y vano que nunca. 


En su conjunto El cadáver con lentes es una novela muy entretenida con un crimen de factura muy enrevesada, como era del gusto de Sayers, lo cual provoca que prestemos atención a la explicación final, algo que reconozco una vez más no suelo hacer. Aunque Peter ya nos da las pistas, es el propio criminal quien nos lo detallará paso a paso en una carta en la que confiesa el asesinato, el desmembramiento del cadáver y el robo y traslado por los tejados de la ciudad de otro. Todo acaba siendo muy macabro: por eso nos encanta también. Pero a la vez nos deja con la sensación de que, por mucho que uno desee matar, es tan complicado borrar el rastro criminal que mejor es aguantarse las ganas. Al menos de momento.


SAYERS, Dorothy L. El cadáver con lentes. Traducción de Manuel Vallve; ilustración de cubierta de J. Bocquet; ilustraciones interiores de J. Juez. Barcelona: Editorial Molino, 1949. 221 p. Selecciones de Biblioteca Oro; 45. 


A continuación, unas portadas de esta novela con un diseño muy a lo años 20, como corresponde:






Estas otras dos asemejan portadas de cómics: ¡me encantan! En especial la primera, con un lord Peter Winsey que más bien pareciera salido de una novela de Dashiell Hammett por mucho monóculo con que lo adornen. En la segunda, a quien se parece es a Opium, el malvado personaje del cómic creado por Daniel Torres.




Y un par más de ediciones en español. Conviene destacar la de la mítica colección Club del Misterio, con un lord Peter mostrando unas greñas setenteras de lo más inadecuado:



EAM # 51: Viaje cósmico, de Vasili Zhuravlyov (1936)

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Os traigo hoy el comentario que escribiera para la página de cine El antepenúltimo mohicano dedicado a la maravillosa película soviética Viaje cósmico (Kosmicheskiy reys: fantasticheskaya novella), dirigida por Vasili Zhuravlyov en el año 1936. Un film fascinante cuyas imágenes llenan nuestras retinas de auténtica poesía visual. Pocas veces la aventura espacial nos ha sido mostrada tan plena de transida belleza, tan pletórica de vitalidad y fuerza. ¡Una verdadera delicia! Podéis leerlo...




Moscú en un futuro que ahora ya es pasado brillando en una apoteósica panorámica inicial.



La CCP1 y la CCP2 son dos de nuestras naves espaciales favoritas de todos los tiempos.


La belleza incandescente de Ksenia Moskalenko, la intrépida astronauta Marina. 



El animador Fiodor Krasner logrará arrebatarnos el aliento con sus escenas de nuestros viajeros saltando de un lado a otro por una luna que más pareciera la ciudad perdida de R'lyeh. 





El más bello poema de exaltación de la nueva Rusia soviética y su sueño espacial fue castigado por el régimen de Stalin con la ocultación y el olvido. Pero hoy esta película prodigiosa nos lanza su mensaje, tan imborrable como esa señal (CCCP) que dejaran en la luna nuestros héroes, como aviso de su triunfo más allá de las décadas por venir.



Los náufragos de Venus (2013), de Alberto López Aroca

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Aunque Los náufragos de Venus (2013) no se trata de manera estricta de una continuación de la anterior novela de Alberto López Aroca Charlie Marlow y la rata gigante de Sumatra (2012), sí que sigue o nos ilumina sobre una trama fascinante que fuera abierta en esta: nada más y nada menos qué aconteció con la tripulación desaparecida del barco Mary Celeste, la cual fue trasladada contra su voluntad a Venus por medio del “distanciador”, el tremebundo artefacto diseñado y fabricado por el doctor Severus Magog Sivane. Los náufragos de Venus comienza con Sherlock Holmes y el capitán Charles Marlow campando por Londres alegremente con el nefando Necronomicón entre las manos. Una forma magnífica de conducirnos a lo que de verdad importa: Marlow conseguirá una ansiada entrevista con Mycroft, el orondo y tranquilo hermano del famoso detective consultor, en la cual Mycroft ha prometido explicarle todo lo relativo al extraño caso del Mary Celeste. Y a través de las fantasmagóricas voces grabadas en cilindros escucharemos, gracias al fonógrafo también inventado por el malvado Sivane, la increíble y prodigiosa historia de esos náufragos perdidos en un lugar tan lejano y ajeno como es el misterioso planeta Venus.

Aroca funde a la perfección sentido de la maravilla y aventura trepidante en el devenir de la condenada por el destino tripulación. En esta ocasión, las infinitas referencias utilizadas por el autor confieso que se me escapan en su mayoría, pero esto me ha permitido comprobar que este desconocimiento no me ha impedido en absoluto disfrutar de esta obra absorbente al máximo. El prestar tres voces a la narración del periplo venusiano hace que el relato multiplique su riqueza pues los tres personajes, tan diferentes entre sí, nos aportarán no solo el mapa completo de los hechos, sino las distintas perspectivas que sobre lo acontecido tienen los narradores. El señor Think, ese tan endemoniado como “extraordinario gusano desconocido para la ciencia”, es todo un regalo para el lector tras sufrir la desaparición, aunque solo sea material pues siempre parece estar presente, del maléfico doctor Sivane. La forma en que, en manos de Aroca, las hazañas del inmortal Sherlock se enlazan con uno de los “malos” más indescriptibles de la historia de los cómics (ahora también de la historia de la novela), salido de las páginas de Shazam, es sencillamente magistral. Porque no se trata solo de tener esa idea, ya fabulosa en sí, sino de ser capaz de ponerla en pie y lograr que funcione. Y aquí Aroca consigue un acierto sensacional. 

Las aventuras en Venus entreveradas con las interrupciones de los diálogos que mantienen en el presente Marlow y Mycroft, el apabullante desenlace que promete que habrá más aventuras para rato con diferentes y apasionantes frentes abiertos, y el colofón final, ese fragmento del libro que consiste en una monografía sobre Venus escrito por el imposible doctor Sivane, un trabajo en verdad mareante donde Aroca repasa quizá no todo, pero desde luego casi (y afirmando esto desde el más absoluto desconocimiento: si decimos cosa tal es solo porque queremos creer que Aroca es humano), lo que la ficción nos ha legado sobre dicho planeta expuesto como si se tratara de la historia real del mismo, nos ha supuesto una lectura que nos ha llevado de un lugar a otro con los ojos fascinados, la mente en ebullición continua y el corazón en suspenso ante los acontecimientos que se desarrollan sin descanso ni piedad. Aroca es un narrador puro que sabe tomar al lector por el cuello y zarandearlo y arrastrarlo sin compasión por mundos donde la maravilla se consume y alimenta a la vez del horror y la diversión más desbocados.

Los náufragos de Venussupone también una pieza más del puzzle increíble que es la obra de Aroca, puzzle infernal y fascinante en el cual el autor poco a poco va engarzando piezas con la maestría indiscutible de quien tienen mucho que contar y sabe cómo hacerlo. Pasión y emoción conforman su combustible, y a día de hoy pocos autores contemporáneos saben fundir las infinitas referencias con las que trabaja Aroca en un relato consistente y apasionante donde la cita pulp y la nota erudita conforman un todo, un conjunto donde en el que lo que de verdad importa es la aventura destilada en su más depurada y elegante forma. 

Puedes conseguir esta y otras novelas y ensayos de Alberto López Aroca en su página personal, AQUÍ. ¡Lo recomendamos TODO con pasión!



AROCA, Alberto López. Los náufragos de Venus: el destino final de los hombres y mujeres del “Mary Celeste.” Ilustraciones de cubierta e interior: Sergio Bleda Villada. Madrid: Academia de Mitología Creativa “Jules Verne” de Albacete y Alberto López Aroca, 2013. 339 p. 

Batman, el Capitán Marvel, el profesor Quatermass y Sherlock Holmes luchan juntos contra un extraordinario gusano desconocido para la ciencia (según Alberto López Aroca)

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En lo más profundo y salvaje del oeste norteamericano unas vacas están desapareciendo tras mostrar una conducta que aparenta un indicio de inteligencia. Y lo que es peor: una inusitada violencia. Vacas y extraterrestres es el punto de partida que nos ofrece Alberto López Aroca en Cuatreros de Venus (2013), publicado bajo el seudónimo de Norm Eldritch, un relato en el que el autor sabe pendular de lo divertido, sección descacharrante, a lo emocionante, sección invasión de la Tierra en toda regla. El sheriff Quatermass, tal vez un ancestro del famoso profesor que se enfrentara en varias ocasiones a amenazas alienígenas primero en la televisión británica, después en el cine de la mano de la productora Hammer, y sus ayudantes, el joven inexperto pero arrojado Proinsias Kelly y el viejo borracho medio indio Amos Colman, harán frente a este misterio. Un trío de héroes que nos retrotraen a las películas de Howard Hawks Río Bravo (Rio Bravo, 1959, con guion de Jules Furthman y, ¡atención!, la escritora Leigh Brackett según un relato de B. H. Campbell) y El Dorado (1966, con guion de Leigh Brackett de nuevo, esta vez inspirado en una novela de Harry Brown). Con estos magníficos modelos Aroca construye su historia con absoluta libertad: son un referente, no una repetición de algo ya creado, y en su uso y forma de dotarlos de personalidad propia estriba su maestría.

Cuatreros de Venusentronca con sus novelas Charlie Marlow yla rata gigante de Sumatra (2012) y Los náufragos de Venus (2013), con esta última de manera especial, pues al fin sabremos qué ocurrió con el “extraordinario gusano desconocido para la ciencia”, ese caso de Holmes referido por él pero nunca narrado por el doctor Watson, y también tendremos noticias de los acólitos de color verde del mentado gusano y del que acabará siendo su portador humano, un taxidermista y sepulturero llamado Fender. Más piezas para el puzzle vertiginoso con el cual Aroca nos está deleitando paso a paso en su obra. A carcajada por página, pero sin abandonar ni dejar a un lado nunca la tensión del relato cuando este precisa de ello, las aventuras de este trío impagable se pueden contar entre las páginas más acertadas y conseguidas del autor. Bueno, la verdad es que todo lo que he leído de él hasta ahora se puede contar entre lo mejor, porque no he encontrado nada que no me guste, jaja. Una verdadera golosina delirante y magnífica que he disfrutado como un poseso.


Pero hay más, no se vayan todavía. En la no menos prodigiosa novela corta El “gang” de los monstruos (2013, en la cual Aroca se “oculta” bajo el sobrenombre de Vince Harley) nos encontramos a Batman, al Capitán Marvel (el bueno, el de los tebeos de Shazam), a Sherlock Holmes y a un detective duro de esos a lo Mickey Spillane (de hecho, es “hermano” del famoso Mike Hammer) enfrentándose al terrible y extraordinario gusano desconocido para la ciencia, que no es otro que el simpático pero implacable señor Think (un trasunto del Mr. Mind de los cómics de Shazam). Continúan los intentos de este por domeñar al mundo, ahora durante la Segunda Guerra Mundial, con la aparición estelar de su ya a estas alturas requetemomificado Fender, el sepulturero taxidermista de Cuatreros de Venus. Que el joven Billy Batson sea un descendiente del doctor Watson (su nieto) y que Sherlock, ya anciano pero activo y lúcido como nunca, lo reclute como su ayudante es… no sé cómo decirlo ya sin resultar cansino… ¡formidable! Esta mezcla de relato de misterio con novela negra y, de paso, con cómic de superhéroes, engarzado todo ello en un poderoso relato de aventuras de claras connotaciones fantásticas, con raíz en la ciencia ficción modalidad invasión extraterrestre (de nuevo), es una pura delicia. Si ya es una maravilla leer un capítulo introductorio en el cual Bruce Wayne pide ayuda a Sherlock Holmes, no menos apasionante resulta el momento en que restalla el rayo y retumba el trueno ante ese grito, que aquí solo imaginamos, de ¡Shazam!

Ambas obras gozan de una cuidada edición a cargo del autor, un placer para los degustadores de las publicaciones nacidas al amparo de la cultura popular hasta el punto mismo del juego con los seudónimos o su presentación emulando la de un bolsilibro. Hay buen gusto y mucho cariño, pero además hay un par de portadas de Sergio Bleda que aquí está, otra vez, sensacional. En especial en la cubierta de El “gang” de los monstruos con ese homenaje a Norman Rockwell que no podemos dejar de comentar y admirar: en ella vemos a cuatro de los protagonistas de este relato fabuloso enmarcados en la referencia visual más importante de la Norteamérica de la época. Un golpe genial que nos encanta de manera especial aunque tanto Bleda como Aroca ya nos están mal acostumbrando a que lo genial sea la norma.


Terminamos comentando esta terna imbatible con el cuadernillo sherlockiano, editado a la manera del clásico Baker Street Journal, dedicado a lo fantástico y “lo desconocido” en la obra de nuestro detective favorito Sherlock Holmes y lo “outré” (2007). Este se abre con El Maestro y lo “outré”, una colección breve de seis citas del canon (para los no iniciados, el canon está formado por aquellas historias de Holmes escritas por Arthur Conan Doyle) en las cuales Sherlock o Watson (este solo en una de ellas) mencionan tal término. Introducción: “No ghosts need apply” es una presentación de este cuaderno centrado, como hemos dicho, en la relación de Holmes con lo fantástico. Si bien su postura siempre fuera escéptica, en algunos casos mentados por él o Watson pudiera ser que se hubiera enfrentado a casos sobrenaturales. Quizá la más extraña de estas aventuras del canon sea La aventura del hombre que reptaba, si bien está relacionada íntimamente con un estudio o descubrimiento científico. Del todo “outré”, eso sí.

“Un extraordinario gusano desconocido para la ciencia” es un apasionante estudio sobre las diversas apariciones estelares del famoso gusano sherlockiano, uno de los casos que nuestro detective consultor jamás resolviera, en incontables relatos y artículos. Ya aquí se tiene en cuenta a Mr. Mind, el gusano de Venus que tanta guerra diera al Capitán Marvel en los años cuarenta y que Aroca ha convertido en el terrible señor Think de sus novelas y cuentos.

La “Conexión Friesland”. Lo que aconteciera a Holmes y Watson a bordo del navío a vapor holandés Friesland forma parte de esa pléyade de casos citados por el doctor, bien por boca de Holmes o bien por él mismo, pero jamás narrados o salidos de su pluma. Pasto pues de estudiosos y autores de pastiches, parece ser que según algunos de ellos pudiera tratarse del mismo barco que viera perderse el pterodáctilo que el profesor Challenger trajera a Europa según se narraba en la novela de Doyle El mundo perdido. Quizá lo más bonito de descubrir en este y en el anterior artículo de Aroca es que en ambos ya encontramos las ideas que germinarían y acabarían por convertirse en esas dos emocionantes novelas que son Charlie Marlow y la rata gigante de Sumatra y Los náufragos de Venus.

Re: Vampires, o la “Conexión Carfax” quizá sea el ensayo más prototípico del volumen: la posible relación o enfrentamiento entre Holmes y Drácula ha dado juego infinito, y las especulaciones sobre el mismo o los diversos acercamientos literarios no han dejado nunca de surgir. Cuando además tenemos un relato del canon, La desaparición de Lady Frances Carfax, que apunta a que pudiera coincidir en el tiempo la estadía del siniestro conde en Londres con Holmes investigando un caso que implica a un tal Abrahams (al cual no se tarda en asociar con Van Helsing) y a una dama apellidada Carfax, como la mansión donde se alojara Drácula en la capital inglesa, pues tenemos ya el juego planteado y a los jugadores lanzándose a una ensalada de referencias, fechas, posibilidades y coincidencias para hacerlos pasar un rato juntos. ¡Como si los autores que lo han hecho y los que lo harán lo necesitaran! Los juntarían hasta después de muertos, que para algo tanto Holmes como Drácula son expertos en esto de volver de sus tumbas. Aquí podría haber materia hasta para un Holmes contra Drácula A. D. 2250. Seguro que toma forma algún día, si no lo ha hecho ya…

El volumen se cierra con un estupendo relato, Algunos derivados del alquitrán, que nos muestra juntos a Carnacki y a Holmes, este ya retirado haciendo de apicultor aficionado. Escrito a la manera de los originales de William Hope Hodgson (comentados AQUÍ), se trata de un caso decididamente extraño y “outré”, probablemente cercano a lo “ridicule”, muy divertido y fundamental para comprender la conexión tal vez más improbable de todo el cuadernillo: la que en un momento hubo entre el investigador de lo oculto Carnacki, el maestro de los detectives y de la ciencia deductiva Sherlock Holmes y… ¡los Pitufos! Ahí queda eso. Solo Alberto López Aroca podía hacerlo.


Puedes adquirir su obra, autoeditada de manera exquisita, AQUÍ.


ELDRITCH, Norm. Cuatreros de Venus. Traducción de Alberto López Aroca; ilustración de cubierta de Sergio Bleda. Madrid: Academia de Mitología Creativa “Jules Verne” de Albacete, 2013. 102 p. Bisonte Futuro; 92.

HARLEY, Vince. El “gang” de los monstruos. Traducción de Alberto López Aroca; ilustración de cubierta de Sergio Bleda. Madrid: Academia de Mitología Creativa “Jules Verne” de Albacete, 2013. 121 p. Sherlock Holmes; 103.

LÓPEZ AROCA, Alberto. Sherlock Holmes y lo “outré”: el maestro y el mundo de lo desconocido. Albacete: Academia de Mitología Creativa “Jules Verne” de Albacete, 2007. 64 p. D. L. AB-598-2007.


La Atlántida (1919), de Pierre Benoit

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Es habitual escuchar decir acerca de un escritor de éxito, por lo general un autor de best-sellers, que el tiempo lo pondrá en su sitio, que no será recordado en el futuro porque solo pasan ese filtro temporal los buenos escritores. Siempre me ha sorprendido cómo esta majadería mayúscula es lugar común entre los defensores de una cultura de élite, de esa “buena literatura” que lo único que hace es aferrarse a varios escritores de los que nos gustan a todos (un Dickens, un Dostoyevski, un Carroll, por citar tres autores no minoritarios de “alta literatura” que me encantan, y sé que a vosotros también) para defender sus premisas. No comparto en absoluto esa idea de que el tiempo es una especie de ente con inteligencia propia que da a quien lo merece lo que no obtuvo en su momento. De hecho, lo normal es encontrar y descubrir escritores olvidados que no deberían estarlo. El tiempo no es justo: el tiempo es cruel, y si es verdad que de vez en cuando nos ofrece algún regalo lo normal es que su manto cubra por igual a los “buenos” y a los “malos”. Es como la muerte: está por encima de distinciones humanas.

Si el tiempo fuese ese filtro de calidad prometido, la pregunta es por qué hay tantos escritores maravillosos cuyas obras no hay manera de poder leer en nuestro idioma. Y sí, aquí entraría el negocio editorial, pero no solo es culpa suya. Lo que demandamos es lo que tenemos, nos guste o no, contando también, tampoco somos ciegos, que siempre hay libros de esos que intentan meternos en la cabeza con más insistencia que la colonia de los anuncios. Todo este rollo que os estoy soltando (perdonad mi presunción al utilizar el plural: de seguro aquí debería usar el singular, querido y solitario lector de este blog) viene a cuento porque si bien la novela que nos ocupa hoy no es difícil de encontrar en ediciones recientes, no sucede lo mismo con el resto de su obra. Y es una pena, pues tras leer esta prodigiosa y modélica novela de aventuras, La Atlántida (1919) de Pierre Benoit, uno desea más.

De entrada la premisa es sencilla: un par de soldados franceses en una misión de reconocimiento geográfico del terreno que les ocupará varias semanas se internan en el desierto del Sáhara y allí darán, en lo más oculto del corazón africano, con la ciudad perdida y mítica de la Atlántida. Benoit resulta fantástico en la forma en que nos hace sentir todo el aroma del desierto, toda su maravilla primigenia pero también el horror que palpita en su interior. Lo hermoso y lo terrible de la desolación se aúnan en sus descripciones precisas e intensas. Así la profunda e impresionante belleza, oscura y vibrante, de una tormenta de agua en el desierto que nos deslumbra por su fuerza, un diluvio descrito con una fiereza arrolladora. Benoit conoce al detalle de qué nos habla (vivió varios años en Túnez y Argelia) y alterna su relato con datos geográficos y lingüísticos que lejos de aburrir consiguen introducirnos de llenos en la atmósfera de la narración. Pareciera por momentos que el lector masticara arena con la boca reseca y los labios agrietados por el aire del yermo eterno.

Toda la novela está marcada por el devenir funesto de sus protagonistas, anunciado desde las primeras líneas, una historia escrita por un oficial tras escucharla de labios de otro, la cual es entregada por escrito a un tercer oficial que la cederá al editor… En fin, da la sensación de que llegamos a conocer la aventura gracias a que el tiempo, valga la paradoja, la ha sacado de su letargo como quien la extrajera de un pozo llegando a nosotros como un secreto susurrado a nuestros oídos. Para añadir verosimilitud a lo que se nos cuenta, Benoit hasta inserta de vez en cuando notas a pie de página del editor imaginado por él, un recurso excelente para explicar o aclarar cuando le conviene algún punto del relato. Tenemos pues que es el teniente Ferrieres quien comienza narrando la historia, para enseguida contarnos la que a este le narrara el capitán De Saint-Avit protagonizada por él y el capitán Mohrange, su incursión en el corazón del Sáhara hasta encontrar la Atlántida y a su reina, la bella y fatal Antinea, descendiente directa de Cleopatra, nada más y nada menos. La confesión del capitán De Saint-Avit es pues el grueso de la aventura, una narración luminosa y fantástica peo también marcada por la oscuridad y lo trágico, pues todo empieza con el hecho de que este valiente capitán asesinó a su compañero de viaje, el excelente Mohrange. Descubrir el por qué de este crimen incomprensible nos tendrá atados sin piedad al libro durante sus casi trescientas páginas. Bueno, entendedme, esto y la mágica prosa del autor.


Ya he indicado la belleza y la precisión de las descripciones de Benoit, marcándonos con su intensidad y trasladándonos al desierto primero, a la deslumbrante Atlántida después. Antes de llegar a la ciudad perdida, el relato se centra en ese viaje de los dos oficiales plagado de sorpresas y descubrimientos, siendo el momento del diluvio comentado más arriba uno de los más impresionantes. Pero hay más: no solo esa manera con la que Benoit nos hace vivir la inmensidad y la gran soledad del desierto, sino también momentos tan divertidos como cuando nuestros dos oficiales con su guía prenden en una cueva en la que han entrado para protegerse una hoguera con unas plantas que resultan ser… ¡hachís! Imaginad el viaje aún más fantástico que el autor nos narra a través de sus alucinados personajes. También he hablado de la profunda erudición que desprende la novela sobre África, en especial en todo lo relativo a las lenguas nativas y la geografía, pero también a las costumbres de sus habitantes y toda esa locura de tribus enfrentadas. Cuando nos ha impregnado de realidad y datos precisos, nos tragamos sin problemas la teoría del mar interior que antes era el desierto del Sáhara y que rodeaba a esa Atlántida que en verdad está en el continente africano sin rechistar.

Penetramos entonces en la profundidad y el misterio de la Atlántida convencidos de su implacable realidad: oculta entre una nube de montañas y riscos que la protegen y henchida de primitiva y bestial belleza. Y allí, la aparición casi celestial de Antinea, su reina, un objeto de placer al alcance de la mano, lo cual obnubila al amante elegido pues el deseo lo posee y se adueña de su sentido ante la seguridad de que podrá obtenerlo. Es una diosa que se nos entrega sin concesiones, pero en sus manos seremos arcilla y menos que barro primordial al final, objeto de coleccionismo macabro en la sala de los sarcófagos, el salón de mármol rojo, donde yacen momificados en oricalco todos los amantes de la diosa vengativa. Las ofensas a su sexo nunca serán retribuidas hasta que Antinea llene todos los nichos con los cadáveres de sus entregados amantes. Es en estas páginas cuando Benoit adopta un tono sepulcral, marcado por el horror de la tumba y el destino inevitable. Tras el deslumbramiento por la maravilla y el prodigio tomando forma, se sucede el terror de la realidad. Descubriremos qué llevó a Saint-Avit a cometer su atroz crimen, y en la huida final lucharemos con él enfrentados a lo más crudo y descarnado del desierto, una tierra donde la muerte encuentra su hábitat natural.

Entre la fascinación, la maravilla y el horror se desarrolla La Atlántida, una fantástica novela que, pese a lo que os he contado, jamás deja de ser una extraordinaria narración de aventuras en la tradición del mejor Jules Verne. Existen varias adaptaciones cinematográficas de la misma, siendo a mi gusto las más interesantes tres de ellas: la primera, dirigida por Jacques Feyder al poco de publicarse la novela, en 1921; la segunda sería la dirigida por el gran Georg Wilhelm Pabst en 1932 protagonizada por Brigitte Helm; y la tercera una cinta al servicio de Maria Montez dirigida por Gregg G. Tallas (y los no acreditados John Brahm y Arthur Ripley). De las tres escribiré sendos comentarios para la página de cine El antepenúltimo mohicanoconfío que en breve. Solo resta dejaros ya con un pequeño fragmento de La Atlántida de Benoit que creo que refleja a la perfección esa “llamada” del desierto que empuja a sus protagonistas. La traducción, con un maravilloso regusto arcaizante para nuestros ojos actuales, es obra de Rafael Cansinos-Assens.

“Desde el primer momento tenía la sensación de que caminábamos con rumbo a algo desconocido, a alguna monstruosa aventura. No en balde se viven meses y años en el desierto. Tarde o temprano, acaba éste por apoderarse de nosotros, por dar al traste con el buen oficial, con el funcionario timorato, atenuando su preocupación de la propia responsabilidad. ¿Qué habrá detrás de esas peñas misteriosas, de esas opacas soledades, que desafiaron victoriosamente la curiosidad de los más ilustres exploradores de misterios?... Y uno sigue adelante.” (p. 91)




BENOIT, Pierre. La Atlántida. Traducción y notas de Rafael Cansinos-Assens; ilustración de cubierta de Freixas. Nueva edición revisada. Madrid, Barcelona: Sociedad General Española de Librería, Diarios, Revistas y Publicaciones, S. A., 1952. 289 p.

Nuestra Señora de las Tinieblas (1977), de Fritz Leiber

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No sé por qué he leído tan poco al escritor norteamericano Fritz Leiber (1910-1992) cuando todo lo que de él ha caído en mis manos me ha encantado. En especial su relato de ciencia ficción Un cubo de aire (A Pail of Air, 1951), uno de los mejores que he devorado del género, o al menos uno de mis favoritos. Hacía ya mucho tiempo que me apetecía leer su novela de terror Nuestra Señora de las Tinieblas (Our Lady of Darkness, 1977) y me he encontrado con una obra excelente, de atmósfera absorbente y maligna y personajes muy bien definidos, que muestran una naturalidad y una personalidad que los hace no solo creíbles desde el primer momento, sino quererlos y preocuparnos por ellos. Esto de por sí es un logro sobresaliente, pero hay que añadir que en algunos momentos resulta en verdad escalofriante, así que no hace falta que insista mucho en lo que he disfrutado leyéndola.

El protagonista, Franz Westen, un escritor de historias de terror y novelizaciones de un programa de televisión dedicado a temas paranormales, Profundidades extrañas, pareciera un trasunto del propio Leiber. Ambos acaban de sufrir la pérdida traumática de sus respectivas esposas y de salir de una destructiva adicción al alcohol. Los efectos de esta aún los sacude a ambos. También era un gran jugador de ajedrez como lo es Westen, y para rematar ambos se dedican a escribir novelas de horror. Un alter ego que funciona a la perfección pues como personaje posee una vida que trasciende con fuerza la ficción. Franz está leyendo un extraño libro titulado Megapolisomancy: A New Science of Cities, Megapolisomancia: una nueva ciencia de las ciudades, escrito por el enigmático Thibaut De Castries en la década de 1890, acompañado de un breve diario que atribuye a Clark Ashton Smith. Realidad y literatura se confunden pues este moderno Necronomicón con su inventado autor vienen avalados por un personaje real relacionado con el círculo de Lovecraft. Esta sensación del lector es la que también embarga a Franz, que en todo momento se ve atrapado en ese espíritu crepuscular de sueño vívido en el que las cosas reales parecen perder sus contornos. El diario de Ashton Smith está datado en 1928, y al parecer recoge una visita de este a De Castries en su apartamento, que resulta no ser otro que el que ahora ocupa Franz. Cuando este suba a la cima de Corona Heights, una colina que domina la ciudad de San Francisco, buscando respuestas a ciertos misterios que se empiezan a mostrar a sus ojos, viviremos uno de los sucesos más aterradores de la novela cuando sepamos qué contempla desde allí con sus prismáticos. Dos veces realizaremos con él este camino y por dos veces sentiremos un estremecimiento glacial cuando Franz se lleve los binoculares al rostro y descubramos que ve con ellos en la distancia. A mi gusto, son los dos grandes momentos escalofriantes de la novela. Hay más, claro, pero en estos Leiber muestra un gran cuidado en mantener la tensión y la sorpresa para que cuando el relato nos desvele sus visiones nos produzcan un impacto inolvidable.


Son muy interesantes dos conceptos que Leiber utiliza en la novela, de los cuales se sirve para trasladar los terrores ancestrales a nuestras modernas ciudades sin que se pierda un ápice de horror. Uno es la megapolisomancia, esta cualidad de presciencia y capacidad de predecir acontecimientos, la clarividencia asociada a ciertos lugares místicos de las grandes ciudades, y el otro la metageometría neopitagórica, un invento del ínclito De Castries: “(…) una especie de matemática con la que podían manipularse las mentes y los grandes edificios (¿y las entidades paramentales?)” (pp. 113-114). Leiber se basa en esto para crear una alucinante secta de elegidos entre los que cabe contar a los mismos Ambrose Bierce y Jack London: la Orden Hermética de Ónice. Su nombre devenga tal vez como reflejo de la real Orden Hermética del Amanecer Dorado, la cual también contó en sus filas con reputados escritores como Sax Rohmer, William Butler Yeats o Arthur Machen, el cual salió de allí, recordemos, molesto porque consideraba que la susodicha Orden no era más que un grupete de crédulos que confabulaban y teorizaban con grandes palabras sobre la nada. No es de extrañar que entre ellos se contara también el fatuo Aleister Crowley, que los superaba a todos en tontuna hasta el punto de que acabaron echándolo. Todavía hoy hay quién da crédito a esta Orden y a su corpus teórico, Magick, por lo que la confusión entre fantasía y realidad se multiplica en una espiral de confusión que literariamente es apasionante. Leiber suma caos a la trama haciendo aparecer en ella a Dashiell Hammett como el último discípulo de De Castries y trayendo a colación a H. P. Lovecraft, a M. R. James, a Carl Gustav Jung y a Thomas De Quincey (una cita suya, de la cual Leiber extrae el título de la novela, abre el presente libro) en una conjunción formidable. En fin, un locurón tremebundo que nos arrastra compulsivamente sin dejarnos tomar respiro. Porque Leiber, de manera más que inteligente, sabe introducir de vez en cuando notas de humor que lejos de romper la atmósfera ominosa de su relato lo hacen más cercano y real, más vívido pues.

Es muy bonita la forma en que Leiber incide en algunas de las ideas centrales subyacentes en la novela. Así las entidades paramentales, en una pregunta que no es sino diáfana afirmación: “¿Por qué no iban a tener las ciudades sus fantasmas especiales, como los castillos y los cementerios y las grandes mansiones antiguas?” (p. 42), le dirá en una conversación Cal, la joven y bonita vecina de Franz, a este. Y la megapolisomancia, relacionando siempre los edificios de San Francisco en sus descripciones con joyas, estrellas y estructuras antiguas y milenarias. La ciudad mostrada como un moderno Egipto en el cual las pirámides serían los altos rascacielos cuyo interior no albergaría a los muertos sino a los vivos. ¡Es el terror y el horror que supuran y expanden las grandes ciudades! “En verdad, las ciudades modernas eran los misterios supremos del mundo, y los rascacielos sus catedrales seculares” (p. 74). Inteligente también aquí el ocasional uso del lenguaje religioso para potenciar el carácter esotérico y espiritual que se desliza entre las líneas de este libro magnífico. Y repito, muy divertido sin que renuncie a ofrecer excelentes momentos de puro terror.       





LEIBER, Fritz. Nuestra Señora de las Tinieblas. Traducción de Rafael Marín Trechera. Alcalá de Henares (Madrid): Pulp Ediciones, D. L. 2002. 189 p. Avalon; 2. ISBN 84-95741-19-9.

Barsoom: la revista del pulp y la literatura popular, número 20 (primavera 2013)

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No me extenderé en explicaros el tipo de literatura y las temáticas que abarca la revista Barsoom porque ya veis que sus editores lo dejan bien claro en la portada. Tomando su nombre del planeta Marte de Edgar Rice Burroughs en su saga marciana, Barsoom es hoy día una de mis publicaciones favoritas, tanto por sus apasionantes contenidos como por su apabullante apartado visual: maravillosas portadas de revistas pulp y gran cantidad de ilustraciones acompañando la selección de relatos y los artículos. De los primeros, pues ya sabéis, casi siempre títulos fascinantes que esconden relatos que no siempre lo son tanto, pero al tratarse de pequeñas antologías selectas el nivel se mantiene alto, o cuando menos no falla que en cada número uno se lleve como mínimo varias fantásticas sorpresas. Los artículos ofrecen un nivel excelente, informativos y rebosantes de amor por el género, contagiosos en su pasión. Una delicia enfrentarse a cada número, esa es la verdad, y al presentarse en cada entrega centrados en una materia suponen una clase magistral concentrada. En este número 20 serán los pulps spicy los protagonistas. Las publicaciones baratas que salpicaron sus páginas habituales de crímenes, horrores, fantasía, aventuras y viajes siderales con notas de un sexo naif e inocentón en ocasiones, pero siempre divertido y, para qué negarlo, hasta entrañable. Confieso que este número de Barsoom se me ha antojado de los mejores que he leído hasta la fecha, y eso que no hay entrega que no disfrute como un bellaco. Vamos con él.





Un fantástico número pues de la revista Barsoom dedicado a los spicy pulps, la sección más picantona de las publicaciones pulp norteamericanas, donde el erotismo naif es el rey. Chicas ligeras de ropa y hombres vestidos tal que si estuvieran en el polo, que así mandaban y lo ordenaban los editores. Y siempre sugerir, nunca mostrar. En definitiva, guarrindonguis pero sin pasarse… Las huestes de Barsoom nos presentan una entrega apasionante, muy divertida y loca donde nada más empezar ya encontramos la primera joya: el relato Trapos sucios(1934) del gran Robert Leslie Bellem, protagonizado por su personaje Dan Turner, el detective de Hollywood, toda una estrella él mismo de estas publicaciones, sin duda el más popular. Ya comentamos una recopilación de sus aventuras editada por Valdemar AQUÍ. En esta ocasión, Turner acaba envuelto en un caso de chantaje en el que una actriz ve enturbiado su brillante presente debido a una peliculita subida de tono en la cual participó antes de saltar a la fama. Turner, con su habitual desparpajo, se pondrá a resolver la papeleta. Diversión, como siempre cuando él está al mando de la acción, de manos de un Bellem que había acertado en su creación con ese tono justo entre cachondeo desaforado y novela negra al uso que le funcionaba a la perfección. Y justo a continuación, como era de prever, la redacción de Barsoom nos regala un estupendo artículo, Dan Turner y otros detectives picantes, que reúne en sus páginas a toda una nutrida troupe de detectives duros, despiadados y de eficacia a prueba de bombas que se desenvuelven sin problemas entre villanos malencarados y chicas en ropa interior venga o no a cuento. Acompañado de ilustraciones fabulosas, incluye también una página del único personaje que llegaría a hacerle sombra al mismo Turner, esta vez en forma de cómic: Sally the Sleuth, Sally la Sabuesa, dibujada con verdadero acierto por Adolphe Barreaux, que en lo que a mí respecta ha supuesto todo un divertidísimo descubrimiento. Escritores como Catherine L. Moore, Hugh B. Cave y E. Hoffmann Price entre otros estarían implicados en este caso alucinante de detectives clónicos del gran Dan Turner.

Aunque Asesinato en el Lago Iroqués (1934) no deja de ser un relato algo tontuelo e insípido perpetrado por un ilustrador habitual de estos pulps, Charles Maxwell Plaisted, nos da una idea bien diáfana de cómo las gastaban los autores del sector más verderón de la literatura popular de los 30. Le preferimos como ilustrador, eso sí. Como también preferimos disfrutar de otra fantástica aventura de Sally la Sabuesa, esta vez a toda página, lo cual nos permite apreciar en todo su valor este quizá algo tosco cómic, pero sin duda divertido y, si me lo permitís, hasta encantador. Y como no podía faltar el terror amarillo a la hora de navegar estas aguas, pues aquí tenemos a Guy Russell con Hoja de loto(1937) ofreciendo un cóctel delirante de detective súper duro con chicas en ropa interior, eso cuando visten algo, y chinos malvados que deviene tan simpático como olvidable. Lo exagerado de su trama es lo que nos ayuda a llegar al final con una sonrisa.





Más que especiados… ¡picantes! es otro sensacional artículo que recorre la historia de los Spicy Pulps. Una auténtica maravilla, repleta de documentación y datos bien expuestos, un acercamiento imprescindible para conocer y comprender el origen, desarrollo y muerte de estas publicaciones. Otra joya en este número de Barsoom en el que estos pequeños ensayos analizando este tipo específico de pulps suponen un verdadero regalo para el amante de las mismas. Sigue la novela inédita La aventura perdida de Tarzán de Edgar Rice Burroughs que se viene publicando por entregas, aquí la novena. Y en el afán completista de presentar obras de Robert E. Howard también inéditas en español, se incluye una historia del personaje por él creado John Gorman. Partiendo de un fragmento y una sinopsis, Mark Cesarini y Charles Hoffman dieron forma, por decir algo, en los años 80 a Las gatas de Samarkanda (1984), un relato que se me ha antojado insoportable, con referencias mal llevadas (no se da vida a un personaje por la simple mención de su nombre, como sucede al recurrir a otro héroe de Howard, Steve Corcoran) y una narración apresurada carente de la más mínima atmósfera y encanto. Lo peor con diferencia de este número, una cacafuti que poco honor hace al legado de Howard, pero que pese a su impotencia narrativa y su soporífera trama no ensombrece el resto de contenidos.




En los habituales portafolios dedicados a ilustradores pulp que suele incluir Barsoomen sus páginas, esta vez es el turno del excelente portadista H. J. Ward y del ilustrador (del que poco antes hemos podido leer una de sus pocas incursiones literarias) Charles Maxwell Plaisted. Cabe destacar el impresionante trabajo de Ward, el N. C. Wyeth de las publicaciones pulp, sin duda. Negro asesinato (1935), firmado por Carl Moore (no está probado que sea un seudónimo de la escritora Catherine L. Moore), es un exagerado y desarmante relato que aúna vudú haitiano, chicas semidesnudas en trance hipnótico, sacerdotes y sacerdotisas malvados y el héroe salvador de turno. Morbosillo y oscuro, su ingenuidad no juega a su favor (por una vez) y acaba resultando una curiosidad simpática pero intrascendente. Ya, ya sabemos que no se trata de otra cosa, pero con las mismas intenciones nació el siguiente que comentaremos y sin embargo sí que es un cuento de esos que se recuerdan.



Murciélago humano(1936), de Lew Merril (sobrenombre del gran Victor Rousseau), es un completo dislate en el que, aquí sí, su ingenuidad lo ayuda de manera notable. La idea central del relato es sencillamente imposible: un hombre que se cree un murciélago y, vete a saber por qué, necesita alimentarse de la sangre de jóvenes desnudas. Lo más bonito de este delirante y decididamente loco cuento es que adopta el punto de vista del protagonista, esto es, está narrado en primera persona por el murciélago humano del título. Acaba resultando tan divertido como macabro, y a mi gusto es uno de los mejores incluidos en esta en verdad excelente entrega de Barsoom. En El botín del Kurdistán (1935), escrito por otro grande de los pulps, E. Hoffman Price, un fornido héroe repartiendo ñoños sin compasión y una joven con una preocupante facilidad para perder la ropa son los protagonistas. Un relato de aventuras que, en fin, no deja de contarnos lo de siempre con un Price que no se muestra tan inspirado como en otras ocasiones. Por supuesto lo leemos con placer, aunque confieso que ha pasado ya un tiempo desde que lo leyera y soy incapaz de escribir una línea acerca de su trama. ¡La he olvidado por completo, ay! No así Con “M” de misterio, otro sensacional artículo firmado por la Redacción de Barsoom. Los Spicy o relatos picantones acabarían invadiendo de una forma u otra todos los géneros que habitaban felices en los pulps. Las publicaciones de Weird Menace, las más cercanas al género negro, caerían pronto en la red. Nace así en 1935 Spicy Mystery. Se nos ofrece aquí todo un documentado repaso a esta publicación acompañado de una selección de impactantes y magníficas portadas de Hugh Ward.



Y nos adentramos ya en la sección dedicada a la ciencia ficción. El tramo final de la revista se centra en este género pero en su versión erótica, nacida ante el auge del éxito de los otros pulps spicy. Aunque permanecen dudas, parece que tras el nombre de Lew Merril se ocultaba el fantástico escritor Victor Rousseau, que hace doblete en este número con El despertar de los robots (1940), un cuento entretenido sobre la tópica revolución frente a la tiranía y demás, con la curiosidad de que quienes se sublevan son robots que empiezan a sentir, padecer y amar como los humanos. Y también a desear ya sabéis qué, aunque en la ciencia ficción lo picantón siempre fue menos evidente que en el resto de los géneros. O así al menos nos lo explican en otro fantástico artículo, La ciencia ficción picante, en lo que sin duda compone el punto fuerte de este número 20 de Barsoom, los artículos. De nuevo nos ofrecen una absoluta maravilla que nos lleva a la época en un parpadeo y nos retrata el mundo de este tipo de publicaciones de forma diáfana y apasionante. Con el relato Shawn de las estrellas (1940), de Hugh Speer, se cierra la revista. Una opereta espacial breve y predecible desde su primera línea hasta la última. Tampoco destaca de manera especial por los tontuelos escarceos seudo eróticos que ofrece. No importa demasiado: hemos llegado felices, que nadie malinterprete esto, al final. Y esperamos ansiosos nuevas entregas de Barsoom.  


BARSOOM: la revista del pulp y la literatura popular. Número 20. Primavera 2013. La Hermandad del Enmascarado. 100 p.

El fantasma de la Mansión Guir (1897), de Charles Willing Beale

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A finales del siglo XIX y durante buena parte de principios del XX lo paranormal era una moda: el contacto con espíritus desencarnados del más allá alrededor de una mesita de té, la reencarnación, las teorías filosófico-religiosas (con la Teosofía como gran estandarte de lo novedoso), la fotografía de fantasmas y hadas (con el caso de las hadas de Cottingley de Arthur Conan Doyle como ejemplo de uno de los más encantadores engaños en el que el magistral escritor creyó como un niño), alegatos contra las horrorosas falacias de la ciencia y un sinfín de gurús e iluminados que animaban las veladas de las clases acomodadas demostrando sus poderes extrasensoriales (como así podemos ver reflejado, por ejemplo, en la novela de 1920 del gran E. F. Benson Reina Lucía) o bien solamente estando allí plantados poniendo cara de saber mucho y no poder compartir nada con el vulgo. Todo este maremágnum llegó, ya se ha apuntado, a la literatura. En ocasiones como decorado necesario en el devenir de la historia, en otros como eje motor de la misma, novelas y relatos insuflados, nunca mejor dicho, por este efluvio espiritual que los convertían casi en tratados esotéricos más que en obras narrativas. Es el “realismo espiritista”, término que Óscar Mariscal, también traductor de la novela, nos explica y sitúa en el tiempo en un excelente prólogo. Término que en nuestro país acuñara ese estudioso del género al que es imposible no amar si se ha leído su Historia natural de los cuentos de miedo(1974), el gran Rafael Llopis. Mariscal nos regala una antesala perfecta para enfrentarnos al relato de Charles Willing Beale (1845-1932) con toda la lección aprendida. Y no solo eso: esta edición incluye un artículo del mismo H. P Lovecraft, A propósito de los denominados “fenómenos paranormales” (1931), donde da buena cuenta de las patrañas espiritistas y de su abuso en la literatura de horror, algo que el de Providence detestaba, y, como nota curiosa, un apéndice firmado por el mismo Mariscal, Las casas de duendes de Providence. Todo un arsenal acompañando la obra de Beale que se agradece infinito y que demuestra el cariño con el que ha sido realizado este libro. Beale escribió multitud de artículos sobre la materia, era teósofo, seguidor de Madame Blavatsky, y autor de dos novelas: la presente El fantasma de la Mansión Guir (The Ghost of Guir House, 1897) y la posterior The Secret of the Earth (1898).


El fantasma de la Mansión Guir tiene un punto de partida intrigante y divertido que nos atrapa sin remedio: el joven Paul Henley recibe por error una carta en la cual se invita a alguien con su mismo apellido a visitar la mentada Mansión Guir, y como la misma va firmada por quien él imagina, no sin calibrar los riesgos de que quizá se equivoque en su apreciación, una bella joven, Dorothy Guir, quien jamás ha visto en persona al destinatario de su misiva, el atrevido y algo aburrido Henley decide hacerse pasar por él y acudir a la cita aceptando la invitación. En fin, quizá la joven no sea tan hermosa como él espera y la aventura no merezca la pena, pero con la idea de que si ella no le agrada en un primer vistazo puede alejarse sin que la joven pueda saberlo jamás, se anima a llevar adelante su descabellado y travieso plan. La Mansión Guir está perdida en el confín de la Tierra, que diría nuestro amado Hope Hodgson, pero cuando Henley llega a su destino y ve esperando allí a Dorothy Guir queda irremisiblemente prendado de ella. No es para menos: Beale realiza un retrato de la tan hermosa como extraña Dorothy que a ver quién es el mastuerzo que no se enamoraría como un loco de la singular joven. El pobre Henley se ve así impelido a continuar su farsa con el inconveniente de que no sabe nada acerca de la vida de Dorothy, debe moverse a ciegas y con extrema cautela para no descubrir su juego, y su intriga es la nuestra porque en verdad que Dorothy es extraña y fascinante, y más aún lo es su tío Ah Ben, un trasunto del propio Beale (nuestro autor era un firme practicante de la meditación trascendental y el hipnotismo), y todavía más si cabe misteriosa es la propia Mansión Guir en la que viven. Beale crea así una escenario que se mueve entre lo cotidiano y lo irreal con una facilidad fantástica y un secreto poderoso que, si bien se adivina pronto en qué consiste, nos atrapa sin remedio precisamente por ello.

Narrada casi como si nos fuera contada en voz baja una noche de frío invernal, huyan de ella pues los que gusten de emociones fuertes y sorpresas de las de darte vueltas los ojos (parece que no otra cosa es válida en estos tiempos, y nada más lejos de esta novela en la que su único secreto, como ya he comentado, se adivina con facilidad pues ni tan siquiera se hace el esfuerzo de ocultarlo en demasía), El fantasma de la Mansión Guir se mueve con delicadeza entre la novela romántica más elegante, el cuento de fantasmas moderno y el relato espiritista, esto último en las partes de la novela en que Ah Ben le explica a un fascinado Henley los secretos de la otra vida. Una vida siempre superior, claro está. Aunque sus teorías sobre lo que nos espera tras la muerte se me antojan un dislate de los gordos, hay que reconocer que las visiones de la ciudad de Levachan, allí donde viven las almas superiores, son hermosas, aunque resulta curioso que ese otro mundo nos sea descrito como la típica ciudad oriental a lo Bagdad que conocemos por tantos relatos y películas de aventuras. Lo exótico y lo extraterrenal se aúnan en un cóctel que nos encanta pero que ayuda poco a dar credibilidad a los planteamientos teosóficos de la novela. Pero da igual, no reside aquí su valor. Lo que más nos ha atrapado de este relato sencillo pero conmovedor es la amistad que surge entre esos dos hombres tan distintos como son Ah Ben Y Paul Henley, y la en verdad hermosa y conseguida historia de amor entre este y Dorothy Guir. El hálito melancólico que impregna sus páginas se comparte de corazón, sus breves instantes de efusividad resultan contagiosos y la envolvente atmósfera espectral y fantasmagórica nos hace avanzar en la lectura con todo el placer que puede provocar el mejor de los relatos de espectros. Unos fantasmas consumidos por la tristeza y el dolor, pero con la resignación que dan los años, la soledad y la comprensión de cuál es su destino. Fantasmas atrapados en un sueño de melancolía crepuscular que nos atrapan con el velo fascinante de lo extraño, de lo diferente que se desvela como igual en espíritu a nosotros.          



BEALE, Charles Willing. El fantasma de la Mansión Guir. Epílogo de H. P. Lovecraft; introducción y traducción de Óscar Mariscal. Santa Úrsula: 23 escalones, 2012. 160 p. ISBN 978-84-15104-54-4.
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