Quantcast
Channel: La décima víctima
Viewing all 170 articles
Browse latest View live

Planet Stories (1939-1955) [segunda parte]

$
0
0



Continúo comentando esta fantástica antología de relatos de la mítica revista pulp Planet Stories. Ahora toca escribir un poco sobre James McKimmey, Jr. Este escritor que logró cierto reconocimiento como autor de novela negra ha supuesto el gran descubrimiento para mí en este libro. Quizá un rasgo heredado de sus, al parecer, duras y directas obras de dicho género, traslada sus diálogos cortantes y las situaciones de gran tensión a la ciencia ficción. En los tres relatos suyos aquí presentados destacan como rasgos característicos los pocos personajes que los protagonizan, dos o tres a lo sumo por cada uno, y los fuertes y despiadados enfrentamientos entre ellos. Pero la ciencia ficción no solo es el decorado para lanzar a sus personajes a duros conflictos. Es lo que viven en su entorno, la situación explosiva que genera la llegada de los protagonistas a planetas siempre hostiles, lo que prende la llama del enfrentamiento a muerte, del odio, de la envidia y el rencor. Son cuentos dominados por la furia y una oscura visión de lo que supone el hombre para el mismo hombre.

Así acontece en Las tierras soñadas (1953), que plantea el cruento choque entre un veterano viajero espacial y un novato. El accidente que los lleva a estrellarse en un planeta del que ya jamás podrán salir es el incidente que los enfrentará al final. La tensión explotará en un duelo desesperado y sin piedad solo aguado por la consabida “sorpresa” en el desenlace. Mientras, McKimmey hace del sueño de la conquista espacial un nido de odio que supura tensión y violencia en cada línea. Es un cuento excelente en el que el autor nos ofrece su visión tenebrosa de la vida: allá donde vaya, por muy lejos entre las estrellas que llegue, el hombre arrastrará consigo todas sus miserias. Y esto es lo que prevalecerá por encima de sus propios sueños.


No hay lugar para la sonrisa en los cuentos de McKimmey, y el excepcional Esqueletos en el espacio (1954) viene a gritárnoslo sin hacer concesiones. De nuevo dos viajeros espaciales que van a dar con sus huesos, nunca mejor dicho, en un planeta hostil. Ante el peligro, los humanos en lugar de dejar a un lado sus diferencias y hacer causa común se enfrentarán aún más. Hostigados por unas formas de vida alienígena que hubieran hecho las delicias del mismo Stanislav Lem, McKimmey desarrolla su breve historia con auténtica furia contenida llevando a sus protagonistas hacia la oscuridad más abisal. No hay esperanza, solo ironía macabra desde el propio título. Un relato fantástico, un puñetazo en pleno rostro que duele y sorprende más aún en un libro dominado por un sano cachondeo y un espíritu lúdico constantes. Cuando la cosa se pone seria, cuidado: se pone seria de verdad.   


El tercer relato de McKimmey incluido en la antología, y por mí podrían haber sido otros tres más, es El planeta feo (1954). Y de nuevo nos encontramos con un accidente en el espacio profundo que lleva a los humanos a encallar en un mundo inhóspito. En esta ocasión el autor deja a un lado sus enfrentamientos a dúo para ofrecernos… ¡un enfrentamiento a trío! La misma violencia contenida en cada frase, el mismo carácter que nos muestra incapaces de un pensamiento noble o una buena acción. Sin duda es el más flojo de los tres relatos, pero más que nada porque los anteriores son muy buenos. Una sorpresa final que si bien no es nada “sorprendente”, incide en la naturaleza despiadada del género humano. Más oscuridad llevada con pulso firme por McKimmey sin el más ligero temblor más allá del que provoca en el lector.


Un poco a la manera de McKimmey, pero sin su intensidad, en La despedida de Bunzo(1953) Charles V. De Vet nos presenta a dos humanos, un forajido y su perseguidor, que van a dar con sus huesos en un planeta habitado por criaturas más que extrañas. A pesar de no estar logrado del todo, el relato sí que consigue que la sensación de peligro resulte agobiante. Llegó un momento mientras lo leía que casi le gritaba a sus protagonistas que salieran pitando de allí mientras pudieran, tonto que es uno. Pero no me escucharon, tontos que ellos fueron. El final, esta vez sí, resulta sorprendente. Y consigue incomodar por su violencia y sordidez. Vamos, que me ha encantado.


Marte contra Bisha(1954) es uno de los muchos relatos que Leigh Brackett ambientara en ese planeta Marte tan inspirado en el de Edgar Rice Burroughs. Plantea una bonita historia de amistad entre una niña marciana repudiada por su tribu y un doctor del planeta Tierra que la acoge. El doctor está desarrollando una investigación científica en una zona alejada de la colonia terrestre, él también exiliado por su afán de seguir con su trabajo. Brackett nos muestra cómo dos criaturas despreciadas e ignoradas por todos se unan para sobrevivir, y también el drama que se genera porque la supervivencia quizá no sea posible para ninguno de los dos. Un cuento emocionante, incluso hermoso en algunos destellos ocasionales.

Con Los fusileros de Narakán (1954) de Jan Smith (George H. Smith) la antología vuelve a la senda de la space opera más tradicional, de corte bélico, pero de nuevo atravesada por una fantástica veta de humor que a poco que guste el género (cualquiera de los dos, la verdad: tanto el de la ciencia ficción como el humorístico) no se puede leer sino con una profunda simpatía. Todo un honesto disfrute, un cuento entretenido en el sentido más lúdico de la palabra, tan disfrutable como la golosina que nunca deja de ser. Más adorable aún porque si en un principio se prometía como la típica historia en la que se demuestra la supremacía del blanco anglosajón hasta por encima de especies extraterrestres, sin abandonar nunca en parte esta perspectiva ofrece un no por esperado menos emocionante desenlace.


En fin, vaya ramillete extraordinario de cuentos. Así que nadie se sorprenda si después de todo alguno no me termina de gustar. ¡No se podía acertar con todos! Y El paria púrpura (1954) de Byron Tustin es de lo que menos me ha llegado. Como hace McKimmey en los suyos, nos encontramos a dos humanos que por accidente van a parar a un planeta imposible. Sin embargo aquí el enfrentamiento entre ellos es blando y la historia carece de interés. El extraterrestre es una criatura chocante, le concederemos eso, pero si cuando el estilo no brilla además la trama no acompaña, poco hay que hacer.

La abuela Perkins y los piratas del espacio (1954) de James McConnell es la típica historia de la viejecita metomentodo que pone en jaque a todo el mundo. No solo a los piratas del título, sino a la flota espacial terrestre al completo. Bueno, casi. Más que la trama en sí, bien conocida ya, si se hace destacar es porque consigue dar auténtico hálito a los personajes tipo con los que se maneja. Esos piratas nos resultan terribles pero al tiempo son entrañables. Y la viejecita, pese a ser una pesada de cuidado, qué demonios, seguro que tú también la acababas adoptando como mascota en tu tripulación.


No es Algis Budrys uno de mis escritores favoritos de ciencia ficción, me gustaría empezar diciendo. Y el relato de su autoría incluido en esta selección, Jaula de mil alas (1955), no ha ayudado a que me retracte. Y eso que tiene un original punto de partida: un cazador de renombre en toda la galaxia resulta que… Bueno, no puedo decir nada que os reviento la sorpresa. Lástima que el afán por resultar así como poético y elegante de Budrys no resulte en absoluto. Al menos para mí. Pretencioso y pobretón, si esta misma historia hubiera tenido como objetivo eso mismo, contarla, y no hacer un ejercicio de más altura quizá, y digo que solo quizá, me habría gustado. Pero entonces no sería este el cuento. Y tal vez no me hubiera resultado tan aburrido e intrascendente. Budrys tiene sus seguidores, algo le verán y seguramente me equivoque, pero así es la vida.


Y la antología se cierra con un relato incluido en el que fue el último número de la revista, el correspondiente al verano de 1955. Polvo al polvo de Lyman D. Hinckley transcurre en una ciudad abandonada y extraña en un lejano y desconocido planeta. No hay lugar más cautivador y fascinante en el que desarrollar un buen relato de ciencia ficción. Lástima que se desaproveche el esfuerzo imaginativo del autor en una historia que en ningún momento logra mantener el interés.

En conjunto, una antología esta de Planet Stories excelente en la cual los relatos más conscientemente divertidos contagian su sentido de la maravilla y los más oscuros logran transmitir toda la desazón del enfrentamiento con lo desconocido. Aunque en ocasiones lo desconocido sea nuestro igual.  

PLANET Stories (1939-1955). Selección y traducción de Francisco Arellano y Carlos Sáiz Cidoncha; notas de Francisco Arellano. Colmenar Viejo (Madrid): La Biblioteca del Laberinto, 2012. 444 p. Delirio, Ciencia-Ficción; 55. ISBN 978-84-92492-68-8. 

Keeler News, nº 81

$
0
0


Ya está disponible el nuevo número, el 81 (abril de 2013), de Keeler News, la publicación editada por Richard Polt dedicada al escritor Harry Stephen Keeler. Puedes descargarla gratuitamente AQUÍ. En la misma página de la Harry Stephen Keeler Society puedes solicitarla en papel y también hacerte con todos los números anteriores. Esta es la publicación fundamental para saberlo todo acerca de uno de los escritores más extraños y originales de todo el orbe literario. 

En este fantástico número encontraremos un artículo de William Gillespie sobre cómo construyó su novela Keyhole Factory siguiendo el método de composición en red diseñado por el propio Harry Stephen Keeler. Se incluye el alucinante mapa de la enrevesada, imaginamos, trama. ¡Ojalá algún editor español se anime a publicarla!


A continuación, un artículo de Richard Polt, The Prestidigitations of "Alphabet" Keeler, la historia de Pierre Louie Ormand Augustus "Alphabet" Keeler, tío de Harry y famoso espiritista. Hablaba con los muertos y comunicaba sus mensajes por escrito. De paso, se nos da noticia también del hermano de "Alphabet", William M. Keeler, que los fotografiaba. En fin, la familia de nuestro admirado Harry parece salida de su imaginación esquinada y fantástica.


Sigue una reproducción de una página de The Occult Digest de mayo de 1929 en la que se incluía una reseña de la novela de Harry Stephen Keeler Las gafas del señor Cagliostro.

En A Special FindRichard Polt nos cuenta detalles de cómo ha encontrado y en qué estado se halla un ejemplar de Find the Clock, edición de Hutchinson, el primer editor de Keeler, de 1927. 

Esta entrega termina con la sección habitual de cartas, la lista de nuevos y retornados miembros de la Harry Stephen Keeler Society y la siempre genial A Sentence from the Master

Y de regalo, la portada reproduciendo el póster de la película que la Monogram Pictures realizó adaptando Noches de Sing Sing. ¡Imprescindible! 



EAM # 41: El cigarro de la locura, de Louis Gasnier (1936)

$
0
0


Nada, no hay manera de que ponga al día en este siniestro blog mis comentarios para la página de cine El antepenúltimo mohicano. Pero bueno, algún día lo conseguiré. Hoy dejo aquí el que escribí para El cigarro de la locura (Reefer Madness / Tell Your Children, 1936), de Louis Gasnier (a veces Louis J. Gasnier). Puedes leerlo 


Una explotation movie que con la excusa de pontificarnos sobre lo mala que es la marihuana en realidad nos ofrece todo un catálogo de imágenes y escenas que el Hollywood comercial no podía mostrar ni por asomo. Aunque fumar es lo peor que te puede pasar, en realidad hay momentos en que resulta bien divertido. Sobre todo si antes se ha estado haciendo el loco bailando rocanrol.


También puede llevar a que uno se tome más alegremente las cosas esas del sexo. Todo vale si sirve para mostrar alguna que otra escena subida de tono, que es lo que de verdad importa en este tipo de pelis. ¡Por eso nos gustan!  


Es indispensable que alguna bella joven se cambie las medias ante la cámara. Exigencias del guion, ¡qué os habéis creído!


¡Y anda que no se le ponen a uno caras divertidas mientras fuma! Es la pasión desenfrenada. Qué lástima que tanta diversión siempre acabe en crimen y violencia. Gratuitos, claro está. 


Lo digo desde ya: no se trata de una buena película, pero me gusta. A día de hoy todavía sigue generando críticas y burlas, pero lo increíble es que quienes así lo hacen es porque se la toman en serio. Como ya he comentado, se trata de una película de explotación que solo busca sacar dinero mostrando conductas extremas, hoy en su mayoría de una inocencia sonrojante, que el Hollywood de serie A no podía mostrar tan a las claras: estamos en el segundo lustro de los años 30, con el Código Hays funcionando a toda pastilla. Mostrar a la gente consumiendo drogas era un delito. Pensar que esta película y todas las de su estilo tenían cualquier visto bueno oficial o que eran asesoradas por médicos serios es un dislate. Se estrenaban en tugurios, en cines de extrarradio o en pequeños pueblos, nunca en salas grandes o importantes. Los sinvergüenzas que las producían, conocidos en el mundillo del cine como "los 40 ladrones", solo buscaban sacar pasta tocando todos los temas tabú que se les ponían por delante.


Y lo dicho: para mostrarlos, había que hacer como que se estaba criticando aquello que querían enseñar. Por eso hay tan poca credibilidad en el ataque a la marihuana: ¡porque les importaba un soberano pepino si era exagerado o no! Lo importante era dar lo que el cine de producción normalizada no podía. Así que no te extrañe que si fumas, pues bueno, pongamos que te conviertes poco menos que en un criminal. Y los remordimientos te harán la vida imposible.


La policía intervendrá y pondrá fin a desaguisados imposibles. A todo esto, nunca he leído nada sobre los bonitos y expresionistas planos que de la nada, con un presupuesto miserable y rodando a velocidad de crucero, consigue plasmar Gasnier en el interrogatorio policial. Muy breves, de acuerdo, pero es un bonito regalo para el espectador justo allí donde uno no esperaría encontrar nada. 


Y qué queréis que os diga, Gasnier me produce más respeto que cualquiera de los zampabollos de moda que ahora le gustan a todo el mundo y que en el fondo no dejan de ofrecer lo mismo pero a precios millonarios. ¡Decidle esto también a vuestros hijos!


Los habitantes del espejismo, de Abraham Merritt (1932)

$
0
0
   
Ahora que asistimos a una cierta revalidación de la literatura de fantasía, en especial gracias a esa serie de televisión que ve todo el mundo basada en la obra aún inconclusa de George R. R. Martin, Canción de hielo y fuego, es bonito recuperar a los ancestros del género. En esta ocasión a los ancestros más pulp, no por ello menos importantes, entre los que podemos contar al gran Abraham Merritt. Un género que antaño sabía mezclar la oscuridad de tramas llenas de peligros y maldiciones ancestrales sin cuento con la luminosidad de las aventuras trepidantes y vitalistas protagonizadas por unos héroes y heroínas de marcado carácter positivo. Podían tener su faceta oscura, como los de ahora, pero a diferencia de estos sabían luchar contra sus fantasmas en lugar de enorgullecerse de ellos. Las batallas eran cruentas y despiadadas aunque sin esa nota de verismo feísta tan del gusto actual. En fin, ambas caras del género tienen grandes valedores, y si bien la serie de la HBO se me antoja una cacafuti importante la obra de Martin es un placer. 

Los habitantes del espejismo se publicó por primera vez en 1932 en seis entregas en la revista Argosy, la habitual de Merritt. Conocería reediciones posteriores, destacando las de 1941 y 1949 porque venían acompañadas con ilustraciones, originales para cada ocasión, del fantástico Virgil Finlay. Javier Jiménez Barco cuenta con detalle todas las vicisitudes editoriales en la estupenda introducción: Tentáculos negros y mundos perdidos. Así mismo también nos cuenta de la relación entre Merritt y Lovecraft, la cual no se limita a la evidente influencia del segundo en esta novela, sobre todo en la aparición de un tremebundo pulpo que hasta en el nombre nos recuerda a Chtulhu, Khalk’ru, el señor del vacío, el cual procede, atención, de un universo paralelo. Si a esta terrible aparición de un ser abominable se le suma que dispone de toda una civilización perdida que lo adora y otra que lo teme, pues ya tenemos los ingredientes perfectos para la más desaforada de las aventuras.   

Merritt lanza a sus héroes a una tierra perdida oculta entre las montañas de Alaska. Esto en sí ni en la época suponía nada nuevo, pero la imaginación de Merritt es un prodigio y se las ingenia para que el viaje siempre tenga algo de maravilloso. Aquí será que esta tierra olvidada se encuentra aislada del resto del mundo no solo por un infranqueable muro rocoso, sino además por un manto ilusorio formado por un espejismo. Una idea hermosa que Merritt nos retrata con delectación y cuidado. La bruma de su relato es la bruma de la fantasía, de ese mundo que está creando y al que nos va a arrastrar a poco que confiemos en él.


El descubrimiento y el descenso a este oasis ancestral se llevan a mi gusto algunas de las mejores páginas del libro. Una vez allí, primero encontraremos a la gente pequeña, unos seres insufribles que se pasan el día bailando y tocando el tambor, del tamaño de niños y de color dorado, que resultan de lo más cargante. Y su empalagosa líder, la bella semi salvaje Evalie, esta de tamaño grande para que el héroe no tenga problemas a la hora de conquistarla. La historia es mucho más interesante cuando traslada la acción al bando de los malvados seguidores del súper pulpo cuántico (o así). Estos son unas criaturas bellas, altas, rubias y de ojos azules, de ascendencia nórdica, y encima casi todos ellos… Bueno, ellas más bien, porque casi todas son chicas medio desnudas. Eso sí, de armas tomar, guerreras feroces que no conocen el miedo. Vamos, la fantasía de cualquier lector de fantasía, valga la redundancia porque no puede ser más veraz. Lobos, un lago habitado por espectros (al que se le podría haber sacado más juego), una explicación lógica al mito de Thor y su poderoso martillo y una espectacular y sangrienta batalla final que se sigue con auténtica expectación y temor completan un tapiz mucho más emocionante que el anterior.

A pesar de su desprejuiciado carácter de aventura plagada de maravillas Merritt seguía con atención las noticias y novedades científicas, siendo así que varias de ellas sirven de soporte “real” a lo increíble de sus tramas. Para conocer al detalle sobre la ciencia en esta novela de Merritt recomiendo este breve pero contundente artículo de Anthony Baillard: Leyendo ciencia en… Loshabitantes del espejismo.  


Como ya he comentado, hay momentos en los que la novela pierde algo de fuerza, en especial en la parte dedicada a describir la vida feliz de la gente pequeña, si bien debo reconocer que después de todo es algo necesario pues Merritt sabe que para hacer tangibles sus civilizaciones imposibles debe hacérnoslas sentir cercanas, o al menos que podemos conocerlo todo acerca de ellas. Solo así lo que a sus protagonistas pueda sucederles llegará a importarnos. Las páginas dedicadas a los malos dejan claro que ya incluso en esos años tampoco todo era tan maniqueo como al principio se daba a entender, y que esto de los caracteres que gozan de luces y sufren sus sombras es algo ya viejo en el género. Merritt lleva con pulso tenaz y sin respiro la parte poderosa de la novela, la de la confusión y posesión de personalidades, la de los seres abisales que reclaman su tributo en forma de sacrificios de jóvenes a punto de dar a luz, de batallas encarnizadas a martillo y espada y sanguijuelas gigantes y lobos hambrientos devorando los despojos de la lucha. No pedimos más porque no otra cosa puede exigírsele a Merritt. Era esto lo que sabía hacer. Y lo hacía bien.

MERRITT, Abraham. Los habitantes del espejismo. Introducción y traducción de Javier Jiménez Barco; ilustraciones de Virgil Finlay. Bilbao, Madrid, Barcelona: La Hermandad del Enmascarado, 2008. 300 p. Los libros de Barsoom, Zona Weird; 1.  







Los mares grises sueñan con mi muerte, de William Hope Hodgson (tercera y última parte, 1907-1996)

$
0
0


Pues entramos ya en las aguas de la tercera y última entrega de este comentario repasando los cuentos de William Hope Hodgson recopilados en este volumen maravilloso y fundamental editado por Valdemar en su colección Gótica.

El regreso al hogar del Shamraken (1908) es un relato hermoso y emocionante en el cual la tripulación del viejo barco Shamraken, ancianos casi tan venerables como el propio navío, navegan hasta hallarse ante lo que parecen las mismas puertas del Cielo. Envueltos por una extraña niebla de color rosado, fascinante e irreal, avanzan a través de ella más felices de encaminarse al Paraíso y reencontrarse con sus seres queridos fallecidos hace mucho ya que atemorizados por el incomprensible fenómeno atmosférico. Pero la realidad les golpeará con rudeza. Hasta en los momentos más eufóricos y ensoñadores el puño de la desolación y la realidad aparece para borrarlo todo. Hodgson no consiente un final del todo feliz. Aunque en ningún momento deja de ser hermoso.

Y vamos ahora con un bloque de cuentos que José María Nebreda ha agrupado bajo el título Cuentos de misterio en el mar. Este epígrafe deja bien claro lo que a continuación nos vamos a encontrar. Estamos ya en la parte final del volumen y hay que decir que entre los relatos que restan ya no encontraremos ninguna obra maestra ni conmovedora del calibre que hasta ahora nos ha sido dado disfrutar. Pero esto no significa que no tengamos por delante unas cuantas horas de verdadero goce hodgsoniano. El libro se acaba y un sentimiento de pérdida horrible empieza a embargarme. Siempre puede uno volver a releerlos, claro, pero esta es la primera vez en que uno puede hacerlo así, de seguido, y al llegar al final sentimos que algo maravilloso está llegando a su fin. Leí estos últimos cuentos con un inevitable sentimiento de nostalgia.

En El salvaje hombre de mar (1918) Hodgson nos revela una historia de brutalidad, crimen y superstición entre la marinería de un barco. Pero también la historia de la amistad entre un experimentado y sabio marino y un joven e inexperto grumete. Por desgracia se impondrá la bestialidad que no comprende ni acepta lo que es de verdad humano. Como he comentado, con este se inicia la parte dedicada a cuentos en el mar pero con tramas realistas. Alejado del fantástico Hodgson quizá no resulta tan genial, aunque sí siempre entretenido y emocionante.

Lingotes (1911) es un claro ejemplo de esto: un excelente relato de fantasmas que acaba convertido en una historia de misterio y robo increíble. Aunque la magnífica atmósfera espectral que Hodgson construye con una facilidad magistral se diluye al final, el tono desenfadado que tiene desde el principio lo hace simpático y siempre muy entretenido, conjuntando a la perfección terror, emoción, misterio, aventura y cierto sentido del humor muy amable.

Piadoso rescate(1925) es un relato de aventuras en el que se nos narra el rescate de unos jóvenes condenados a muerte. Es entretenido, aunque sin la pulsión de los mejores cuentos de Hodgson. Late a un ritmo más prudente y menos original, si bien los toques de violencia y crueldad no dejan de estar presentes: el peor enemigo del hombre no siempre son criaturas surgidas del abismo, sino a veces el propio hombre. Resultan curiosos los errores de localización de Hodgson. Quizá el trato con la realidad le hiciera temblar el pulso. Y también la guerra y sus horrores como antesala funesta del que sería su propio final.

Escrito con el estilo de un artículo periodístico, Los fantasmas del Glen Doon(1911) asemeja un informe de un hecho en apariencia sobrenatural, pero carece de la intensidad de las mejores obras de Hodgson. Pareciera que cuando la angustia y el horror no son los sentimientos dominantes su estilo se aplacara y se volviera convencional. No deja de resultar curioso cómo en el fondo nos está narrando la típica historia de una mansión encantada por fantasmas de personas que murieron de forma trágica allí, salvo que la mansión es el cascarón abandonado de un barco y los muertos son marineros ahogados. Un joven ricachón se apuesta a que pasará la noche en su interior y desvelará que las habladurías sobre el barco encantado no son más que eso, cháchara banal. En mala hora se le ocurrió pensar así, si bien lo irónico es que tampoco andaba muy descaminado en sus suposiciones. Un relato vencido por lo convencional de su tratamiento pero que en manos de Hodgson deviene un entretenimiento más que digno.

La leyenda de una isla en la cual los piratas ocultaban sus fortunas alimentadas por la rapiña y el robo es el eje central de La isla de las tibias cruzadas(1913). Es un relato de aventuras que no brilla como sí lo hacen las historias de horror de su autor, pero resulta de nuevo muy entretenido. La descripción de la isla, con su fondeadero oculto, y la locura del marinero que ansía para sí todas las riquezas escondidas quizá sean los puntos más interesantes de este, en definitiva, buen cuento.

Los tiburones del St. Elmo (primera publicación: 1988) es un relato que se desenvuelve entre lo cruel y lo macabro, y que nos regala la inolvidable imagen de un pequeño barco mixto (a vapor y vela) rodeado por millones de tiburones. El barco se halla varado en calma chicha, claro está, y la historia ofrece una explicación no sobrenatural pero impactante. A mi gusto, quizá sea el mejor relato de este último tramo del libro. Y el título original, Cincuenta chinos muertos en fila, resulta mucho más extraño y sugerente. Lástima de corrección política que en su primera publicación, 1988, llevara a no mantenerlo. Contado por el viejo capitán Drag al narrador, el relato enseguida toma la voz del primero con la fuerza de una historia verídica narrada por un viejo lobo de mar. Una aventura de juventud que pervive indeleble en su recuerdo. Y que tras leerlo pervivirá en el nuestro.

Ya en la parte final del volumen se nos ofrecen pequeños relatos de Hodgson inspirados en historias reales, o bien que podrían haberlo sido, agrupadas bajo el epígrafe Hombres de aguas profundas. Un realismo que trasluce todo el amor que, a pesar de sus no siempre buenas experiencias como marino, Hodgson sentía por el mar y los hombres que dedicaban sus vidas a él. Así el primero de ellos, En el puente (1912). Cuando el Titanic sufre el que quizá sea el naufragio más famoso de la historia, la culpa recayó, como bien sabemos, sobre el capitán y la tripulación. Hodgson nos hace compartir los tensos momentos en los que un gran barco esquiva gigantescos icebergs en lo más profundo de la noche. Aquí no hay trágico final, solo comprensión y respeto por un trabajo duro y difícil que cuando sale bien nadie reconoce, pero en el cual si se comete un error nadie lo olvidará.  


El apasionante rescate de los pasajeros de un barco en llamas en mitad de una tormenta ocupa las breves páginas de El hecho real: «S.O.S.» (1917). Épica y emoción se conjugan en una historia tan breve como intensa. La crueldad del mar, más terrible por carecer de sentido y finalidad, enfrentada al valor y la esperanza de los hombres. El lanzamiento de la corredera (primera publicación: 1988) incide sobre un tema que ya hemos visto en otros de sus relatos: un segundo oficial cruel sufre la venganza de los grumetes del barco. Estos pretenden gastarle una broma con la aquiescencia de toda la tripulación, sabedora esta de su mal carácter y su peor hacer como segundo de a bordo. Pero la broma resultará demasiado pesada. Deja bien claro qué cosas eran aquellas que a Hodgson no le gustaban de la vida marinera. Solo un par de páginas, en Por sotavento (1919), le bastan a Hodgson pata transmitir toda la furia y la violencia de una tempestad. Y la lucha titánica y ciega de la tripulación de un barco por mantenerlo a flote en ese infierno de agua. Y menos espacio todavía (página y media) necesita, en Hombres de mar (primera publicación: 1996), para narrar la muerte de un marinero intentando atrapar desde la verga los jirones de una vela destrozada por la tormenta.

Y con toda la tristeza del mundo llegamos al final. Pocas cosas nos quedan por comentar. El libro se abre con una selección de poemas de Hodgson, de los cuales destacaríamos por su fiereza y extrema belleza en lo terrible el que sirve para dar título a la selección de cuentos: Los mares grises sueñan con mi muerte. Se incluyen además: Los pasos de la muerte, El salmo de los infiernos, Tormenta, La llamada del mar, Canción del barco y La voz de alguien que grita en la inmensidad. Y cuenta con ilustraciones de Raymond Massey, George Grie (portada), Gunther T. Schulz, Stephen Fabian, Ned Dameron y el excepcional Philippe Druillet.  

Como no puedo creer que haya terminado, repaso los dos libros de relatos que tengo en mi biblioteca editados con anterioridad por la editorial Valdemar recopilando algunos de los cuentos de Hodgson. Los de La nave abandonada y otros relatos de horror en el mar están en su totalidad recogidos en Los mares grises sueñan con mi muerte. Si lo traigo al final aquí es por su fantástica ilustración de cubierta, una obra de Ivan Aivazouskij (1817-1900). Sin embargo, Un horror tropical y otros relatos sí que incluye un par de cuentos que, al no estar ambientados en el mar, no se recogen en aquella. Son los que comento a continuación.

Eloi, Eloi, lama sabachthani (¡Señor!, ¡Señor! ¿Por qué me has abandonado?, también publicado bajo el título El explosivo Baumoff, 1919) es un sensacional relato que basándose en unas delirantes teorías de la luz, el éter y la materia para explicar el misterio del oscurecimiento de la cruz de Cristo, consigue que las olvidemos contagiados por la angustiosa sensación de horror in crescendo que transmite. Protagonizado por fanáticos religiosos y un científico dispuesto a demostrar la verdad absoluta de Cristo y sus milagros, por fuerza nos ha de atrapar. Este científico, Baumoff, aplicará sobre sí mismo sus teorías experimentando un efecto que explicaría de manera científica este milagro de Cristo sin perder un ápice de su condición extra terrena. Pero el experimento, como está mandado, va demasiado lejos. Baumoff debe emular la pasión y el dolor de Cristo para poder provocar esas mismas emociones que este sintió. Lo que jamás esperaría nadie es que la emulación llegaría tan lejos. Y menos aún su sorprendente y sobrecogedor desenlace. Su temática desquiciada, su atmósfera agobiante, los colores y la niebla como síntomas del mal (igual que en sus relatos de horror en el mar) y su condición herética conforman un relato fabuloso. Las notas pulp que incluye, el científico que experimenta consigo mismo y cuyos descubrimientos pueden ser un arma de guerra, así como el ambiente de espionaje (el relato se desarrolla en Berlín), lo engrandecen aún más. Su magnífica gradación de la tensión y la demoledora y terrible conclusión son perfectas. Un relato excelente por muy lejos del mar que se desarrolle.

Una vaga sombra fantástica se cierne sobre El terror del tanque de agua (1907). Su desarrollo de misterio policial con crímenes de por medio podría haber dado lugar a una historia del personaje creado por Hodgson, Carnacki, el investigador de lo sobrenatural. Escrito tres años antes del primer relato protagonizado por este, quizá estemos ante el antecedente del mismo, aquí un doctor llamado Tointon.

Y ahora sí hemos llegado de manera definitiva al final. Solo he deseado compartir lo que sentí leyendo estos maravillosos relatos, y si alguien que no conocía la obra de Hodgson siente ahora el deseo de leerlo, o si quien lo conoce bien desea releerlo animado por este extenso comentario, se dará por cumplido mi objetivo, pues no es otro. Compartir lo que uno ama y que otros también lo amen con la misma pasión. Todo lo demás no merece la pena.


HODGSON, William Hope. Los mares grises sueñan con mi muerte: cuentos completos de terror en el mar. Edición de José María Nebreda; traducción de José María Nebreda y Esperanza Castro; ilustraciones de George Grie, Raymond Massey, Gunther T. Schulz, Philippe Druillet, Stephen Fabian y Ned Dameron. Madrid: Valdemar, 2010. 771 p. Gótica; 82. ISBN 978-84-7702-680-8.

HODGSON, William Hope. La nave abandonada y otros relatos de horror en el mar. Traducción de Esperanza Castro. Madrid: Valdemar, 1997. 214 p. El Club Diógenes; 67. ISBN 84-7702-188-0.

HODGSON, William Hope. Un horror tropical y otros relatos. Traducción e introducción de José María Nebreda. Madrid: Valdemar, 1999. 197 p. El Club Diógenes; 118. ISBN 84-7702-268-2.   

Ray Harryhausen y los argonautas

$
0
0


Escribo sobre el gran Ray Harryhausen para la página de cine El antepenúltimo mohicano. Puedes leer el artículo siguiendo el enlace AQUÍ. La ilustración inspirada en la escena más épica e inolvidable de Jasón y los argonautas la realizó Fermín Solís.

Joseph Berna contra los vampiros

$
0
0

No es Joseph Berna (José Luis Bernabéu López) uno de los mejores autores del universo de los bolsilibros. Sus historias suelen tener, por lo general, poco interés. Se le nota demasiado que parte de una idea débil que se esfuerza por alargar todo lo que puede hasta alcanzar las 94 o 96 páginas de rigor. Para ello se vale de un no estilo consistente en escribir párrafos con una frase de tres o cuatro palabras. Los continuos puntos y aparte ayudan a meter espacios y rellenar esas páginas que pareciera le cuestan sudores fríos más rápidamente que si utilizara párrafos más extensos. A veces las frases son más largas, y en un párrafo puede cometer la osadía y el atrevimiento de hasta incluir dos, pero la sensación de dejadez y prisa es la misma. Esto ofrece como resultado unas novelas que siempre dan la sensación de estar deslavazadas e hinchadas con capítulos que no aportan nada al desarrollo de la acción. Sumado todo al uso del sexo como supuesto motor creativo. Hay que alegrar esas tristes tramas con lo que sea, y Berna recurre a introducir con calzador en cualquier momento una escena subida de tono. Da igual si estás huyendo a vida o muerte o si te estás preparando para un enfrentamiento sangriento con el enemigo de turno. Siempre llega una bella joven calenturienta con ganas de marcha, utilizando su propio lenguaje. Tampoco penséis que la cosa se pone hirviendo: por lo general las situaciones son tontísimas, los diálogos parecen mascullados por adolescentes poco despiertos y el sexo en sí es el propio de película de destape española de finales de los 70, una de aquellas softcore o clasificadas S de las que se nutrió durante una buena época nuestra cinematografía. Como resultado, las novelas de Berna suelen ser mediocres cuando no rematadamente malas, pero en ocasiones, pocas por desgracia, muy divertidas por lo disparatadas y tontorronas que pueden llegar a ser. Lo normal es que la diversión falle y resulten aburridas a más no poder. Sin embargo, algún acierto aislado hay. Y cuando esto sucede, si bien no llega a reconciliarnos del todo con él, sí al menos consigue que nos resulte simpático.

Este último es el caso de Misterio en la estación WZ-2000 (1984), que si bien sigue punto por punto todos los defectos estilísticos y de forma mencionados, logra que en bastantes momentos esto nos dé igual gracias a una trama interesante y, esta vez sí, más o menos bien hilvanada.  

En el lejano planeta Drako se ha instalado una base terrestre, pero todos sus habitantes han desaparecido. Se envía una nave tripulada por una expedición de rescate para averiguar qué ha sucedido y ayudar a los supervivientes si los hay. El resultado es de nuevo el silencio: al llegar al planeta la nave de rescate deja de comunicarse por radio y no hay forma de contactar con su tripulación. Algo oscuro y misterioso está sucediendo en Drako y se impone dilucidarlo. Todo esto, manda Berna, lo descubrimos en una conversación inicial que nos sirve de introducción y presentación de los protagonistas. El capitán Geor Derwall recibe el encargo de comandar una segunda expedición. Esta será la última si también fracasa. La mitad de la tripulación a las órdenes de Derwall son mujeres, claro, y ya comienza la fiesta con el capitán y el general Pattison, el que le está encomendando la misión, haciendo bromitas y comentarios sobre las chicas de la expedición: que si esta está buena, que si la otra está mejor… Pronto Derwall se habrá cepillado a casi todas. Digo casi todas porque las que no caen bajo su irresistible encanto de macho cabrío es porque han muerto antes.

Pero bueno, descubriremos que pese a las interrupciones sexuales típicas de Berna la trama engancha. La nueva nave llega a Drako y el misterio prometido en el título se adueña de la historia vistiendo con cierto interés una novela que si bien nunca llega a alcanzar un vuelo demasiado alto, sí que mantiene al menos un poco de vuelo. No tardaremos mucho tampoco en saber qué diablos ha ocurrido en la base, lo de Berna no es mantener la tensión, y de paso sabremos que el autor también vio la película Alien, el octavo pasajero (Alien, Ridley Scott, 1979) y que le gustan, o igual le dan mucho asco, las serpientes. La acción deriva en una narración tomada por el gore y la casquería más básicos, lo cual la hace muy entretenida, no me importa confesarlo. Es una lástima que no mantenga por mucho tiempo el misterio, porque los paseos de los expedicionarios por la estación espacial vacía, cuando no se dedican a lanzarse piropos no muy elegantes que digamos y a meterse mano, consigue transmitir cierto aura de peligro. Todo llega a su fin mucho antes de que termine la novela, así que Berna da un giro argumental en el tramo final que rompe todo el encanto de serie B que hasta entonces había medio logrado y vulgariza el conjunto. No es una buena novela, en definitiva, pero sí es un buen Berna. Si es que esto es posible, no sé si me explico o si me entendéis… 

No sucede así con Los emisarios de Macombo (1984), un ejemplo del peor Berna. Esto es, el habitual. Los primeros capítulos se desarrollan en una playa en la cual una chica súper jamona se dedica a untarse cremas por el cuerpo y caminar insinuante por la arena. Dos gamberros la acosan y el típico héroe ultra musculado dará cuenta de ellos con un buen par de ñoños entre bromas guarris dirigidas a la bella joven. Cuando al fin termina este suplicio parece que la novela va a arrancar, pero la verdad es que nunca termina de hacerlo. La chica es la sobrina de un súper científico que está realizando los planos de una nueva nave espacial que llevará al hombre hasta los confines del espacio. Participa en un concurso gubernamental en el que se ofrece una gran recompensa a quien entregue el mejor diseño. Pero los científicos rivales comienzan a morir en curiosos accidentes. Y aquí es cuando entran en acción los emisarios de Macombo, el lejano planeta del título. Ellos son quienes en realidad están eliminando a los científicos pues no quieren que los humanos consigan desarrollar una nave que les posibilite llegar a su planeta. Los emisarios son cuatro, y cuando deciden acabar con el tío de la protagonista el macho playero dará cuenta de ellos en un santiamén. La verdad es que a los extraterrestres les va tan mal que dan una pena terrible. En fin, las páginas pasan con los extraterrestres intentando entrar en la casa del científico y este, su sobrina, el macho alfa y los dos miembros del servicio les darán para el pelo. Lo dicho: si es que los pobres visitantes no tienen ni una oportunidad. Y eso que se enfrentan con mortíferas armas capaces de volatilizar una pared y los humanos se defienden con una triste escopeta de caza. Soporífera, sosa y pobremente escrita (a Berna se le nota el piloto automático a lo bestia), defenderla se hace una tarea imposible. Y en la portada… ¡No hay quién adivine qué hace ahí ese Ming!


Pero no penséis que me detuve aquí. Me leí cuatro novelas de Berna del tirón, dos ratos, no creáis que más. Así, en el más puro estilo Berna, esto es, de una ingenuidad erótica sonrojante, El retorno del conde Hugo (1978) comienza en un local de strip-tease. Berna va describiendo las diversas actuaciones de las chicas y la consiguiente reacción del público y los músicos que las acompañan con su consabida torpeza adolescente. Todo bañado con chistes de humor grueso pero del bien gordo. Entre desnudos continuos y coitos tontuelos se va desgranando esta historia de vampiros en la que los malvados muestran poca capacidad de generar peligro. No digamos ya miedo o tensión. Estos vampiros son casi tan desgraciados y torpes como los asesinos de Macombo: los pobres no-muertos duran lo que los buenos de la historia tardan en encontrarlos. Que con el tiempo que se pasan encamándose no sé ni cómo dan con ellos. Aburrida, de una pobreza narrativa notable y carente de la más mínima imaginación, la historia del pobre Hugo se arrastra más o menos comatosa hacia un final previsible y sin interés.


¡Morded, vampiros, morded!(1980) es sin duda la más ridícula y torpe de las cuatro, que ya es decir, pero la acumulación de desatinos es tal que acaba hasta por resultar divertidilla a ratos. Como siempre, tenemos unos vampiros que si bien aquí parecen un poco más peligrosos que en la anterior, la verdad es que al final resultan tan fáciles de vencer que dan, otra vez, una pena horrible. Pero bueno, entre polvo y polvo de los protagonistas, que no paran ni a comer, las criaturas intentan acosarlos. El momento más divertido es cuando la líder de la ridícula horda vampírica es rechazada gracias a una cruz que le estampan en todo el trasero. Primero en un cachete y luego en el otro, dejándole las nalgas marcadas como a una res. Se nota que ni el mismo Berna se toma muy en serio a sí mismo pues toda la narración desprende un aire de cachondeo, consciente en esta ocasión, del que solo cabe lamentar que, una vez más, no esté alimentada con un poquito más de imaginación y aunque fuera un mínimo de interés por intentar contar la historia con menos desidia. Se hace más llevadera que las dos anteriores, pero Berna no da mucho de sí. Decir lo contrario sería desprestigiar el trabajo de otros compañeros que sí lograron demostrar que el bolsilibro podía ser un buen lugar donde desarrollar estupendas tramas. Si a una falta de estilo importante se unen unas formas torpes y unas historias infladas y convencionales, los breves detalles divertidos solo ayudan a llegar al final sin dormirnos. “Y, como se hallaban en la cama, desnuditos los dos, pocos minutos después estaban haciendo el amor.” (p. 96) Esta frase final de ¡Morded, vampiros, morded! resume a la perfección las maneras y las intenciones de Joseph Berna.


BERNA, Joseph. Misterio en la estación WZ-2000. Ilustración de portada: Lozano. Barcelona: Bruguera, 1984. 93 p. Bolsilibros Futuro, Héroes del espacio; 218. ISBN 84-02-09281-0.  

BERNA, Joseph. Los emisarios de Macombo. Ilustración de portada: García. Barcelona: Bruguera, 1984. 93 p. Bolsilibros Futuro, Héroes del espacio; 220. ISBN 84-02-09281-0. 

BERNA, Joseph. El retorno del conde Hugo. Ilustración de portada: Prieto Muriana. Pinto (Madrid): Editorial Andina, S. A., 1978. 96 p. Bolsilibros Easa, Terror; 130. ISBN 84-06-01513-6.

BERNA, Joseph. ¡Morded, vampiros, morded! Ilustración de portada: Salvador Fabá. Barcelona: Bruguera, 1980. 96 p. Bolsilibros Bruguera, selección Terror; 391. ISBN 84-02-02506-4.  

Los turistas, de Rui Díaz y Ana Sender (2013)

$
0
0

Mis amigos Los ninjas polacos (Mayte Alvarado y Borja González), junto a Rui Díaz, autor de la novela que a continuación vamos a comentar, son los miembros del colectivo El verano del cohete. Un proyecto editorial que nace con esta primera referencia, Los turistas, un relato de Rui ilustrado por la fantástica Ana Sender. Les deseo todo lo mejor del mundo, tanto de este como el del más allá, no solo porque son adorables y es imposible no quererlos, sino porque se lo merecen. Ya hemos dado cuenta con detalle de los trabajos de Mayte y Borja en nuestro blog, por lo que si tenéis interés a ellos os remito. Solo tenéis que seguir los enlaces. El verano del cohete lo intuimos cargado de relatos góticos, historias tenebrosas, oscuridad y mucho mal. En fin, todas esas cosas que ya sabéis nos gustan en La décima víctima. Va a ser un verano siniestro. Así deberían ser todos los veranos. 

Los turistascomienza como un relato de marcada tendencia gótica, si bien sin seguir a rajatabla todos sus rasgos característicos. Se trata quizá más de un ambiente, una atmósfera decadente y triste y unos personajes desamparados, que de unas líneas argumentales definidas. Y un orfanato, el particular castillo de la historia, inabordable y aislado por la nieve en el cual solo quedan siete niños y un profesor. Un misterioso suceso ha ido provocando que el resto de profesores y el personal del servicio hayan ido, de manera literal, desapareciendo, sus cuerpos borrados tal que si alguien hubiera aplicado una mágica y terrible goma de borrar sobre ellos para irlos haciendo partícipes de la nada poco a poco. Toda esta trama inicial basa su fuerza en la descripción del triste y repetitivo modo de vida de los niños en su encierro, entreverada por un apunte de relato de terror que supone, a mi gusto, lo mejor y más impresionante del libro. Porque el único profesor que ha quedado para cuidar de los niños es aquel al que denominan el Monstruo. Un personaje tan siniestro como patético del que nunca terminamos de saber si está dominado por el mal o es la compasión, una compasión quizá enfermiza y equivocada, la que guía sus actos. Todo se desarrolla así en una conseguida ambientación de velada tristeza, vagamente onírica, invadida por un aire de pesadilla en contados pero magníficos momentos.   

A la mitad del relato Rui comienza a dar pistas sobre cómo se desarrollará la historia en su tramo final. Entra en juego la narración popular con toda su simbología y el relato comienza a abandonar las aguas del género fantástico, un fantástico de marcada raíz centroeuropea pese a su nomenclatura anglosajona, y se adentra en las aguas más amables de la fantasía. Ojo, más amables pero no por ello complacientes. Comenzamos a sospechar que quizá no es todo lo que vemos aquello que parece ser, y así como los niños en sus breves momentos de libertad corriendo en el patio sacando de su interior lo que hay de animal salvaje en ellos, el relato se va librando de sus capas externas y la metáfora nos dará la clave y la explicación de la historia. Cuentos dentro de cuentos, personajes que se mueven como turistas de la vida en las diferentes historias, huyendo de una realidad terrible para buscar un punto de fuga que les permita seguir viviendo en un simulacro de, tal vez, algo cercano a la felicidad.

Rui guía con mano firme hasta el desenlace esta parte final, alejado ya del quizá más convencional pero siempre más sugerente relato de terror para adentrarse en terrenos de mayor calado interpretativo, aportando profundidad a su mensaje pero perdiendo tal vez en misterio y fascinación. Pero nunca sin dejar atrás sus referentes en la literatura fantástica no anglosajona. De un estilo de gran sencillez y siempre evocador, quizá sea el maravilloso Dino Buzzati el escritor con el que le encuentro más afinidad, sin que esto se pueda considerar un demérito. Más al contrario sabiendo como sabéis la admiración sin límite en que se tiene en este blog al gran autor italiano.

Las ilustraciones de Ana Sender suponen el acompañamiento perfecto para esta lectura apasionante. Tan evocadoras como las palabras que las rodean, sus dibujos marcados por cierta tristeza melancólica, los rostros de esos niños por ella retratados transmiten toda la soledad y el desamparo en el que se encuentran, también su confusión y sus miedos. Y la libertad y la furia desatada en los breves intervalos de alegría, más enloquecida y plena de rabia que en verdad feliz. Sus risas asemejan ser no risas de niños sino de bestias cautivas que sueñan con la libertad.

Queda así en nuestras manos esta primera obra de El verano del cohete. Todo un regalo para los amantes de lo extraño que nos ha dejado llenos de felicidad porque es un placer cuando personas a las que quieres hacen algo hermoso. Solo cabe esperar ya, con ansiedad, su próxima obra. El mal, cuando está inflamado de belleza, es tan hipnótico como uno de aquellos veranos de nuestra niñez, interminables y mágicos en la distancia. También aquellos eran veranos del cohete. Toda nuestra infancia estaba ya pronta a partir lejos y dejarnos desamparados en este aburrido y cruel mundo de los adultos. Pero hay libros que nos salvan. Los turistas es uno de ellos.

DÍAZ, Rui. Los turistas. Ilustraciones de Ana Sender. Badajoz: el Verano del Cohete, 2013. 108 p. Nuevas inquisiciones. ISBN 978-84-616-3449-1.


(Como creo que ellos también me quieren un poco, me pidieron entrevistar a Ana Sender. Una de esas cosas que te piden como un favor cuando en realidad es un regalo. Podéis leer la entrevista AQUÍ.)


Fantasmagórico (1982) y El reino de los infiernos (1983), de Lou Carrigan

$
0
0

La verdad es que la lectura de Fantasmagórico (1982) de Lou Carrigan (Antonio Vera Ramírez) ha supuesto todo un placer. Quizá debido a que se trata de un bolsilibro publicado en la colección Selección Terror Extra, lo cual implica que dispone del doble de páginas que un volumen normal, Carrigan tiene tiempo de sobra para plantear con tranquilidad su trama fantástica, sin precipitarse en ningún momento pero tampoco sin demorarse o alargar inútilmente su historia. Se sirve de una construcción clásica en lo que respecta al relato de fantasmas, esto es, buscando más efecto en la atmósfera de la narración y en su tono espectral antes que sorprendernos a golpe de martillo sanguinolento o sustos de caseta de feria. Aunque alguno hay, no desmerece el resultado pues Carrigan dosifica con inteligencia y no satura al lector. Eso sí, esto no impide que este relato de espectros vengadores derive en un final granguiñolesco tan divertido como salvajemente gore.

En el pueblecito de Yellow Pine se están sucediendo extraños acontecimientos que tienen aterrorizada a su exigua población. Nada más y nada menos que un fantasma que  se dedica a meter miedo a todos. Eso al principio, porque pronto se las apañará para matar sin compasión y de manera poco espiritual a algunos miembros de la comunidad. Carrigan mantiene una magnífica atmósfera de misterio en un pueblo que asemeja ser una habitación cerrada. Había momentos en que llegué a pensar que la historia versaba sobre un pueblo habitado por espectros debido a la forma en que muestra la conducta de los habitantes de ese pueblo de sempiternas calles vacías, consumidas por el miedo y la niebla. El joven Adam Crane llega a la población por invitación de una joven a la que ha conocido por un anuncio de contactos en el periódico. Es acogido con la habitual poca simpatía de los lugareños, exacerbada además porque cuando Crane explica a quién ha venido a visitar le explican que la joven Pamela Hereford, su amor en ciernes, murió hace ya dos años. Un punto de partida excelente que Carrigan sabe aprovechar con acierto.

Si toda la atmósfera de angustia y opresión provocadas por el agresivo fantasma están muy bien reflejadas en la novela, no ocurre lo mismo con las apariciones espectrales, algo mecánicas y rudas. Apenas hay preparación y Carrigan nos las lanza a la cara casi sin tomarse el precioso tiempo de irnos preparando el terreno. Es una pena porque esto provoca que el relato pierda fuerza, aunque tampoco lo hunde. Solo es que uno lamenta que estando el tono general tan bien conseguido Carrigan no se muestre tan fino en lo particular. Pero no nos quejemos demasiado: Fantasmagórico es un excelente bolsilibro teniendo siempre en cuenta sus modestas pretensiones. Y, como ya dije, el final es todo un carnaval bestiajo y además está repleto de sorpresas a porrillo. Mantiene ese humor típico de sus novelas, aunque en esta ocasión sabe contenerse cuidando de no romper el ambiente fantasmal con diálogos demasiado chistosos, aunque algo de su chispa permanece. También esto estalla en el desenlace, donde uno es capaz de oír las carcajadas de Carrigan mientras va desmadejando horror tras horror y barbaridad tras barbaridad. Queda así una novela muy entretenida, con buenos momentos aislados pero del que lo más destacable sería esa atmósfera de pavor irrefrenable que se va adueñando de todo un pueblo y lo mantiene suspendido en el horror.

El reino de los infiernos (1983) no está tan conseguida, aunque el tono delirante y su desarrollo algo loco consigue mantenernos interesados. Se trata más de una aventura a la manera de las del agente 007, en el puro estilo James Bond contra el Doctor No. El líder de una no sabemos si siniestra o chiripitifláutica secta, Arcangélico, está decidido a destruir el mundo activando todos los volcanes de la Tierra, una idea tan desatinada que resulta, negádmelo si os atrevéis, simpática. Es la destrucción total o pagar cientos de millones de dólares al malvado Fu Manchú de turno.

Una novela muy divertida, eso sí, sobre todo en los diálogos que mantienen la pareja protagonista, que son chispeantes, rápidos y vivaces, como es habitual en Carrigan. La trama no deja de ser una chorrada, aunque ese infierno de pacotilla, con el remate en ese Infierno Permanente de imposible nombre (¿cuándo el infierno bíblico ha sido a ratos?) que más asemeja una atracción de feria y sus torturas de festival gore están contadas siempre manteniendo ese equilibrio raro entre horror y humor que, también, es tan propio del autor. No es una de las mejores obras que he leído de Lou Carrigan, pero no deja de ser un buen y entretenido Carrigan. Solo falla el argumento, la historia que nos narra, la cual hubiera sido deseable que hubiera tenido un poco más de enjundia. No es una falta grave. Ni tampoco le podemos exigir más.


CARRIGAN, Lou. Fantasmagórico. Ilustración de portada: Sommer. Barcelona: Bruguera, 1982. 190 p. Bolsilibros Bruguera, Selección Terror Extra; 4. ISBN 84-02-08799-X.


CARRIGAN, Lou. El reino de los infiernos. Barcelona: Bruguera, 1983. 96 p. Bolsilibros Bruguera, Selección Terror; 554. ISBN 84-02-02506-4. 

EAM # 42: Los intrusos, de Lewis Allen (1944)

$
0
0


Alguna vez lograré ponerme al día con los comentarios de películas que estoy escribiendo para la página de cine El antepenúltimo mohicano. ¡Tarde o temprano lo conseguiré! En esta ocasión la protagonista fue Los intrusos (The Uninvited), dirigida por Lewis Allen en 1944, una película que adoro y que supone una de las más perfectas uniones entre comedia y relato de fantasmas que jamás he tenido la oportunidad de ver. Puedes leer lo que escribí sobre ella

  


Lewis Allen supo poner el punto necesario de misterio y terror en los momentos que era preciso, pero también las maravillosas notas de comedia sentimental con un buen gusto y una elegancia fascinantes.


La mansión fantasmal se alza al borde de un acantilado, como es de rigor, y la introducción, con una voz en off que nos sitúa en la historia, resulta sugerente y de una poesía tan sencilla como poderosa. 




La iluminación expresionista del gran fotógrafo Charles Lang es todo un placer, pura atmósfera espectral conseguida con la maestría que da el saber contar una historia con imágenes.




Espectros vengadores y otros que no lo son tanto, jóvenes indefensas encerradas en manicomios, el sonido del mar como un canto fantasmal, momentos divertidos que siempre nos hacen sonreír y unos personajes entrañables. ¿Qué más podemos pedir? Una película prodigiosa que recomendamos desde La décima víctima de manera absoluta. 



La Sombra ríe (1931), de Maxwell Grant

$
0
0

La Sombra ríe(The Shadow Laughs, 1931) es la tercera aventura del mítico héroe pulp creado por Walter B. Gibson bajo su seudónimo de Maxwell Grant. Aunque siempre emocionante y entretenida, a mi gusto resulta inferior tanto a la trepidante Los ojos de La Sombra como a la fundacional La sombra viviente, y eso que aquí al fin el protagonismo de La Sombra es absoluto, quedando su ayudante Harry Vincent ejerciendo el papel de comparsa en apuros a falta de la damisela de rigor. Y es que el pobre Harry lo pasa en esta ocasión bastante mal, llegando incluso a estar a punto de perecer ahogado en un tenebroso pozo. Nuestro oscuro protagonista da salida a todo su arsenal de apariciones increíbles surgiendo de entre las sombras o bien ocultándose en ellas de manera por completo sobrenatural dejando escapar su carcajada siniestra marca de la casa. Sin duda La Sombra se lo pasa pipa porque se tira toda la novela desternillándose de la risa. Cada vez que en el relato una sombra parece más espesa de lo común o se alarga sobre el suelo más de lo normal ya sabemos que se trata de él, pero aunque sus entradas en escena están narradas con brío algunas se nos antojan algo repetitivas.

Tenemos a todo el plantel de colaboradores de La Sombra que poco a poco vamos conociendo más: Harry Vincent aparte, aquí están de nuevo el eficiente agente de seguros Claudio Arma, el mayordomo Richards y el radiotelegrafista Burbank. En el apartado de los malos de la función, repiten el asesino Steve Cronin, con una breve pero mortífera aparición, y el malvado Isaac Coffran, que no sé cómo le quedan aún ganas de delinquir si el pobre está ya más viejo que Matusalén. Todo esto regado con el plantel habitual de rateros, extorsionadores, asesinos fríos y despiadados y tramposos de poca monta que conforman esos bajos fondos en los que La Sombra se desenvuelve como en su propia casa. Son estas descripciones de personajes secundarios y de locales infectos donde el hampa se oculta y vive su realidad paralela a la del hombre de a pie donde Grant da lo mejor de sí mismo, al menos en esta aventura en la cual el escenario final no acaba de ser tan fascinante como en las ocasiones anteriores. Y es que una cueva con un pozo mortífero no es que sea algo desdeñable, pero desde luego carece de la atmósfera macabra tan intensa y conseguida por Grant al ambientar la anterior en un cementerio.

Como curiosidad, se empiezan a lanzar pistas de que el millonario Lamont Cranston, que suponíamos era La Sombra de paisano, quizás no sea sino otra máscara tras la que se oculta el oscuro héroe. El extrañísimo capítulo VII, Lamont Cranston habla consigo mismo, es esclarecedor al respecto: el rico playboy se enfrenta a su doble que desde el pie de su cama le insta a que desaparezca por un tiempo para que él pueda ocupar su lugar. ¡Vaya lío! Uno no termina de entender para qué diablos La Sombra adopta la personalidad de Cranston: cada vez que lo hace, debe mandar al millonario a recorrer mundo para ocupar él su lugar. Vale, así queda oculta su verdadera identidad, pero en fin, quizá bastaba con que Lamont Cranston fuera un personaje inventado desde el principio… Pero estamos en el terreno pulp más desaforado, y cuantos más misterios y tramas liosas se acumulen, mejor. Buscar algo de lógica en algunas acciones o en determinados desvíos o soluciones de la trama quizá sea no solo excesivo, sino jugar en un campo ajeno a la locura propia de estas historias donde prima siempre antes la sorpresa que la lógica narrativa. No debe uno cuestionarse ningún por qué, sino solo dejarse llevar sin hacer demasiadas preguntas. Aunque también hacérselas y darle vueltas a las posibles respuestas tiene su gracia, no lo vamos a negar.

Por lo demás, la trama de falsificadores de billetes a los que La Sombra acosa sin piedad ni descanso atraviesa sótanos siniestros, garitos de mala muerte, fumaderos de opio llenos de pasadizos con trampas y la mencionada cueva donde tendrá fin la aventura. Pero pesa su carácter de novela de transición: hay demasiadas referencias a Los ojos de la Sombra, se abre la duda sobre quién es en verdad La Sombra, los malvados repiten aunque Coffran esta vez carece de la fuerza que sí tenía en la entrega anterior y el conjunto acaba por lucir más apagado pues los escenarios elegidos no terminan de rezumar toda esa atmósfera de peligro que sin duda requerían. Aun así, no deja de resultar fascinante cómo Grant consigue engancharnos con algunas de las apariciones de este héroe sobrenatural: cuando sus entradas en escena funcionan, son sensacionales. Siempre hay un punto entre las sombras donde la oscuridad es más profunda, siempre se extiende sobre el suelo una forma imposible que salta embozada en una capa oscura como las alas de un cuervo y un sombrero enorme que semi oculta un rostro del que solo podemos percibir una nariz ganchuda como la de un águila. Y es entonces cuando las aventuras del más oscuro de los héroes brillan con más fulgor. 

GRANT, Maxwell. La Sombra ríe. Barcelona: Molino. Hombres audaces, La Sombra; 3.      


Preludio trágico (1939), de Ngaio Marsh

$
0
0

Preludio trágico(Overture to Death, 1939) es la octava aventura del Inspector Alleyn de las 32 que protagonizó de la mano de la escritora neozelandesa Ngaio Marsh, una de las grandes damas de la novela de misterio junto a Agatha Christie o Dorothy L. Sayers, bien conocidas de manera popular como las “Reinas del crimen”. Nunca había leído una obra suya y me apetecía mucho. El resultado ha sido algo decepcionante, aunque con algunos momentos excelentes que me han dejado con la duda de si intentarlo con otra novela o dejarlo estar. Si alguien me recomienda de manera especial una, sí que me animaría. Dejo pues hecha la invitación por si me queréis ayudar con Ngaio Marsh.

Preludio trágico, pese a su título, no puede comenzar de manera más brillante. Hay una excelente presentación de personajes y una gran exposición de la vida en un pequeño pueblo inglés. La asfixia provocada por una sociedad encerrada en sí misma y consumida por las apariencias y las buenas maneras superficiales que ocultan desaforados fuegos interiores están descritas con verdadero genio. La forma de mostrar la presión de las opiniones sobre los propios actos, los sentimientos exacerbados comprimidos hasta estallar en forma de crimen y el poder de la convención y las formalidades de la vida social no tiene nada que envidiar a esa novela negra que presume de ser un reflejo crítico o en negativo de la sociedad y que, en verdad, no va más lejos de lo que en esta novela de Ngaio Marsh se consigue llegar. Resulta demoledora, incluso un poco deprimente: rezuma oscuridad y mala baba, escarbando hasta lo más profundo de la psicología de sus personajes. Marsh no se detiene ante nada y el desarrollo de la enferma trama hasta la mitad de la novela es subyugante.

Pero entonces acontece el asesinato. Este es sorprendente, chocante, llama la atención de manera poderosa y nos deja descolocados. Y, sin embargo, a partir de aquí la historia se hunde en la habitual sima de interrogatorios, el baile de preguntas y respuestas ya consabidas, esas que si me las hicieran a mí no podría responder ni a una porque yo qué sé dónde estaba y qué demonios estaba haciendo el pasado martes a las 21 horas y 13 minutos: qué hizo usted a esta hora, dónde estuvo, con quién, se fijó si esa brizna de hierba estaba torcida… Bien que este maelström especulativo nació en las obras de Marsh y sus compañeras de viaje, pero eso no impide que resulte un auténtico rollazo, un bajón en la novela justo cuando habíamos entrado en ella a ciegas y estábamos por completo inmersos en ese rincón pequeño y perdido que puede ser cualquier rincón del mundo.  Está fantástico comprobar cómo la autora arma su complicado puzzle, pero la identidad del criminal importa un rábano y se deja de lado lo que hasta entonces suponía el punto de mayor interés: ese retrato despiadado de una comunidad aislada. A su favor, diremos que en el tramo final Marsh ofrece una pista potente para que no todo sea una sorpresa en el desenlace, recuperando en parte la trama más psicológica y enfermiza. Pero ya es algo tarde y lo mejor se ha quedado en el camino. Lo dicho, si me recomendáis una novela de Marsh que os haya encantado, lo intentaré de nuevo. Si no es así, no sé si volveré a ella. Y algo me dice que más de una de esas 32 novelas merece la pena. El intríngulis radica en saber cuál.


Lo que no se puede negar es que Ngaio Marsh se trataba de una señora elegante de verdad, ¿no?

MARSH, Ngaio. Preludio trágico. Traducción de Agnes Pierce de Zamora. México, D.F.: Editorial Cumbre S. A., 1954. 238 p. Laberinto.
  

Karel Sterling: la Venus del espacio y el tiempo desarticulado

$
0
0


Luchadores del espaciose ha convertido con el tiempo en una de las más míticas colecciones de novela popular española gracias, en primer lugar, a las fascinantes portadas de José Luis Macías, un absoluto genio creativo que con sus ilustraciones dotó de una vida especial a unas obras que en manos de otro dibujante menos visionario no hubieran pervivido con la misma capacidad de sugerir maravillas, y en segundo lugar, a ser el hogar en el cual se desarrollaron las novelas que conforman la saga más famosa (con permiso de Ángel Torres Quesada y su El Orden Estelar) de la ciencia ficción española, la Saga de los Aznar, obra del valenciano Pascual Enguídanos Usach firmando bajo el seudónimo de George H. White, de clara resonancia al maestro H. G. Wells. Para haceros una idea de lo que fue esta colección, lo mejor es leer el fantástico artículo de José Carlos Canalda dedicado a los autores que en ella colaboraron: Los escritores de la colección Luchadores del espacio. También os recomiendo, antes que perder el tiempo con lo que yo os voy a contar, que sepáis quién es Karel Sterling de su mano: JulioPérez Blasco, alias Karel Sterling. El trabajo de Canalda dedicado a las novelas conocidas como de a duro es espectacular, absoluta referencia para mí, por lo que ya aprovecho y os invito a que no dejéis de leer su genial La gran historia de las novelas de a duro, 53 capítulos y un apéndice a los que podéis acceder de manera gratuita en los enlaces indicados.

Karel Sterling (de nombre real Julio Pérez Blasco) escribió trece novelas para Luchadores del espacio. La tercera de ellas fue Los mares vivientes de Venus (1957). En principio, adolece de demasiados errores gramaticales que la afean y dificultan la lectura. Cuesta trabajo concentrarse en la narración ante tal desbarajuste lingüístico. A su favor diremos que goza de un punto de partida fantástico: un extraño recipiente ha caído de los cielos procedente de Venus conteniendo un líquido negro que lo devora todo. Una especie de cosa pringosa al estilo de La masa devoradora (The Blob, Irvin S. Yeaworth Jr., 1958), adelantándose en un año a esta curiosa película, aunque de dimensiones algo más modestas. También resulta muy interesante la idea, si bien no está desarrollada como sería de desear, de que la acción acontezca en un 1978, entonces el futuro, en el que Nueva York ha sido destruida en El Punto Final de las Guerras. La Tierra vive pues un período de paz que los alienígenas están dispuestos a finiquitar. La trama desinhibida y vivaz ayuda a no abandonar la lectura ante la notable torpeza de la redacción. Y acaba resultando una novela muy divertida y entretenida, con un final trepidante y un tanto loco. Y es que a esas alturas ya la estaba disfrutando dejados a un lado, no sin algo de esfuerzo, todos los inconvenientes que he comentado.


El tiempo desintegrado(1959) fue la décima obra que Sterling entregó a la colección. Al tratarse de una novela más ambiciosa que la anterior, a mi gusto los defectos de su autor se hacen más evidentes. Si por un lado se agradece el intento de dotar de más profundidad a la historia, que nunca a los personajes, por otro queda en evidencia que Sterling se mueve mejor en la acción más aventurera que a la hora de prestar enjundia a la trama. En su parte final, El tiempo desintegrado deviene en una locura temporal: un Cataclismo, así con mayúscula pues es como sus habitantes lo han bautizado, se ha desencadenado en el planeta Hankhar (en la constelación de Las Pléyades), el cual consiste en una debacle total en la que se superponen todas las épocas del planeta con sus distintas civilizaciones enfrentándose entre sí a muerte. Esta idea apocalíptica que bebe en el caos del tiempo es muy bonita, pero su dificultad y belleza excede con mucho las capacidades literarias de Blasco. Todo resulta torpe y confuso. Funciona más porque el lector imagina lo que el autor nos quiere contar que por cómo nos son narrados los hechos. Una lástima, más aún cuando el inicio ha resultado un tanto aburrido, con el ataque a la isla donde se alza Centrolab, una ciudad de científicos, por parte de una criatura extraterrestre y las alteraciones temporales a las que se ven sometidos algunos de los humanos protagonistas a consecuencia del mentado asalto. La impotencia narrativa de Blasco resulta dolorosa. Su uso de la elipsis es terrible: de una página a otra han sucedido cosas trascendentales de las cuales nos enteramos… ¡porque un personaje se lo cuenta a otro! Se nos hurtan así escenas emocionantes de la historia que merecían más atención. Esto sí que acaba provocando agujeros temporales y caos sideral y no lo que Blasco se esfuerza por describir. Y digo esto con pena, porque de verdad que hay abocetadas buenas ideas en la novela, pero acaban siendo solo eso: burdos apuntes en los que el sentido de la maravilla es demolido por la vulgaridad y la pobreza narrativas. El sorprendente desenlace de El tiempo desintegrado ayuda a que la impresión final no sea tan negativa: oscuro e irónico, supone un golpe de efecto que rozaría la excelencia si hubiera estado en mejores manos. Lástima que su desarrollo se desenvuelva de manera tan farragosa. De no haber sido así, todo podría haber desembocado en una sencilla pero eficaz y bonita novela.

STERLING, Karel. Los mares vivientes de Venus. Ilustración de portada: José Luis Macías. Valencia: Editorial Valenciana, 1957. 128 p. Luchadores del espacio; 84.

STERLING, Karel. El tiempo desintegrado. Ilustración de portada: José Luis Macías. Valencia: Editorial Valenciana, 1959. 128 p. Luchadores del espacio; 135. 

Adam Surray: nunca dejes tu cabeza muy lejos de ti

$
0
0


Jamás había leído nada de Adam Surray. Ya sabéis que me encantan las novelas y relatos con cambios de cabezas y cerebros que van de aquí para allá a una velocidad que ni que estuvieran escapando de algo. Así que no he visto mejor manera de adentrarme en sus libros que uno con tan irresistible y atrayente título: ¡Devuélveme mi cabeza! (1980). Un auténtico diez que da lo que promete: locura, horror y dislate todo en uno. Porque creedme que he disfrutado como un loco con este pequeño bolsilibro. Y eso que nada más empezar creí haber topado con el mismo Joseph Berna, el rey del punto y aparte: frases de una palabra que dan a las páginas una configuración de lo más curiosa, casi parecieran listas de la compra antes que propiamente un texto narrativo. Tal es así que no solo en las formas asemeja ser un trasunto de Berna, sino también en cómo está tratada la trama y sus ambientes y localizaciones. La historia comienza en un club de striptease con sus tres primeras páginas dedicadas a cómo una chica se desnuda en público ante una horda de hombres que más parecen bestias. Con detalle, de manera pormenorizada, se nos va contando cada movimiento de su cuerpo, cada prenda que se quita, las reacciones del público… El sexo tratado como en una película clasificada S, salvo que en este caso el softcore resulta de una ingenuidad desarmante. Solo falta el exacerbado humor, uno nunca sabe si pretendido o involuntario, de Berna. Pero enseguida veremos que Surray (digamos ya que su verdadero nombre es José López García, más hispánico no cabe) se aleja de este no en el estilo, que continúa imperturbable, sino en el tratamiento y la atmósfera de su narración. Perdón, no tan “enseguida”, porque las páginas siguientes a la introducción en el club nocturno están dedicadas a contarnos el polvazo del siglo, pero bueno, al menos ya empieza a adelantar la trama de terror. No por el polvazo, sino por una conversación entre los dos protagonistas del mismo. Y es que la chica del striptease, Debra Segal, que se pasa todo el tiempo que está en escena desnuda o semi desnuda, le cuenta al protagonista (Steve McLeod) que ha visto con vida a una amiga común (Elizabeth) la cual murió en un brutal accidente de tráfico dos meses atrás. Steve no la cree, por supuesto, pero Debra le enseña unas fotos que hizo dos días antes de la conversación y Steve el súper tío duro da trazas de ceder. Va a resultar que sí, que Elizabeth la muerta está viva. Y es entonces cuando Surray empieza a tomarse en serio la novela. Asistimos entre aterrados y alucinados a un terrible y despiadado asesinato que, en serio, consigue horrorizar por su violencia y desnudez (de hechos, que de ropa también). Debra es negra, y el racismo del criminal no puede ser más estomagante. Conciso, explícito sin llegar a lo gratuito, Surray logra mantener a partir de este momento un excelente tono de relato entre lo violento (la policía gusta de usar esos métodos que ya conocemos tan bien de primero golpear y preguntar después, aunque a veces ni preguntan) y el suspense (el ataque a Steve y a su nueva novieta Samantha en el depósito de cadáveres, del que todavía se desconoce su propósito, que supone una sorpresa tanto argumental como narrativa, pues Surray no deja a un lado la tensión que puede provocar un buen momento de acción localizado en un recinto pequeño y cerrado).

La novela avanza con buen pulso hasta casi el final, donde asistiremos al gran momento en que el pastel quedará descubierto, doctor loco incluido, y con personas que caminan con las cabezas de otras, cosa que reconozco que siempre me encanta. No alcanza las cotas de locura del gran Lou Carrigan, pero no le va a la zaga. El desenlace, ay, es precipitado: Steve se quita a todo el mundo de en medio con demasiada facilidad, aunque esto es un mal menor. Hasta aquí todo ha sido emoción y tensión dignas de la mejor serie B. Con ella comparte sus más que claros y evidentes defectos: el estilo entrecortado y la precipitación. Pero en conjunto es una obra más que disfrutable. Y de paso el autor deja claro, en boca de su protagonista Steve, que lo suyo no es Shakespeare sino James Hadley Chase y Mickey Spillane. Permitirse una declaración de principios en una novela de bolsilibro, la compartamos o no, siempre gozará de nuestro afecto.


En Las brujas de Woodsville (1981) ya se percibe el alejamiento de Surray de las formas de Joseph Berna, aunque algo queda. El ricachón Jeffrey Sutton pasa unas vacaciones en su yate con un amigo y dos chicas que, como ya os lo podéis imaginar, tienen serios problemas por permanecer vestidas. Enredando por aquí y por allá el caso es que encuentran en el fondo del océano cuatro cajas alargadas unidas en forma de cruz. Sacan el armatoste a las arenas de la playa y al abrir las mentadas cajas hallan en su interior cuatro ataúdes, dentro de los cuales hay cuatro cuerpos decapitados, tres mujeres y un hombre. No está nada mal este inicio, que al menos promete algo de desquicie pues estamos en California, lugar idóneo para el surgimiento de todo tipo de sectas adoradoras del Diablo. Porque no otra cosa son los dichosos cuerpos: los fundadores de la tenebrosa secta de los Adoradores de la Sangre, cuyos cadáveres incorruptos son motivo de peleas y robos pues los actuales miembros de la secta los quieren recuperar. Así los roban, con el nada sorprendente deseo de devolverlos a la vida con los habituales ritos satánicos. Robert Badham, el típico brujo de pandereta, es el nuevo líder, un trasunto de tantos Crowley y Lavey como pululan por esas costas y que tanta admiración provocan en algunos. Yo me quedo con este Badham, que al menos es más divertido, dura como malo un aliento y tiene poderes de verdad. No sé de qué le valen si, como ya he dicho, lo liquidan con una facilidad pasmosa. Surray demuestra haberse documentado sobre brujería, quizá lo justo, sí, pero suficiente para hacer creíbles y peligrosas las actividades mágicas y satanescas de la secta. Lástima que todo se desmorone en un precipitado final en el que además los protagonistas del lado “bueno” reciben una ayuda casi más milagrosa que la Mano de Gloria de los diabólicos. Entretenida y ágil, apunta maneras aunque no termina de arrancar en condiciones. Justo cuando empezamos a paladear lo bueno, esto es, los malos en acción, va y se acaba.


La llamada de los muertos (1983) nos presenta a un Adam Surray que parece haber depurado un poquito su estilo. Las frases son más largas y ya no se suceden los puntos y aparte a lo bestia, aunque ahí están pertinaces. No es mucho, vale, pero está bien si el arranque de la novela es tan encantador como lo es en esta ocasión. Una joven pareja de recién casados retorna de su viaje de luna de miel en coche. Este sufre una avería, está anocheciendo y solo les queda avanzar hacia Wardsville, un pueblo perdido en ningún lugar precedido por un inmenso cementerio sin muros a su alrededor. Sus tumbas llegan hasta la misma carretera. Sopla el viento golpeando los árboles, pero los oscuros cipreses del camposanto no se agitan, permanecen petrificados, más tiesos que los cadáveres en sus tumbas. Bueno, esto último es un decir, ejem. El automóvil se detiene definitivamente y deben abandonarlo penetrando a pie en el villorrio. El cementerio queda atrás, pero es entonces cuando, de forma increíble, desde él les llega un lamento, una llamada: “¡Gladys!” ¡Y Gladys es el nombre de la joven esposa! Dos capítulos iniciales que, con todos sus maravillosos tópicos, suponen una buena y atmosférica introducción.

Los verdaderos protagonistas no aparecen hasta la página 23: Janice Holm, la hermana de Gladys que está buscándola, el detective privado Adam Bruckman, contratado por esta, y la secretaria de Adam, Mariam Scott, un bombonazo que se pasa casi todo el tiempo que está viva en la novela o en la bañera o fuera de ella a punto de entrar o justo al salir. Vamos, que con ropa apenas si la podremos imaginar. Casi todo el desarrollo de la trama consiste en la búsqueda del matrimonio desaparecido, dejando notar Surray los gustos literarios que expusiera en ¡Devuélveme mi cabeza! Solo hacia el final la cosa se pone algo locuela, con un monstruoso matrimonio que vive en lo más profundo de una cripta bajo el cementerio de Wardsville. Han formado una simpática secta, la secta de Shakan (no el Shazam del Capitán Marvel, parece), un demonio al que se adora con violaciones, aberraciones sexuales y canibalismo del más salvajote. Vamos, el lote habitual. Con una buena paliza a los malotes y el bueno de Shakan destruyéndolo todo nos plantamos en el final. Entretenida y correcta, en resumen, si bien falta algo de chispa.


Por lo que estoy comprobando, en las novelas de Adam Surray todas las chicas tienen algún rasgo felino, son esculturales como “diosas del Olimpo”, la ropa es algo que debe quemar como el fuego por lo que les molesta estar con ella puesta y tienen los labios “gordezuelos”, húmedos y lujuriosos. Elissa Scott, la que abre fuego en El siniestro doctor Sternberg (1984), también. Ella y su noviete Fred Bottoms son dos rateros que están en problemas. La policía y el rey del hampa, Paul Hawkins, los persiguen sin descanso. Elegir la mansión del doctor Sternberg como el lugar de su próximo golpe quizá les ayude a dejar de huir: los muertos no pueden correr, jajaja (risas maléficas). Pero cuidado, que aunque yo esté aquí haciendo chistes malos no significa que no me haya gustado esta novela de Surray. De hecho, es la que más me ha gustado de las cuatro, y no solo eso: me ha parecido de verdad sensacional. Un puro disfrute, una novela reivindicable cien por cien. Bueno, algo menos porque… Pero iré por partes, que si no nadie me va a creer (como si alguien fuera a creerme explicándome mejor, ay, qué iluso).

En el tramo inicial, tras la presentación de Elissa y Fred y su rocambolesca situación, bien expuesta pero nada original si os gustan las películas y las novelas de serie negra porque os habréis topado con escenas semejantes cientos de veces, otro detalle que delata los gustos literarios de Surray confesados por él mismo, pasamos casi sin respiro a la tensa narración de la incursión de Elissa por la mansión de Sternberg buscando un botín. No resulta brillante, pero sí eficaz: con gran sencillez ya nos adelanta el escenario macabro en el que tendrá lugar el desenlace de la historia. Las referencias a los mitos del terror más clásico se suceden: el Frankenstein de la Universal se cita como ejemplo para describir el tipo de laboratorio que posee el doctor Sternberg, este es una especie de doctor Moreauy tenemos un periódico que se llama Zaroff. Son detalles simpáticos y quizá no muy importantes, pero a los amantes de lo fantástico nos resultarán agradables más que nada porque no es otra la intención de Surray. Lo que sí nos parece fascinante es cómo el autor nos adelanta qué personajes van a ir muriendo asesinados de manera horrible, jugando así más con el suspense que con la sorpresa. Toda una apuesta narrativa que, además, no va a ser la única que nos va a deparar este gran bolsilibro.

El hampón Hawkins hace su entrada y descubrimos a un personaje genial, a un malo de impacto con el honor de resultarnos en verdad desagradable. Su venganza sobre Fred es brutal, con sus matones apalizándolo a muerte mientras él permanece sentado bebiendo champán celebrando el espectáculo. Surray demuestra un pulso literario excelente, pero la cosa va a mejor con el ataque de unas tremendas ratas-perro a un par de matones y cómo el siniestro doctor Sternberg resulta de lo más simpático ante la locura homicida de la pandilla de gángsters. Aquí no acaba la cosa, porque Surray nos va sacudiendo guantazo tras guantazo, muerte tras muerte: ¿pero quién demonios es el protagonista en esta historia? ¡Todos van muriendo casi según van apareciendo! Me resulta magnífica la idea de que no haya protagonista real. El protagonismo pasa de un personaje a otro a ritmo endiablado sin dejar títere con cabeza. El mismo Sternberg, ante nuestros alucinados ojos, cae en este baño de sangre y violencia tan disparatado como genial. Uno de los hampones, Perry McNicol, es quien lo asesina mientras exclama: “¿Acaso estás ya en el infierno?” Y esto porque, mientras Sternberg muere entre sus manos, “(…) era tal el demoníaco destello en aquellos ojos desorbitados que, ciertamente, parecía como si Sternberg hubiera cruzado los umbrales del Averno.” (p. 64) Si pensáis que os estoy destrozando la trama, pensad que no cuento nada que antes no anuncie el propio autor: no hay sorpresas salvo la de que todo el conjunto es una sorpresa.

En la página 65 Eddie Hackford, un escritor de novelas de denuncia, toma el relevo. Poco después se unirá a él la misteriosa Kathryn Streep (no la Meryl, creo). Como sustituto de Sternberg tenemos a Allen Warden, un doctor aún más loco que el primero: este sí es ya un desatinado y enloquecido Moreau. Ha pasado años en un manicomio, el científico de serie B perfecto, y McNicol y los suyos lo han reclutado para sustituir al doctor cuyo nombre figura en el título de la novela y que hemos visto pasar ante nuestros ojos como un bólido. “Allen Warden mesó sus cabellos. Era un individuo de ojos saltones. Unos ojos que acusaban un sempiterno destello demente.” (p. 77) Parece increíble que estemos casi en el final, pero al llegar descubrimos que el desenlace es brutal. Y con más referencias clásicas, en esta ocasión al Jekyll y Hyde de Stevenson. Sobra el epílogo, que incluye una bochornosa nota machista, pero hasta ahí podemos considerar esta novela de Surray como excelente: enloquecida, delirante y salvaje, es una perfecta muestra de pulp patrio que nada tiene que envidiar al de otras latitudes. Incomprensible, eso sí, qué demonios pinta la novia del monstruo de Frankenstein en la portada, quizá el ilustrador se excedió al querer mostrar el parecido entre los laboratorios de los dos doctores, pero dejando esto aparte, El siniestro doctor Sternberg me ha hecho disfrutar como un loco. Un bolsilibro que rompe muchos de los esquemas habituales impuestos por la propia editorial a sus colecciones y que supone toda una delicia para los degustadores de las más esquinadas y menos preciadas obras de la literatura fantástica.  


SURRAY, Adam. ¡Devuélveme mi cabeza! Ilustración de portada: Miguel García. Barcelona: Bruguera, 1980. 95 p. Bolsilibros Bruguera, Selección Terror; 396. ISBN 84-02-02506-4.

SURRAY, Adam. Las brujas de Woodsville. Ilustración de portada: Bernal. Barcelona: Bruguera, 1981. 95 p. Bolsilibros Bruguera, Selección Terror; 442. ISBN 84-02-02506-4.

SURRAY, Adam. La llamada de los muertos. Ilustración de portada: Desilo. Barcelona: Bruguera, 1983. 93 p. Bolsilibros Bruguera, Selección Terror; 531. ISBN 84-02-02506-4.


SURRAY, Adam. El siniestro doctor Sternberg. Ilustración de portada: Pujolar. Barcelona: Bruguera, 1984. 93 p. Bolsilibros Bruguera, Selección Terror; 584. ISBN 84-02-02506-4. 

EAM # 43: La guerra de los mundos, de Byron Haskin (1953)

$
0
0

Parece que hubieran pasado siglos desde que escribiera este artículo para la página de cine El antepenúltimo mohicano, pero no. En cualquier caso, aquí está mi comentario a esta fantástica película, La guerra de los mundos (The War of the Worlds, 1953), una producción de George Pal dirigida por Byron Haskin, dos genios con una cantidad magnífica de maravillosos y extraños títulos en su haber. No siempre muy apreciados por los amantes del género fantástico, quizá porque siempre huyeron del elitismo y buscaron hacer películas para todos los públicos, sobre todo Haskin, un artesano que venía del departamento de efectos especiales capaz de dirigir clásicos como La isla del tesoro (Treasure Island, 1950) y Cuando ruge la marabunta (The Naked Jungle, 1954) o rarezas fascinantes como Robinson Crusoe de Marte (Robinson Crusoe on Mars, 1964) y El poder (The Power, 1968). De manera especial, suele ser muy poco valorada esta adaptación de la obra maestra de H. G. Wells, una obra que a mi gusto es una de las grandes cimas del cine de ciencia ficción, y si bien no alcanza la profundidad de la misma novela o de otras películas con las que comparte género, sí que posee grandes momentos, inolvidables secuencias que a día de hoy se pueden considerar modélicas por su realización y geniales por su capacidad de generar pura emoción. 

Podéis leer el artículo




Y qué decir de las naves marcianas: ¡jamás las ha habido más alucinantes!



La secuencia en la que los marcianos acosan a la pareja protagonista en la cabaña abandonada es una delicia, un ejemplo perfecto de tensión y terror.



Jeje, los marcianos apenas si los podemos entrever, otro gran acierto de la peli. Por si os despistáis viéndola, aquí tenéis a uno de ellos. El pobre parece más asustado que los humanos.



Todas las escenas de la ciudad desolada por el ataque marciano son sensacionales. ¡Cuántas películas apocalípticas habremos visto y qué pocas igualan estas imágenes! Igualar digo, que copiarlas, muchas.




Y esas escenas de la ciudad siendo arrasada por las naves espaciales de otro mundo... ¡Si no disfrutáis y sois felices con esto, de verdad que no entiendo qué hacéis visitando este solitario blog!



EAM # 44-47: cuatro películas de Alfred Hitchcock

$
0
0


El director de la página web de cine El antepenúltimo mohicano, Emilio Luna, me encargó que dedicara varios artículos a comentar algunas películas de Alfred Hitchcock. Tenía libertad para elegir el número de ellas y sobre cuáles escribir, siendo la única condición que Atrapa a un ladrón (To Catch a Thief, 1955) estuviera en la selección. Así que me puse manos a la obra con la primera. Si os apetece leer el resultado, podéis hacerlo aquí:




Había para escoger, qué os voy a contar, pero las dos siguientes las tenía bien decididas nada más empezar a oír la propuesta de Emilio: serían mis dos películas favoritas de su etapa inglesa sonora, dos obras maestras por las que siento una especial fascinación. Como el objetivo de la selección no era ser exhaustiva, ni tan siquiera representativa de su autor, sino absolutamente aleatoria y subjetiva, no me importó lo más mínimo no dejar ni margen ni posibilidades a otras películas más populares y conocidas del maestro. Así que la siguiente fue Alarma en el expreso (The Lady Vanishes, 1938).    






¡Qué maravillosos carteles! En fin, la tercera fue 39 escalones (The 39 Steps, 1935), una de las primeras que vi de Hitchcock siendo niño y que se me quedó grabada a fuego. Todavía tiemblo de emoción cuando Robert Donat y Madeleine Carroll deben huir por los páramos esposados el uno al otro y acaban ocultándose en la posada. Los momentos que comparten en la habitación de esta me siguen pareciendo de los más románticos, eróticos y divertidos de todo su cine.



Escribí también sobre la novela de John Buchan 
en la que se inspira la película: AQUÍ.



Tenía claro que para finalizar quería hacerlo con una de sus dos últimas películas: o La trama (Family Plot, 1976) o Frenesí (Frenzy, 1972). Una porque me parece de las más divertidas y simpáticas de su cine, la otra porque es la más macabra, gamberra y destroyer de todas las películas que dirigió. También porque en comparación con otras quizá sean de las menos reivindicadas, al menos de manera popular. Podría daros una razón súper profunda y demás de por qué acabé eligiendo Frenesí, pero dejando aparte que en esos días yo mismo me sentía bastante macabro y gamberro, por lo que empatizaba de manera absoluta con el humor negrísimo de la cinta, la verdad verdadera es que no tenía una copia de La trama y no me pude hacer con ella en el tiempo del que disponía para escribir el artículo, así que nada, ya sabéis cuál ganó.





Y estas fueron mis estúpidas aventuras y disquisiciones mientras escribía los cuatro artículos dedicados a sendas películas de Alfred Hitchcock. Si os han aburrido, imaginaos yo que tuve que vivirlo... ¡Espero que al menos el resultado sea de vuestro agrado!

Pioneros de la ciencia ficción rusa (1869-1906)

$
0
0


Es un auténtico placer encontrar libros como este, que se editen y tener la oportunidad de leerlos. En un género dominado en nuestro país por la literatura anglosajona supone un regalo descubrir que la primera historia de amor entre un humano y una marciana pues resulta que quizá sea la que aquí nos cuenta Porfiri Pávlovich Infántiev nada más y nada menos que en el año 1869. Pero hitos de este tipo aparte, que en realidad no tienen más valor que el de la curiosidad, lo fabuloso es descubrir magníficos relatos con más de un siglo de antigüedad que leídos hoy tienen una fuerza impresionante y una capacidad de sobrecoger prodigiosa. Cinco cuentos se recogen en este volumen de los que al menos, y fijaos que estoy diciendo “al menos”, dos de ellos los podríamos considerar obras maestras absolutas del género. Vamos a por ellos.


A. N. Apujtin


Entre la vida y la muerte(1892), escrito por Alekséi Nikoláievich Apujtin (1840-1893), es el primero de la recopilación y comienza de manera genial:

“Eran pasadas las ocho de la tarde cuando el doctor aplicó su oído a mi corazón, acercó un pequeño espejo a mis labios y, dirigiéndose a mi esposa, dijo solemnemente en voz baja:
-Todo ha terminado.
Por esas palabras, yo deduje que había muerto.” (p. 11)

El tono del relato es en su fondo crepuscular y triste: la historia de alguien que ha terminado su vida sin cumplir sus sueños, dejando de lado sus verdaderos deseos por seguir los de sus padres primero, los de su esposa después. Pero al tiempo está entreverado de un fantástico sentido del humor en la descripción de los personajes y las situaciones que se desarrollan en su muerte y durante el entierro. Es como si, de pronto, ese hombre que ya no puede ver de una manera física lo contemplara todo con más lucidez y vivacidad que nunca:

“Siempre odié los bailes y, además, desde mediados de noviembre no me encontraba muy bien y por eso intentaba oponerme con todas mis fuerzas a esas celebraciones, pero mi mujer se obstinaba en organizarlas porque siempre tenía motivos para pensar que asistirían personas de muy elevada posición. Estuvimos a punto de discutir seriamente, pero ella insistió. El baile fue tan deslumbrante como insufrible para mí. Esa velada sentí por primera vez lo fatigado que estaba de la vida y fui consciente de que ésta no se prolongaría ya demasiado.
Toda mi historia se resume en una sucesión de bailes y ahí radica la verdadera tragedia de mi existencia.” (pp. 19-20)

Tras este arrollador comienzo el relato se desarrolla manteniendo este fascinante tono entre lo melancólico, en especial cuando el narrador descubre y revive fragmentos de vidas anteriores, y lo humorístico, cuando está en el presente contándonos el momento de su muerte y el velatorio posterior. Poco a poco va adoptando maneras más reflexivas dándole vueltas a qué es la muerte y a su sentido, o a la falta del mismo, y al porqué de las reencarnaciones y su creencia en ellas: todo el cuento en esencia apoya esta teoría. De ahí su sorprendente final. Sin embargo, en este último tramo Apujtin pierde algo de su fuerza inicial y lo que podría haber sido un divertido y excelente retrato de la muerte se queda a medio camino entre esto y las diversas disquisiciones sobre la misma que lo asaltan. Nos quedamos claramente con lo primero, donde la brillantez de la narración hace inútil tanta reflexión: la acción nos dice más sobre su filosofía de la vida que las páginas que dedica a disertar sobre ella.


En otro planeta


Comenté al principio que Pioneros de la ciencia ficción rusa incluía al menos dos obras maestras del género. La primera (siempre según mi opinión, me gustaría aclarar, que vale lo que un pimiento pocho de esos que de vez en cuando se me estropean en el frigorífico, ejem, y tengo que tirar a la basura) es el emocionante y trepidante relato En otro planeta: tratado sobre la vida de los habitantes de Marte (1869), del mencionado Porfiri P. Infántiev (1860-1913). Es fantástico además porque básicamente consiste en un viaje de conocimiento y aprendizaje, en este caso de la cultura y sociedad marcianas, sin peleas, batallas ni enfrentamientos cósmicos. Una inmersión absoluta en el corazón del otro, de aquel que es radicalmente distinto a nosotros, desde el momento en que el protagonista, para poder visitar el lejano planeta, debe intercambiar su alma por medio de la hipnosis con un marciano. Ambos trocarán así sus cuerpos y podrán vivir bajo la apariencia de quienes no son en un planeta ajeno. Por descontado, si los marcianos resultan horrendos y monstruosos a los ojos humanos, se nos deja bien claro que los alienígenas sienten el mismo espanto físico al ver nuestras birriosas figuras. Lo hermoso de esta historia es que, junto al protagonista, conoceremos y amaremos esta sociedad lejana y extraña, incluso sentiremos el creciente afecto, la atracción y el amor naciente entre un humano y una marciana de aspecto en verdad horripilante pero de admirables carácter y cultura. Nos enamorará su forma de ser. Lo grandioso del relato de Infántiev es que nos arrastrará a aceptar al otro, a la representación más absoluta de lo diferente, hasta este punto.

En otro planetaes un magnífico ejemplo de narración con sentido de la maravilla. Pese a estar cercenado por la censura de la época (nos ha llegado incompleto: fueron eliminados largos fragmentos), su lectura es un auténtico paseo por un Marte fantástico y de ensueño. Es bonita también la secundaria historia del doctor François Rochas, un científico que vive aislado y solitario en las montañas suizas, junto al Mont Blanc. Infántiev resulta sobrecogedor en la descripción de la casa perdida entre los hielos de las elevadas cumbres. Rochas, un trasunto quizá de Nicola Tesla, es el único humano que conoce y disfruta del contacto marciano, al menos hasta que llegue por accidente hasta él el joven protagonista del relato. Sus conocimientos acabarán muriendo con él, dejándonos con esa sensación melancólica y triste de la sabiduría perdida, de todas esas verdades que traerían el bien de hacerse públicas pero que permanecerán ya para siempre sepultadas bajo la nieve eterna e indiferente.


V. Y. Briúsov


Pero si Infántiev ha supuesto un descubrimiento fabuloso, agarraos que ahora le toca el turno al prodigioso Valeri Yákovlevich Briúsov (1873-1924). De él se incluyen dos relatos en esta antología. El primero es La Montaña de la Estrella (1899), un relato pulp escrito casi antes de que estos existieran como tales. Una historia de civilización perdida muy del estilo, y la cito porque es la que tengo más reciente, a la que el gran Abraham Merritt nos describiera en Los habitantes del espejismo (1932). Como el doctor Rochas de Infántiev, aquí también tenemos un viejo explorador y científico con un gran secreto y conocimientos adelantados a su época que muere perdiéndose con su vida su legado. Desde las montañas nevadas y solitarias de Suiza a lo más profundo de la jungla africana, lugar donde se desarrolla la aventura que nos narra Briúsov, la sabiduría de los grandes hombres se deshace en la nada. En este caso el científico es un viejo francés que el joven protagonista encuentra moribundo. Antes de morir le cuenta el secreto que, aunque no se lo ha llevado al final con él a la tumba, también acabará por perderse. Y este secreto alucinante e increíble es el de la existencia de una civilización de origen marciano oculta en un desierto artificial, fugitivos del planeta rojo que acudieron a la Tierra huyendo de su hogar buscando formar uno nuevo aquí. La idea de que un gran secreto, un maravilloso hallazgo, se perderá en el olvido para siempre es fuerte:

“Lo que yo pude ver probablemente no haya sido presenciado nunca por nadie. Pero lo que más se vio afectado fue mi propio interior. Mis convicciones, que yo consideraba inamovibles, se vieron pulverizadas o fuertemente sacudidas en sus cimientos. Ahora admito horrorizado como verdad irrefutable todo aquello que antaño rechazaba. Estas notas podrían tener un claro propósito: prevenir a otros como yo. Pero lo más probable es que nunca lleguen a contar con lector alguno.” (p. 181)

Este es el protagonista tras vivir su aventura imposible, pero en un principio el científico francés encuentra un receptor poco predispuesto a recibir su confesión de la manera que él, o cualquiera, hubiera deseado:

“-A usted, a usted le entregaré mi secreto- me dijo mientras se veía morir-. Continúe mi misión y llévela a término, en nombre de la ciencia y de la humanidad.
Me eché a reír:
-A la ciencia la desprecio, y la humanidad no me gusta.” (p. 185)

Me encanta esta actitud descreída del protagonista, que acepta investigar solo por curiosidad, uno interpretaría que casi por aburrimiento. Su devenir le obligará a cambiar. La resignada desesperación, la aceptación amarga de un destino infausto, la tristeza de quien lo ha tenido todo y ahora está desposeído y solo, y ni siquiera le importa, es el aprendizaje de la vida al que se someterá nuestro héroe. Su conocimiento, el cambio, lo que le traerá es el dolor. Como dije, estamos ante un relato pulp de civilizaciones perdidas, con sus reyes, princesas, esclavos y sublevaciones rebeldes, emocionante de leer y absorbente al máximo. A pesar de que sus personajes luchan y se enfrentan a los problemas, hay una melancólica aceptación del devenir fatal en todos ellos. En esto estriba quizá la mayor diferencia con el pulp posterior norteamericano: este suele estar impregnado de optimismo y capacidad de superación. Para Briúsov, la aventura nos lleva a conocer maravillas, pero también todo el horror y el mal que encierra la naturaleza humana.

De Briúsov se incluye un segundo relato, La República de la Cruz del Sur (1905). Aunque se presentan todos los cuentos incluidos en Pioneros como inéditos en nuestra lengua, la verdad es que este ya fue publicado en el número 2 de la revista Delirio: ciencia ficción y fantasía en junio de 2008. Descrito como el primer relato de zombis de la literatura, esto solo da una idea empobrecida y tristona del verdadero alcance de este sobrecogedor y magistral cuento, una obra maestra absoluta (¿recordáis que dije que en este libro al menos había dos?) que adoptando las maneras de una nota histórica o un informe de un suceso ambientado en el futuro, nos detalla de forma fría y descriptiva la apocalíptica catástrofe en la que se sume la capital de la naciente República de la Cruz del Sur, la Ciudad de las Estrellas. Un auténtico infierno desatado en la tierra de manos de la locura del hombre. Sus apenas treinta páginas son suficientes para contarnos una pesadilla que nace de una enfermedad, la enfermedad de la “contradicción”, mania contradicens, que lleva al individuo afectado a hacer justo lo contrario de lo que desea. Esto provocará en su inicio situaciones jocosas y divertidas, pero poco a poco se empiezan a dar casos de espeluznante horror. Aprovechando la locura de la enfermedad, todos los criminales y psicópatas se refugiarán en la floreciente ciudad y darán rienda suelta a sus deseos más enfermos ocultos en la locura colectiva. Un relato terrible y estremecedor, el reflejo de la naturaleza del hombre en el que el heroísmo y la entrega de unos pocos resultan insuficientes ante la enajenación y el delirio destructivo de la muchedumbre. Briúsov se muestra magnífico en su descripción de la nueva República: en tres páginas ya nos ha hecho creíble este país del mañana. En las restantes, nos hará sentir como un mazazo toda la abominación de la que es capaz el ser humano. Un cuento magistral y demoledor, toda una cumbre del género que desde ya consideramos imprescindible. Y recordad: todo lo que he leído y visto sobre zombis no son sino historias para bebés comparado con lo que Briúsov nos permite atisbar aquí. Esto es el horror, porque no son zombis ni criaturas extrañas: somos nosotros mismos, es el hombre como vórtice del espanto y la pesadilla. Nosotros somos los monstruos.


S. R. Mintslov


Después del impacto producido por la lectura de este relato prodigioso y único de Briúsov, la verdad es que lo siguiente que me diera por leer parecía condenado de antemano a resultarme aburrido e intrascendente. Pero resultó que no: El misterio de las paredes (1906), sin estar a la altura del anterior, sería cruel e injusto esperar esto, de Serguéi Rúdolfovich Mintslov (1870-1933), es una historia de ciencia ficción más tradicional pero disfrutable totalmente. De nuevo encontramos aquí la temática secundaria de esos inventos o ingenios maravillosos que tras mostrar un momento de fulgor increíble se pierden para la ciencia y para la historia de la humanidad. En este caso, el artefacto imposible es un artilugio que nos permite ver y oír sucesos acontecidos en los lugares en los cuales se aplica su funcionamiento. Una máquina del tiempo, aunque solo nos traiga de allá el pasado en imágenes. Así, una abandonada mansión será el escenario elegido por los investigadores para revelarnos su historia, sus secretos, brillando con intensidad de nuevo entre la soledad y el frío de la estepa en la que se eleva la ahora muerta casa. Nuestros protagonistas serán testigos únicos y de excepción de una fiesta que funde lo real con lo fantasmal en fantástica representación. Un cuento elegante que esconde una fabulosa estampa de época y la belleza y la desgracia de los dramas pasados. También el del presente, pues hasta lo que acaba de acontecer pronto es devorado por el olvido. Otro relato, pues, en el que lo maravilloso es atisbado, admirado y perdido casi todo a la vez.

En conjunto, cinco historias que no suponen tan solo una mera curiosidad histórica dentro del género, sino un auténtico descubrimiento, cuatro nombres que cuando algún día se escriba de verdad una historia de la ciencia ficción no podrán ser dejados a un lado. Imprescindibles para los amantes de la literatura fantástica, estos no solo disfrutarán, como yo lo he hecho, o al menos en eso confío, de estos admirables y prodigiosos relatos, sino que se sobrecogerán ante la perfección y modernidad de todos ellos.  


PIONEROS de la ciencia ficción rusa. Selección y traducción de Alberto Pérez Vivas. Barcelona: Alba, 2013. 346 p. Rara avis; 7. ISBN 978-84-8428-828-2.


Cuatro películas y una entrevista para EL ANTEPENÚLTIMO MOHICANO

$
0
0


Recupero aquí algunas reseñas de películas que escribí para la página web dedicada al cine El antepenúltimo mohicano. Se trata de comentarios sobre filmes actuales que, la verdad, no me gusta mucho hacer. Son encargos que me pide de vez en cuando Emilio Luna, el director de la web, y los escribo encantado, pero la verdad es que me escaqueo de todos los que puedo, jajaja. Creo que hay compañeros en la redacción muy superiores a mí en lo que a cine actual se refiere y pienso que no pinto nada entrando en este terreno. Pero bueno, una de las películas me pareció una maravilla y fue, esta sí, un auténtico placer escribir sobre ella. Me refiero a Volcano (Eldfjall, Rúnar Rúnarsson, 2011). Puedes leer lo que me hizo sentir este prodigioso film AQUÍ.    

Para el festival de cine organizado por la página de cine Filmin, el Atlántida Film Fest de 2013, dedicado al cine independiente, me encargaron escribir sobre cinco o seis películas, no recuerdo bien. Al final conseguí librarme del castigo y lo hice solo sobre tres. Dos de ellas me parecieron sendos espantos, cine pretencioso y fatuo realizado, en mi opinión, que como sabéis no vale un rábano, por personas que dudo mucho amen este arte. Más bien creo que lo que aman es figurar como artistas de este arte, no sé si me explico. Tampoco me importa, muchas palabras les estoy dedicando ya. La primera fue Leones (puedes leer el comentario siguiendo el enlace), una tontería mu gorda que consiste en hora y pico de unos niños pijos paseando por un bosque y una playa filmados con la cámara en sus cogotes. Hora y pico de pescuezos andantes, vaya. En fin, intenté hacer un comentario al estilo de la peli: infatuado, pesado, que transmitiera el mismo estado que me provocó esta chorradilla. Por los comentarios del novio y los familiares de la directora, creo que lo conseguí. La segunda fue un poco más de lo mismo. La diferencia era que, contando otra nadería pretenciosísima, esta vez la directora no sabía ni dónde poner la cámara. Por lo que se puede ver, le valía cualquier sitio. L'âge atomique se titulaba la cosa. Siguiendo el enlace puedes leer lo que escribí: estaba difícil pues había poco sobre lo que explayarse. 

Por suerte la tercera me deparó una agradable sorpresa. Aunque Dos (Stathis Athanasiou, 2011) no me terminó de convencer, sí provocó que el director contactase con nosotros para agradecernos la crítica. Decidimos hacerle una entrevista, a lo cual accedió de buen grado, y esto provocó un bonito diálogo en el cual Stathis Athanasiou fue respondiendo a diversas cuestiones, entre ellas varias en las que explicaba con detalle e inteligencia cosas que me habían llamado la atención y otras que a mí no me habían gustado o bien no había entendido de su película. Un auténtico placer leer a alguien que de verdad sí ama lo que hace con pasión. Podéis acceder a mi no muy favorable crítica AQUÍ, pero no dejéis de leer las respuestas de Athanasiou AQUÍ. Además, también sabréis de sus gustos literarios y cinematográficos. Repito: fue todo un placer.  


El Rey de los Elfos: Goethe bajo la mirada de Borja González

$
0
0


En tiempos en los que los soportes electrónicos para leer libros buscan imponerse al tradicional en papel, nuestros amigos de El Verano del Cohete (Mayte Alvarado, Borja González- Los Ninjas Polacos- y Rui Díaz) nos regalan los sentidos con la segunda entrega de su gigantesca editorial haciendo inane esta batalla: con libros tan hermosos, tan cuidados hasta el mínimo detalle, en definitiva, realizados con tanto amor, el frío soporte de metal no tiene nada que hacer. Y no es que reneguemos de los tiempos que nos ha tocado vivir: es solo recordar que hay cosas demasiado bellas para dejarlas morir.


¿He dicho gigantesca editorial? Que nadie piense que es porque poseen grandes medios y pueden permitirse grandes tiradas: creo que se entiende que, en mi torpeza, utilizo este adjetivo porque no logro definir mejor la belleza. El breve poema El Rey de los Elfos de Johann Wolfgang Goethe, ilustrado por Borja González, es el libro que acaban de editar. En el fantástico prólogo de Érica Couto (autora de uno de nuestros blogs más admirados: En la lista negra) se nos cuenta todo lo que necesitamos saber de esta balada escrita por Goethe en 1872 a la cual Schubert pondría música.



Tradicionalmente, la imaginería del poema se centra en la figura de ese padre que a caballo se lanza en una huida desesperada con su hijo en brazos escapando del Rey de los Elfos que reclama a la criatura para sí. El Rey, como en el texto original, no es sino niebla, viento, sauce o sombra que surgiendo de lo más profundo del bosque los acosa sin descanso. También, como podéis ver en las imágenes del vídeo que ilustran la canción de Schubert, el Rey nos es presentado en ocasiones como un señor viejo con barba y túnica que más recuerda al dios cristiano que a una criatura feérica o terrible, dejando para sus hijas esta cuestión. Borja González, sin embargo, ha optado por centrar la fuerza y la temática de sus ilustraciones en la figura espectral de ese Rey de los Elfos que no es otra cosa quizá que la misma muerte. Borja no se limita a poner en imágenes el texto, sino que lo reinterpreta y nos ofrece aquello que el poema nos deja solo entrever. El jinete a caballo con su hijo es así tan solo una silueta recortada entre los árboles que galopa incansable, con el Rey de los Elfos y sus tres hijas surgiendo de las aguas escondidas de un bosque fantasmal que alarga sus brazos como ramas y niebla en busca de su botín.


Las interpretaciones del poema han sido múltiples a lo largo de la historia, teniendo en cuenta su importancia como representación destilada de parte de lo que significó el romanticismo alemán, movimiento al que el mismo Goethe aportó una de las obras más importantes, famosas e influyentes del movimiento: la desesperada Penas del joven Werther (1774). Borja nos lo explica en un artículo escrito para el blog de la editorial (podéis, o quizá más bien debéis, leerlo AQUÍ) que además nos da las claves de su trabajo. Un texto fundamental para entender el origen y el por qué de este libro. Y esencial para comprender la decisión del dibujante de elegir reinterpretarlo como lo hace.


Las ilustraciones de Borja González nos hacen más grande, más siniestro, el poema al reforzar y mostrarnos esa imagen del Rey de los Elfos como una entidad poderosa e implacable ante la que solo somos sombras al albur de sus designios. Un Rey espectral que anuncia su presencia con sus fantasmales hijas presto a arrebatar al padre protector su hijo inocente. El paso a la madurez como rito inevitable y doloroso, pero también el tránsito a la muerte como destino ineludible de toda vida. Surgiendo de las aguas estancadas de un lago entre un irreal bosque, su reino de otro mundo, el Rey de los Elfos se alza como una figura terrible y poderosa que devuelve a la Tierra lo que siempre le perteneció.

Esta edición del poema de Goethe de El verano del cohete se presenta con una traducción de David Carril y con una maquetación exquisita obra de Mayte Alvarado. Sabemos que es pronto aún, pero no podemos reprimir el grito: ¡queremos el siguiente ya! Mayte también es la realizadora del magnífico vídeo de presentación del libro. Con sus hipnóticas imágenes os dejamos.

La hija del veterinario (1959), de Barbara Comyns

$
0
0

Barbara Comyns (1909-1992) es una escritora de raigambre realista a la que suelen comparar con Charles Dickens. Más que nada por un rasgo temático común en sus novelas: las vidas desgarradas y llenas de pobreza y miseria de sus protagonistas. Un aspecto mínimo teniendo en cuenta que el estilo de Comyns es lo opuesto al de Dickens. En ella no encontraremos grandes descripciones ni personajes definidos al detalle ni novelas de gran extensión repletas de meandros y desvíos. En fin, lo que todos sabéis que es Dickens. Sí que, como él, también incluye ocasionalmente algún detalle sobrenatural, pero Comyns escribe con frases breves y sencillas relatos inspirados en su propia vida, con un tipo de narración lineal y directa que en nada se asemeja al del autor de la genial Casa desolada (por citar una de mis favoritas de las que de él he leído). En La hija del veterinario (1959) la autora realiza una extraña mezcla de realismo sucio a la inglesa, mirada inocente a la hora de narrar los hechos y fulgurantes e intensos ramalazos de relato fantástico. La sensación final es que algo no termina de funcionar bien del todo: hay demasiada descompensación en los elementos que la forman. Pero su lectura resulta muy ágil y entretenida. Eso sí, sin despertar ningún otro tipo de pasión.

Entre lo que más me ha gustado está la subtrama fantástica, por descontado, que Comyns describe de forma tan breve como eficaz haciendo creíble un hecho que podría haber resultado ridículo, sobre todo en el contexto realista, y además tan vivencial, de esta novela. Lástima que la introduzca muy tarde y que además parezca que su única función sea la de añadir más tristeza y sordidez a la historia, un pretexto para mostrarnos más desvalida aún a su desgraciada protagonista. Hay descompensación no solo entre los diversos elementos que conforman la novela, sino también en el mismo interior de los elementos en sí. Son estos momentos en los que lo fantástico irrumpe arrollador y extraño los más brillantes de la novela. Salvo en su desenlace, en el cual Comyns fuerza tanto la máquina de la desgracia que quizá caiga un poquito en el ridículo.

Me ha encantado a su vez el tono del relato, esa mirada infantil, inocente, que no conoce nada de la vida y se enfrenta a todo con los ojos abiertos y ávidos de conocimiento, pero también ciegos a lo que les resulta ajeno. Es el lector el único que en verdad parece en condiciones de apreciar la penosa vida de la joven protagonista. Ella ha llevado una existencia miserable, así que piensa que eso es lo normal. Su candor es casi suicida. Comyns transmite a la perfección las sensaciones de miedo e indefensión de quien vive en un entorno brutal, pero también cada breve alegría y esos instantes de efímera belleza tan valiosos para quien solo conoce el horror. 

Al final, nos queda la sensación de que La hija del veterinario es una curiosidad de lectura agradable que si bien no termina de florecer tampoco nos fuerza a abandonar. Te la puedes leer en un rato perdido cualquier tarde. No dejará mella en tu recuerdo, me temo, pero siempre puedes pensar en que no lo hará para mal.


(Esta portada de la edición de Heinemann me encanta)




COMYNS, Barbara. La hija del veterinario. Traducción de Catalina Martínez Muñoz. Barcelona: Alba, 2013. 195 p. Rara avis; 6. ISBN 978-84-8428-825-1.

Viewing all 170 articles
Browse latest View live