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EAM # 32: La maldición de la calavera, de Freddie Francis (1965)

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Ay, ay. Mi nuevo trabajo ocasional de negro literario o fantasma de los no espectrales me tiene muy alejado del blog. Bueno, del blog y de la vida en general, vaya dislate. Pero en fin, de vez en cuando saco tiempo para cosas gratificantes. Una de ellas es, por supuesto, escribir para la página de cine El antepenúltimo mohicano, que el amigo Emilio Luna dirige de manera cruel y despiadada. ¡Nos tiene esclavizados! Para esta ocasión, elegí la magnífica La maldición de la calavera (The Skull), que dirigiera Freddie Francis en el año 1965 para la productora británica Amicus. Puedes leer el comentario si te apetece


  


Peter Cushing es un erudito de lo extraño que se encapricha de la calavera del mismísimo Marqués de Sade. La verdad es que la culpa de todo la tiene su avaro dealer Patrick Wymark.


Un plano de un cementerio y hala, ya me tienen enganchado como un bebé a su chupete. Llevo días como si viviera en uno, pero ni de lejos tan bonito como este.


Solo por contemplar juntos a estos dos genios ya valdría la pena esta película. Un duelo interpretativo, como se suele decir, de campeonato. El final es toda una performance de Cushing, pero Christopher Lee también tiene sus momentos de gloria.



Como la dichosa calavera te eche el ojo vas listo. Yo me pediría una para regalársela a algún "amigo" de esos que, bueno, jejeje, seguro que ya sabéis qué quiero decir.  



La secuencia en la que la calavera levita es una de las más estremecedoras de esta película de verdad sensacional. No la estropea ni esos hilillos que se ven ahí ayudando a su vuelo nocturno. 


Y aunque yo esté aquí haciendo alguna broma, La maldición de la calavera me parece una maravilla. Angustiosa y delirante, por momentos no podemos evitar estremecernos ante la pesadilla vívida que doblega a nuestro por siempre admirado Peter Cushing.




La profecía de Cloostedd, de Joseph Sheridan Le Fanu (1868)

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Crónicas de Golden Friars(Chronicles of Golden Friars, 1871) es un volumen que recoge tres relatos del escritor irlandés Joseph Sheridan Le Fanu (1814-1873) ambientados en este pueblo perdido en un valle escondido entre altas montañas y tupidos bosques. Completa el paradisíaco paisaje un bello y extenso lago que convierte el lugar en ese sitio soñado por los espíritus más románticos para retirarse del mundanal ruido. Pero claro, Le Fanu transforma lo edénico en lugar propicio para el horror, por lo que el lago estará habitado por el espectro vengativo de una madre muerta con su hijo cadáver en brazos, o hará vivir entre las elevadas rocas al mismo diablo con su cohorte de seguidores tomando formas humanas grotescas cuando no animales. O al menos así sucede en uno de los tres relatos aquí incluidos que he tenido la oportunidad de leer varias veces para compensar la falta de los otros. The Haunted Baronet (El baronet embrujado sería el título en traducción literal), A Strange Adventure in the Life of Miss Laura Mildmay y The Bird of Passage son los tres cuentos a los que me refiero. Y el primero, el que he leído. Eso sí, bajo el título La profecía de Cloostedd. Creo que al menos esta vez la libre interpretación resulta más evocadora que el original. 

Ya sabéis que Le Fanu está considerado por todos, y con razón, como el eslabón nunca perdido entre las narraciones góticas y las más modernas ghost stories o historias de fantasmas. Aunque aún conserva algunos detalles o se sirve todavía de elementos góticos, sus cuentos ya prefiguran la maestría de un M. R. James y se alejan definitivamente de la por otra parte adorable Ann Radcliffe. Cosas de la vida y la evolución, que también eso llega a los relatos de espectros.

Así, en La profecía de Cloostedd, Sheridan Le Fanu, pese a seguir algunos de los tópicos de la novela gótica tales como la mansión siniestra habitada por un amo tiránico y cruel que esclaviza y humilla a un familiar, y la naturaleza salvaje mostrada siempre acorde con los sentimientos de los protagonistas, en realidad, como era habitual en él, los subvierte cuando parece estar siguiéndolos a rajatabla. Y aquí lo hace de una manera sutil, elegante y no exenta de cierta malignidad o, si preferís, de retranca o incluso su pizca de cachondeo. Porque la habitual damisela perseguida, ofendida y obligada a padecer mil horrores, por lo general emparentada con el grotesco villano, es aquí un hombre. Eso sí, en todos sus actos pareciera esa damisela típica de las novelonas góticas: llora cada dos por tres, se confiesa con una criada de edad provecta que hace el papel de su madre desaparecida, sufre en silencio las vejaciones del familiar y se pasea por los jardines y los bosques como alma en pena. Y por supuesto, es él y no el tremebundo baronet el heredero legítimo del título nobiliario y todas las propiedades que este conlleva.

En lo referente al uso de la naturaleza como reflejo del estado anímico de los personajes, en Le Fanu es más de carácter romántico que gótico, más melancólico que tremebundo. La soledad, la tristeza, el dolor o los extraños momentos de felicidad siempre tienen su reflejo en el entorno, pero no porque fuerce su naturaleza, sino porque esta se impregna del carácter que invade al personaje en ese momento. El yo imponiéndose a las mismas fuerzas desatadas de lo salvaje. El paraje más encantador se tornará desolador si nuestro protagonista camina por él con lágrimas en los ojos, el más aterrador si solo es capaz de sentir miedo.

En las páginas de Le Fanu el horror nunca deja de ser hermoso: la atracción por el abismo es poderosa pues se nos presenta con toda su belleza más oscura. Fijaos cómo la soledad y la renuncia a lo que nos hace humanos, esto es, el contacto con los demás miembros de la sociedad, adquiere tonos de sublime arrobamiento:

“No hay mayor sensación de soledad que la que experimentamos bajo las mudas e inmensas cumbres de las grandes montañas. Elevados por encima del nivel del ruido y las moradas de los hombres, entre las extensiones agrestes y los rasgos colosales de la naturaleza, nos estremecemos en nuestra soledad con extraño temor y júbilo: estamos por encima de las molestias o compañías de la vida y de los temblores de un presentimiento irrazonado y difuso.” (p. 90)

Solo en el aislamiento más feroz el hombre parece estar capacitado para hallar la felicidad. Una felicidad siempre terrible, claro, porque aquí ni cuando el relato se mueve por terrenos más cercanos al humor pierde de vista su carácter siniestro.

Philip Feltram, el legítimo heredero de la gran mansión de Mardykes Hall y las tierras adyacentes, convertido en lacayo del descendiente de quien arrebató con sangre sus posesiones, es la bella damisela que en las novelas góticas sufriría humillaciones sin fin. El malvado baronet Bale Mardykes no cesará en su empeño de castigarlo, más sabiendo que su título nobiliario es robado y que una maldición pesa sobre su estirpe: llegará el día en el que el dueño legítimo reclamará lo que es suyo por derecho. Pero Bale está de suerte: Philip es un lloroncete que solo se dedica a lamentarse de su suerte y arrastrarse pusilánime por todos los rincones de una mansión que se deshace a pedazos.

Pero bien avanzada la historia un terrible percance cambiará la vida de Philip. Y retornará de él convertido justo en lo contrario: un ser diabólico y sin entrañas capaz de todo por arrebatar de las manos de Bale lo que le pertenece. Es en estos momentos donde la novela resulta más estremecedora e imprevisible. Quizá Le Fanu veía cómo su secundario, Philip, estaba devorando como personaje a Bale, por lo que pronto, para nuestro pesar, se lo quita de en medio. Eso sí, con una estratagema tan genial que, bueno, lo confieso, acaba dando igual. Porque la única forma de privarnos de Philip sin que esto no nos importe demasiado es haciendo entrar en escena a un personaje aún más potente que él. Y si esto además sucede en la escena más extraña y delirante de la novela, pues mejor todavía.

Las descripciones del tan hermoso como funesto entorno, Philip en su versión diabólica y el mismo maligno entrando en escena de manera magistral, convierten esta novela de trama algo convencional en una obra prodigiosa digna de su autor. Aunque mis momentos favoritos son aquellos en los que el espectro de la asesinada, mostrando a su hijo recién nacido ahogado, surge de las aguas del fúnebre lago reclamando una herencia robada. Estremecedores y terroríficos, son esas páginas las que tiemblan entre nuestras manos, cuando nuestro cuerpo se estremece de pavor al contacto con el verdadero hálito de lo sobrenatural.

LE FANU, Joseph Sheridan. La profecía de Cloostedd. (Traducción de Francisco Torres Oliver). Madrid: Alfaguara, 1978. 202 p. Nostromo; 63. ISBN 84-204-4063-9.

EAM # 33: La invasión de los ladrones de cuerpos, de Don Siegel (1956)

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Ya, ya, voy atrasadísimo con la puesta al día del blog, ay. Pero bueno, en cuanto pueda paso a ordenador comentarios que ya tengo escritos en mi cuaderno 19 (a mano, claro) de libros de John Wyndham y William Hope Hodgson (de este en una entrega doble cuando menos). Mientras, aquí os dejo lo que escribí para el blog de cine de Emilio Luna El antepenúltimo mohicano sobre la fascinante y con razón clásico de la ciencia ficción La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers), dirigida por Don Siegel en 1956. De lejos mi favorita de las dirigidas por él, una película por la que siento una profunda admiración y que nunca puedo dejar de ver con total arrobo y emoción. Puedes leer el artículo siguiendo el enlace:




El pueblo de Santa Mira me recuerda al mío, con la diferencia de que en el mío la invasión sin duda tuvo éxito.


"Salen todos de sus vainas / con sus camisas de caballos, / van todos en fila india / caminando como patos." (Día X menos 60)



Una película desesperada que por momentos deviene terrorífica. ¡Y con extraterrestres malvados que quieren dominar el mundo! ¡Y son como nosotros! Imposible no amarla.





Los cuclillos de Midwich, de John Wyndham (1957)

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 Al escritor inglés John Wyndham (1903-1969) le gustaba escribir sobre invasiones alienígenas, qué duda cabe. Habitantes de otros planetas que se introducen en el nuestro con afán de conquista, violentando nuestras existencias cotidianas en las que se instala lo extraño cuando no lo imposible. Al menos en sus novelas más conocidas. Si en El día de los trífidos (1951) son unas despiadadas plantas del espacio las que se adueñan del planeta, más por cuestión de supervivencia que por maldad, las pobres, en esta Los cuclillos de Midwich (1957) adoptarán la forma de niños, los hijos de los habitantes de un pueblo inglés tranquilo y olvidado por la historia que se verá impelido a entrar en ella de una manera brutal. No siempre las visitas eran con afán de conquista, como en Chocky (1968), donde el alien solo desea hacer amistad con un niño terrestre. Pero sí planteaba en todas sus novelas argumentos e ideas originales y, por qué no, hasta subversivas.

En El día de los trífidos, los humanos se verán arrastrados a cometer barbaridades en su afán por sobrevivir, olvidando su razón de ser: la humanidad. En Chocky se plantea el rechazo a todo lo que se desconoce solo por esto mismo, por ser ajeno. Aunque no versa sobre una invasión ni una visita amistosa por parte de los extraterrestres, sí que en su novela Las crisálidas (1955) arremete contra el fundamentalismo religioso de una forma feroz. De nuevo el rechazo a todo lo que es diferente a nosotros, la incapacidad de comprender al otro hasta el punto de no dudar en matar a los propios hijos si estos no son considerados “de los nuestros”. Y esto mismo pero justo al revés es lo que Wyndham plantea en Los cuclillos de Midwich: los extraterrestres serán tus propios hijos. ¿Los matarías por la supervivencia de tu especie? Porque no hay opciones de convivencia. En Las crisálidasWyndham tomaba y nos hacía tomar partido por los niños evolucionados que suponían un avance de la especie. Pero en Midwich los niños son invasores del espacio, y su exterminio se hace obligatorio si se quiere sobrevivir. De nuevo la temática de la supervivencia a cualquier precio, de nuevo la evolución de la especie que nos lleva a tomar medidas drásticas tanto si se quiere eliminar como si se desea seguir: no hay término medio en sus novelas. Uno debe elegir, se ve forzado a pensar, a dialogar con lo que lee. Y lo maravilloso de Wyndham es que llega a hacernos pensar sin dejar de ser nunca entretenido hasta la pasión.

En Los cuclillos de Midwich el planteamiento es de una fuerza y una originalidad que desarma al poco de comenzar la lectura. Todo un pueblo queda atrapado en una cúpula que deja sumido en un extraño sueño tanto a los que están en su interior como a aquellos que se aventuran a entrar. Un día de aislamiento tras el cual todo vuelve a la normalidad. O eso parece. En las cercanías se ha divisado un extraño objeto con forma de platillo volante que ha estado detenido junto al pueblo todo el tiempo que ha durado su aislamiento. Y a los pocos meses, todas las mujeres del pueblo están embarazadas. El horror de no saber qué se está gestando en su interior junto a la lucha contra las convenciones sociales (entre ellas hay mujeres solteras y chicas muy jóvenes) se funden en un relato llevado con mano maestra. Porque no solo se trata del horror, sino también del amor que una madre no puede dejar de sentir por su hijo pese a desconocer el mismo por qué de su embarazo. Una temática difícil que Wyndham nos narra con una elegancia magnífica, sin eludir nunca lo más escabroso y sin caer jamás en lo sensacionalista. Porque en definitiva, si en Las crisálidas lo que se cuestionaba era si por la evolución deberíamos matar a nuestros padres, aquí es si por evitarla debemos matar a nuestros hijos.

Quizá el único problema de esta novela que se lee en un suspiro, que te envuelve y te atrapa de manera que no hay quién abandone hasta terminarla, es que los niños extraterrestres aparecen demasiado tarde y solo toman presencia casi al final de la misma. Para cuando podemos “oírlos” hablar por primera vez, sus actos ya nos han hecho tomar partido y la decisión de acabar con ellos no resulta tan dolorosa. Y eso que nunca dejan de ser niños asustados que solo desean sobrevivir. A cualquier precio, claro, pero es que todo es como la vida en la naturaleza salvaje: devorar o ser devorado. Los niños son más fuertes, pero son inferiores en número. Su fría lógica y su superior inteligencia los hará invencibles en cuanto crezcan un poco más y desarrollen todo su poder. Hay que exterminarlos cuando aún son adolescentes. Resulta curioso, quizá paradójico, que el único humano, Gordon Zellaby, que tendrá claro que es una cuestión de matar o morir, sea el más inteligente, el que más amistad o cercanía ha logrado con los niños, el único que los conoce bien y en el que ellos confían. En realidad, es un padre que deberá tomar la decisión de asesinar a sus hijos para salvaguardar su propia especie. Un tema casi bíblico, Abraham sacrificando a Isaac, solo que aquí no se trata de una petición ciega de un dios cruel, sino de la supervivencia exigiendo un sacrificio inhumano.

Esta edición de la editorial Gaviota presenta la traducción que se repite de una edición a otra de las pocas que ha tenido esta novela en España. Una traducción nefanda que llega a resultar incomprensible en algunos párrafos por su mala redacción. Si sumamos este uso “particular” de la gramática a la mareante cantidad de errores tipográficos y faltas ortográficas que contaminan el texto casi a cada línea, no queda sino llegar a la conclusión de que esto es lo más extraterrestre del libro. Hay momentos en los que se lee casi por abstracción: formando las frases en tu cabeza. Un espanto, en fin.  

En el año 1960 se realizó una adaptación cinematográfica, El pueblo de los malditos (Village of the Damned) que a mi gusto supera a la novela, pues permanecen en esencia todos sus planteamientos y los niños tienen una presencia más constante y poderosa. La decisión de Zellaby, al tiempo que más dolorosa, también está mejor llevada. Sus dudas y certezas se entienden mejor y alcanzan más profundidad precisamente por el hecho de haber sido simplificadas en su versión para el cine, obra de la soberbia adaptación de Stirling Silliphant, Ronald Kinnoch y Wolf Rilla, este último también como director. No entraré en detalles de qué supuso para mí la primera vez que vi esta película. Por muy importante que me resulte, a vosotros os aburrirá sin remedio. Baste saber que una fotografía de los niños de esta película es la imagen que preside este blog.   

WYNDHAM, John. Los cuclillos de Midwich. (Traducción de Barbara McShane y Patrick Alfaya McShane); (ilustración de portada: Enrich). Barcelona: Gaviota, 1986. 302 p. Infinitum, ciencia ficción; 4. ISBN 84-7693-026-7.





EAM # 34: La muerte robada, de Nyrki Tapiovaara (1938)

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Nueva entrega de mis comentarios sobre películas para la página de cine El antepenúltimo mohicano. En esta ocasión, todo un clásico desconocido, una película tan extraña como sorprendente plagada de persecuciones en la noche, callejones oscuros repletos de conspiradores, tráfico de armas, ataúdes desaparecidos, imprentas clandestinas, contrabando, chantaje, extorsión y hasta una historia de amor arrebatada y de una poderosa sensualidad: La muerte robada (Varastettu kuolema), dirigida por Nyrki Tapiovaara en 1938. Puedes leerla siguiendo el enlace 





La verdad es que uno no sabe cuándo duermen estos señores porque se pasan el día conspirando, editando panfletos subversivos y huyendo de la policía y de los soldados rusos zaristas que mantienen bajo su yugo al pueblo finlandés.


También sacan tiempo para ir de entierro, pero no creáis que el ataúd está ocupado por un cadáver...



Planos de gran belleza plástica y originalidad, dos secuencias prodigiosas y el caos provocado en ocasiones por el desprecio reconocido del director por las leyes básicas del montaje. Para qué, si total la historia se entiende y cuando tiene que conmover, conmueve.


Se rodó en cuatro idiomas, así que incluye subtítulos en finlandés porque si no ni en su país de origen llegarían a entender algo.


El malo (Santeri Karilo), como suele suceder en las buenas películas, resulta sencillamente espectacular en su mezcla de ironía, inteligencia y verdadera rapacidad.


La pareja protagonista está magnífica. Tuulikki Paananen sabe utilizar su belleza para resultar inocente y, cuando es preciso, mostrar una sensualidad devastadora. Ilmari Mänty compartirá con ella la que quizá sea la escena más rompedora y genial de esta película visualmente atípica: la seducción que termina con ese beso final apasionado, encendido, sensacional, que acontece ante nuestros ojos y no llegamos a ver nunca. 


EAM # 35: La mosca, de Kurt Neumann (1958)

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Ay, ay, ay, qué retraso llevo. Bueno, nada, a ponerse al día. Este es el comentario que escribí para la página de cine El antepenúltimo mohicano sobre la película La mosca (The Fly), el clásico de la ciencia ficción que dirigiera Kurt Neumann en el año 1958, basado en el relato de George Langelaan que James Clavell convirtiera en un magnífico guion. Una película emocionante y terrible a la que el bueno de Cronenberg en su versión de los 80 solo superaría en asquete: la de Neumann se queda impresa en el cerebro de manera imperecedera. Locura, horror, experimentos científicos delirantes, transformaciones monstruosas... En fin, todo lo que nos gusta pero mostrado de una forma tan inteligente que la convierte en uno de mis clásicos favoritos. Puedes leer el comentario si te apetece





¡Y qué actores! Junto al magistral Vincent Price, toda una vieja gloria tan gigantesca como Herbert Marshall y una fantástica Patricia Owens que borda su papel entre la locura y un tranquilo y desesperado romanticismo.


¡Vaya dos! Contemplarlos en acción ya hace que uno desee ver cualquier película, pero si además es una absoluta obra maestra de la ciencia ficción y el terror, se disfruta más aún. 


Price hace de cuñado comprensivo y bueno, enamorado en secreto de su hermosa cuñada. ¡Quién no se enamoraría de Patricia Owens en esta peli!


David Hedison es el científico de buenos sentimientos que intenta que sus descubrimientos supongan una solución para los problemas de la humanidad. Pero sus modélicas intenciones se verán truncadas por un nefasto error. No me digáis que no es una maravilla verlo aquí con su esposa, Patricia Owens (no me canso de escribir su nombre), con estas fantásticas gafas para ver experimentos locatis. ¡Quiero unas iguales!


Fijaos cómo cambian las cosas solo porque a uno se le altera un poquillo el cuerpo: de cena romántica con champán (eso sí, de fondo el laboratorio de nuestro científico) a comida solitaria con problemas para partir el ala de pollo con esa mano TAN EXTRAÑA.




Todos los momentos que Patricia Owens comparte con su marido ya irremediablemente convertido en un monstruo son espeluznantes, llenos de una increíble tensión. Nosotros sabemos qué ha ocurrido, pero ella no. Confía en que podrá ayudar a su marido y obedece a ciegas todas sus imposibles peticiones. El amor se enfrenta a una situación que pondrá a prueba su profundidad. Lo dramático se funde con lo terrorífico para llevar al espectador a un final que deviene brutal al hacernos partícipes de los sentimientos de los personajes.  Lo dicho, un clásico que el tiempo nunca destruirá.



La idea de cubrir con una tela negra la cabeza del científico ocultando el horror, haciendo así que nuestra imaginación se dispare y haga todo el trabajo, es quizá la imagen más recordada de la película junto a esta de más arriba: Patricia Owens desde el punto de vista de la mosca humana.


Pero no acaba aquí la cosa: igual de clásica es esta otra con los restantes protagonistas mirando lo que sus ojos ven pero su mente se niega a aceptar. Hay algo atrapado en esa telaraña, algo que descubriremos y nos helará la sangre. Eso sí, los gamberretes de Marshall y Price se pasaron la peli entera haciendo bromas y chanzas por doquier, en especial en esta escena en que contemplan asombrados el horror. Era dejar de rodar y hala, a hacer chistecitos y decir tonterías sin parar de reír. Lástima que Neumann y su equipo no grabaran esos momentos: de seguro serían hoy tan clásicos y tan magníficos como la película misma.

Hombre perdido

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Ya está editado este cómic del cual escribí el guion para mi amigo Enrique Flores. 52 páginas a todo color, editado por el CEXECI. Puedes pedirlo a info.cexeci@org.gobex.es al precio de 12 euros más 3 de gastos de envío.

"En el año 1541, Álvar Núñez Cabeza de Vaca comandó una expedición con camino a Asunción, una ciudad ubicada en tierras de la actual Paraguay. Compartía el viaje un extremeño de Santa Cruz de la Sierra: Ñuflo de Chaves.

No podremos saber nunca si el joven Ñuflo llegó a perderse de sus compañeros como aquí se relata, pero sí podemos dar por cierto el deseo de la jungla de devorar a los hombres que se aventuraban por ella." 


Estas dos fotografías del interior las hizo Enrique.


Ha sido todo un placer escribirlo, por mucho que en algunos momentos me sintiera más perdido que el propio Ñuflo, jajaja. Si os animáis a leerlo, espero que os guste.

La cabeza de la Gorgona y otras transformaciones terroríficas (1869-2011)

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Antonio José Navarro es el autor de varias compilaciones de relatos publicadas por la editorial Valdemar en su imprescindible colección Gótica: Sanguinarius: 13 historias de vampiros, La maldición de la momia: relatos de horror sobre el antiguo Egipto, Venus en las tinieblas: relatos de horror escritos por mujeres, y la que hoy voy a comentar, La cabeza de la Gorgona y otras transformaciones terroríficas. Todas ellas destacan por incluir nombres desconocidos o sorprendentes, lo cual siempre es de agradecer, pero también por su irregularidad. Por supuesto, no falta en ninguna de ellas esa pequeña joya que justifica la adquisición de cualquiera de estos volúmenes, pero faltaría a la verdad si no añadiera que, siendo lo normal en cualquier antología que algunos de los cuentos resulten un fiasco, en el caso de las realizadas por Navarro la descompensación suele ser grande. Confieso también que esto a mí no me supone ningún problema: prefiero este riesgo antes de que se incluyan los relatos de siempre. En este sentido, Sanguinarius resultaba modélica teniendo presente lo quemado que está el tema vampírico: conseguía que todo pareciera nuevo, un terreno aún inexplorado pese a la cantidad de obras que tienen a los vampiros como protagonistas. Esto hace que, en conjunto, interesen o atraigan más las temáticas elegidas para agrupar los relatos, suponga un auténtico placer sumergirse en las diversas propuestas. Y eso que en este de la Gorgona, pese a que Navarro justifica incansable el por qué de la selección, en realidad la sensación final es que valía todo: desde el momento en que basta con que el protagonista esté loco para que ya lo podamos considerar un monstruo, por ende una transformación, el terreno que se quiere acotar es tan inmenso que se difuminan un tanto sus pretensiones. Y no es que estemos en contra de considerar pulpo como un animal de compañía, estooooo… quiero decir, loco como transformación monstruosa, pero no es lo primero que uno piensa cuando le dicen que va a leer un libro sobre transformaciones monstruosas. Pero bueno, esto es una apreciación mía sin valor que no pretendo que empañe la valoración del libro relato a relato. Cada obra va acompañada de una excelente introducción sobre el autor correspondiente que, eso sí, como el mismo antólogo explica en la introducción, conviene leer al final pues destripa todos los cuentos sin excepción.


Louisa May Alcott

Y el primer relato es la primera sorpresa. Aunque no es nada del otro mundo, solo la oportunidad de poder conocer la faceta macabra de una autora como Louisa May Alcott ya es una maravilla. Perdido en la pirámide, o la maldición de la momia (1869) es una entretenida historia que sigue la estela de aquellos inspirados en las maldiciones de las momias egipcias, terribles para los profanadores y sus allegados. Se mueve entre el horror y el romanticismo fúnebre y, como he dicho, aunque no resulta especialmente brillante, es agradable de leer. Alcott lo publicó bajo el seudónimo de A. M. Barnard, el que utilizaba para dar salida a sus obras más góticas y oscuras. Y sí, esta es la verdadera cara adorable de la autora de Mujercitas.


Guy de Maupassant

El siguiente en la lista está firmado por el gigantesco Guy de Maupassant, La madre de los monstruos (1883). Sus relatos de miedo son de una originalidad especial, y siempre extraños y sobrecogedores. Este en concreto es un espeluznante y cruel relato de horror, pero también una feroz crítica a las costumbres sociales y los cánones de belleza de la época que perfectamente podría ser aplicada a los de hoy. Su carácter destructor deja a un lado al final su faceta fantástica, aunque se disfruta igual.

Y de la madre al fabricante. Aquí lo que importa es que salga un monstruo. El fabricante de monstruos (1887) de William Chambers Morrow es un macabro y morboso relato, todo un antecedente de los mejores cuentos pulp a los que se adelanta en varias décadas. Directo y sin concesiones, va anticipando el horror en el que desemboca por medio de pequeños detalles que nos llevan a ese punto en el cual el espanto ha tomado casi forma definitiva antes de llegar a narrarlo, a ser contado en detalle. Su estructura en tres tiempos le hace perder intensidad, en especial en su parte central, una conversación entre dos policías que hace avanzar la acción pero que nos aleja de la atmósfera opresiva del caserón del científico loco protagonista. El desenlace lleva a Morrow a figurar entre ese modesto panteón de reyes del horror más brutal. No es extraño que su obra fascinara a Ambrose Bierce, editor de la revista The Argonaut, la cual dio salida a varios de sus cuentos. Un creyente afirmaría eso tan manido de “Dios los cría y ellos se juntan”. Y por una vez le tendríamos que dar la razón.


Gertrude Bacon

La cabeza de la Gorgona(1899) de Gertrude Bacon es el que presta su título a la antología. Nunca sabremos si el encuentro del capitán Brander con la cabeza de la Medusa en una isla jónica, tal y como aquí se nos narra, fue real o ficticio dentro del contexto del mismo relato. Sí, en cambio, podemos afirmar que el resultado es un cuento entretenido entre lo aventurero y lo fantástico. Sencillo, hasta divertido en su inicio con ese encuentro entre la joven pasajera del barco y el capitán al que pide le narre su fabuloso encuentro con una de las Gorgonas. Es mi parte predilecta de este relato que no brilla en lo importante, el citado enfrentamiento, pero sí en la presentación de esa pareja encantadora en un viaje en crucero por tranquilos mares.

E. & H. Heron era el sobrenombre de Katherine O’Brien Prichard y Hesketh Vernon Prichard, madre e hijo en la vida real. Ellos crearon al investigador de lo oculto (sí, otro más) Flaxman Low, el protagonista de La historia de la vieja casa Konnor (1899). Frío y racional, Low se enfrenta aquí a un caso de vudú con casa encantada de regalo y hongos africanos que producen un veneno mortal con una envidiable actitud científica. Y eso que la metódica explicación final elude las extrañas apariciones del “hombre resplandeciente”, el detalle más interesante de este regulero relato, si bien ilumina todos los demás misterios de la historia. Entretenido pero sin brillantez. Simpático pero sin fuerza. Con un buen planteamiento pero con un desarrollo poco atrayente y un final decepcionante. En fin, otra aventura de Flaxman Low.


John Davys Beresford

La granja de los degüellos (1918) de John Davys Beresford es toda una gamberrada. Al nivel del mejor y más ácido Ambrose Bierce (segunda vez que invocamos su nombre y no está en esta antología). Adopta un punto de vista original: las apreciaciones del narrador, que se antojan fuera de tono y descolocan al lector. ¡Quizá él sea el verdadero loco del relato! Goza de un divertidísimo, sin dejar de ser atroz, final y atesora magníficas descripciones:

“(…), pude divisar una casa achatada e inclinada en un claro a los pies de la ladera opuesta. Imaginé que la casa había llegado a este lugar deslizándose colina abajo por la interminable marea de árboles de crestas borrosas que apuntaban al cielo, frenando en seco en el lugar en el que ahora se alzaba, dislocada y totalmente fuera de lugar.” (p. 118)

Y fijaos qué inicio:

“- ¡Ah! Acá la llamamos la granja de los degüellos- me informó el conductor.
- Pero, ¿por qué?- pregunté nervioso.
- Verá por qué cuando llegue allí.” (p. 117)

Un relato que comienza así, por fuerza me ha de gustar.

Mezclando el relato de misterio con la narración terrorífica, William James Wintle nos presenta en La voz en la noche (1921) un cuento elegante, sutil, donde las maldiciones y los horrores son más sugeridos que reales, aunque en su conclusión deje bien claro su trasfondo fantástico. Toma la leyenda para trasladarla al presente, y la mirada fría pero nunca incrédula del protagonista es la del lector: pregunta e inquiere jamás negando la evidencia por muy increíble que esta sea. Elevando el nivel de la antología.

En A porta inferi (1923) se nos narra la posesión de un espiritista por el alma de un criminal. El autor, Roger Pater, seudónimo de Gilbert Roger Huddleston, un monje benedictino, advierte sin estridencias sobre los peligros de las prácticas espiritistas, de funestos resultados si nos ceñimos al relato, si bien deja la puerta abierta a la conversión, al arrepentimiento y al perdón, todo en uno. Resulta intenso el momento en el que Pater se detiene en contarnos el ritual del exorcismo. No deviene terrorífico al no tratarse del demonio, presencia siempre más imponente que un asesino por terrible que sea. Quizá lo mejor esté en la ambientación, en la atmósfera malsana y decadente que desprende una casa señorial convertida en manicomio y sus jardines habitados por enfermos mentales. Más tristeza que horror, al fin, pero no deja nunca de ser una buena y entretenida historia.

La bagheeta(1930) de Val Lewton es un fascinante relato sobre la leyenda de la mujer pantera, una joven virginal que siendo mancillada por los hombres retorna en forma de pantera negra anhelante de venganza. Solo un joven puro, virgen, podrá darle muerte, podrá rechazarla cuando convertida en mujer reclame sus besos. Es fantástico el tono de leyenda que mantiene en todo momento pese a que, irónicamente, la historia destruye la leyenda misma: se sustenta en una mentira alentada por la vanidad (ahora parezco Antonio José Navarro desvelando quizá demasiado la trama: ¡perdón!). Esta leyenda es la que respira de forma subterránea en la fantástica y genial película escrita por DeWitt Bodeen y el mismo Lewton (en su función de productor para la RKO, también reescribía los guiones de sus escritores contratados), dirigida en el año 1942 por Jacques Tourneur, La mujer pantera (Cat People).

¿Quién anda ahí?(1938), de John W. Campbell Jr., es una buena novela corta en la que destaca la idea de que cualquiera de sus personajes puede ser el monstruo del espacio exterior dispuesto a hacer del planeta Tierra su lugar de recreo y, cómo no, su restaurante favorito. Se acaba echando en falta algo más de atmósfera: una estación en la Antártida da juego infinito para expresar la soledad y el aislamiento que deben sufrir los protagonistas. Tampoco es Campbell un maestro a la hora de dotar a estos de fuerza y personalidad. En ocasiones uno los distingue por los nombres nada más, porque todos parecen el mismo tipo duro que usa Varón Dandy. Salvo el científico malote, que es el que quiere investigar y no cede a la estupidez pistolera de los demás, que es un enclenque y un cagón como corresponde a esa raza maldita formada por aquellos que prefieren pensar antes que sacar las pistolas y hacer volar cabezas. Pero en conjunto posee cierta fuerza primigenia, cierta manera de presentar ese horror encerrado y oculto bajo el rostro de tu mejor amigo que estremece. El director John Carpenter, en su adaptación para el cine de esta historia La cosa (The Thing, 1982), supera con creces el original. No solo el literario, sino también el cinematográfico (El enigma… de otro mundo, The Thing from Another World, dirigida por Christian Nyby en 1951). Y esto es porque aquí sí se llevan al extremo las premisas contenidas en la novela: la infinita soledad y el estremecedor sentimiento de unos hombres que se saben perdidos aunque estén decididos a no rendirse sin luchar, el frío eterno y el viento constante que nos hace verlos como supervivientes en una tumba de hielo, y un desolador final totalmente opuesto al ofrecido por Campbell.

De George Langelaan se nos presenta su relato más conocido, el fantástico La mosca(1956). Eficaz y sencillo, a mi gusto es superior la película a la que dio origen: La mosca (The Fly, 1958), dirigida por Kurt Neumann. Puedes leer el comentario que escribí sobre ella (con una breve introducción con Langelaan de protagonista) en la página de cine El antepenúltimo mohicano si sigues el enlace AQUÍ

Horror en el castillo de Chilton (1963), de Joseph Payne Brennan, es un atmosférico y turbio relato que trae de manera formidable las más refinadas exquisiteces góticas al presente sin perder un ápice de todo su terror ancestral. Una fúnebre leyenda, un castillo con siglos de antigüedad, pasadizos excavados en la roca viva, una oculta mazmorra donde anida el más puro horror… Brennan narra en primera persona, él mismo y sus ancestros como protagonistas, con lo que presta la necesaria sensación de realidad al relato para que cuando lo increíble haga acto de presencia nos lo creamos y nos atrape sin remisión.

El reptil(1966) de John Burke es una novelización de la película de mismo título (The Reptile, 1966) de la productora Hammer dirigida por John Gilling. No cabe algo menos apetecible de leer que una novela basada en una película, al menos para mí. Pero destrozando cualquier prejuicio que pudiera tener, la obra de Burke es de lo más interesante y mejor de este volumen. Construida en un magnífico crescendo que desemboca en un atmosférico y conseguido final, su sencillez y falta de pretensiones es su mejor arma. Efectiva, con personajes creíbles y con personalidad, una ambientación perfecta con los páramos de Cornualles de fondo y una maldición hindú infectando las tranquilas tierras de Gran Bretaña. Conseguido, en resumen, relato de terror, emocionante y eficaz, que obliga a que empecemos a tener en mayor consideración a su autor.

Otra de las grandes sorpresas de este libro es El amor de ultratumba de Carl von Cosel (2011), de Vicente Muñoz Puelles, sin duda uno de los mejores relatos de los aquí incluidos. Partiendo de la premisa más clásica del pulp y las películas de serie B (el científico loco) mezclado con el horror romántico más clásico que puede representar cualquiera de los mejores relatos de Edgar Allan Poe pasando por los más delirantes de Guy de Maupassant, Muñoz Puelles nos ofrece una historia alucinada de amor loco, de pasiones más allá de la muerte, que funde lo romántico exacerbado con la fisicidad morbosa de manera ejemplar. Carl von Cosel bien podría ser el hermano algo despistado y ensimismado del protagonista de esa obra maestra del fantástico con la necrofilia como temática central que es La caja de hueso de Antoinette Peské (AQUÍ). Un relato excesivo, magnífico, que se devora con intenso placer y que supone todo un regalo para el amante del género. Pocas veces la locura mórbida ha podido resultar tan horrenda y al tiempo, admitámoslo, tan entrañable. Este es su excepcional logro. Aunque, quizá, como piensa el desgraciado Carl, “los vivos nunca podrán entenderlo.”

La antología se cierra con El talismán de la muerta (2011) de José María Latorre, algo repetitiva y alargada historia de hombres lobo. Latorre se me antoja un escritor irregular. Tras haber leído más de una docena de sus libros, el mejor (sin contar sus libros de cine, que me suelen gustar) de ellos me sigue pareciendo el primero que leí, Miércoles de ceniza (1985), una excelente novela apocalíptica. En esta ocasión se queda en un gris terreno medio. Una historia de gotiqueces morbosillas que nunca termina de arrancar. Uno acaba agotado de seguir a la protagonista corriendo de un lado a otro, incansable incluso cuando ya lleva dos días sin comer. Por encima de esto, Latorre es un autor que no renuncia a escribir literatura fantástica en un país donde el género no es todo lo apreciado que se merece. Solo por esto ya goza de nuestra simpatía. Si también cuando acierta es en verdad excelente, yo al menos le seguiré leyendo.

NAVARRO, Antonio José (ed.). La cabeza de la Gorgona y otras transformaciones terroríficas. Traducción de Marta Lila Murillo y Mauro Armiño. Madrid: Valdemar, 2011. 491 p. Gótica; 85. ISBN 978-84-7702-697-6. 


EAM # 36: Blancanieves, de James Searle Dawley (1916)

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Aquí os dejo mi comentario para la página de cine El antepenúltimo mohicano de la película Blancanieves (Snow White), dirigida en el año 1916 por James Searle Dawley. Toda una maravilla del cine comercial más primitivo, siempre moderna, entretenida y emocionante. Al principio nuestra heroína más parece Cenicienta, pero nos da igual. Marguerite Clark está fabulosa y, si bien la historia tarda en arrancar y en esos minutos iniciales hay un exceso de intertítulos, pronto la trama fluirá con pasmosa facilidad. Puedes leer el comentario

AQUÍ   



La primera secuencia está genial: Papá Noel irrumpe en una casa y deja unos muñecos sobre una mesa. Estos cobrarán vida resultando ser los protagonistas de la historia que veremos a continuación.


Aunque en muchos aspectos el guion es fiel al cuento de los Grimm, en otros lo ignora con admirable desparpajo. Así todo lo referente a la madrastra y su espejo, por poner un solo ejemplo de muchos, pero sin duda el que resulta más chocante.



El cazador toma en esta versión una importancia fundamental, tanto que su devenir casi devora en interés el de la propia protagonista. Uno de mis momentos preferidos es el encuentro de ambos en el bosque, cuando él tiene el encargo de asesinarla y le fallan las fuerzas.


Cómo no, hacen su aparición los siete enanitos, aquí cada uno con su nombre (no así en el cuento de los Grimm). Walt Disney, enamorado de esta película, iría más lejos en su versión incorporando a cada uno de ellos un rasgo de carácter definitorio.


La reina, madrastra de Blancanieves, tiene unos extraños aliados: una bruja trapisondera y un gato antropomorfo que no sé qué pinta allí. Eso sí, raro lo es un rato...


El ataque de la madrastra a la inocente Blancanieves en la cabaña de los enanitos también sigue con bastante fidelidad el original de los Grimm.


Y el desenlace está fantástico, con esa resurrección que a los que conozcan el cuento solo por la versión de Disney, en todo distinta a la de los Grimm, les sorprenderá sin remedio. Aquí también esta película de 1916 respeta a los hermanos alemanes. 


Y como obsequio, podréis ver completa la película Frankenstein, la mítica producción de Edison de 1910 dirigida por James Searle Dawley y protagonizada por Charles Ogle, que se tuvo por perdida hasta que el coleccionista que la conservaba solo para sí fue convencido de que la sacara a la luz. Anda que no le costó trabajo ni nada al muy...


EAM # 37: El pueblo de los malditos, de Wolf Rilla (1960)

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Nueva entrada para la página de cine El antepenúltimo mohicano. En esta ocasión, una película por la que siento absoluta pasión: El pueblo de los malditos (Village of the Damned, Wolf Rilla, 1960). Casi obsesión, me atrevería a decir, por una poderosa razón personal. Pero baste decir que la cabecera de este blog, desde su primer día, estuvo presidida por una imagen de sus niños alienígenas protagonistas. Puedes leer el comentario






Y AQUÍ, mi opinión sobre la fantástica novela en la que se basa: Los cuclillos de Midwich (1957), de John Wyndham.



Livianas, de Mayte Alvarado (2012)

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Ay, se ha hecho esperar, pero ya tenemos una nueva obra de Mayte Alvarado. Livianas conforma la última entrega (por el momento) de esa colección de fanzines exquisitos, elegantes y cuidados que nos dan a degustar cada cierto tiempo nuestros amigos de Los Ninjas Polacos. Un relato sencillo y hermoso cuya metáfora no puede sino llenarnos de tristeza. Pero no temáis: toda su melancolía está entretejida de una poesía sutil en la cual las imágenes nos arrastran a otro mundo donde hay mujeres que pueden volar y hombres incapaces de comprenderlas. Otro mundo quizá no tan ajeno a este, pero gracias a Mayte desde luego más hermoso. 


Su trazo clásico nos encanta, para qué os vamos a engañar, y lo único que lamentamos es que no publique al menos uno al mes. 

Si quieres disfrutar con otras maravillosas ilustraciones de Mayte, no dejes de visitar su sitio tumblr (AQUÍ).



Los mares grises sueñan con mi muerte, de William Hope Hodgson (primera parte, 1898-1920)

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A veces uno tiene hermosos sueños, y a veces se hacen realidad. Muy pocos y en contadas ocasiones, por desgracia, pero hoy toca hablar de uno que sí se ha cumplido: ver publicados en un solo volumen todos los cuentos de terror en el mar de William Hope Hodgson (1877-1918), uno de los escritores de literatura fantástica más admirados en este blog. Maestro absoluto del relato de horror, Hodgson anticipa en parte toda esa nueva vertiente del moderno cuento de terror que florece de manera macabra con el gran H. P. Lovecraft como epicentro. Adentrarse en las oscuras aguas de este libro supone un placer que me temo no lograré expresar como merece en las siguientes líneas, pero no dejaré de intentarlo.

Este magnífico volumen se abre con un par de artículos introductorios de su antólogo, José María Nebreda. El primero de ellos es una excelente presentación que nos deja unas notas sobre el estilo y la manera de hacer de Hodgson, una categorización de sus relatos, la cual será la que vertebre la presentación de los aquí seleccionados, y cuáles y por qué han sido elegidos para esta antología. En el segundo, unas palabras acerca de las dificultades de la traducción, sobre el extenso y complicado lenguaje marítimo, lo específico de la terminología marinera y la ayuda en la labor de trasladar de manera correcta determinadas palabras y expresiones que el mismo Nebreda ha recibido en forma de cartas de marinos. Esto último supone una maravillosa manera de acercarnos a ese trabajo de traducción, a sus problemas pero también a sus logros, sin el cual muchos de nosotros jamás tendríamos acceso a estos autores que amamos. Nebreda, además, confecciona un glosario de términos y frases marítimos para hacernos la tarea más sencilla si cabe. Ante tal cuidado por acercarnos de la manera más correcta posible a la obra original solo podemos estar agradecidos. Que traductores como él trabajen nuestro género predilecto es un regalo que deberíamos ponderar de continuo.

Pero pasemos ya a la obra de Hodgson. El libro comienza con Diario de navegación(1898), que como indica su título es el diario que el autor llevó en su viaje en el barco Canterbury desde Nueva Zelanda a Inglaterra. Sencillez y concisión, sin literatura que embellezca los hechos: un diario real en el que Hodgson apunta las tareas cotidianas de manera esquemática. Esta misma falta de pretensiones es lo que nos hace sentir en primera persona y de manera verídica el viaje, con las múltiples ocupaciones habituales en su trabajo en el barco y sus breves distracciones y momentos de ocio. De estos destacan los dedicados a la lectura, a practicar deporte y a su afición a la fotografía. Afición que podemos admirar pues algunas de ellas acompañan el texto dotándolo de una vida que está más allá de las palabras. Quizá la anécdota más curiosa de las que nos narra sea cuando nos describe el fenómeno del rayo verde, un extraño efecto del sol al ocultarse sobre el horizonte que tiñe el mar durante unos segundos de un irreal tono verde, tal y como Jules Verne nos diera a conocer en su novela titulada así: El rayo verde (1882). Lo más chocante es que Hodgson ignora de qué se trata esa breve y fantástica visión. Solo tiene 21 años.

A través del vórtice de un huracán (1909) es una narración verídica de un viaje a un lugar del que muy pocos logran volver: el corazón de un huracán en alta mar. ¡Hodgson no solo estuvo allí, sino que además consiguió hacer fotografías! Magnífico “relato” que, como en el caso anterior, de forma sencilla y sin adornos, estremece solo por lo terrible y lo magnífico de los hechos narrados. Un viaje al horror real que tiene la fuerza de un relato oral, la historia increíble y alucinante que te contaría un viejo lobo de mar en una noche de tormenta. Con una descripción escalofriante del fenómeno del Mar Piramidal, un espectáculo que supone la antesala de la muerte porque solo los que están a punto de morir logran verlo. Bueno, casi todos, porque Hodgson sobrevivió. Estas imágenes que quitan de verdad el aliento las utilizaría más de una vez en sus relatos fantásticos. No es de extrañar, ya que por sí mismas conforman el horror en su estado más puro y espeluznante.

Con estos dos relatos verídicos se abre el volumen. Nebreda los ha agrupado bajo el epígrafe “En aguas profundas”, y no creo posible concebir palabras más adecuadas. Todo un paseo tenebroso por el lado más infernal y terrorífico del mar en su estado más violento y salvaje.


A continuación encontramos una selección de poemas de Hodgson, “Poemas del mar”. Mi favorito es, sin dudar, el que da título al libro, un grito desesperado dirigido a fuerzas que están muy por encima de todo lo humano.

Y ya desde aquí entramos de lleno en los cuentos de terror. Bajo el epígrafe “Cuentos del Mar de los Sargazos” asistiremos a un crucero maldito por estas aguas estancadas y mefíticas plagadas de criaturas abisales en las cuales el tiempo parece detenerse en un compás de horror. Porque para Hodgson, si os sorprende a estas alturas es que me estoy explicando realmente mal, las míticas aguas de los Sargazos suponen el mismo infierno. No deja de resultar una bonita paradoja que el infierno aquí en la tierra se desate en el mar.

En Desde el mar sin mareas. Primera parte (1906) Hodgson ya aprovecha su alucinante experiencia en el centro de un huracán, la que narrara en el artículo anterior, para contar cómo el Homebird es atrapado en el imposible fenómeno, la antesala de la muerte. El manuscrito que narra el viaje al corazón de la pesadilla del Homebird es hallado en el interior de una barrica abandonada en el mar, una idea que bebe del gran Edgar Allan Poe. Nadie como Hodgson para contarnos la soledad de unas aguas malditas, el aislamiento, el vacío de la existencia y el hálito final que lleva al hombre a resistir ante el mayor de los horrores… o a resignarse ante la muerte inevitable. Ya observamos en este relato otro de los grandes temas que recorren toda su obra: el grupo de humanos acosados por criaturas del abismo. Aquí, un gigantesco pulpo que poco a poco va haciendo desaparecer de la cubierta del barco a toda la tripulación. Cómo se levanta un parapeto alrededor del mismo, sobre las amuras, y cómo las embestidas del pulpo lo hacen temblar son momentos terribles narrados con una fuerza que marea por su crudeza y sensación de realidad. Los desgraciados supervivientes, los autores del manuscrito, se resignarán a vivir en el corazón de un infierno desolado en el que hasta, momentáneamente, les sobrevendrá algún breve destello de felicidad. Pero todo ello ahogado por la fatalidad de un destino que ha elegido para ellos un futuro despiadado de soledad y horror. Uno de los grandes cuentos de Hodgson, y uno de los que mejor nos muestran su estilo, sus temáticas y sus obsesiones.

Tan magistral cuento tuvo una continuación: Desde el mar sin mareas. Segunda parte(1907). No se complicó Hodgson con el título. Aquí se nos narra el contenido del quinto mensaje enviado por los supervivientes de la primera parte, que en esta ocasión han sufrido un ataque bestial por parte de unos cangrejos gigantes. El relato funciona a la perfección cuando aún ignoramos qué produce esos rítmicos y repetitivos golpes contra el casco del barco en las noches solitarias. La sensación de terror es poderosa mientras desconocemos su origen. Y pido perdón porque si leéis esto ya os lo he desvelado, ejem. Hodgson resulta angustioso y conmovedor, su tumba flotante (otro de los temas que se repiten de continuo en su obra, la del barco como gigantesca tumba, fruto quizá del odio que le tomó a la vida marinera) es infernal, pero allí hay tres personas que se aferran con desesperación a la vida. Los sostiene el amor, ese sentimiento que los lleva a no rendirse y luchar contra lo imposible sin desfallecer. En la más profunda oscuridad Hodgson no deja de mantener cierta luz de esperanza brillando entre la negrura, aunque en ocasiones es una esperanza que suena más bien a ironía.

Aunque no se haga explícito en ningún momento, la odisea del Homebird llega a su fin, o tendremos conocimiento del mismo, en el relato El misterio del buque abandonado (1907). Su triste desenlace y el de su mermada tripulación no serán los protagonistas directos, pero lo que le acontece al barco en el que se centra la acción nos ayudará a descubrir qué ocurrió con aquel. Aunque la explicación al horror no deja de ser racional al tratarse de criaturas reales, el tono es de absoluta pesadilla, tan alucinante en su devenir que no deja la historia en una posición muy lejana al fantástico más puro. Podríamos considerar así estos tres primeros relatos como un todo, una odisea infernal en la cual los hombres se ven abocados a sufrir la calma mortal de ese Mar de la Quietud que no deja de ser el de los Sargazos, toda una metáfora de la misma muerte que toma forma en las aguas infestadas del más inhóspito de los lugares que se puedan concebir. A la tripulación del Tarawak le será dada la horrible respuesta del misterio que encierra el caso del buque abandonado, y su atmósfera terrorífica se crece de manera magistral al acompañarla y sernos mostrada como si de una investigación criminal se tratase.

En La cosa en las algas (1912) tenemos de nuevo otro barco acosado por un gigantesco pulpo en el Mar de los Sargazos, el infierno particular de Hodgson. El hecho de que haya una tripulación bien dotada, que los hombres no estén solos, hace más soportable el horror pues este no está teñido de desolación, del abandono y de la insoportable sensación de vacío y soledad que sufren los otros protagonistas de los relatos leídos hasta ahora. El tono aventurero de El descubrimiento del Graiken (1913) no dejará de hacernos sentir toda la angustia claustrofóbica del encierro en aguas abiertas. De nuevo un barco que se defiende de infernales ataques de criaturas imposibles (más por su tamaño que por tratarse de verdad de criaturas del todo fantásticas) con una estructura defensiva semejante a la que construyeran los tripulantes del Homebird. Y atrapados, como este, en el mismo mar vegetal. El punto de vista es el de un narrador que nos cuenta los hechos desde su posición de prisionero en su propio camarote. Aunque por una vez el desenlace no es de un pesimismo demoledor, ya os podéis imaginar que leyéndolo a uno hasta le cuesta trabajo respirar de la angustia.

La llamada al amanecer(1920) es uno de los cuentos más extraños y oníricos del libro. De arrebatadora belleza en sus descripciones del amanecer en un mar abierto atravesado por un horror de esencia sobrenatural, de unas aguas sobre las que se escucha una voz humana que rompe el silencio en el cual se desvanecen las sombras. Un resto flotante del Mar de los Sargazos a la deriva tras una tormenta, una pequeña isla en sí, parece ser el lugar de origen de la voz. Los marineros rodean e investigan este islote desde una chalupa, pero solo encuentran un derrelicto sin vida humana. Sin embargo, al amanecer vuelven a escuchar la voz, sin sentido, sin explicación, el misterio del mar mostrando todo su poder. Y no hay solución ni explicación al suceso. Todo queda sumido en las sombras en este relato fascinante y estremecedor, hermoso como a veces solo lo inexplicable y lo desconocido pueden serlo.

El último de los relatos que se desarrollan en el Mar de los Sargazos es La balsa(1905). Hay cierta dosis de humor negro en él, algo que no suele ser habitual en Hodgson. Pese a narrar una situación angustiosa, esta no se hace sentir con la fuerza de la desesperación que nuestro autor sabe transmitir con tanta maestría. Nebreda habla de que en esta ocasión el autor quizá sea un imitador de Hodgson, pues fue publicado bajo las inidentificables iniciales C. L. Pero por las fechas en que fue editado tal vez se trate más bien de que en la época no era tan extraño utilizar el misterioso Mar de los Sargazos como telón de fondo en el cual desarrollar las historias de terrores marinos. No sería pues solo Hodgson quien escogiera tan misterioso entorno para desarrollar sus historias. Al final, lo que nos impacta de él es su capacidad única de transmitir la agonía de la desolación, la angustia de saberse perdido sin remedio en lugares donde solo puede habitar el horror. El hombre siempre se enfrentará en soledad a la pesadilla, y esta saldrá triunfante en casi todas las ocasiones.

A continuación, Nebreda selecciona dos relatos protagonizados por el capitán Jat y su ayudante el muchacho Pilby Tawles. En La isla del Ud (1912) es maravillosa la forma de dar inicio a la historia, con la descripción de la isla surgiendo a la vista del capitán y del joven como si emergiera de un sueño, como si estuviera tomando forma de la nada. Así nace el territorio de lo fantástico. Se trata de una aventura con puro sabor pulp, luminosa y trepidante sin estar exenta de los típicos terrores hodgsonianos: seres de pesadilla que se mueven en la oscuridad, un cangrejo de proporciones gigantescas, las sacerdotisas de un extraño culto que en lugar de brazos tienen pinzas de cangrejo… En fin, un cuento que sin renunciar a ciertos tópicos de este tipo de aventuras está dirigido con mano maestra llevándonos sin aliento hasta su desenlace.

Lo mismo podría valer para La aventura de la punta de tierra(1914). Por más que la trama en esta ocasión consiste en la búsqueda de un tesoro en una isla misteriosa, pronto Hodgson deriva el relato hacia una angustiosa persecución con Jat y Pilby corriendo a centímetros de las terribles fauces de unos perros carnívoros gigantes guiados por unos sacerdotes que corren como sus perros y que también como ellos tienen una especial predilección por la carne humana… En fin, pese a la relación llena de chascarrillos y se supone que divertida entre nuestros héroes, que demuestra que Hodgson no nació para el humor, la historia brilla en su parte macabra: esa inolvidable estampa de los humanos corriendo a la par que los terribles y enloquecidos sabuesos que los acosan y la angustia de la persecución a muerte a la que son sometidos.       

(Continuará…)

EAM # 38: Los hijos de los malditos, de Anton M. Leader (1963)

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Nueva entrega para la página de cine El antepenúltimo mohicano dedicada en esta ocasión a la película Los hijos de los malditos (Children of the Damned), dirigida por Anton M. Leader en el año 1963. Aunque siempre es presentada como una continuación de El pueblo de los malditos (Village of the Damned, Wolf Rilla, 1960), no hay más que verla para descubrir que no es así. Partiendo del éxito de esta última y de algunas ideas planteadas en la novela de John Wyndham Los cuclillos de Midwich (1957), estos hijos superdotados de una raza que a su lado resulta inferior se desenvuelven en una historia que se aleja del punto de partida original para dar forma a una película que, si bien bebe de sus antecesores fílmico y novelístico, pudiendo ser considerada complementaria de ambos, al tiempo es totalmente independiente. Así escrito parece un trabalenguas, pero no. Puedes descubrir por qué leyendo el comentario






Ian Hendry y Alan Badel están fantásticos interpretando a los dos científicos que estudiarán el extraño caso de los niños de inteligencia prodigiosa. Sus descubrimientos los llevarán a tomar diferentes caminos en su posición frente a qué demonios hacer con ellos. 


Aunque en conjunto no resulta una película tan extraordinaria como El pueblo de los malditos, sí que la podemos considerar un ejemplo brillante de ese cine fantástico inglés que parece siempre desarrollarse en voz baja. El drama irá creciendo hasta explotar en un desenlace de una ironía demoledora.


Con tres válvulas viejas de radio, un trozo de cristal roto de una vidriera y unos cables mal enrollados los niños se marcan un arma sónica mortal que hace que a los líderes de las potencias mundiales les hagan los ojos chiribitas. O crean esas fabulosas armas para ellos o mejor muertos. El enfrentamiento a vida o muerte es inevitable. 





Película de nada fácil sencillez formal, de gran belleza en algunos tramos y emocionante en todo su desarrollo, Los hijos de los malditos es un clásico algo escondido que merece la misma atención que su compañera El pueblo de los malditos. Montar una doble sesión privada para ver ambas películas es un placer impagable que os recomendamos encarecidamente, que se dice, desde La décima víctima. Nosotros lo hacemos al menos tres veces al año. Crecen a cada nueva sesión. Sin duda, dos favoritas de este solitario blog.  





EAM # 39: Alice Guy, pionera del cinematógrafo

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ALICE GUY, ilustración de Fermín Solís

En esta ocasión, entregué para la página de cine El antepenúltimo mohicano un artículo sobre la pionera del cinematógrafo Alice Guy. Mi amigo Fermín hizo un magnífico dibujo para ayudar a que pareciera mejor el texto. Puedes leerlo siguiendo el enlace




Los mares grises sueñan con mi muerte, de William Hope Hodgson (segunda parte, 1905-1973)

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Continuamos con el repaso a los relatos que conforman este magnífico volumen, sin duda uno de los más esperados por mí desde el momento en que la editorial Valdemar dio noticias de su publicación.

Entramos en la sección que Nebreda ha titulado “Cuentos de terror en el mar”, esto es, nos sumergimos de cabeza y a pulmón abierto, con lo castigados que están los míos, en la zona troncal del libro. Hay que prepararse, porque a partir de aquí navegaremos por el mar más oscuro que mente humana haya podido imaginar. Con permiso de Melville y Poe, por descontado.

En Un horror tropical (1905) Hodgson nos introduce sin dilación en el ataque de una informe criatura, aquí al fin de connotaciones más fantásticas que en los cuentos anteriores pues asemeja ser una gigantesca serpiente con tentáculos, pinzas, lengua viscosa terminada en dientes y boca infestada de colmillos… En fin, nada más y nada menos que el Transformer tenebroso de los mares. El ataque es implacable desde la página uno y la angustia resulta claustrofóbica apenas llevamos un puñado de frases. Hodgson se aplica a lo que mejor sabe hacer, y como si fuera del todo consciente de ello ni se detiene a presentarnos a los diferentes personajes. Para qué, si total para lo que les queda de vida…

En Más allá de la tormenta (1909) de nuevo Hodgson no pierde demasiado tiempo en lanzarnos de lleno al corazón de la pesadilla. Aquí el monstruo es el mar mismo, presentado como una voraz y despiadada criatura en el delirio que precede al horror y la muerte. El hecho de que la narración sea el mensaje final enviado por telégrafo desde un barco que se hunde crea una desasosegante sensación de urgencia. Asistimos a los últimos instantes de vida de una tripulación condenada.

El misterio del barco inundado (1911) es un relato con un planteamiento y una progresión fascinantes. El misterio propuesto desde su inicio es extraño y cautivador, del todo terrorífico no solo por su aparente inexplicable naturaleza sino por lo increíble de los sucesos que nos hacen avanzar temerosos por la senda del fantástico más desatado. Lástima que en la explicación final se torne una vulgar historia de piratas, pero fijaos qué trama de misterio nos estaba mostrando Hodgson para que una historia de piratas no se nos antoje la mejor solución… A pesar de este final, el relato es una maravilla y mientras se mantiene en las aguas de lo imposible podemos considerarnos felices navegando por las mejores páginas del autor, aquellas en las que lo extraño nos atrapa por el cuello y no nos permite ni respirar ni cerrar los ojos ante el horror. Porque estamos aterrorizados, pero por nada del mundo apartaríamos la mirada.

Nos tomamos un pequeño respiro con El encantamiento del Lady Shannon(1919), un relato sobre capitanes y oficiales que maltratan a la marinería y reciben su castigo por ello, un tema que se repite ocasionalmente en la obra de Hodgson debido a que él lo sufrió en sus años de marinero. El castigo que reciben los oficiales es por descontado ultraterreno y fantasmal, o al menos así lo parece hasta que la maldita realidad nos pone los pies en el suelo y se evapora todo lo espectral. Pero hasta entonces es un buen relato al que gustosos, como siempre en Hodgson, le perdonamos las explicaciones realistas.


Y dije “pequeño descanso” porque nos enfrentamos ahora a uno de los mejores cuentos de Hodgson, uno de aquellos cuya lectura nos resultará inolvidable, terrorífica, al que volveremos siempre con el corazón en un puño porque además es de los más tristes y melancólicos que jamás escribiera: Una voz en la noche(1907). Su perfecto comienzo nos introduce en el misterio de manera sobrecogedora y sin duda es uno de los más extraños y poderosos que he leído nunca en un relato de terror. Podéis quitar este “de terror” final y seguiré firmando la frase. Un barco varado en calma chicha, el estado habitual de los barcos en los relatos de Hodgson, marcando la angustia de verse anclado en un lugar en el que lo más antinatural es la falta de movimiento, recibe una en principio imposible visita en lo más profundo de la noche de un hombre en una barca que solicita ayuda a la tripulación. Pide alimentos para él y para su ausente esposa, pero bajo ningún concepto consiente en que los marineros del barco acerquen alguna luz. Desea permanecer a oscuras. Su comportamiento es extraño, pero su agradecimiento es sincero y emotivo al recibir las vituallas que los ayudarán a sobrevivir. Por esto contará su desgraciada historia a la tripulación, por deferencia al favor recibido pero también como aviso, como advertencia ante el horror que él y su compañera están viviendo. Y entonces leeremos el relato de su experiencia atroz, una de las más angustiosas y terroríficas pero al tiempo más desoladora que se pueda imaginar. Este es sin duda uno de los más estremecedores cuentos de Hodgson. Uno de nuestros favoritos.

El albatros(1911) es la historia de un sencillo pero a la vez fabuloso salvamento. También la historia de una lucha de resistencia ante la muerte y el horror digna de admiración. Con muy buenos momentos de terror de lo más repugnante, El albatros acaba siendo, absoluta paradoja, uno de los relatos más luminosos del volumen por su carácter aventurero, por su ritmo trepidante, por su tensión creada por el recurso de “salvamento en el último minuto” y por su feliz desenlace, algo no muy habitual en Hodgson pero que en esta ocasión resulta la mejor elección posible. Un excelente relato.

El altísimo nivel se mantiene con el espectacular cuento La nave abandonada(1912). Hay que decirlo de nuevo, y una y mil veces si fuera preciso: pocos escritores como Hodgson son capaces de transmitir la angustia desesperada de ser acosado a muerte por criaturas terribles, por el terror tomando la más horrible de las formas. Aquí, una extraña masa informe que vive en las inmediaciones de un barco abandonado, un derrelicto cubierto de una fungosidad viva y anhelante de alimento que pondrá en un aprieto infernal a los tripulantes de la falúa que se acercan a inspeccionarlo. Se lee sin aliento, del todo absorbido el lector por el terror ante lo desconocido y el espanto de un ataque surgido del mismo infierno.

Viejo Golly(1919) es otra historia de marinero fantasmal que exige venganza ante un capitán maltratador. Aunque se ofrece una explicación racional, lo bonito de este relato es que deja en el aire que quizá esta no basta para dar solución a todos los hechos.


Demonios del mar(1923) es un auténtico clásico y uno de los mejores exponentes del estilo y las temáticas de Hodgson: un barco en la soledad del océano acosado por criaturas terribles surgidas del peor de los infiernos. La angustia provocada por la tensión de un peligro innominado que cuando tome forma mostrará todo su horror es sencillamente difícil de igualar. La soledad que sentimos en nuestras peores pesadillas parece que fue el alimento del genio de Hodgson.  

Y seguimos con otro impresionante y fantástico relato, Los habitantes de la isleta Middle (primera publicación: 1962), en el cual Hodgson ambienta con perfección magistral tanto la atmósfera de misterio como el escenario, una ensenada flanqueada por elevadas montañas en la que se oculta un barco perdido, aunando maravilla y terror a partes iguales. Es un cuento de fantasmas, algo no muy común en nuestro autor cuando nos narra una de sus visitas al infierno en el mar, en el que lo terrorífico acaba por vencer a esa trama que consiste en la búsqueda desesperada de un amor desaparecido entre las aguas. Siempre el horror derrotando a la redención. Desasosegante al máximo, cuando creemos ver una pequeña luz para la esperanza pronto nos es retirada del horizonte para dar paso a la más cruda oscuridad. Espectros condenados a habitar un pecio abandonado, un lugar de ensueño convertido en el nido donde perviven las almas condenadas de los que allí perecieron: una historia subyugante y estremecedora que devora el corazón.

Cuesta trabajo seguir leyendo esperando que el nivel de estos últimos relatos se mantenga, pero el festival macabro no decae. Si fantástico e increíble es el mar cuando nos lo describe Hodgson, también hay ocasiones en que su visión es decididamente alucinatoria. Así acontece en este excepcional relato, La nave de piedra (1914), en el cual el océano jamás estuvo tan cerca de convertirse en el escenario de una pesadilla psicodélica. Misteriosos e imposibles sonidos rompen el silencio de la noche en alta mar anunciando presagios funestos y adelantando la monstruosidad que se desatará en su final. Un cuento de aventuras de construcción clásica que poco a poco va derivando hacia la locura con el descubrimiento de un barco abandonado que alberga la esencia de todo lo extraño y es atravesado por un circuito eléctrico de imágenes que harían las delicias de los más furibundos surrealistas.

El buque embrujado Pampero (1918) nos narra la historia del barco maldito que hará cierta la leyenda de su maldición. Pese a las explicaciones finales dando sentido a un origen lógico de un suceso en apariencia fantástico, no hay duda acerca de cuál es la opción de Hodgson. La lógica parece ser la única salida para no enloquecer ante el horror. Pensar que lo acontecido carece en realidad de componente extraterrenal es una componenda que, paradójicamente, nadie en su sano juicio podrá creer.

Justo como en el relato anterior, en La noche partida (primera publicación: 1973) el acoso procederá también de criaturas espirituales, fantasmas que en manos de Hodgson serán todo menos lo que conocemos o les atribuimos. Al menos por la forma en que la atemorizada tripulación del barco dará con ellos, un festín visual y delirante que hace recordar de manera poderosa a su magistral novela La casa en el confín de la Tierra(1908). El mar se inunda de colores alucinógenos y abismos enfebrecidos para dar a luz lo espectral. Es curioso que en uno de sus relatos más psicodélicos Hodgson se incluya como protagonista…


Y en el siguiente cuento, de nuevo encontramos espectros furiosos que surgen de las aguas para convertir el mar en la tumba silenciosa de un navío. Como testigos impotentes, los marineros de otro barco contemplarán toda la escena estremecidos de terror. Con sus ojos observaremos la siniestra escena en El navío silencioso (primera publicación: 1973), compartiremos su angustia y descubriremos que el barco atacado no es otro que el Mortzestus, el mismo que sufría un infernal asedio en la magistral novela Los piratas fantasmas (1909). Quizá Hodgson reservó tan terrible final para esta historia dejando que en la novela escaparan con vida. Ya veis que de poco les iba a servir, pues salieron de las garras de los piratas para caer en las de los monstruos surgidos de la bruma. Ni el mar ni nuestro admirado autor perdonan.

El encantamiento del Jarvee (1929). Volver a leer un relato protagonizado por el gran Carnacki, el investigador de lo oculto creado por Hope Hodgson, resulta estremecedor y reconfortante. Lo primero porque es imposible no temblar al volver a una atmósfera, unos personajes y unas aventuras que tanto nos han hecho disfrutar. Lo segundo, porque uno tiene la sensación de reencontrarse con viejos amigos, de ser uno más de los cuatro invitados a los que Carnacki ofrece una de sus cenas y la velada posterior. Y por esto he disfrutado tanto de esta relectura, porque es maravilloso volver a contemplar a Carnacki enarbolando todos sus aparatos eléctricos en busca de fantasmas y hechos extraordinarios, en esta ocasión a bordo de un buque. Ni de lejos está entre los mejores de este libro que comentamos, pero me ha emocionado sinceramente retornar a él. Y un placer añadido es poder comprobar cómo Hodgson supo trasladar los temas fetiche de sus relatos ambientados en el mar a uno de los cuentos protagonizados por el gran Carnacki: sombras que acosan y se ciernen sobre el barco, la bruma impenetrable, la oscuridad de la noche como un manto o un nicho, la calma chicha que atrapa al navío en un mar tranquilo y muerto como un espejo, las repentinas y brutales tormentas… En definitiva, lo espectral tomando forma real entre sus manos.
  

(Continuará…)


Los 39 escalones, de John Buchan (1915)

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“- Perdone- dijo-, esta noche estoy un poco nervioso. Verá, da la casualidad de que en este momento estoy muerto.” (p. 10)

Si uno enreda un rato por internet buscando información acerca de John Buchan, y creedme que yo he perdido poco tiempo con esto, enseguida se descubren cosas curiosas sobre él, o al menos que a mí se me antojan tales. Porque confieso que me sorprendió saber que este autor que no ocultaba su condición de escritor de novelas baratas de acción y espionaje resulta que fue un reputado político y diplomático. Carreras hoy que apestan a más no poder, pero que a principios del siglo XX quizá no tanto. Incluso puede que fueran hasta honrosas. Así, Buchan llegó a ser gobernador de Canadá, miembro del parlamento escocés (su tierra natal) y administrador colonial en Sudáfrica.

Como no he leído otras obras suyas, solo me limitaré a decir que todas estas actividades tienen su reflejo en la que quizá sea su novela más conocida, Los 39 escalones (1915), debido sobre todo a la apasionante adaptación cinematográfica que realizara el director Alfred Hitchcock en 1935. Hay espías corriendo de un lado a otro, políticos que no se enteran de nada, relaciones diplomáticas entre países que quieren evitar una guerra y otros que quieren iniciarla, muertos que hablan, gente disfrazándose más que Mortadelo, casualidades sin cuento y, en fin, un puro descacharre que en algunos momentos se torna dislate, pero que nunca deja de resultar entretenido. Eso sí, el primer capítulo es sensacional. Lástima que pronto pierda fuelle.


Este brillante capítulo inicial está plagado de frases ingeniosas y muestra un planteamiento de la trama que se desarrollará después que no puede ser mejor. Imposibles complots con la acción y la diversión bien conjuntadas, en armoniosa relación, servidas por el punto de vista en primera persona del narrador, Richard Hannay (personaje que aparecería en seis novelas posteriores de Buchan, protagonizando cuatro de ellas), que derrocha todo su optimismo y su buen humor con un ingenio digno de admiración. Y de regalo, el muerto que habla del que incluyo una cita al principio. Hay más y sin parar en este trepidante comienzo. Hannay lleva tres meses en Londres y se muere de aburrimiento: “Di media corona a un mendigo porque le vi bostezar; sufría del mismo mal que yo.” (p. 9) Acaba de llegar de Sudáfrica donde estaba acostumbrado a una vida de acción y la Citylo hunde en la monotonía y el hastío. Cuando se plante ante él la posibilidad de sentir el peligro, no lo rechazará: una manera perfecta de hacer creíble la delirante premisa inicial. Su carácter vital y optimista le lleva a aceptar la aventura con alegría y un sentido del humor admirables pues pronto dejará de aburrirse.

Buchan también se sirve de la personalidad de su protagonista para eludir explicaciones engorrosas. En cuanto sabemos lo fundamental, los personajes que desenvuelven la trama pueden seguir hablando cuanto quieran, que como Hannay se aburre deja enseguida de escuchar, por lo que nunca llegamos a conocer de verdad todos los detalles, los que no nos importan, esa es la verdad. Si el narrador deja de escuchar, el lector deja de saber. Y todo porque a Hannay no le interesa la alta política, como llega a afirmar, lo cual nos deja solo con la parte emocionante: por qué debe huir, su gran escapada y la persecución implacable a la que lo someten tanto los espías alemanes como la propia policía inglesa. Del resto, basta con saber que estamos ante una intriga internacional con anarquistas, judíos y alemanes deseando provocar la guerra dando así inicio a un desastre mundial del cual sacar provecho. No solo se aburre Hannay cuando, en muy pocas y breves ocasiones, Buchan va más allá con las explicaciones: el lector también se aburre. Así que nada, a correr y a pasar de una aventura a otra con velocidad de crucero.

Ya he comentado que la novela va perdiendo intensidad según vamos viendo su final, pero también que nunca deja de entretener. Sobre todo porque jamás pierde el sentido del humor. Aunque la persecución por los páramos que ocupa el grueso de la novela tiene buenos momentos, la repetición del esquema narrativo de encontrar a unos y otros personajes que le ayudan o no en su camino se agota enseguida. Pero claro, cuando uno empieza medio a aburrirse llega el jefe de los espías y nuestro gran Hannay reflexiona de modo tal que uno no tiene sino por fuerza que entrar de nuevo en la trama. Hannay dice del perverso jefe de los conspiradores que “Tal vez hubiese sobornado a la policía local. Con toda probabilidad tenía cartas de varios ministros diciendo que debían darle toda clase de facilidades para conspirar contra Gran Bretaña. Así es como hacemos la política en la madre patria.” (p. 90) ¡No me digáis que no está genial!


Hay momentos en los cuales la novela toma una deriva claramente folletinesca, como cuando los malos encierran a Hannay en una bodega… ¡repleta de explosivos! Ya podéis imaginar lo que tarda en escapar. Estos detalles quizá molesten a un amante de la intriga bien elaborada. Pero justo una intriga cerrada es lo que a Buchan no le interesa, prefiriendo en todo momento la acción a la reflexión. Cuando reflexiona lo hace a través de los mordaces comentarios de Hannay, lo cual lleva a que uno olvide lo inverosímil de la sucesión de encuentros y casualidades  que se amontonan en su huida. La ambientación desarrollada justo antes de que se desate la Primera Guerra Mundial juega también a su favor: impregna de peligro cada detalle de la acción pues no se trata tan solo de que Hannay debe salvarse a sí mismo, sino que debe evitar a toda costa que estalle el conflicto. Ya era tarde en la realidad, por desgracia. A nadie debe sorprender pues que Buchan conceda la victoria a su personaje aunque en definitiva su esfuerzo no sirva para nada. Lo excelente radica en que nos lo hace ver en tan solo un párrafo.

“Después me agencié un cadáver; en Londres siempre puedes conseguir un fiambre si sabes dónde buscarlo.” (pp. 16-17) Sirva esta sentencia de Richard Hannay como colofón: una novela con frases así solo puede conseguir nuestra admiración, por mucho que al final acaben siendo menos de las prometidas.

BUCHAN, John. Los 39 escalones. Barcelona: Planeta, 1985. 1ª ed. 155 p. Best-Sellers Serie Negra; 29. ISBN 84-320-8639-8.




EAM # 40: El demonio de las armas, de Joseph H. Lewis (1949)

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Nueva colaboración para la página de cine El antepenúltimo mohicano comentando el clásico que Joseph H. Lewis dirigiera en el año 1949 El demonio de las armas (Gun Crazy). Una película de serie B que ha trascendido el tiempo y que hoy en día está considerada una obra maestra absoluta. La desesperada historia de Laurie y Bart nos arrastra en su trepidante desarrollo y nos conmueve y convulsiona hasta lo más profundo. Puedes leer lo que escribí sobre esta fascinante película












Atajos, de Martí (2013)

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Hubo un tiempo en el cual los quioscos hervían de revistas de historietas. La terrorífica Creepy, con sus autores españoles que venían de la Warren; Zona 84 y Totem, serias y con mucha ciencia ficción, que a mis ojos de niño se me hacían tan fascinantes como pesadotas de leer pues los dibujos rara vez me gustaban, sumado esto a que siempre las leía en casa de mis primos de más edad y me veía impelido a hacerlo a toda prisa antes de que mis padres dieran por finalizada la visita de rigor;Cimoc, plagada de historias de fantasía y ciencia ficción; el incombustible El Jueves; Cairo, que era mi favorita, y a la que me suscribí a partir del número 8 o 9, no recuerdo, el adalid de la línea clara y de las aventuras más escapistas, trufada de dibujantes que me encantaban y que me descubrió a Rivière, a Floc’h, a Goffin, al Daniel Torres de Tritón, a Micharmut, a Mique Beltrán, Cifré, al Pere Joan de entonces y, sobre todo, a Edgar P. Jacobs; había muchas, tampoco es mi afán ser exhaustivo, sino más bien destacar solo una pocas del verdadero y maravilloso aluvión entre el que era más o menos difícil decidirse. Y entre estas también estaba El Víbora, el comix para supervivientes, mi favorita tras Cairo, aunque cuando en su interior coincidían Robert Crumb, Gilbert Shelton y Charles Burns resultaba imbatible. El Víbora representaba a la línea chunga, autores underground y temáticas más realistas siempre desde el punto de vista más subversivo. Me encantaba cuando algún miembro de la redacción del Cairo lanzaba una elegante ironía a costa de El Víbora, o cuando estos soltaban un sonoro insulto contra los primeros. Se notaba un aire de fraternidad en ese supuesto enfrentamiento. ¡Si hasta jugaban partidos de fútbol los unos contra los otros!      

El Víboracontaba a su vez con su propia pléyade de autores autóctonos: Nazario y su Anarcoma, Pons, Carratalá, Max, Gallardo… Y también estaba Martí: el más extraño, el más salvaje, el más inclasificable. Su Taxista es uno de los mejores cómics que ha dado nuestro país, pese lo que le pese a los modernos de hace dos días que desconocen qué es ser eterno. La editorial La Cúpula ha editado un álbum, Atajos, que recopila muchas de sus historietas breves publicadas en El Víbora. Como defecto, la falta de alguna nota o texto indicando la fecha y los datos referentes a la publicación original. Y para de contar, porque en este volumen podemos leer algunas de las mejores historietas breves de Martí, esto es, de las mejores historietas del cómic español de todos los tiempos.   

La primera impresión al terminar de leer el álbum es que, quién lo diría, las historietas que conocía es como si no hubiera pasado el tiempo por ellas. Esa influencia tan marcada, sobre todo en las más antiguas, de Chester Gould, su línea limpia y sus humanos monstruosos, del trazo sin sombras a lo Burns o de la película Cabeza borradora (Eraserhead, 1977) de David Lynch. Así la historieta que abre el álbum, El mundo de Óscar, con sus paisajes industriales y desolados, reflejo del mundo enfermo en el que vive su protagonista, en el que el sexo y su represión buscan la salida más retorcida, uno de los ejes temáticos en los que se mueve la obra de Martí. Sin dejar de lado el sentido del humor, siempre negro y macabro, bañado en una oscuridad que lo aleja totalmente de cualquier zona de seguridad para el lector. Aquí si entras y lees es bajo tu responsabilidad. Este terreno está a años luz de lo políticamente correcto, de lo aceptado como normal, más que nada porque en muchos casos la aberración nace de la imposición de esta normalidad y sus valores embarrados en la religión, en ese concepto tan hispánico de la patria que consiste en mentarla a voces mientras se la viola en silencio y en el patio de cotillas y correveidiles que es nuestro país. Porque Martí bebe visualmente de fuentes externas, pero su corazón nace en este terruño nuestro que retrata de manera tan despiadada como certera. Estás pisando camino minado, pero minado de verdades que laceran como puños. Martí quizá resulte un autor incómodo para muchos, cuando no directamente aberrante, pero eso es porque sus historietas llegan a lo más profundo de nuestras entrañas, no nos dejan dormir y nos hacen pensar una y otra vez en horrores y pesadillas espetadas con la sonrisa del descreído, del que los ha sufrido y nos cuenta con voz firme qué es lo que sus ojos han visto. Y no todos podrán soportarlo.



Las páginas se suceden entre el humor macabro de Romeo y Julieta 1981 y el más amable, aunque no exento de mala baba, de Sospecha letal. No llevamos ni 20 páginas y entonces toca enfrentarse a Repulsión, una de las mejores del álbum y terrible gracias a su narración en tercera persona, fría y descriptiva, hasta la imaginamos monocorde detallando el horror. Una historia que permite varias lecturas: desde la más salvaje, la del horror por el horror, hasta la más simbólica, la de ese hombre incapaz de darse muerte y al que todos miran en mitad de la calle como una atracción de feria. ¿Culpable?traza de manera firme una historia de lo que quizá sea un falso, eso mismo, culpable, un tema que aparece de forma intermitente en su obra, utilizando la perspectiva, habitual en el autor, de mostrar los hechos y dejar al lector que saque sus propias conclusiones. Aunque mentiríamos si no dijéramos que Martí sí deja clara su posición. Lo real es una curiosa e interesante reflexión sobre el propio trabajo de historietista del autor, no sin su dosis de cachondeo. Y Calma chicha es otra obra maestra de la concisión y la aparente sencillez. Tres páginas en las que no pasa nada pero nos describen un mundo y una forma de verlo. Pocos como Martí han sabido reflejar el lumpen, los barrios de chabolas y el extrarradio, mezclar la crónica negra más castiza con referentes extranjeros sin que nada chirríe. Quizá Luis Buñuel pudiera haberle enseñado algún paso, pero nadie más que él.

Uno de los momentos álgidos del libro llega con la adaptación que Martí realizó del relato de Juan Rulfo No oyes ladrar los perros. Llegamos a masticar el polvo y el dolor de sus protagonistas. Y de ahí al final se recoge su obra con tintes más políticos o de descarada y gamberra, con desvíos a lo macabro en su vertiente más asilvestrada (Babykiller), burla social. El volumen se cierra con Monstruos modernos, una de las más antiguas. Se adivina por el trazo y la composición de las viñetas en la página. Y también, ejem, porque es de las primeras que recuerdo haber leído de él. Una historieta donde demuestra que nadie, pero absolutamente nadie en este país, ha llegado a donde ha llegado Martí. Hay un terreno solitario y baldío, oscuro y terrible donde crecen obras magníficas y únicas. Es una zona crepuscular y obsesiva. Pocos se atreven a mirar, o hay quien mira y adopta la pose del que piensa que bueno, tampoco es para tanto. Es comprensible, hay que defenderse. Pero también es una zona donde habita la verdad sin cortapisas, el subconsciente desatado, salvaje y libre. Da miedo mirar, pero Martí consigue que no apartemos la vista sin dejar de reflexionar.


MARTÍ. Atajos. 1ª ed. Barcelona: La Cúpula, 2013. 100 p. ISBN 978-84-15724-14-8.

Planet Stories (1939-1955) [primera parte]

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Ya de entrada diré que he disfrutado este libro como un poseso. Me he reído, me he emocionado, he sufrido cuando tocaba… En fin, una delicia de lectura que me ha sorprendido de manera muy grata. No porque no esperara que me gustara, sino porque no esperaba que me gustara tanto. Planet Stories es la revista pulp que peor fama arrastra de todas las que se dedicaron a la ciencia ficción, y si bien quizá eso pueda seguir siendo cierto, lo que está claro es que esta antología nos hace dudar de ello.

En la introducción, Planet Stories, la épica del espacio, Francisco Arellano nos explica qué significó la revista dentro de las publicaciones pulp de la época en general y dentro del género de la ciencia ficción en particular. Su primer número se editó en 1939, correspondiendo el último al año 1955. Aunque, como he dicho, está considerada una de las más infames (y si no lo creéis así, recordad la divertida anécdota que contaba Philip K. Dick AQUÍ), su tono aventurero y fantasioso la hacía destacar de las demás por su carácter poco serio y de entretenimiento por encima de otras consideraciones tanto estilísticas como artísticas. Y algunas buenas firmas publicaron en ella: James Blish, Jack Vance, A. E. Van Voght, Margaret St. Clair, Ray Bradbury o el mismo Philip K. Dick. Arellano repasa la historia de la revista, el contexto histórico, su filosofía (marcada por su subtítulo: “Extrañas aventuras en otros mundos – El universo de los siglos futuros”), sus magníficos ilustradores, lo que la crítica, poco benevolente, pensaba de ella… En fin, nada mejor que empezar con la lección bien aprendida.

La antología rezuma un sano sentido del humor, un poco, más bien nada, tomarse en serio que a ojos de hoy resulta de lo más simpático. Me atrevería a decir que casi enternecedor. Son relatos de otra época, cuando el sueño de la conquista del espacio y el descubrimiento de otros mundos no nos había sido arrebatado, cuando la fantasía estaba siempre a un paso de tornarse realidad. Fantasía desbocada en un tiempo en el cual soñar con ella era más propio de visionarios que de perdedores. Hoy, soñadores fantásticos que perdieron todas las batallas. ¿Acaso se puede concebir un concepto más entrañable? Pues muchos de estos autores, en una selección de los mejores de sus relatos delirantes y maravillosos, son los que encontraremos aquí.

Ilustración: Norman Saunders.

El primer cuento está fechado en 1942, y responde a la perfección a lo que uno esperaba encontrar: fantasía y diversión a partes iguales. Derrelicto cósmico, de John Broome, muestra un humor que eleva a verdaderamente antológico un entorno de ciencia ficción que debe tanto a la fascinación por los prodigios del universo como al terror ancestral que este puede provocar. En realidad, no deja de ser nunca un cuento en el que si sustituyéramos la nave espacial por un barco y el espacio profundo por un mar tenebroso y lejano no pasaría casi nada. Pero esto a mí hace que me guste infinitamente más. Como en las tripulaciones de los navíos, las supersticiones de la marinería deciden el devenir de todos. La eterna lucha entre ciencia y religión, aquí entendida, como he dicho, como superstición, está tratada de manera tan jocosa como profundamente entretenida. Si esto hubiera sido un episodio de alguna de las series de la franquicia de Star Trek o de la magnífica e insuperable Doctor Who, estaríamos ante uno de los de más grato recuerdo. Es fácil imaginarlo protagonizado por los miembros de la Enterprise o por un Doctor Who aterrizando con su TARDIS en una nave con serios problemas enfrentados de la más divertida de las maneras. Todo un sabroso caramelo para empezar. Un relato que marca el tono de lo que está por venir a continuación. Uno abre la caja de sorpresas y se encuentra con una que supera todas las expectativas.

Ilustración: H. L. Parkhurst.

Adoro a Henry Kuttner, así que siempre es un placer leer un relato suyo. ¿Qué me posee? (1946) no es uno de los mejores que he leído de él, pero sabe atrapar con su historia de héroe que afronta mil peligros y los vence, encuentro con chica espectacular incluido, que mezcla todos los tópicos de la fantasía heroica con las aventuras siderales más dislocadas. Dioses antiguos y malvados enfrentados a otros igual de viejos pero buenos (sí, con todo el maniqueísmo del mundo) con héroe terrestre a lo Conan capaz de machacarlo todo pensando lo justo. Los breves toques de ese erotismo naif tan propio de los pulps consiguen hacerlo más simpático aún.   

Ilustración: Chester Martin.

En Tepóndicon(1946) de Carl Jacobi tenemos más héroes supraterrenos y más aventuras con ecos de la fantasía heroica. Lo más bonito de este relato son esas ciudades del espacio que en él aparecen, que pese a estar infectadas por una enfermedad medieval resultan sugerentes y alocadas, de una belleza subyugante. Y con el habitual héroe predestinado de protagonista, aunque quizá no a hacer el bien como indicaban todas las señales.

Ilustración: Allen Anderson.

Kenneth Putnam es el seudónimo de Philip Klass, autor también conocido en el mundo de la ciencia ficción como William Tenn. Con este lío de nombres, algo no demasiado extraño en el entorno de este tipo de publicaciones, casi resulta una broma el título de su relato: La nave de la confusión (1948). Aunque esto ya nos prepara para lo que vamos a encontrar: diversión y aventura por encima de todo, bien servidas y con un emocionante desarrollo. Dosis medidas de tensión en un motín en una nave espacial y, de nuevo, su adscripción a las aventuras marítimas más clásicas lo inflaman de encanto, esta vez partiendo de la misógina creencia de que una mujer entre la tripulación trae mala suerte, por lo que están prohibidas a bordo. No debería obviarse su decidido desenlace feminista, que muestra la inteligencia de una mujer eliminando los escollos y solucionando los problemas de la tripulación masculina de una nave que pasa por graves apuros.

Ilustración: Allen Anderson.

El jardín del mal(1949) de Margaret St. Clair es pura fantasía desbocada liberada en un planeta hostil, una jungla devoradora y traicionera en la que el humano protagonista encontrará la inesperada ayuda de una, cómo no, hermosa nativa. Civilizaciones escondidas, ciudades de belleza prodigiosa, la naturaleza agresiva pero de fascinante apariencia… La mano de St. Clair se impone a las limitaciones temáticas y crea un relato absorbente, de extraña atmósfera y tan cautivador como los paisajes que nos describe. Y con un desenlace que sorprende no por su giro “inesperado”, sino por su oscuridad, algo en verdad inhabitual en los relatos pulp de carácter más aventurero.

Ilustración: Allen Anderson.

Y Margaret St. Clair, siempre tan siniestra, de nuevo nos fascina con Mim (1950). Aunque inferior al precedente, se devora con auténtico placer. St. Clair sabe cómo narrar y mantenernos pegados al libro. Ágil, entretenida, provocando angustia y expectación a su antojo, nos rompe otra vez por la mitad en el desenlace de su relato. Sus dos cuentos están entre lo mejor de la antología.

Ilustración: Allen Anderson (?).

La espada de fuego(1949) de Emmett McDowell es pura space opera. Más héroes salvando mundos salvajes y extraños. Pero es que todo es tan divertido… No porque provoque risas, sino porque su carácter aventurero y vital es contagioso. Se notan las ganas del autor de pasarlo bien contándonos su historia, sabe ser emocionante sin complicar la trama ni un ápice. Y se percibe casi en cada párrafo lo poco en serio que se toma a sí mismo y a su obra, algo que se da en casi la totalidad de cuentos de esta antología, al tiempo que no por ello se burla del lector. Al contrario, las sonrisas son cómplices. Por eso, como dije, resultan contagiosas. Lo demás, ya lo sabéis: peleas, carreras, mundos hostiles, una raza tras otra todas enfrentadas entre sí, caracoles gigantes con patas de araña que dominan a los humanos con el poder de la hipnosis para tenerlos como esclavos, orgías incluidas… En fin, si no disfrutáis con esto, no os acerquéis por aquí. Y, cómo no, si hasta tenemos al típico héroe predestinado que salvará al planeta de todos los males. Por mucho que a este le ayuden mucho la casualidad y la buena suerte. 

Ilustración: Allen Anderson.

Permitidme que continúe con una banalidad: A. E. Van Vogt es uno de mis nombres favoritos de la ciencia ficción. No lo he leído todo lo que me gustaría, pero de siempre me ha atraído este nombre tan a lo nobleza europea de entreguerras, tan a lo Josef von Stenberg o Thea von Harbou. Si me apuráis, hasta tan Vincent van Gogh. Literariamente la atracción viene dada porque Philip K. Dick lo consideraba un maestro del género, un autor que le dio pie con algunas de sus obras más reconocidas a lanzarse a sus mundos repletos de falsas realidades y psicologías ajenas a lo común. En el relato de A. E. Van Vogt aquí incluido, El santo de las estrellas (1951), no encontraremos a un Van Vogt espectacular e innovador, pero sí a un buen narrador con una historia que nos presenta a unos alienígenas no tan lejanos a algunos que os serán bien conocidos si habéis leído a Stanislaw Lem. Tenemos pues a un súper hombre de las estrellas que en manos de Vogt nos lleva a pensar en teorías siniestras sobre selección darwiniana, más aún con su final que se balancea entre lo luminoso y cierto halo de oscuridad gracias a lo apuntado. Pero al adoptar el punto de vista del humano protagonista todo adquiere un brillo irónico que no hubiera sido el mismo si la narración hubiera corrido a cargo de este santo tan fascinante para las mujeres como detestable para los hombres.

Ilustración: Allen Anderson.

Y de mi nombre favorito a mi título preferido de esta antología: La tentadora del planeta Delicia (1953). ¡No me digáis que no resulta genial! Aunque este relato de Betsy Curtis (Elizabeth M. Curtis) tarda un tanto en arrancar, al final me ganó por su desparpajo, su sentido del humor y por su forma de tomar un puñado de tópicos de la space opera más tradicional para dejarlos casi todos ellos en off: planeta bajo el yugo de un sistema de gobierno asfixiante, criaturas extrañas y fascinantes que conviven con los humanos, estos divididos en una clase dominante y otra formada por desahuciados, la rebelión de estos y su toma de poder y cambio subsiguiente del orden establecido para mejor… Si bien la trama principal no depara sorpresas, atrapa por lo arrebatador que resultan tanto la “tentadora” del título (tampoco es que lo sea demasiado) como aquellos que forman su especie, las notas tan picantes como inocentes que aparecen de vez en cuando animando el relato y la condición de antihéroe del protagonista, que dota de un distanciamiento a la narración que juega totalmente a su favor consiguiendo mantener un excelente equilibrio entre seriedad (un planeta regido por un sistema kafkiano) y diversión (los problemas del protagonista para conseguir las cosas más sencillas y su atracción por una criatura etérea, casi fantasmal).


(Continuará…)

La cabeza del profesor Dowell (1925) y El día del Juicio Final (1929), de Aleksandr R. Beliáiev

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“-(…). Sí, en efecto es su cabeza. La cabeza de mi querido y difunto colega Dowell, devuelta a la vida por mí. Por desgracia, solo he podido revivir la cabeza. No todo sale a la primera.” (p. 19)

El escritor Aleksandr Románovich Beliáiev (1884-1942) está considerado como un pionero de la ciencia ficción en su país, el Jules Verne ruso nada más y nada menos. Por las dos novelas incluidas en este libro, ya veremos que son otros nombres del fantástico europeo los que nos vendrán a la mente leyéndolo, pero ya lo iremos detallando más adelante. La comparación con Verne no es gratuita. Más allá del carácter más o menos visionario de sus obras y de la evidente relevancia en ellas de los descubrimientos científicos más vanguardistas de su época, esta influencia se observa sobre todo en el trasfondo aventurero y fantástico que domina sus creaciones literarias (en estas dos al menos, aunque por los títulos de otras resulta fácil deducir que no son casos aislados) y en el tono siempre divertido y desenfadado, que nunca superficial, de las mismas. En fin, un descubrimiento maravilloso que ha convertido desde ya mismo a Beliáiev en un favorito de este espectral blog.  

La cabeza del profesor Dowell (1925) es una fascinante y de verdad loquísima novela, folletinesca y delirante hasta extremos magníficos, si bien resulta invadida en su tramo final por una inesperada oscuridad. Hay en ella cabezas que hablan, vivas tras morir sus cuerpos, que sufren, investigan, odian y sueñan con un futuro en un nuevo cuerpo. Una de ellas así se verá, al más puro método Frankenstein, cosida al cadáver descabezado de una bella cantante de ópera y por un breve instante logrará retornar a un simulacro de vida normal. Experimentos que realiza el malvado profesor Kern, el cual mantiene con vida la cabeza de su maestro Dowell para que este vaya revelándole sus secretos. Lo tiene además estudiando sin parar para que haga avances en sus hallazgos de despedazamientos varios, pues el drama de Kern es ser un magnífico cirujano pero un mal científico, por lo que necesita con vida la cabeza de Dowell para que le transmita su saber. Kern gozará así no solo del éxito de sus increíbles operaciones, sino también el de ser el descubridor e instigador de todos estos experimentos.

Según se nos indica en la Nota al texto incluida al principio del libro, Beliáiev seguramente se inspiró en las investigaciones del doctor Sergei Sergeyevich Brukhonenko (o Briujonienko, 1890-1960), los cuales le llevaron al descubrimiento de una máquina capaz de sustituir al corazón y los pulmones gracias a sus experimentos utilizando cabezas de perros mantenidas con vida sin cuerpo. En la novela la ambivalencia moral de tales actividades, con lo que conllevan de crueldad pero a la vez con  lo que puedan traer consigo de grandes avances para la humanidad se dividen en sus dos protagonistas, Dowell y Kern. El primero un altruista soñador, el segundo un despiadado trepa que si hubiera vivido en la España actual ahí estaría en el séquito real o en el de nuestro gobierno viviendo a todo lujo cambiando cabezas y dando vida eterna a todos estos mastuerzos. Eso sí, el gusto por descabezar ambos lo llevan en la sangre.

La historia se desarrolla de forma directa, sin rodeos, avanzando sin pausa ni respiro a ritmo vertiginoso. Y muy divertida. Los personajes están trazados de manera veloz pero tienen siempre una gran y conseguida presencia, sobre todo la joven ayudante, a la fuerza, del malvado Kern, la hermosa e inteligente Marie Laurane, que por desgracia tiene un defecto que ya vemos que en aquella época como en esta le traerá múltiples desgracias: es incapaz de mentir. Cuando la trama nos lleve a un siniestro manicomio, que era ya lo único que faltaba, la cosa comienza a tornarse seria. No decae su fervoroso ritmo ni el marcado sentido del humor, pero todo se va tiñendo paulatinamente de negro y algunos giros resultan muy macabros. No sé si también debido a que tanta amputación y tanta cabeza de acá para allá acaba al final por influir de manera terrible en el espíritu, pero si a eso sumamos que lo que acontece en ese manicomio del diablo es en verdad deprimente, el conjunto acaba por crear una nube negra en nuestro corazón que provoca cierta desazón y tristeza, un sentimiento real de horror que sentimos incontrolable porque se ha instalado allí casi sin que nos demos cuenta de su verdadero alcance.

Ya hablamos de cómo se ha comparado a Beliáiev con Verne, aunque igual de válido es compararlo con H. G. Wells, del que tampoco lo separa tanto quizá por esa visión más oscura, o al menos no tan vitalista, de la ciencia, aunque siempre del lado de esta. La cabeza del profesor Dowell en concreto recuerda por momentos a la excelente novela de Wells La isla del doctor Moreau (1896), aunque si hay una a la que nos retrotrae de manera poderosa es a la no menos magnífica El doctor Lerne: imitador de Dios (1908) de Maurice Renard. La de Beliáiev es una fantástica novela en la que prevalece la acción sobre la reflexión, pero todo lo que sucede nos obliga a pensar y al terminarla deja su poso macabro marcado a fuego en nuestro cerebro. Al menos lo conservamos aún sobre nuestros hombros.

El volumen se completa con otro relato (novela corta o relato largo, lo que queráis) que ha terminado por gustarme más aún que el anterior: El día del Juicio Final (1929). Este tiene un punto de partida argumental que es toda una delicia: la ralentización de la velocidad de la luz en todo el planeta provoca que la realidad percibida por nuestros ojos se vea con retraso, esto es, con una demora de varios minutos. Este retraso en percibir lo que de verdad está ocurriendo en el momento que acontece la sirve a Beliáiev para elaborar una trama enloquecida y trepidante protagonizada por periodistas de diversas partes del globo en un Berlín de entreguerras en la lucha por la exclusiva más difícil. Si para ello es preciso robar un expediente secreto del gobierno, pues se roba y ya está. Aunque haya que jugar al escondite con el amor si es preciso. Trepidante y divertidísima, la historia desgrana momentos de extrema confusión para sus protagonistas narrados con una destreza y una claridad prodigiosas. El sentido del humor es delirante y no muestra concesiones: todos los estamentos sociales están en el punto de mira de Beliáiev, aunque los gremios de los periodistas y los políticos se llevan el premio gordo. En esa mezcolanza fabulosa de relato fantástico, crítica social y diversión despiadada recuerda por momentos a ese checo genial que era Karel Čapek, y algo menos pero sin quedarse muy lejos al maravilloso y genial Leo Perutz. Toda una estirpe de autores no anglosajones que deberían estar en boca de todos los amantes del género fantástico y que, sin embargo, parecen vivir aún en ese gueto extraño formado por el limbo del no reconocimiento absoluto. Donde deberían estar todos ellos y no solo Stanislav Lem, que también, claro, pero… ¿por qué tan solo?

En fin, lo dicho: os recomiendo totalmente la lectura de estas dos novelas de Beliáiev. Serán un regalo y un placer para los degustadores del fantástico más esquinado y más alejado del tópico y lo común. Y para los que no lo son, pues lo mismo, porque las van a disfrutar igual. Su grandeza es universal. Su locura, la de todos.

BELIÁIEV, Aleksandr R. La cabeza del profesor Dowell; El día del Juicio Final. Traducción de Alberto Pérez Vivas. Barcelona: Alba, 2013. 358 p. Rara avis, Clásicos de la ciencia ficción rusa; 8. ISBN 978-84-8428-826-8.

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