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La Legión del Espacio (1934), de Jack Williamson

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En su origen, la novela de Jack Williamson La Legión del Espacio (The Legion of Space) fue publicada en seis entregas en la mítica revista de ciencia ficción Astounding Stories durante el año 1934. Está considerada con razón una obra maestra de la space opera, la sección más aventurera y luminosa del género, y una de las pioneras en marcar las formas y el estilo de la misma. Su sombra se proyecta hasta la actualidad en sagas como la de Star Wars, por ejemplo. Combates intergalácticos, héroes intrépidos, princesas y damas en peligro, naves imposibles rasgando la oscuridad del vacío interestelar y poca o ninguna credibilidad científica. Aquí es la imaginación desbocada quien impone sus reglas, y estas se alimentan de la aventura en su estado más puro. Peripecias sin fin, peligros que se suceden a velocidad prodigiosa, mundos fantásticos y personajes de una pieza que funcionan casi más por su fuerza icónica que por su posible humanidad. Así los cuatro héroes de esta novela, un trasunto de los mosqueteros de Alexandre Dumas, desde un joven e inexperto, pero siempre intrépido John Star (D’Artagnan), hasta el excesivo y divertido Giles Habibula, cuyas únicas preocupaciones parecen ser el vino y la comida (si es un lugar común la comparación de la Legión con los mentados mosqueteros, también lo es el comparar a Habibula con el Falstaff shakesperiano), pasando por el forzudo y fiel Hal Samdu y el circunspecto y noble Jay Kalam. Y la bella joven en peligro, claro, Aladoree Anthar, que guarda en su cerebro el secreto del arma más poderosa jamás creada, el AKKA, a la que deben proteger.



Williamson no es que impregne de profundidad a sus personajes. Son de una sencillez desarmante, ya he dicho que parecieran antes representaciones de humanos que humanos en sí. Será el devenir incansable de la aventura lo que los dotará de personalidad, lo que nos transmitirá su forma de ver y enfrentarse a la vida, lo que enseguida hará que los amemos sin que su creador tenga que recurrir a más dramas que los impuestos por una invasión orquestada por unas criaturas horrendas surgidas de lo más lejano del espacio profundo, los medusas. Como afirmaba Robert Louis Stevenson, la filosofía de los personajes no se debe transmitir con largas parrafadas, sino que debemos sentirla y comprenderla a través de sus actos. Y aquí Williamson es tan diáfano como certero. Fantástico, sirva como ejemplo, al mostrarnos la buena fe e intenciones de John Star pero al tiempo su bisoñez e inexperiencia, la cual ayudará de manera indirecta el rapto de Aladoree por parte de los medusas. En la primera parte de la novela, el autor nos plantea las bases y las reglas del juego al que vamos a asistir. En la segunda, cuando los cuatro perseguidos y maltrechos miembros de la Legión se lancen a la tarea titánica de salvar a la joven y rescatarla del corazón del planeta de los medusas, será cuando la acción se dispare sin darnos respiro, tornándose emocionante de manera especial cuando la trama nos arroja, como a nuestros héroes, a las playas hostiles y extrañas del planeta de los alienígenas raptores.

Williamson resulta magistral en las descripciones de este mundo hostil en el que mueren lentamente hasta sus moradores eternos, los medusas. Un planeta alucinante en el que nuestros cuatro héroes se enfrentarán a mil peligros a un ritmo mareante. Nos vemos arrastrados página tras página sin poder detenernos. Es extraño: sabemos que los protagonistas siempre se salvarán, que saldrán ilesos de todas las peripecias y horrores a los que se van enfrentando una vez y otra más, pero la grandeza de Williamson es llevarnos constantemente a ese punto en que es imposible imaginar cómo demonios lograrán escapar. La lectura es un vértigo continuo donde la fascinación se entremezcla con el horror, sobre todo cuando llegamos a la capital de los medusas, una ciudad cuya arquitectura es toda una pesadilla, donde la grandeza imaginativa de su autor brilla con más fulgor pues nos presenta un mundo en verdad imposible, alejado de todo lo conocido, allí donde solo podrían vivir unos seres que nada tienen que ver con los terrestres. Un infierno de torres vertiginosas y calles como trampas infernales, un lugar donde todo lo humano es ajeno. Una ciudad en la cual el mismo Cthulhu tendría problemas para subsistir.

Williamson extrae de nosotros nuestro yo más joven, ese niño que mira fascinado un maravilloso espectáculo donde la belleza y el horror se funden, donde los héroes son intrépidos aunque en ocasiones tiemblen de miedo y se estremezcan de dolor, donde la joven que deben salvar es tan arrojada y desafiante como hermosa, mundos que nacen ante nuestros ojos inundados de imágenes que nunca antes habíamos contemplado y que quizá nunca volveremos a ver a no ser que volvamos allí con ellos, el espacio como ese lugar donde la aventura y lo desconocido se presenta tras cada asteroide, a la vuelta de cada estrella que nos ciega con su esplendor. Allí donde la maravilla toma la forma de la más trepidante de las aventuras.  





WILLIAMSON, Jack. La Legión del Espacio. Ilustración de portada de Salinas Blanch; traducción de Eduardo Goligorsky. Barcelona: Martínez Roca, 1976. 205 p. Súper-ficción; 9. ISBN 84-270-0188-6.    


Sherlock Holmes en España (2014), de Alberto López Aroca

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Yo vivía feliz en mi burbuja de desconocimiento. Como suele suceder cuando algo nos supera, optamos por mostrar desinterés y así nos evitamos esfuerzos. En mi caso, esto lo aplicaba a los pastiches de Sherlock Holmes. ¡Madre mía! Un universo más amplio que el interestelar conocido, cuando menos. También es verdad que mi postura se cimentaba en parte debido a que mis contadas aproximaciones a ellos habían devenido sonoros fracasos: obras que demostraban el estudio aplicado de las constantes del personaje, todos los detalles que Doyle fue exponiendo sobre el personaje y su mundo en cuatro novelas y cincuenta y seis relatos (el denominado canon sherlockiano) comprimidos por lo general en una sola historia, y un Holmes que ni por asomo, ni poniendo nuestra mayor fuerza de voluntad, se parecía al del mentado canon. Eso cambió por primera vez al leer Charlie Marlow y la rata gigante de Sumatra (2012) de Alberto López Aroca. Ay, ay, la caja de los truenos mostraba un resquicio contra el cual no podría renunciar a asomarme. Sus obras posteriores siguieron empujándome sin remedio. Y el mal definitivo vino con este monumental Sherlock Holmes en España (2014), una auténtica biblia dedicada al otro canon, al que jamás salió de la mano de Conan Doyle, ese que siempre había evitado mirar cara a cara porque, por todo lo que es sagrado, solo tengo una vida y hay cosas que hay que dejar a un lado. Pero este paraíso virginal y puro terminó: ahora me veo abocado a investigar, a buscar y a leer estas obras espúreas y malditas, a sumergirme en las aguas más profundas e inabarcables que uno pueda imaginar. Y si es cierto que me encuentro aterrado por la tarea, abrumado por ese océano imposible de cruzar, no es menos apropiado afirmar que también fascinado por la iluminación. En fin, solo espero que si hay otra vida en ella haya libros, porque si no que no cuenten conmigo.   

En este ensayo apasionado y titánico de Aroca podemos encontrar muchas cosas. Algunas harán felices a los estudiosos de la obra sherlockiana de Doyle, así descubrir cuál fue el primer relato protagonizado por Holmes traducido y publicado en España, incluyendo escaneo de la misma, o un tremebundo recorrido por la escena teatral de esa España de principios del siglo XX atravesada por gran cantidad de adaptaciones y reinterpretaciones del más famoso de los detectives. Otras harán sudar sangre a los coleccionistas: una mareante bibliografía sobre pastiches del personaje (quiero aclarar, por si acaso haciera falta, que no utilizo aquí la palabra “pastiche” con connotaciones negativas o con pretensiones de deslucir las obras que en ella podríamos englobar) o una no menos impresionante referencia a obras que no se comentarán en extenso en el volumen, pero que al estar este acompañado de cientos de ilustraciones podemos saborear con su aparición y con esas portadas imposibles y maravillosas.    


Fantástica fotografía de Efrén Comín de la obra y sus hermanas. 

La parte central está dedicada a multitud de reseñas de obras protagonizadas tanto por Sherlock como por algún personaje del canon, primero las que están traducidas a nuestro idioma y a continuación las que no lo están. Una selección utilísima que a los neófitos como yo nos servirá de maravillosa guía, y que a los conocedores les resultará más que amena. Aroca las recopila casi en su totalidad de diversas publicaciones en diversos blogs, y conservan en todo momento ese tono entre apasionado y coloquial que se suele (solemos) utilizar en este medio. Lamentamos tal vez que algunas sean tan breves, pero no se puede pedir más: ¡el libro tiene más de 600 páginas! Como para extenderse más… Confieso también que aunque he leído poquísimas, como amante del personaje sí que tengo bastantes de ellas, ejem, cosas de maniático compulsivo. Este libro de Aroca me empujará a empezar a leerlas. Lo dicho: necesito otras tres o cuatro vidas. Prometo dedicarlas solo a leer.

En su tramo final, el autor nos regala varios ensayos sobre mitología creativa, esto es, estudios en los que se relacionan entre sí diversos personajes de ficción haciéndolos compartir la misma realidad, o incluso en ocasiones nuestra realidad, como si se trataran de personajes históricos reales. Suponen una lectura en verdad gozosa y emocionante, y Aroca es todo un maestro en este género. La guinda definitiva es la inclusión, como cierre, del breve relato La aventura de la prótesis ardiente (2012), un encantador divertimento protagonizado por Holmes y Watson y que da fe del magnífico buen hacer de Aroca cuando se trata de traernos de vuelta a nuestros dos héroes. Sherlock Holmes en España se alza así como una obra fundamental para todos los sherlockianos y apasionados de su universo. También, como el propio Aroca reconoce con una gran sonrisa, se convertirá en la pesadilla de los mismos: lo querremos todo, querremos leerlo todo y buscaremos hasta lo imposible lo que más nos haya atraído de lo que nos falta. Así son las pasiones: arrebatadas e irracionales. Y esto es lo maravilloso de cierto tipo de ficción: que nos hace sentir con fuerza, hasta con furia, que estamos vivos.  


Este libro se ha editado bajo suscripción en tirada limitada a 201 ejemplares. Todavía estás a tiempo de hacerte con algún ejemplar AQUÍ.


LÓPEZ AROCA, Alberto. Sherlock Holmes en España. (Madrid): Academia de Mitología Creativa Jules Verne de Albacete, 2014. 625 p. 

Adiós, Sherlock Holmes (1977), de Robert Lee Hall

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“El caso que me ocupaba habría sido un magnífico asunto para Sherlock Holmes, de no haber sido porque él era su objeto.” (p. 93) Watson reflexionando.

Animado por el espectacular libro de Alberto López Aroca Sherlock Holmes en España(2014) me he lanzado a la lectura de este pastiche. Me he decidido por él porque no acumula malas críticas y también por su prometido desenlace que se adentra en las siempre agradables aguas de la ciencia ficción. Una vez leído confirmo que sí, que pertenece de lleno al género, aunque también me veo impelido a afirmar que eso ha resultado lo menos satisfactorio de esta novela. Resulta entretenida, pero su final, y permitidme que lo diga ya desde el principio, no se hace creíble en ningún momento. Cuando Robert Lee Hall se pone a dar explicaciones, por muy atractivas que nos parezcan debido a su marcado carácter fantástico, no termina de funcionar. Impostado en exceso, si bien en abstracto no nos puede parecer más simpático, no logra que suspendamos nuestra incredulidad y asistimos a él impávidos y cada vez más lejos de los personajes según nos acercamos a las últimas páginas. Una lástima, porque el desinterés final es más doloroso cuando Hall sabe conducir con cierto brío su historia.

En Adiós, Sherlock Holmes (Exit Sherlock Holmes, 1977) Hall cae en ese recurso tan típico de algunos pastiches sherlockianos de acumular datos sobre el personaje queriendo dar empaque y personalidad de este modo al mismo. Pero el problema reside en que cuando aparece de verdad Sherlock en el relato (su presencia se hace de desear, y esto es mérito del autor, no lo negamos) este no es creíble en absoluto. Si se hubiera optado por mostrar un Holmes más peculiar o alejado del canon no habríamos tenido mayores problemas, pero cuando hay tanto esfuerzo por encajarlo en él es normal que cualquier detalle que nos descuadre lo hunda. Y este Sherlock, al menos a mí, ni me parece Sherlock ni me parece nada. Hasta algún secundario que hace acto de presencia por ahí se nos antoja más Holmes que el propio Holmes. Tal es así que en una ocasión estaba convencido de que uno de ellos, Simon Bliss, era el detective utilizando uno de sus disfraces. Quiero pensar que así es, aunque no, para darle un voto positivo absoluto al autor. Funcionan mucho mejor Watson, el protagonista real de la novela, y Wiggins, un ya adulto miembro de los Irregulares de Baker Street. Ambos poseen la suficiente fuerza aquí como para mantener todo el interés, lástima que en el giro final Wiggins sea desplazado de manera algo forzada para dar entrada al detective ideado por Hall cuyo nombre coincide con el del mejor detective que haya habido jamás.


La trama se desenvuelve así con interés pese a capítulos de una excesiva morosidad en los que Hall se dedica a convertir en natillas la historia, repitiendo en voz de Watson todo lo acontecido de manera incansable, como si en algún momento fuera difícil de digerir o entender. Watson da vueltas una y otra vez a cada uno de los hechos y movimientos que ha realizado a cada rato y esto deviene cansino. Pero de ley es destacar los buenos momentos de la novela. A mi gusto, quizás el mejor sea la primera aparición de Moriarty, sensacional y aterradora cuando descubrimos, segundos antes que el propio Watson, que se trata de él. Plena de misterio y cargada de toda la tensión y el peligro que el “Napoleón del crimen” requiere. Aquí Hall sí se muestra sensacional. Y en conjunto, lo dicho: algunos momentos muy buenos, como este de Moriarty y la entrevista de Watson con Bliss en el Club Diógenes, y entretenida hasta que asistimos apenados al naufragio final. Tristes más aún cuando apunta detalles delirantes que hubieran sido de nuestro gusto de manera absoluta si Hall no se mostrara tan comedido, en el fondo atrapado por su propia idea del canon. Quizá, y ya sabiendo que pretendía romper con todo, el tono quizá debiera de haber sido otro, más arriesgado y gamberrete, y no moverse casi con temor de salirse de su concepto de lo que debe ser un relato protagonizado por nuestro héroe. Y los que la hayáis leído sabéis que llegando a las conclusiones a las que se llegan en su desenlace, ¿por qué hacerlo con miedo?


HALL, Robert Lee. Adiós, Sherlock Holmes. Traducción de Enrique Hegewicz. Madrid: Valdemar, D.L. 1994. 214 p. Los archivos de Baker Street; 13. ISBN 84-7702-095-7.   

La noche a través del espejo (1950), de Fredric Brown

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“-Doctor, ¿alguna vez se le ha ocurrido pensar que las fantasías de Lewis Carroll pueden no ser fantasías?
-¿Se refiere a que la fantasía suele estar más cerca de la verdad esencial que la ficción que quiere parecer real?- pregunté.” (p. 63) Doc Stoeger demostrando no solo ingenio, sino también inteligencia.

Del escritor Fredric Brown (1906-1972) solo había leído hasta ahora algunos de sus sensacionales relatos de ciencia ficción. Esta nueva edición de su novela La noche a través del espejo (Night of the Jabberwock, 1950) que ha realizado la editorial Reino de Cordelia nos ha dado la oportunidad de poder acercarnos a este clásico de la novela negra, género en el que también brilló Brown, y leerlo a todos aquellos que no disponíamos de un ejemplar de la lejana publicación (1987) de Júcar en su colección Etiqueta negra. Y qué puedo decir: me ha parecido una absoluta maravilla, una obra maestra que me ha mantenido en una nube alucinatoria durante su lectura y que al terminar me tenía levitando con la mirada perdida para el mundo, ese que en esos momentos más que nunca me parecía de todo menos real.


Doc Stoeger es el dueño, director y editor del pequeño periódico local de Carmel City, un pueblo medio perdido y totalmente olvidado del trasiego mundanal de la vida. Más de veinte años sin publicar una noticia importante, una exclusiva que lo haga sentir feliz y satisfecho de su trabajo, es algo que el pobre Doc sobrelleva como puede. Esto es: trasegando whisky cada dos por tres y planteándose por primera vez en su vida vender su semanario (se trata de un periódico de tirada semanal). La vida discurre aburrida y monótona, un día igual a otro y todos en impasible sucesión. Pero una noche, tras terminar su jornada y tomarse los dos o diez copazos habituales en el mismo bar de siempre y hablar con los mismos contertulios que nunca dejan de pasar por allí a las mismas horas, Doc Stoeger recibe una visita. La más extraña visita que pudiera imaginar. Un tipo de aspecto imposible y de nombre más increíble aún, Yehudi Smith, llama a su puerta y le hace una inaudita proposición, una invitación tan fuera de lo común como lo es el hecho de que Smith sea, como Doc, un fanático de las novelas de Lewis Carroll Alicia en el país de las maravillas (Alice’s Adventures in Wonderland, 1865) y Alicia a través del espejo (Through the Looking-Glass, and What Alice Found There, 1871), y que además conozca los dos inencontrables artículos que sobre ambas obras escribiera hace siglos un joven y apasionado Doc. La propuesta de visitar una mansión abandonada y aislada en las afueras de Carmel City, que además goza de la esquiva fama de ser una casa encantada, y de asistir a un cónclave de miembros de la hasta ese momento desconocida organización Las Espadas Vorpalinas, que reúne en sus filas a los mayores no se sabe bien si conocedores o fanáticos, igual significan lo mismo en este caso, de la obra de Carroll, supone el arranque de una noche que devendrá demencial. Y es que a partir de aquí se desata toda una locura de crímenes monstruosos, encuentros con bestiales asesinos, situaciones de lo más estrambóticas y una persecución sin fin en la que el bueno de Stoeger se ve envuelto sin tener culpa de nada pero acusado por casi todos. Una noche durante la cual se desarrollará toda la trama de la novela llevándonos en una espiral tan desconcertante como hipnótica que nos hará temblar de pavor y reír a carcajadas a un tiempo. Porque no está de más añadir que Fredric Brown no solo domina la tensión y la acumulación de misterios de forma prodigiosa, sino que es capaz de resultar tan divertido como inteligente, tan ingenioso como brillante en la creación de situaciones sorprendentes y en la recreación de unos diálogos sin excepción apabullantes.


“(…) fue como leer un relato de ficción emocionante, de esos que sabemos que no son verdad pero en los que podemos creer mientras que no acabamos de leerlos.” (p. 73)

La acción se desenvuelve enloquecida y no puede resultar más trepidante en su desarrollo. ¡No da un solo respiro! Y es genial hasta en su desenlace, en el cual Brown tarda lo justito en dar todas las explicaciones y cerrar todos los hilos abiertos en la novela. Un mecanismo de relojería que parece funcionar con la cuerda de la alucinación y el delirio. La atmósfera de ensoñación que poco a poco se va tornando enfermiza y etílica es envolvente y nos obliga a asistir a la más desarmante de las paradojas: este relato quizá sea la pesadilla más divertida a la que uno pueda enfrentarse. Brown demuestra una maestría soberbia en todo el relato, pasando del horror y la intriga a la carcajada y la ironía con una facilidad que no parece humana. La noche a través del espejo es sin duda uno de los mejores libros del género que he leído jamás, y pocas veces las referencias a los dos clásicos de Carroll protagonizados por la niña Alicia han sido utilizados de manera tan deslumbrante.


“Cuantos más años se cumplen, menos se teme a los fantasmas, se crea en ellos o no. Al pasar de los cincuenta, han muerto ya tantos de nuestros conocidos que los fantasmas, si existen, no nos son tan extraños. Algunos de nuestros mejores amigos son fantasmas, ¿por qué íbamos a tenerles miedo? Y no transcurrirán muchos años antes de que nosotros también pasemos al otro lado.” (p. 174)




BROWN, Fredric. La noche a través del espejo. Prólogo de Juan Salvador; ilustración de cubierta de Luis Doyague; traducción de Susana Carral. Madrid: Reino de Cordelia, D.L. 2014. 302 p. Reino de Cordelia; 31. ISBN 978-84-15973-22-5. 

Relatos de horror, selección 1 (1977)

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No todo es lo que parece, no digo nada nuevo afirmando esto, pero es que no se me ocurre otra cosa contemplando la en verdad espantosa portada de este libro y su por el contrario excelente contenido: cinco relatos muy atractivos de los cuales al menos uno de ellos podemos considerarlo una obra maestra sin discusión. La recopilación está asignada al austriaco Kurt Singer, un escritor que además se dedicó a preparar bastantes compilaciones de relatos casi todas ellas dedicadas al género de terror. No he logrado encontrar nada referente al libro original, así que dejo como año el de la edición en español. En uno de los breves textos de presentación de cada cuento se hace una referencia a “nuestra anterior selección”, lo cual siendo esta la número uno nos deja algo confundidos. En fin, imaginamos que habrán tomado de aquí y de allá y hala, palante. No se indica nombre alguno aclarando quién o quiénes pudieran haber realizado las traducciones. Y para rematar, el libro se abre con una “Presentación” firmada por Carlo Frabetti que parece realizada con el piloto automático puesto, breve y escrita, da esa sensación, en menos tiempo del que cuesta leerla. Y es muy poco. Sin embargo, como ya he dicho, es una buena colección de narraciones fantásticas, lo de horror tampoco se ajusta con precisión a la realidad, y encima este libro fue un regalo. Así que le tengo cariño. Una de esas poquitas cosas buenas, que valen por muchas, que me ha dejado este solitario blog, pues gracias a él me obsequiaron con presente tal. Así que, estimada Pato, gracias por este (y otros) que llegaron hasta mí por ti.   


Venga, sequémonos las lágrimas y vayamos al lío. La antología se abre con El crepúsculo de los dioses (Twilight of the Gods), publicado en la revista Weird Tales en julio de 1948 y escrito por Edmond Hamilton (1904-1977) con ese estilo sencillo y conciso pero lleno de fuerza y expresividad tan propio de los mejores pioneros de la ciencia ficción forjados en las publicaciones pulp. Este es un relato muy bonito y emocionante que toma como base la mitología nórdica (Thor, Odín, Tyr, Surtr, Hela, Loki, el Puente del Arco Iris, Asgard…) para construir una historia que bien podría ser el origen de los famosos Relatos de Asgard, los cómics protagonizados por el Thor de Stan Lee y Jack Kirby desarrollados por este último, pura fantasía épica en ambos casos que nos gana sin remedio gracias a su compulsión fabuladora. Si el Thor de dichos cómics contaba con un alter ego en la Tierra, el doctor Don Blake, el Thor del relato de Hamilton tendrá el suyo propio, el oficinista Eric Wolverson, aunque no será del todo consciente de ello, un poco al estilo de tantos personajes pulp tipo los de Edgar Rice Burroughs o Robert E. Howard, que ocultan sin saberlo en su interior una personalidad casi mítica, un héroe o incluso, por qué no, un dios. La obra de Hamilton mantiene su fuerza intacta leída hoy, o al menos yo lo siento así. Quizá no sea el estilista más cuidadoso ni el narrador más fino, pero sabe cómo dejarnos sentados en la silla leyendo sin permitir interrupciones hasta que él decide que hemos llegado al final.


Los señores del reino de los muertos (Lords of the Ghostlands) es una aventura de Jules de Grandin y el doctor Trowbridge, los personajes creados por Seabury Quinn (1889-1969), publicada en el número de marzo de 1945 de Weird Tales. Es sabido que Quinn fue uno de los autores más populares de la revista y Grandin su creación más conocida. Aunque me suelen gustar sus relatos, aquí ya llevaba más de dos décadas escribiendo historias del detective francés de lo oculto y muestra todos los tópicos forjados en una investigación tras otra: bella joven en peligro que en algún momento aparece ligera de ropa, Grandin diciéndole al doctor que no lo acompañe que en esta ocasión (otra vez) habrá demasiado peligro, el doctor contestando de nuevo que le da igual e irá con él hasta el final reafirmando su amistad de colegas en la lucha contra el mal, esos indefinidos despertares en los que siempre uno está al lado del otro en la misma habitación… Y, cómo no, Grandin poniendo fin al problema con sus expeditivos modos. La trama en sí también discurre por caminos trillados: momia egipcia cuyo espíritu posee a una joven (esa bella que en algún momento habremos de ver medio desnuda) de hoy, parte de la narración contando los hechos del pasado en plan seudohistórico, venganzas de ultratumba… No brilla en demasía, aunque resulta agradable de leer, entretenida pero poco memorable.


Si Seabury Quinn era uno de los escritores estrella de Weird Tales, Maria Moravsky (1889-1947) supone todo lo contrario. Nació en Varsovia y emigró a Estados Unidos en 1917. Fue sobre todo poeta, e imprimía sus propios libros (esto de la autoedición no es una cosa de ahora) en una pequeña imprenta que tenía en su casa de Miami a la cual bautizó con el nombre de Fiction Farm. Fue una artista polifacética y su actividad se dividió entre diversas artes y entretenimientos que iban desde sus pretensiones literarias hasta el cultivo de café, vainilla y aloe vera pasando por la cría de patos. Sus incursiones en la prosa fantástica solo fueron una afición creativa más de las muchas que llamaron su atención y a la que se dedicó con pasión pero al tiempo sin exclusividad. Todo esto y más podéis leerlo en la entrada dedicada a ella en el fantástico blog Tellers of Weird Tales(AQUÍ). Su relato La ocupación de los hermanos verdes (Green Brothers Take Over) se publicó en el número de enero de 1948 de manera póstuma. Sus labores en la jardinería y el probado amor a las plantas de la autora resultan más que evidentes en este simpático relato en el cual “los hermanos verdes” se alzan en rebelión contra los humanos, como ya hicieran de igual manera los animales en la novela El terror (The Terror, 1917) de Arthur Machen. Quizá lo más curioso de esta historia sea el punto de vista adoptado, que no es otro que el de la anciana protagonista, algo que no es que sea el colmo de la originalidad pero que desde luego no suele ser lo habitual en un cuento de terror.


Allison V. Harding (1919-2004) tampoco es de las autoras más recordadas de Weird Tales. Sin embargo fue bastante prolífica y habitual en la revista desde 1943 hasta 1951, año este en el que deja de publicar. Su nombre real, aunque permanecen dudas, era Jean Milligan. Creó un personaje que llegó a protagonizar tres relatos: The Dump Man (el Pordiosero). Después de medianoche (The House Beyond Midnight) fue publicado en la revista en el mes de enero de 1947. Es un cuento simpático en el que una joven pareja que acaba de sufrir un accidente es víctima de una macabra equivocación. El sesgo fantástico de la misma nos lleva hasta una extraña casa habitada por los inquilinos más peculiares que cupiera imaginar. Harding mantiene el factor sorpresa acerca de quiénes son estos huéspedes y qué es lo que ha ocurrido en verdad con los recién casados protagonistas durante muy pocas páginas, tampoco es que se pudiera sostener mucho más pues se adivina enseguida, y la autora cambia el registro de intriga y misterio por una alocada y fúnebre persecución. No es nada del otro mundo, valga la mala broma, se echa en falta una atmósfera de ensoñación surreal más potente, algo que la historia parece reclamar y con lo que hubiera ganado en consistencia y en impresión fantástica, pero la opción de hacerlo todo más directo y físico tampoco desagrada.


Resulta curioso que esta antología formada por cuentos publicados en la revista Weird Tales durante el segundo lustro de los años 40 se cierre con una pequeña joya de principios del siglo XX: “Ellos”(‘They’) un relato de Rudyard Kipling (1865-1936) que apareció en la revista Scribner’sen agosto de 1904 e incluido con posterioridad en el libro Traffics and Discoveries del mismo año. En este volumen se incluía también el poema The Return of the Children(AQUÍ podéis leerlo en su idioma original), publicado justo antes del relato y de lectura imprescindible para entender qué pretendía contarnos Kipling en él. En este poema la Virgen María intercedía por los niños muertos para que pudieran ir adonde quisieran y no quedaran retenidos en el Cielo si ese no era su deseo, ante lo que Dios accede pues considera que ya han sufrido bastante como para Él retenerlos contra su voluntad. Con este poético prefacio, no incluido en este libro, nos queda más claro el simbolismo del relato de Kipling, más diáfano su significado. Josephine, la hija pequeña de Kipling, murió de una enfermedad en el año 1899. En “Ellos” queda reflejado todo este proceso de dolorosísima pérdida desde el desconcierto inicial y la ira y la rabia posteriores hasta la aceptación final, el adiós definitivo de su hija con ese beso furtivo que uno de los espectrales niños le da al protagonista en la palma de la mano a modo de despedida. Este ya nunca volverá allí, al hogar de los niños perdidos, una vez ha superado el trauma de la pérdida. No es un relato de terror pese a estar habitado por fantasmas. Todo lo contrario: es un viaje desde el dolor por la muerte de una hija aún niña hasta la resignación y la comprensión de que ahora está en un lugar mejor. Un simbolismo quizá fúnebre en algún momento, es inevitable teniendo en cuenta el luctuoso hecho y los sentimientos que Kipling trata de reflejar, pero que no deja de ser luminoso en su tristeza. Una manera insuperable de cerrar este libro que aquí nos deja sobrecogidos.


RELATOS de horror, selección 1. Recopilación de Kurt Singer; presentación de Carlo Frabetti. Barcelona: Bruguera, 1977. 188 p. Libro ameno; 1. ISBN 84-02-05122-7.

Barsoom: la revista del pulp y la literatura popular, número 10 (navidades 2009)

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Pues aquí estamos con el número 10 de la revista Barsoom dedicado en esta ocasión a los iconos del pulp, por cuestiones de espacio solo a algunos de los más representativos, esos héroes y villanos fascinantes que forman parte ya del acervo cultural y viven en nuestros sueños. Y cómo no, se inicia con un sensacional artículo centrado en uno de los malvados más emblemáticos de la literatura de evasión: Fu-Manchú.

Aunque en la actualidad su poder se ha difuminado un tanto y parece solo pervivir en las películas que se le dedicaron, Javier Jiménez Barco, en El insidioso Doctor Fu-Manchú y otros villanos orientales, ofrece un fantástico repaso a las novelas protagonizadas por el maléfico Doctor de Sax Rohmer, origen y epítome de la amenaza amarilla, todo un lugar común de la literatura pulp. La maldad refinada, los planes más enrevesados, rebuscadas torturas y sabiduría ancestral que en sus imitadores alcanzarían cotas de racismo que el mismo Rohmer jamás llegaría a mostrar de manera evidente. Nunca dejó de traslucir su fascinación por la cultura a la que pertenece el Doctor, un poco a la manera en que otro autor nos mostraría este mundo oriental de novela de misterio y crimen, Harry Stephen Keeler, el cual siempre supo compensar maldad y sapiencia en sus personajes, sin dejar de lado mostrar caracteres nobles dentro de la raza malvada por antonomasia, en la época, a ojos occidentales. Edgar Wallace, Jack Williamson o Robert E. Howard fueron autores que también recurrieron al tópico, y personajes míticos como The Spider o The Shadow tuvieron a su vez que vérselas con villanos de ascendencia tal. Y esto cuando no se trataba de “plagio descarado y premeditado”, según Jiménez Barco, como sucedió con The Mysterious Wu Fang, un Fu-Manchú al parecer bastante más truculento que el original. En fin, un aperitivo suculento que viene acompañado por un relato de Sax Rohmer (Arthur Henry Sarsfield Ward, su nombre real), claro está.


Cuarenta y cinco años después de su creación, Rohmer aún escribió alguna historia protagonizada por su icónico personaje. Así Los ojos de Fu-Manchú (The Eyes of Fu Manchu), publicada en dos partes el 6 y el 13 de octubre de 1957 en la revista This Week. Y todo seguía igual: damas en apuros, héroes aguerridos y peligros mil que se suceden de manera mecánica y con relativo interés. Hasta que hace acto de presencia Fu-Manchú in person y la emoción y la tensión se disparan. Lástima que todo lo que le rodea palidezca tanto ante su presencia.

The Shadow visto por Jim Steranko.

Quiero decirlo ya: a mi gusto, la gran joya de este número de Barsoom es La bahía del chantaje (Blackmail Bay), de Walter B. Gibson (alias Maxwell Grant). Una de las dos historias en formato breve de La Sombra, The Shadow, uno de mis personajes favoritos de toda esta pléyade de héroes increíbles. Este cuento resulta sensacional en su dosificación del misterio, en su cuidada, bien definida y bien descrita localización (una isla) y en las formidables apariciones de La Sombra, absolutamente electrizantes y medidas en su prodigiosa efectividad. Un excelente relato que entiendo que a quienes las aventuras de esta fascinante creación no les interesen lo más mínimo puedan pensar que exagero en mi apreciación, pero creo que podría pasar sin problemas la prueba de mi ceguera ante este personaje. Es un buen relato de intriga criminal, y su oscuro héroe solo lo hace brillar más aún con su grandeza.  

Seguimos adelante comentando las fantásticas ilustraciones de Virgil Finlay mostrando a Tarzán cuchillo en ristre, para en la página siguiente adentrarnos en el primer capítulo de Tarzán: la aventura perdida, la novela de Edgar Rice Burroughs que Barsoom a partir de este número nos irá ofreciendo por entregas. Un “fragmento largo” de El Borak de Robert E. Howard que hará las delicias de los completistas del autor texano y un extenso artículo, Los archivos secretos de Doc Savage, formado por extractos del ensayo Doc Savage: His Apocalyptic Lifede Philip José Farmer, cubren el apartado de la revista dedicado a la aventura.


No podía faltar un relato del rey de la publicación pulp Weird Tales, Seabury Quinn, protagonizado por su héroe más popular, Jules de Grandin. De La capilla del horror místico (The Chapel of Mystic Horror), publicado en el número de diciembre de 1928 de la citada revista con una magnífica portada de Hugh Rankin, valdría decir lo mismo que ya dije AQUÍ acerca de Los señores del reino de los muertos. El artículo Las sobrenaturales aventuras de Jules de Grandin de Javier Jiménez Barco es otro fascinante repaso a un héroe pulp como sin duda lo fue el investigador de lo oculto Jules de Grandin. Su origen, su desarrollo y su final incluyendo una indispensable relación de todos los relatos por él protagonizados e indicando cuáles de ellos están traducidos a nuestro idioma. Y una selección de ilustraciones de Stephen Fabian con Conan de protagonista sirve como antesala a un relato del salvaje cimmerio. Aunque el dúo revisionista formado por Lin Carter y L. Sprague de Camp no muestra demasiada imaginación en el desarrollo de la trama de Luna de sangre (Moon of Blood), en realidad los prolegómenos de una batalla y la batalla en sí, pocas complicaciones se traen entre manos, la verdad es que mentiría si no dijera que pese a esto resulta enormemente entretenido. Suplen la posible falla comentada con buenas dosis de acción creíble y una gran ambientación y cuidado en los caracteres de los personajes, con lo cual consiguen trasladarnos de lleno a su mundo y que el relato fluya, si bien sin sorpresas, con efectividad.


El fragmento La senda blanca de Abraham Merritt ya lo comenté AQUÍ. El poema El puerto de H. P. Lovecraft y una breve selección de ilustraciones que nos presentan al héroe Northwest Smith de Catherine L. Moore nos conducen a otro excelente artículo: Acerca de la Legión del Espacio, de Javier Jiménez Barco. Un recorrido por las seis aventuras literarias de la mentada Legión, esos adorables héroes creados por Jack Williamson y que reciben aquí el merecido trato de amor y erudición que merecen. Y nada mejor para acompañarlo que incluir La suerte de la Legión (The Luck of the Legion), el último relato que escribiera Williamson protagonizado por ellos, si bien es la cuarta aventura de seis atendiendo a su cronología interna. Un cuento sencillo y emocionante donde quizá lo más bonito sea ver a nuestros héroes ya mayores pero igual de jóvenes en espíritu que siempre en acción. Fue publicado en el número 19, verano/otoño de 2002, de la revista Absolute Magnitude / Aboriginal Science Fiction.  


El horror de Magallanes(The Horror from the Magellanic) de Edmond Hamilton fue publicado en la revista Amazing Stories en su número de mayo de 1969. Tengo una lectura demasiado lejana de Los reyes de las estrellas (The Star Kings, 1949) como para que me haya resultado fácil ponerme y adentrarme de nuevo en el mundo de esta saga, en la cual esplende de manera especial el villano Shorr Kan, aquí ya aliado de “los buenos”, con toda su socarronería y picaresca, sus frases ingeniosas y divertidas, otro antecedente más de ese Han Solo que nos encanta de Star Wars. Space opera pura y dura, con acción a raudales y batallas sin fin. Un entretenimiento ingenuo tal vez, pero siempre honesto y sin fisuras. Relato nacido casi a contra corriente en pleno apogeo de la renovación del género con la New Wave o New Thing, ese grupo de escritores que llevaron la ciencia ficción un paso más allá, tan lejos que hoy día no se está logrando alcanzar ni por asomo, lo cual hace que podamos admirar a pioneros como Hamilton con más crédito. Ellos al menos dieron paso a sus continuadores, cosa que los que ahora reniegan de ellos parecen no entender. Toda evolución requiere sus pasos, y si estos se dejan a un lado y se olvidan, el género se muere porque se queda sin historia. Y así llegamos al final de este apasionante, como todos, número 10 de Barsoom con una entrega del Capitán Rido y su Legión del Espacio, la versión hispánica de esa variante del género que muchos dan por finiquitado pero que, no hay más que fijarse un poco dándose una vuelta por internet, sigue levantando revuelo a cada noticia relativa a la nueva película de las sagas de Star Wars o Star Trek. Buenos y malos sin zonas grises, como en los relatos de nuestros héroes favoritos. 



BARSOOM: la revista del pulp y la literatura popular. Número 10. Navidades 2009. La Hermandad del Enmascarado. 128 p.

En busca de X-Y-Z (1943), de Harry Stephen Keeler

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“–¡Espera! –dijo Caleb. –¿Sabes tú hacer novelas, Ezra?
–¡Nada de eso Caleb! ¡Ni siquiera vivirlas!” (p. 34)


Pocos escritores encontraréis tan extraños y fuera de lo común como Harry Stephen Keeler (1890-1967). Y no por su devenir cotidiano, un hombre de vida tranquila, amante de su esposa y de sus gatos y de costumbres tan normales como pueden serlo las tuyas o las mías. Lo extravagante y lo original, con lo que esto puede tener de bueno pero también de negativo, se circunscribe a su obra, plagada de historias chocantes donde la casualidad es el motor fundamental de sus tramas. O al menos la resolución de las mismas. Su método de trabajo, explicado con detalle por él mismo en la que sin duda es su novela más popular, Noches de Sing Sing(Sing Sing Nights, 1927), consistía en lo que bautizó como webwork plot, una multitud de tramas disparadas conformando una tela de araña las cuales se unían y resolvían al final coincidiendo en una serie de casualidades imposibles y carambolas fortuitas que igual provocan admiración y asombro que sonrisas por lo disparatadas que en ocasiones pueden resultar. Él lo explicaba de manera mucho más compleja, por descontado, y leyendo cualquiera de sus novelas veréis que así era, pero como resumen orientativo y primer acercamiento a la locura absoluta que dominaba en sus novelas pues más o menos pueden valer mis torpes palabras. En busca de X-Y-Z (The Search for X-Y-Z, 1943), también publicada en EE.UU. en 1945 bajo el título The Case of the Ivory Arrow, pertenece a lo que podríamos definir como la segunda época de su obra, justo cuando deja de publicar en la editorial Dutton: su etapa de esplendor tocaba a su final y sus novelas devienen más desquiciadas que nunca. Las últimas solo encontrarían salida en la editorial española Instituto Editorial Reus, especializada en textos jurídicos, de auto ayuda y semejantes (hasta llegó a editar dos “pobres” tebeos en el año 1947, como nos indican en Tebeosfera, AQUÍ). Así, Keeler tiene novelas publicadas solo en nuestro idioma, aunque por desgracia no todas las que publicó en el suyo están traducidas al español.

En busca de X-Y-Zse abre con los habituales nombres estrambóticos que Keeler utilizaba para sus personajes, siendo el mentado X-Y-Z no un apodo o un sobrenombre, sino el nombre real del hermano del protagonista, Ezra Jenkins, un hermano desaparecido que el bueno de Ezra deberá localizar en cinco días pues si no lo consigue dará con sus huesos en la cárcel. Otro punto de partida habitual en las novelas de Keeler, donde por lo general sus héroes deben actuar a contra reloj. No llevamos ni cinco páginas cuando ya se ha desatado la locura: X-Y-Z ha dejado de dar señales de vida al irse a vivir a la ciudad de Wiscon City, quizá disgustado por un lío de tierras que ambos hermanos poseen en propiedad y en la cual crece, atención, la Ascorbia-B, un tipo de hierba “cuyo alcaloide derivado posee, entre otras muchas cualidades, la de hacer ver a los pilotos aviadores de ojos azules, más que de ordinario en la oscuridad” (p. 10). Solo los dos hermanos tienen los conocimientos necesarios para llevar adelante “su difícil cultivo.” Esto que en principio nos puede parecer un detalle de la mayor relevancia pues… En fin, Keeler despliega todo un arsenal de detalles y subtramas que van formando una red tupida en la que, creedme, uno no logra adivinar hacia dónde va aparte de que Ezra debe encontrar a X-Y-Z. Ezra parte pues hacia Wiscon para buscarlo allí. Su viaje en tren está lleno de encuentros con distintos personajes que, como siempre en Keeler, entablan delirantes conversaciones que no hacen sino liar la trama hasta puntos increíbles pero al tiempo apasionantes: uno no puede parar de leer sorprendido y de continuo desbordado por la apabullante imaginación de nuestro autor, quizá su punto fuerte y su gran valor como novelista.


Permitidme ahora un inciso al más puro estilo Keeler. Su relato The Search of Xenofue publicado en 1922 en la revista 10 Story Book, de la que Keeler era editor, bajo el epígrafe A Mistery Story by York T. Sibby, nuestro autor usando un seudónimo para publicar en su revista. Casi cuarenta años después Keeler la reescribiría y la titularía Adventure in Milwaukee. Junto a otros dos relatos la envió a su editor español Reus para ver si se publicaban en un libro como Three Short Novels, pero nunca se llegó a editar. Este relato citado al principio ofrece un punto de partida muy semejante al de la novela que nos ocupa, pero el mismo Keeler en una nota a su traductor (“esforzado” traductor) Fernando Noriega Olea le indica que solo hay similitud en eso, en su arranque, pero en nada más. Esto, con muchos más detalles y mejor, lo explica Francis M. Nevins en su artículo On “Adventure on Milwaukee”, publicado en el boletín Keeler Newsnº 43 (editado por Richard Polt, podéis consultar el original AQUÍ), del cual lo que os acabo de contar en este inciso no es sino un descolorido resumen.    


Pero volvamos con Ezra Jenkins y su recién iniciada búsqueda. No voy a entrar en detalles de la historia, pues no desearía bajo ningún concepto destrozar las sorpresas de una novela que encierra muchas, pero sí os contaré algunas que no importa en demasía conocer y que os pueden servir para haceros una idea de qué tenemos entre manos. Keeler nos cuenta tantas cosas que resulta imposible adivinar cuáles son importantes y cuáles otras ni se volverán a mencionar en la historia. Esto hace que uno procure no perder detalle con la constante sensación de “ay, ay, seguro que aquí se me escapa algo.” Una tontería pensar de esta manera pues en las explicaciones finales no hay apuro: Keeler lo une y lo explica todo. O casi, porque lo que acaba ignorando queda ahí como regalo extra al lector, que queda fascinado por un detalle que a la larga resultará insustancial pero que no deja de ser hermoso quizá precisamente por ello. Un ejemplo perfecto de esto último es la descripción de la plaza donde se encuentra el hotel donde se alojaba X-Y-Z hasta el día de su desaparición: “La plaza de Leipsiger se componía en realidad de una sola casa, reflejada en una serie de espejos invisibles que se reflejaban mutuamente a su vez, de manera que se convertía en toda una línea de casas exactamente iguales.” (p. 82) ¡No me digáis que no es extraordinario! Esta idea me dejó fuera de combate durante un buen rato imaginándome calle tal. Y lo más increíble es que esta idea queda ahí en el aire, sin solución, solo un detalle loco más de ese mundo alucinante donde viven los personajes de Keeler, en el cual se entrecruzan el realismo más detallista con la visión más delirante del mismo. Otro ejemplo, pero este sí fundamental para el desarrollo de la trama, es la imposible habitación de hotel en la que se aloja Ezra al llegar a Wiscon, un cuartucho cuya ventana no tiene estores, ni cortina, ni persianas… ¡ni cristales! Todo el mobiliario es de metal, y dispone de una cuerda sujeta a una anilla para poder salir descolgándose por ella a través del hueco de la ventana hacia la calle. Pero en esta ocasión sí que disponemos de una precisa explicación de su por qué.

Keeler se detiene en todos los meandros imaginables de la historia, dejándonos tan perplejos y confusos como atrapados por la alucinante sucesión de hechos y personajes increíbles (y su obsesión por tunearlos con los más extraños modelos de gafas que uno pueda concebir). Más detalles: Ezra va a buscar a su hermano, sí, pero en su viaje en tren un desconocido le ha entregado una figurita de piedra rosa que representa a un elefante bicéfalo, el cual debe entregar en mano al yogui Ramshee, un místico vidente que lee el pasado, el presente y el futuro en una bola de cristal y que vive, cómo no, en Spirit Lane, una calle en la que solo habitan adivinadores, echadores de cartas y espiritistas. No han pasado ni un par de páginas cuando Ezra recibe una misteriosa nota, se la han dejado en el sombrero sin que él se aperciba, que le advierte seriamente de que ni por asomo se le ocurra entregar la dichosa figurita. En fin, la red de la trama se va formando y si en ocasiones la aventura parece avanzar despacio, en realidad no hay descanso en lo que se refiere a la ingente cantidad de información que Keeler va desplegando a cada párrafo. No hay manera, como he dicho, de saber si servirá todo para algo o no, pero este es el juego: si se acepta, hay que jugar. Y si se decide jugar, creedme que la diversión está asegurada.


Keeler puede fascinar con los sorprendentes, imaginativos y en ocasiones retorcidos trayectos que van conformando las tramas de su historia, pero resulta algo inconsistente en la psicología de sus personajes, quizá su gran punto flaco. Son siempre extraños y chocantes, estrafalarios, pero de personalidades algo opacas, las cuales no logran permanecer en nuestro recuerdo. Es fácil rememorar los giros increíbles y los argumentos locos de sus novelas, pero sus protagonistas suelen desvanecerse en la oscuridad. Este tal vez sea el detalle, no poco importante, que le separa de una más consistente genialidad, si bien la demuestra con creces en otros aspectos. Sus personajes terminan pareciendo sombras con disparatados nombres arrastrados por la trama, aunque esto también tiene su encanto, no dudamos de ello desde el momento en que siempre lo leemos con sumo placer, pero lamentar un poco esta realidad nos dará una idea más acertada y real de su valor como escritor y no llamaremos a engaños ni mistificaciones a aquellos que no lo hayan leído nunca y deseen hacerlo. Dar una imagen desvirtuada de Keeler no ayudará a que se le respete como autor. Hay que amarlo con sus bondades y también con sus pequeñas pegas. Y dicho esto, ojo que debo reconocer que En busca de X-Y-Z alberga en su corazón a dos de los personajes más bonitos, originales y de más probable persistencia en el recuerdo de todos los que he conocido suyos. Uno es el Triple Enigma de la Vida, el torso humano que se exhibe en el circo (sin brazos ni pies, con el cuerpo osificado, ingiriendo veneno en cada función), un hombre de perspicaz inteligencia, culto, formado y feliz con la vida que le ha tocado llevar en un dibujo lleno de humanidad en el cual Keeler brilla hasta la emoción. Y el otro, la asistente negra de este Triple Enigma, Madame Olivia Debrevois, no menos culta que aquél, una poeta con obra publicada y de una sensibilidad y corazón especiales. 

Hay más, mucho más en esta novela de Keeler, sin duda una de sus grandes obras, desde románticas asesinas que despedazan a sus amantes con un hacha hasta criminales que se ocultan disfrazados con una peluca en una habitación (con número fraccionado: 345 ½) de un hospital solo para mujeres y allí son atendidos por un personal que muestra como rasgo común el tener todos un tupido entrecejo… O la trama de la flecha, otra desquiciada delicia. Guarda Keeler para el final algunas sorpresas que, vale, algunas son sus típicas casualidades que nos hacen sonreír tal vez por resultar un poco ingenuas, desde luego atrevidas porque ningún otro escritor se atrevería a recurrir a ellas con el desparpajo que él lo hace, pero también otras que, lo digo con total sinceridad, me hicieron reír de pura felicidad por su imaginación, por cómo demonios resultaba tan genial con alguna de sus salidas, y con su sencillamente brutal detalle metaliterario, todo un gigantesco colofón que es un regalo para el lector. En conjunto, una maravilla de ingenio repleta de explicaciones finales divertidas y satisfactorias que suponen un disfrute absoluto y momentos que me dejaron, y esto no es una metáfora sino una descripción fotográfica, con la boca abierta de puro y feliz asombro. Keeler es un escritor único, ya lo dije al principio, tanto para lo bueno como para, a veces, lo malo, pero que aquí nos deslumbra con todo lo que atesora de bueno. En busca de X-Y-Z es un magistral Keeler. 

  
KEELER, Harry Stephen. En busca de X-Y-Z. Traducción de Fernando Noriega Olea. Madrid: Instituto Editorial Reus, 1946. 494 p. 

El año del jardinero (1929), de Karel Čapek

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“Hay personas, los críticos en particular, y también los oradores públicos, a quienes les gusta mucho hablar de raíces; proclamar, por ejemplo, que debemos regresar a nuestras raíces, o que tal o cual mal debe ser completamente desarraigado, o bien que necesitamos penetrar hasta las raíces del problema. Pues bien, me gustaría verlos si tuvieran que desarraigar, digamos, un membrillo de tres años.” (pp. 125-126)

Es más que curioso y de todo punto una maravilla ver a dos de los padres de la ciencia ficción europea, los creadores del término hoy universal ROBOT, dedicados uno a escribir (Karel Čapek) y el otro a ilustrar (Josef Čapek) sobre esa pasión en apariencia sencilla y pequeña que es el cultivo y el mantenimiento de un jardín. Una ocupación antigua que ha dado otras muestras de fantásticas obras de plumas tan prestigiosas como la del mismo Horace Walpole (hablamos de ello AQUÍ). Y es que el jardín es ciencia, religión, matemáticas y poesía. Lo minúsculo y cerrado como metáfora de la misma vida, porque lo más pequeño incluye aquí dentro de sí lo más grande: “El jardín nunca está terminado. En este sentido, el jardín se parece al mundo y a todas las empresas humanas.” (p. 119) Y desde esta perspectiva Karel Čapek nos narra en El año del jardinero (Zahradníkův rok, 1929) la vida en ese período de tiempo de un amante de la jardinería, cómo se dividen sus horas, sus días, sus meses, las estaciones y en definitiva cada segundo de su existir en relación con su más absorbente amor: el que siente por su jardín.


El año del jardinero traspira una profunda adoración a la vida y a la tierra que la sustenta, a todo lo que crece pese a los inconvenientes de la propia naturaleza, de pasión por ese suelo apelmazado o poroso, pletórico de humus o arcilloso como una pesadilla que albergará y dará calor a las plantas y las flores. Es una carta arrebatada de deseo y satisfacción de un enamorado eterno no de las nubes y el sol, las estrellas y el cielo, sino de ese tesoro rico e inagotable que es el que rezuma de vida bajo nuestros pies. Uno no puede dejar de leer y querer convertirse en un jardinero a su vez, de tal forma contagian sus palabras, vivir solo para su jardín y toda la belleza fecunda que puede colmar su corazón solitario y feliz. 

Dentro de un estilo de narración coloquial y cercana, Čapek pareciera que se estuviera dirigiendo a nosotros en persona en una charla informal, pero no ajena a la exaltación poética, y practicando en todo momento un humor blanco, ayudado en esto de manera especial por los divertidos y entrañables dibujos de su hermano Josef, que no elude breves fogonazos de crítica certera y deflagrante de la sociedad y del hombre como animal que vive en ella, nuestro autor nos deja perlas brillantísimas y páginas que parecen restallar en su sencilla belleza. Tal así cuando, por ejemplo, nos habla de las lluvias del mes de mayo: la fisicidad exultante de las gotas de agua, el respirar de la tierra mojada, la sensualidad del jardín en ebullición… Lo efímero de la belleza que quizá por eso nos embarga hasta el arrobo mientras permanece: porque es muy breve y tenemos poco tiempo para saborearla y disfrutar de ella. Y sus ocasionales pero no por ello menos acertados disparos sin compasión, como decíamos, a la condición humana, algo tan habitual en su obra: “Así van las cosas: cuanto más nociva es una inmundicia, más vitalidad tiene” (p. 11); “La esencia del sectarismo no es hacer algo con pasión, sino creer en algo con pasión” (p. 101). Y voy a dejar de reproducir citas porque acabaré escribiendo aquí el libro entero.

Será indiferente que vuestro interés por los jardines, por tener uno propio y cultivarlo y mimarlo, sea inexistente: Čapek os hará nacer ese deseo. Tal vez terminéis este pequeño libro y a los pocos días este arrebato desconocido y nuevo sea enterrado y olvidado para jamás nunca volver a florecer, pero en su breve primavera será hermoso. Y aquí yace la grandeza de esta obra y su autor: que nos instará a amar, aunque sea de manera fugaz, la más efímera y al tiempo más eterna de las artes.


ČAPEK, Karel. El año del jardinero. Ilustraciones de Josef Čapek; traducción de Esteve Serra. Barcelona: José J. de Olañeta, Editor, 2009. 144 p. El Barquero; 94. ISBN 978-84-9716-587-7.

EAM # 52-54: Delmer Daves (con un intermedio para la ciencia ficción de cámara)

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Ay, un proyecto que me tiene tan absorbido como fascinado ha hecho que haya dejado a un lado de manera temporal mis colaboraciones para la página de cine El antepenúltimo mohicano. Llevo poco más de un mes lejos de sus páginas virtuales y ya me siento incompleto, como si me faltara algo, así que volveré en breve porque me las tengo que ingeniar para poder con todo. Mientras, intentaré poner al día los artículos aquí en el blog, que también es algo que tengo aparcado y no, esto no puede ser. Así que hoy vamos con tres de ellos. Se trata de los comentarios a dos grandes películas del director Delmer Daves que tendrían que haberse publicado en sucesión, pero mi carácter disperso y poco propenso al orden me llevó a introducir justo en medio otro film que resulta difícil de casar con los dos westerns de Daves. Pero así es la vida. El tren de las 3:10 (3:10 to Yuma, 1957) es una fantástica película del oeste, tensa y poderosa, con un Glenn Ford espectacular. Podéis leer qué escribí sobre ella AQUÍ


La otra película que seleccionamos para comentar (pues por iniciativa del director de EAM, Emilio Luna, se acabaron eligiendo estas dos de Daves), fue la no menos excelente La ley del talión (The Last Wagon, 1956), inolvidable no solo por ese personaje genial que es Comanche Todd, en impecable personificación de Richard Widmark, sino también de manera especial, al menos para mí, por esos apaches espectrales que dominaban prácticamente en off todo el relato. AQUÍ.


Y justo en medio, como os decía, incluí una debilidad, un moderno film de ciencia ficción que se desarrolla en su totalidad en el salón de una casa de campo. El hombre de la Tierra (The Man from Earth, 2007) es una maravilla de progresión narrativa que hipnotiza y sorprende por igual. Una gran película envuelta en ropajes modestos escrita en los años 70 por Jerome Bixby y dirigida con precisión por Richard Schenkman. AQUÍ

Pronto volveré. No es una promesa: es una necesidad.

¿Dónde está mi cabeza? (1892), de Benito Pérez Galdós, ilustrado por Lorenzo Montatore

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No afirmo nada del otro mundo si digo que hay lecturas que de niños nos marcan. Muchas para bien, pero aquellas que lo hacen para mal las guardamos como si de una afrenta insoportable se tratara. O al menos así hacía yo, que leer era lo que más me gustaba del mundo y encontrarme con un libro que me disgustara me provocaba un dolor especial, como si aquello que suponía tu mayor refugio, tu más leal aliado y compañero, te traicionara sin compasión. Y esto es lo que sentí con dos libros de esos que nos obligaban a leer en la escuela. Uno fue el para siempre ya odiado La Celestina, que todavía hoy me pregunto a qué mente desquiciada se le ocurrió incluirlo en los programas de lectura cuando uno aún no está formado ni sabe nada de la vida (no sé por qué hablo en pasado: sigo sin tener ni idea de la vida). Mejor ni os cuento qué cara se me puso cuando descubrí al fin qué demonios era eso a lo que se dedicaba la taimada viejuna de “coser el virgo”. El otro libro fue Trafalgar, de Benito Pérez Galdós. ¡Madre mía, qué truño, lo que me costó leerlo! Y, repito, para un niño cuya mayor pasión era leer toparse con algo así era particularmente doloroso. Se daba el caso además de que el archifamoso episodio nacional era adorado por los profesores más odiosos del colegio, los que nos pegaban más. Echaban fuego por la boca y demonios por los ojos cada vez que mentaban a “los ingleses”: solo por lo que estos les hacían sufrir yo ya los quería, para qué os voy a contar otra cosa. Por eso en los libros y en las películas, cuando los ingleses ganaban a los españoles, yo lo tomaba como una victoria personal. ¡No podía ser casualidad que, además, los profesores que más admiraba nunca le dieran importancia a estas derrotas del pasado! En fin, creo que con esto queda explicado por qué jamás me he vuelto a acercar a un libro de Galdós ni con un palo.

El tiempo fue pasando. De hecho, ha pasado mucho tiempo. Y entonces conozco a Loren, un genial ilustrador, un buen amigo, y mira por dónde a él le encanta Galdós. ¿Cómo es posible? ¿Cómo a Loren le puede gustar Galdós si Loren es de los buenos? Ay, ay, todo mi sistema de valores quedaba temblequeando, algo empezaba a romperse cuando resulta que Galdós no es solo El Garbancero (como lo llamaban en la época sus detractores porque escribía muchas novelas y todas duras como garbanzos), sino que alguien de tan demostrado buen gusto y mejor criterio es un gran admirador suyo. Recuerdo (seguro que él no) mi cara de sorpresa cuando Loren me comentó que le gustaba mucho Galdós y yo respondí con los ojos como platos: “¿cómo, que te gusta Galdós el Garbancero?” Y él respondió haciendo una apasionada defensa de su obra, mirándome quizá con la misma incredulidad con que yo lo miraba a él: “¿pero cómo diablos no le gusta Galdós a José Luis?”, lo imagino pensando al tiempo que yo discurría justo lo mismo pero al revés. Y ahora llega a mis manos este libro. ¡Un libro firmado por Benito Pérez Galdós e ilustrado por Loren, aquí Lorenzo Montatore! Cómo es la vida, ¿verdad? Y qué poco he aprendido de ella. Pero en esta ocasión he sabido corregir.


¿Dónde está mi cabeza?es un relato que en su momento fue publicado en el periódico El Imparcial en el número especial de diciembre de 1892. Y debo decir que me ha encantado. Un cuento de esos locos y sin pies ni, nunca mejor dicho, cabeza que tanto me gustan. Un Galdós divertido y con un punto delirante que nos narra una historia que solo por su planteamiento ya se nos antoja fantástica: un señor se despierta una buena mañana y, vaya, resulta que ha perdido su cabeza. Pero más que un despertar al más puro estilo Kafka, lo que encontramos aquí es una aventura tan cotidiana en su devenir como desquiciada en su esencia, recordando de manera poderosa a ese otro gran relato que es La nariz (1835-36), de Nikolai Gogol. Una carrera que se mueve entre la estupefacción y la investigación imposible sobre qué puede haber sucedido con la cabeza de marras, magnificado el efecto de comedia al utilizar Galdós la primera persona, resultando así las reacciones del protagonista más impactantes y divertidas. “Yo, yo mismo, reconociéndome vivo, pensante, y hasta en perfecto estado de salud física, no tenía cabeza” (p. 3). Este formal padre de familia que anda enfrascado escribiendo un tratado filosófico de suma profundidad, Aritmética filosófico-social, nos llegará a revelar en su desesperación que a lo mejor donde ha perdido su cabeza ha sido entre las faldas de su amante, la Marquesa viuda de X…  
  
Nuestros amigos de El Verano del Cohete han editado con el cariño al que nos tienen acostumbrados este relato de manera impecable. Solo abrirlo hace que nos sintamos llevados a épocas pasadas: el mismo tipo de papel elegido se nos antoja un acierto maravilloso, dando al conjunto un aire pretérito encantador potenciado hasta el infinito por la labor prodigiosa a la ilustración de Lorenzo Montatore, que aplica unos colores que nos retrotraen de una sola mirada al Madrid castizo y finisecular de Galdós, ese que él también ama, en una conjunción artística que pareciera que no solo ambos comparten el mismo universo, sino también un tiempo común en el cual hubieran estado hablando de cómo realizar y presentar este libro. Lorenzo Montatore enriquece el tono de comedia delirante del texto no solo con sus divertidos y siempre ingeniosos dibujos, sino que enloquece él mismo al colorear las planchas con colores puros y contrastados, rompiendo la formalidad de mantenerlos sujetos a los cuerpos o los objetos, jugando no con lo surreal, sino con una realidad alterada y distinta, una cotidianidad rota por la intrusión de lo fantástico que juega con lo imposible en los límites mismos de la realidad. Una absoluta delicia que nos lleva a pensar que si en la escuela en vez de Trafalgar nos hubiesen mandado leer este cuento, otro lugar bien distinto ocuparía en nuestro corazón Benito Pérez Galdós. Gracias a este libro le hemos abierto hueco. Creo que es lo más bonito que te puedo decir, Loren. Y a vosotros, tripulantes del más brillante de los cohetes.

(De regalo, os dejamos aquí con el vídeo de presentación de ¿Dónde está mi cabeza?, obra de Mayte Alvarado, que me parece deslumbrante por su forma tan perfecta de introducirnos en lo que este nos deparará cuando lo tengamos ante nosotros).




PÉREZ GALDÓS, Benito; MONTATORE, Lorenzo. ¿Dónde está mi cabeza? (Badajoz): El Verano del Cohete, 2014. 32 p. ISBN 978-84-942610-0-8.

La cara del hombre de Saturno (1933), de Harry Stephen Keeler

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Jimmie Kentland es un joven periodista del Sun, el único periódico socialista de Chicago, en el cual lleva trabajando solo una semana y ya ha recibido un ultimátum de su director pues le han pisado dos noticias: ¡debe encontrar una primicia en un plazo de siete días o será despedido! Así que aquí vemos a nuestro audaz reportero en busca de esa exclusiva que lo ayudará a conservar su puesto de trabajo. En fin, estamos en el habitual contra reloj con el que el genial escritor norteamericano Harry Stephen Keeler gustaba de embarcar a los protagonistas de sus novelas. La trama se convierte así en un desesperado correr de aquí para allá buscando una solución a lo que sin remedio se acabará convirtiendo en un lío endiablado. El pobre Jimmie se encontrará con que no solo en esta ocasión deberá luchar contra el tiempo a lo largo de las páginas que se sucederán, pero sabemos que todo alcanzará un desenlace feliz. Eso sí: los múltiples caminos por los que discurrirá su vida en los dos o tres días durante los cuales se desenvuelve la historia nos resultarán tan inescrutables como sorprendentes. Tendremos un asesinato imposible con un persa atravesado por una lanza, traficantes de drogas, una oscura trama de chantaje, espionaje, venta de planos y alta traición y los personajes raros típicos de nuestro autor.


La cara del hombre de Saturno(The Face of the Man from Saturn, 1933) pertenece a la época en la cual Keeler publicaba sus novelas en la editorial Dutton, más de una década (de 1927 a 1942) que constituye su etapa de mayor éxito como escritor. La verdad es que ignoro si fue mucho o poco, pero desde luego sí más que el que logró entrados ya los 40. La trama en esta ocasión, aun liosa con ganas, no es tan enrevesada, descabellada y delirante como en otras de sus obras, pero eso no impide que sea disfrutable al máximo y que nos vayamos a librar de la consabida dosis de delirio. La primera vez que la leí me dejé llevar por el título y pensé que el bueno de Keeler se había lanzado con la ciencia ficción, y no es así. Bueno, no y sí, porque en mitad de la novela incluye un relato, siendo esta otra característica de nuestro amado autor (el relato incluido podía ser suyo o a veces de su esposa, Hazel Goodwin, o bien tratarse de un poema o de más de un relato o…), que sí podríamos considerar perteneciente a este género, o al menos colindante con él: La extraña historia del dólar de John Jones. Un pequeño clásico de Keeler cuya inclusión está justificada en la trama, por descontado, pero bien es verdad que de esa manera tan keeleriana de que podría ser este u otro cualquiera. En fin, esta historia del dólar de John Jones es un cuento fantástico, en todas las acepciones del término, que da inicio el día 201 del año 3235 de la Era Cristiana. Es todo un destilado de las maneras de su autor, perfecto para conocer tanto sus virtudes como sus defectos, aunque la trama de puro delirante acaba siendo entrañable, con su estilo tan espeso como absorbente (ayudado sin duda por el estilo del propio traductor, el sempiterno Fernando Noriega Olea, sufrido y brillante porque vaya tarea tenía encomendada, sin duda difícil) y la tesis descabellada de su propuesta, que no es otra que la demostración del triunfo del socialismo a partir del ingreso de un dólar en el Primer Banco Nacional de Chicago en el año 1935. (Dos jóvenes autores de cómic españoles realizaron una curiosa adaptación de este relato. Fue publicado en el número 74 de abril de 2010, AQUÍ, del imprescindible boletín Keeler News. Nos comentan que andan ahora mismo enfrascados en una nueva versión del mismo que completará un álbum de historietas dedicadas al maestro).

Aunque el premio al momento alucinógeno made in Keeler se lo lleva esa descalabrante idea de que París se encuentra rodeada de campos minados para protegerla, en caso de guerra, de ataques por tierra. Estas minas se pueden hacer estallar desde unas estratégicas cámaras de explosión ocultas, las cuales serán el detonante, valga la redundancia, del lío de traición y extorsión al que asistiremos estupefactos debido al tejemaneje que se traen los aviesos malvados de la función con sus planos. Premio repartido ex aequo con la nota incluida en la página 163: un aviso al lector que insta a que nos detengamos e intentemos solucionar el enigma planteado en la novela. No hace falta avisar de que ni os molestéis en intentar esclarecer ni tan siquiera la más exangüe línea de la trama, pues resulta del todo imposible adivinar nada porque, de manera literal, faltan todos los detalles, los cuales Keeler nos empezará a desvelar justo después de este aviso.      


Aunque se multiplican las coincidencias increíbles en su desenlace, como no podía resultar de otra forma leyendo a quien estamos leyendo, no deja de ser una novela “de las más normales” de Keeler en el sentido de que no cae en las digresiones comunes en él. Va al grano, no se desvía de la trama principal ni un ápice (ya sabéis qué quiero decir: hay digresiones, claro, pero sin disparatarse, lo cual no necesariamente es un punto a favor…) y cumple con el final feliz de rigor. La acción se concentra en Chicago, el Londres americano, su panel de juegos favorito, y la trama, como he indicado, es sencilla y está bien hilvanada, no resultando tan enloquecida como, por ejemplo, la hace poco comentada Enbusca de X-Y-Z. Digamos pues que La cara del hombre de Saturno es una novela de misterio más convencional sin dejar de ser una novela de Keeler. Kentland es el protagonista ultratípico en sus obras, un periodista buenazo y bienintencionado con enormes apuros económicos que se ve envuelto en un lío endiablado sin saber cómo y que tiene el tiempo contado para no ser arrastrado por la desgracia definitiva. Keeler mismo fue editor de una revista, 10 StoryBook, y conocía bien los entresijos de este mundo. 


Portada tomada de la excelente página Acotaciones de un lector de folletines.


 Portada tomada de la simpar página Harry Stephen Keeler Society.

KEELER, Harry Stephen. La cara del hombre de Saturno. Traducción de Fernando Noriega Olea. Madrid: Instituto Editorial Reus, 1946. 261 p.    

Siniestra obsesión (1963), de Peter Debry

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Pedro Víctor Debrigode Dugi (1914-1982), nombre real que se oculta tras el seudónimo de Peter Debry, está considerado uno de los padres de la novela negra en España. Aunque como todos los autores de novela popular que vieron nacer sus obras dentro del mundo de los bolsilibros practicó todos los géneros literarios habituales en este tipo de publicaciones, fue precisamente este en el que destacó y el más reivindicado por sus seguidores. Si bien algo desconocido comparado el suyo con otros nombres de lo que podríamos llamar el pulp hispano, sí que goza de muy buena reputación. Nunca había leído nada de él y fueron precisamente los elogiosos comentarios a diversas novelas suyas lo que me ha animado a leer esta Siniestra obsesión (1963), la cual prometía no solo una incursión en los pantanos del noir sino también en los del fantástico desde esa portada que muestra una chica no se sabe si asustada o encantada ante la presencia de un relamido heredero del conde Drácula. Y un poco de todo esto hay, pero quizá no sea al final esta la mejor de sus novelas. No me ha gustado nada, en algunos tramos hasta diría que me ha disgustado sobremanera, pero no me rendiré con él. Un autor que llegó a tener una media de publicación de una novela a la semana es normal que no siempre acertara. Y aquí hemos dado sin dudar con una de las fallidas.


Siniestra obsesiónmezcla muchas cosas, y todas mal. Si presenta detalles de la novela negra más clásica, sobre todo en algunas características de los tipos que aparecen a lo largo de sus páginas, en esencia debe más al relato tradicional de misterio a lo Agatha Christie, el consabido whodunit o vete a saber quién cometió de verdad el crimen, entreverado todo ello con una historia de vampiros que no puede resultar más desubicada. Y esto debido a las formas de Debry, que es incapaz de provocar la más mínima inquietud ante las apariciones se supone que terroríficas y espectrales pero narradas sin brío, recurriendo al tópico más trillado y sin la más mínima capacidad de crear una atmósfera creíble. Los ataques vampíricos son narrados de forma rutinaria, todo muy circunspecto y sin el más mínimo sentido del humor a falta de capacidad de inquietar al lector. Se pelean más que se funden entre sí la trama pretendidamente fantástica con la criminal, resolviéndose esta mucho antes ofreciendo un final cuando aún tenemos por delante un buen montón de páginas, mostrando así una tremenda descompensación. Ambientada en Inglaterra, sus personajes no pueden utilizar un lenguaje más castizo. No hay forma humana ni vampírica de que estos nos resulten simpáticos, y eso que Debry recurre al modelo de Erle Stanley Gardner con sus Perry Mason y Paul Drake, como el mismo autor reconoce en un bonito gesto en la página 27, para darles una curiosa vuelta. Lástima que también acabe desaprovechando esto. Debry se esfuerza pero no hay manera.


Nos acercamos al final y pasamos entonces a tener más de treinta páginas explicando el soporífero embrollo con el consabido truco de reunir a todos los sospechosos en una habitación. Un rollo anticlimático y pesado, bien es cierto que ya no esperaba nada una vez había llegado hasta aquí, plomizo y sin interés que da la sensación de alargarse hasta el infinito. El fiscal protagonista nos explica el lío y no pueden resultarnos más indiferentes sus palabras. Todo deviene en explicaciones racionales de lo más chusco (un Scooby Doo en toda regla) pero en un tono de seriedad escalofriante. Y eso que la resolución a cómo se hacían pasar por vampiros los malos de la función podría haber dado lugar a unos momentos francamente divertidos y delirantones con esas explicaciones tan chorras: que si proyecciones cinematográficas en la pared con un tubo proyector, lo que quiera que esto sea, un palo en cuyo extremo se ponen un par de agujas y a través de un agujero en la pared se llega al cuello de la víctima… En fin, perdonad que os las cuente, pero es que así la cosa parece que promete, pero no. Ha sido este un primer contacto con Debry de lo más decepcionante. Por tópico, aburrido, contenido y gris hasta la somnolencia.


En la contraportada tenemos el nº 1519 de un coleccionable dedicado a las estrellas de Hollywood, con una esplendorosa Rita Hayworth de la que se especifica su nombre hispano original. Debajo de esta líneas, el anuncio habitual que se solía incluir en estas novelas publicitando otras obras. Siempre las temáticas románticas y del oeste dominantes frente al resto. La colección Punto rojo, de la que Siniestra obsesión es su número 54, estaba dedicada al crimen, el misterio y el terror, todo en un mismo bloque pues todavía eran fechas tempranas en el régimen para mostrar de manera abierta una colección con una cabecera de terror.  




DEBRY, Peter. Siniestra obsesión. Barcelona: Bruguera, 1963. Punto rojo; 54. 121 p.      

Puertas (1988), de Gene Wolfe

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“¿Habría fuego en el purgatorio? No, el fuego era en el infierno.” (p. 105)

Fui avanzando en la lectura de Puertas (There Are Doors, 1988) como entre bloques de hielo, los mismos por los que escala el protagonista de la novela cuando debe acercarse a la playa que se extiende frente al hotel de la extraña ciudad donde se hospeda en su deseo de contemplar un mar que no pertenece a este mundo. Gene Wolfe comenzó tal que ésta fuera una de sus obras más asequibles tras el evidente esfuerzo de la monumental (por excelsa, no por su número de páginas) pentalogía El Libro del Sol Nuevo (1981-1987), pero no. Después de unos primeros capítulos en los que pareciera que nos movemos por tierras familiares, o cuando menos comprensibles, enseguida abordamos puertos complejos y enrevesados donde la potencia de las imágenes sugeridas por Wolfe nos impactan y desconciertan por igual. Da la sensación de que nos permitiera aferrarnos a un evanescente hilo argumental para arrastrarnos a una vorágine que no deja de avanzar paralela a la que padece el protagonista, el señor Green. Nos ciega e hipnotiza y seguimos adelante confusos y fascinados, sin saber bien hacia dónde nos dirigimos pero consiguiendo que esto nos dé igual. Sólo debemos disfrutar (y sufrir) el viaje.

Puertas parece ser un libro muy odiado por los aficionados a la fantasía, lo que hace que le tenga más cariño del que ya por sí le iba profesando según lo leía. Ojo, que entiendo este rechazo generalizado: no es una lectura fácil. Pero yo me lo he pasado de escándalo con esta rareza excepcional de un escritor al que admiro profundamente. En esta ocasión narrando una búsqueda desesperada a través de universos paralelos a los cuales se puede acceder, como se nos indica en el título, a través de puertas dimensionales que, no sé todavía si para bien o para mal, son difíciles de localizar, tratándose más de suerte o casualidad que de una certera posibilad el poder atravesarlas. Como es lo normal tratándose de Wolfe, el texto está atravesado y enriquecido por multitud de referencias de todo tipo. No es la locura referencial e inabarcable que encontramos en la saga del Sol Nuevo, pero estamos nadando entre las aguas de una realidad tan irreal como la que nos mostrara en ésta. Sin su grandeza: el Sol Nuevo es, a mi gusto, una de las más poéticas, sorprendentes y mayestáticas obras maestras que nos ha dejado la fantasía (y no sólo de la fantasía, quienes la hayan leído lo saben). La de más difícil acceso, pero sin duda una de las más gratificantes y poderosas del género.  

Quizá la referencia más evidente en Puertas sea la que se hace a la novela El castillo (Das Schloß, 1926), la genial novela que Franz Kafka dejara inconclusa a su muerte. De manera directa, encontrando el protagonista un ejemplar en alemán del mismo y con la aparición de un personaje llamado Klamm, siendo estas dos quizá las más superficiales. Una tercera y más profunda es que tal vez (y disculpad mi imprecisión, pero tratándose de Wolfe siempre existe el temor de quedarse uno corto en las interpretaciones) pudiera ser Green un moderno agrimensor K. perdido en un mundo que no entiende en el cual busca incansable a una persona que se nos antoja inalcanzable. Aquí se trata de una joven con la que Green, en el mundo “normal”, el que conocemos o identificamos como nuestro, estaba manteniendo una relación. Justo acababa de conocerla cuando, al atravesar una de las puertas del título que llevan a ese otro universo paralelo o quizá imaginado, la perdió. Una de esas puertas que desde el magnífico relato de H. G. Wells La puerta en el muro (The Door in the Wall, 1911), los amantes del género fantástico conocemos tan bien.  


No se trata, claro está, solamente de que Green pase por un portal a otra realidad, otro mundo o universo paralelo como hemos indicado, ni tan siquiera a muchos o a una sucesión de ellos. Esto sería lo normal o lo que cabría esperar de un relato de este tipo. Y lo normal o lo cómodo es enemigo de la obra de Wolfe. La sensación en algunos tramos de la novela es que llega un momento en que cada vez que los ojos de Green miran o se detienen en algo, lo que éste ve se asemejara a flashes o imágenes de aquello que observa, pero de forma enloquecida, alterado por su mente, sin orden aparente ni lógica conocida alguna. Todo se transforma en un carrusel continuo de visiones que en tres frases nos lleva a atisbar universos que otros autores desarrollarían y nos detallarían en varios tomos. Tal es así que nuestro protagonista cree estar soñando todo el tiempo, pues piensa que estas visiones y alucinaciones forman parte de fugaces sueños. El lector duda: Green, tanto en el mundo conocido como en el otro, acaba dando con sus huesos en sendas instituciones para enfermos mentales. Hay un conseguido tono de vigilia, de fantasmagórico duermevela que me ha parecido subyugante y maravilloso.

Algunas otras referencias. Una podría ser que la muñeca viva que lleva Green en un bolsillo durante casi toda la novela, Tina, consista en una broma privada (o no) con el episodio 6 de la temporada 5 de la serie The Twilight Zone(1959-1964), Living Doll (1963, dirigido por Richard C. Sarafian y con guión de Charles Beaumont), cuya coprotagonista, una muñeca llamada Talky Tina, se enfrentaba a un atormentado Telly Savalas mientras aquélla le espetaba una aterradora e inolvidable frase: “My name is Talky Tina and I’m going to kill you.” Otra: hacia el final de la novela se nos desvela el nombre completo de Green: Adam K. Green. No hay sorpresas en reconocer en él esa kafkiana K. Otra más: a Antinea, la mujer fatal por experiencia, como nos diera a conocer Pierre Benoit en su fantástica novela La Atlántida (L’Atlantide, 1919). Por último, Wolfe incluye un cuento que ignoro si es de su autoría o se trata de una adaptación: el de Jacob y Joseph en la Selva Negra. Pero por muchas obras ajenas que se traigan a colación, vengan a propósito o no, lo que de verdad importa es la novela de Wolfe en sí misma. Y Wolfe, cuando menos lo esperábamos, cierra y deja clara su historia en el desenlace de la novela (sí, lo habitual en otros aquí también es sorprendente). Todas las explicaciones se nos aparecen diáfanas, con emoción y transparencia, y si bien no alcanza las cotas de maestría absoluta de su Sol Nuevo sí que acaba resultando una novela excelente digna de su autor.

WOLFE, Gene. Puertas. Ilustración de portada de Michael Whelan; traducción de Celia Filipetto. Barcelona: Martínez Roca, 1994. 282 p. Gran Fantasy. ISBN 84-270-1826-6.

Los cinco frascos (1916), de M. R. James

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El erudito Montague Rhodes James (1862-1936) es recordado hoy más que por sus ensayos sobre manuscritos medievales y su correspondiente clasificación por sus modernos cuentos de fantasmas. Modernos porque él introduce en la tradición de los cuentos de fantasmas clásicos, tanto los primitivos góticos como los aún para él no muy lejanos victorianos, de manera definitiva los ambientes y espacios cotidianos y de tiempo presente en ellos, un poco siguiendo la estela de su admirado Joseph Sheridan Le Fanu, alejándose de los entornos siniestros habituales aunque sin renunciar del todo a los mismos. En James una iglesia medieval o un pergamino antiguo son objeto de estudio o análisis, como él hiciera en la vida real, para a través de ellos o por su intermediación introducir el elemento espectral, le sirven de pie de entrada para, nunca sin una buena dosis de sentido del humor, llevarnos ante las presencias fantasmales. Es toda una alegría, casi una celebración (yo al menos así me lo he tomado), descubrir que al fin se edita en español uno de sus escritos inéditos. Y no una de sus colecciones de comentarios a los citados manuscritos medievales, a las que no nos importaría echarles un ojo, cuidado, sino un relato fantástico en toda ley. Aunque adscrito a esa tradición que toma el cuento popular, el folclore y el cuento para niños como marco, James nos deja aquí una novela bien breve en la que la fantasía y el horror se hacen compañía con la maestría y la elegancia habituales en el que sin duda es uno de nuestros autores favoritos de cuentos de fantasmas.

Los cinco frascos(The Five Jars, 1916, aunque no es publicado hasta 1922) adopta la forma de una carta que el propio James escribiera a su pupila en la vida real Jane MacBryde. Es maravilloso el tono bucólico y feérico que mantiene en sus páginas, entrelazando a la perfección lo fantástico con ese ya comentado humor con el cual James sabía impregnar de forma tan magnífica sus historias. El inicio es toda una delicia, con ese protagonista (James) paseando y perdiéndose entre la floresta y los umbríos bosques persiguiendo el rumor y la llamada de las aguas, emparentándose en forma e intenciones con los mejores relatos del romanticismo alemán. Un arroyo que se torna pletórico de vida y que guía al narrador a lo más profundo de su fuente, un manantial cristalino rodeado de ancianos robles que encierran un misterio portentoso. El cuento de hadas se torna en sus manos en una experiencia arrolladora donde lo imposible deviene realidad.

A partir de aquí conoceremos, con una narración en primera persona que favorece el tono de confesión en voz baja, de secreto compartido pues no de otra cosa se trata, estamos leyendo una carta, la que James aparenta escribir a su joven protegida, cómo el protagonista pudo conocer a la gente menuda, a las Criaturas Afables y a sus contrarios las Criaturas Aviesas, y cuál es el secreto de que pueda comunicarse con los animales, los ríos, las plantas del bosque y los árboles, siendo un pequeño lago o manantial, en la más pura tradición fantástica popular, el origen de los prodigios o cuando menos la fuente de ellos. Pero este mundo maravilloso y encantado también cuenta con su contrapartida maligna: son las mentadas Criaturas Aviesas quienes protagonizarán los momentos más terroríficos y escalofriantes en su deseo de arrebatar a James los cinco frascos mágicos. La progresión detallada, noche a noche, de cómo el autor va ingiriendo el contenido de los diversos frascos que le llevan y lo introducen cada vez más en ese mundo paralelo donde lo fantástico está más lleno de vida que nuestro cotidiano quehacer y lo que va aconteciendo en ellas, los descubrimientos, las amistades nuevas que hará y los enemigos desconocidos que lo acecharán, está narrada con una naturalidad que, perdonadme que lo diga de forma tan torpe, pareciera sobrenatural. Las grises columnas de niebla que avanzan en la noche arrastrándose hasta la casa del narrador para intentar arrebatarle los frascos, o el impresionante ataque de la bola de murciélagos en una lucha sin cuartel entre James y sus nuevos y jóvenes aliados, son dos de los más celebrados, con razón, capítulos en esta pequeña novela que no sólo nos habla de prodigios, sino que ella misma lo es por su perfección.


A modo de continuación de Los cinco frascos se incluye el relato El campo de juegos después de anochecido(After Dark in the Playing Fields, 1918), de nuevo con un búho como figura guía al mundo fantástico, rebosante de sabiduría ancestral y un divertido carácter malhumorado como corresponde al de un sabio que fuera interrumpido en sus reflexiones. Este relato muestra un aspecto más oscuro y adulto que el de Los cinco frascos, pero resulta muy afín a los momentos más siniestros y espeluznantes de éste. En su estructura básica ambos son semejantes, y ambos son herederos de tantos y tantos cuentos e historias provenientes de la tradición fantástica: el del caminante solitario que se topa de improviso con lo increíble.

James impregna este último relato de continuas referencias a El sueño de una noche de verano (1595) de William Shakespeare, no puede evitar su querencia más clásica y erudita, pero como nos comenta Óscar Mariscal (autor de esta traducción que no podemos dejar de definir como modélica) en sus no menos eruditas notas, en Los cinco frascosno hace sino posicionarse junto a otras fantasías infantiles que los adultos disfrutamos por igual: el clásico indiscutible que es Alicia en el país de las Maravillas (1865), de Lewis Carroll, o esa otra maravilla sin parangón que es Los niños del agua (1863), de Charles Kingsley. Acompañada de las ilustraciones de Gilbert James que iluminaban la edición de 1922, sólo podemos recomendar este libro absorbente, mágico y maravilloso. Su lectura ha calado hondo en este oscuro lector, y por eso no puedo sino instaros a que dejéis de lado cualquier otro libro que estéis leyendo, siempre habrá tiempo para ellos, y os detengáis en esta pieza exquisita y fulgurante que esplende como una pequeña semilla en el fondo de un manantial prodigioso.


JAMES, M. R. Los cinco frascos. Ilustraciones de Gilbert James; traducción y notas de Óscar Mariscal. (Córdoba): Berenice, 2014. 149 p. Los libros de Pan. ISBN 978-84-15441-49-6.  

Barsoom: la revista del pulp y la literatura popular, número 11 (primavera 2010)

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Es sencillamente fantástico que este número de Barsoom dé inicio nada más y nada menos que con nuestro admirado Harry Stephen Keeler. Javier Jiménez Barco escribe una perfecta introducción tanto al escritor como a su obra, que en su caso lo primero también es importante: Estrambótico y sorprendente Harry Stephen Keeler. Un paseo quizá algo breve (de lo que nos gusta siempre queremos más, vaya, qué os voy a decir), pero desde luego suficiente para un primer acercamiento al que sin duda es uno de los escritores más raros del mundo. Y para redondear la satisfacción, a continuación se incluyen dos cuentos del maestro. Los servicios de un experto (The Services of an Expert, publicada en la revista 10 Story Book, de la cual Keeler fue editor de 1919 a 1940, en septiembre de 1914) es un buen relato, llevado con brío e interés y con un final sorpresa tan encantador como divertido. Una muestra perfecta, en pequeñito, del mejor Keeler. Del mismo también haría una versión en forma de minúscula pieza teatral que se publicaría en el año 1920 en la página editorial del semanario Chicago Ledger. El segundo relato, El expreso del valle pasa a su hora (Valley Express on Time, publicado por primera vez en el Ohio Farmer en 1913, después en la revista 10 Story Booken febrero de 1923), aunque escrito un año antes que el anterior es un buen ejemplo del Keeler más rebuscado y artificial. Si en el primero sorprendía la naturalidad con la que nos introducía en el engaño, aquí sucede lo contrario: todo es forzado y se nota la mano del autor empujando a sus personajes para que todo encaje en la sorpresa final. Pero no importa: Keeler también es así. Y ambas caras nos gustan.


Harry Stephen Keeler. Gran cantidad de fotografías en la página de Mark Allen dedicada a nuestro héroe, AQUÍ.

No puedo decir lo mismo de Sax Rohmer, un escritor que me suele aburrir bastante. Cierto que sus malévolos personajes orientales tienen su encanto, como es el caso de la protagonista de La llave del templo del cielo (The Key of the Temple of Heaven, publicado en The Story Teller en 1916), pero también este relato es una prueba un pelín dolorosa de sus limitaciones: trama de una simpleza soporífera, personajes adocenados, predecible hasta la extenuación y de una pobreza y una incapacidad notables a la hora de atraparnos en un ambiente de aventura o misterio. Siguen las secciones habituales de la revista: la reseña (más bien un resumen sin aparato crítico) del número 3, Buitres del mar, de la serie de libros Pabellón Negro obra de Arnaldo Visconti (Pedro Víctor Debrigode) de la mano de Alfredo Jiménez Cruz; y la segunda entrega de Tarzán: la aventura perdidade Edgar Rice Burroughs (acompañada de algunas ilustraciones de Tom Yeats). El artículo Mike Palabras: un héroe inclasificable, de José Ignacio Martínez Ruiz, dedicado a este más que atípico personaje dentro de la novela popular española es excelente en cualquier sentido: toda la información deseable sobre los diversos autores de la serie y comentarios a sus obras. Modélico en su combinación de pasión y documentación sin ceder a una fácil exageración reivindicativa.

Dos contra Tiro(Two Against Tyre) de Robert E. Howard es la dosis habitual en Barsoomdel autor texano que hará las delicias de sus fans y que al resto de los mortales, qué demonios, nos resulta entretenido de verdad. La ambientación histórica no es más que un cambio de escenario para la ración esperada de leñazos que Howard sabía contar tan bien. Las páginas siguientes están dedicadas al gran H. P. Lovecraft (cada cual con su altar particular, es cierto). Tanto Fantasmagorías de linterna mágica de Óscar Mariscal, A propósito de los denominados “fenómenos paranormales” de Lovecraft, como Las casas de duendes de Providence, de nuevo de Mariscal, ya los habíamos leído en el libro El fantasma de la mansión Guir (The Ghost of Guir House, 1897) de Charles Willing Beale, en el cual se incluían complementándola. Nunca está mal volverlos a leer. 

Ya he comentado alguna vez (AQUÍ) que Lin Carter y Lyon Sprague de Camp no es que sean el colmo de la originalidad en sus historias adaptando e inventando nuevas aventuras para  Conan, el personaje de Robert E. Howard. Pero resultan efectivos y entretenidos y en La joya en la torre (The Gem in the Tower) una vez más consiguen ambas cosas con una aparente facilidad que no hace sino hablar muy bien de su trabajo. No es que el murciélago humano oculto en la torre de un mago y su secreto nos parezcan algo interesante. Ni siquiera con Conan de por medio. De ahí el mérito de los autores de este relato: consiguen atraparnos pese a nuestro desinterés inicial y nos conducen, con moderada emoción pero creciente atención, a través de una trama poco original pero con la magia que mantiene lo ya sabido cuando es narrado con clase y estilo. 


Strange Tales, octubre de 1932, cubierta de H. W. Wesso.

Y llegamos a una estupenda sección, para mí una total debilidad: Investigadores de lo oculto, centrada en esos personajes que se dedican a labores detectivescas relacionadas siempre con asuntos fantásticos y extraños. Esta vez el protagonista es Philip Hastane, creado por el magnífico Clark Ashton Smith. Hastane no es que sea el consabido detective de misterios, sino un artista, trasunto del propio Smith, que se ve envuelto en aventuras sobrenaturales. Javier Jiménez Barco de nuevo se encarga de escribir una excelente introducción al personaje incluyendo un repaso por todos los relatos protagonizados por él. Y como colofón al mismo se incluye Los cazadores del más allá (The Hunters from Beyond, publicado en Strange Tales en 1932). No es el Ashton Smith más evocador, capaz de esas evanescentes ensoñaciones terroríficas que nos apasionan, el que encontramos en esta ocasión, pero su capacidad para llevarnos en un solo párrafo a las puertas del horror se presenta poderosa hasta en este sencillo cuento. Y además se acompaña con ilustraciones de Virgil Finlay, así que no podemos pedir más. Complementa este apartado dedicado a Hastane un fragmento de una aventura protagonizada por él que Ashton Smith dejara inconclusa: La música de los muertos (The Music of the Dead).


Ilustración de Frank R. Paul.

Un breve y efectivo relato de terror de Carlos Saiz Cidoncha, La cueva del lobo muerto, escrita a la manera de “un suceso real” (o al menos así se me ha antojado), pone fin a la Zona Weird de la revista, la dedicada a la fantasía y el horror. La Zona Antares, la de ciencia ficción, se abre con una breve reseña dedicada a la utopía Montañas, mares y gigantes (Berge, Meere und Giganten, 1924) de Alfred Döblin: La fuerza de los volcanes islandeses en una novela oscura, barroca y salvajemente exuberante, de Augusto Uribe. Un espectacular portafolio de ilustraciones de Frank R. Paul ocupan las páginas siguientes. Son las que realizara para la novela de Hugo Gernsback Ralph 124c 41+: A Romance of the Year 2660 (1911), que por desgracia no he tenido la oportunidad de leer.


Startling Stories, otoño de 1954, cubierta de Alex Schomburg.

El manual de matrimonio(The Marriage Manual, publicado en Startling Stories en 1954) es un fantástico relato de una autora que siempre logra sorprenderme. La Ursula K. Le Guin de los pulps nos regala esta vez una historia desconcertante que mezcla sociología y xenobiología con cambios de sexo y ese afán locuelo de conocimientos que tan bien conocemos gracias a esos científicos dispuestos a todo que en número incontable nos ha ofrecido el género, también con su pizca de avaricia impenitente en su deseo de enriquecerse con ellos como sucede aquí, con unas formas sencillas pero de alcance profundo. Adoro a esta escritora, así que quizá me ciegue la pasión. Bienvenida sea.


Future Combined with Science Fiction Stories, mayo de 1951, cubierta de Leo Morey.

Firmado por Redacción de Barsoom, de nuevo tenemos ahora otra fantástica presentación de una serie de novelas que no puede resultar más prometedora: Dominic Flandry: espía intergaláctico. Confieso que no tenía ni idea de este personaje creado por Poul Anderson, pero sólo ya con el repaso breve a sus aventuras he disfrutado. Y como siempre en Barsoom, nada mejor para ilustrar un buen artículo que incluir un relato protagonizado por el héroe reivindicado. En Enemigos honorables (Honorable Enemies, publicado en Future Combined with Science Fiction Stories en mayo de 1951) es la primera vez que Flandry se enfrenta a su némesis, el agente mersiano Aycharaych de Chereion, y me ha parecido un cuento extraordinario. Primero, por presentar personajes tan apasionantes y con un “malvado” tan sensacional como el mentado agente mersiano. Y segundo, por ofrecer una de esas maravillosas historias donde la ciencia ficción va de la mano de una desbordante imaginación y una magnífica capacidad de mostrarnos otros mundos y lograr trasladarnos a ellos con una facilidad mareante. Un cierre genial que se certifica con la nueva entrega del Capitán Rido, de J. Hill y Julio Ribera, El rey de las montañas. Otra vez más Barsoom ha conseguido apasionarnos.


BARSOOM: la revista del pulp y la literatura popular. Número 11. Primavera 2010. La Hermandad del Enmascarado. 90 p.

El baile (2014), de Rui Díaz

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Nuestros amigos de la editorial El Verano del Cohete mantienen la sana costumbre de, entre sus publicaciones más importantes, seguir editando fanzines. Son ya cuatro libros, a punto de tener listo un quinto, y dos hermanos más pequeños. La aventura del Doctor Claudius Tanganika y su máquina del demonio, obra de Borja González y quien esto escribe, abrió el fuego de esta colección más modesta, casi secreta, que ahora se ve ampliada por el relato que a continuación vamos a comentar, El baile, que cuenta con una sensacional cubierta también obra de Borja González. Su autor, Rui Díaz, ya nos deleitó con su novela Los turistas. Ahora se ha embarcado en una historia más enraizada en el cuento fantástico de tradición europea, ésa que funde de manera única terror con fantasía sin dejar de tener nunca un pie apoyado en la realidad. En esta ocasión, la realidad histórica de un suceso tan increíble que pareciera fruto de la más delirante imaginación: una epidemia de baile que se desató en Estrasburgo a principios del siglo XVI. El propio Rui nos explica el origen de su relato en la web de la editorial (aquí).   

Con semejante punto de partida, Rui nos lleva a una pequeña casa rural en la que una familia sufre en su adolescente hija los efectos de este mal que es más terrible de lo que nos pudiera parecer. La fiebre del baile se adueña de su víctima y la convierte en una esclava sin voluntad que no puede detenerse ante el ritmo infernal que estalla en su cabeza. Asistimos impotentes a los intentos de un doctor por recuperarla a la cordura y al mundo racional y a la desesperación de sus padres que ven cómo éste fracasa una y otra vez en su lucha por lograr una curación. La niña se retuerce en espasmos, se aferra como una araña a las paredes e inicia un incontrolado baile ante el espanto de todos. La historia se desarrolla, pese a esto, en los límites de un realismo más o menos veraz (el carácter retrógado del padre es quizá demasiado recurrente), pero cuando menos (¡y de quien menos!) lo esperamos el relato rompe nuestros esquemas y nos introduce sin respiración en los senderos del fantástico. Porque ese doctor que hasta ahora sólo hemos visto sufrir y luchar incapaz de vencer el mal que está destruyendo a la joven no es un doctor al uso: puede desenvolverse en unos códigos temporales que no son los nuestros (como el Doctor Who) y realizar viajes astrales (como el Doctor Extraño creado para la Marvel por Stan Lee y Steve Ditko) en busca de explicaciones que le hagan entender el por qué de la enfermedad. Y es aquí cuando el cuento despega, abandona los terrenos más cómodos y nos deja con el alma en suspenso haciéndonos correr, como el mal hace a los demás bailar, sin poder detenernos hasta atisbar el corazón del horror.

Es en estas capacidades fantásticas del médico rural kafkiano atravesado por el hálito de lo increíble donde Rui nos regala sus mejores páginas: el alucinante viaje astral que nos arrastra hasta el corazón mismo del origen de la enfermedad ofrece una visión de horror genuina e impactante que enorgullecería al mismo Lovecraft. Nuestro doctor está en horas bajas y encarar el horror abisal no es algo como para vencer ni en los mejores momentos, pero al menos luchará por desentrañar la verdad. Gente bailando poseída, manicomios abandonados, un doctor con poderes sobrenaturales y el aliento de una criatura procedente de algún lugar más allá de la comprensión humana… Todas estas cosas nos encantan y en El baile se desencadenan con la fuerza y la trepidación que las hacen fantásticas. Rui afirma que ésta es tan sólo la primera de las aventuras de su misterioso doctor, las cuales se desenvolverán siempre tomando como punto de partida acontecimientos extraños tomados de la historia, sucesos reales e incomprensibles de los que ahora tendremos la oportunidad de conocer su verdadero y terrorífico origen. Esperamos con ansiedad la siguiente.



DÍAZ, Rui. El baile. (Ilustración de cubiertas de Borja González). (Badajoz: El Verano del Cohete, 2014). 32 p.  

De la luz a la oscuridad: Mario Bava (2013), de Carlos Aguilar

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Si bien no es todo lo conocido que quisiéramos, entre los aficionados al cine fantástico y de terror la obra de Mario Bava es admirada con fervor. Incluso la crítica más seria muestra sus respetos por un director que nos dejó cuando menos un buen puñado de obras maestras del género. Mario Bava, de Carlos Aguilar, es un análisis de las películas y un recorrido por la vida de su autor escrito con una profundidad y una pasión en verdad contagiosas. Quizá era un libro así lo que nos faltaba para que Bava fuera reivindicado de manera completa. Aguilar no sólo nos introduce en el mundo del maestro italiano con precisión, sino que nos ofrece además un paseo apasionante por todo el cine europeo de la época. Un libro con el que he disfrutado y he aprendido en cada página. Lo comento con más detalle AQUÍ, en la revista de cine El antepenúltimo mohicano.  


Me gustan muchas pelis de Bava, qué os voy a contar, pero por Terror en el espacio (Terrore nello spazio, 1965) siento una debilidad especial. Y eso que Evi Marandi no está en pantalla todo el tiempo que me gustaría... Pero perdonemos a Bava por esto. ¡Nadie es perfecto! 

El libro de Lovecraft (1985), de Richard A. Lupoff

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Nos hemos acostumbrado tanto a imaginar al maestro de la literatura de terror Howard Phillips Lovecraft (1890-1937) como una persona marginal y solitaria, rara, llena de complejos y miedos, que cuesta pensar que en realidad no era un tipo tan distinto a lo que somos los habituales lectores de este género: retraídos, algo ariscos, melancólicos y con una fuerte tendencia a detestar el contacto humano normal, eso que llaman socializar. Es más, si le preguntáis a cualquiera cómo se describiría no sería difícil comprobar, con las habituales excepciones que conforman ese grupo que hace que nos reafirmemos más en que no hay nada como la soledad, que casi todo el mundo se define así, bien sea verdad o tan sólo un deseo más o menos exteriorizado. Lovecraft se ha convertido en un personaje casi tan grande como su obra, por lo que no es sorprendente encontrárnoslo protagonizando novelas y cómics, casi siempre alimentando ese mito de individuo extrañísimo, pareciendo casi siempre más una especie de psicópata reprimido que un sencillo escritor de cuentos de miedo. Con rarezas notables, eso sí, pero vamos, estoy seguro que no muchas más o no muy diferentes de otras que padecemos (o disfrutamos) el resto de la humanidad. De hecho creo que hasta era más normal que la mayoría de sus lectores: ¡él tenía pareja!


Howard Philips Lovecraft y su esposa Sonia Green, 
arriba en plan formal y debajo casi desatados. 


Justo una de las cosas que más me ha gustado de la novela de Richard A. Lupoff El libro de Lovecraft (Lovecraft’s Book, 1985) ha sido que se aleja de esta visión estereotipada del bueno de Howard, presentándonos un tipo que sí, que algo rarito es, pero que ni se convierte en hombre pez cada noche ni tiene su hogar en una calle de la perdida R’lyeh. Lupoff construye una historia muy divertida, sobre todo porque parte de los habituales topicazos con que solemos imaginar a Lovecraft para jugar con ellos y acabar mostrándonos un personaje cercano al que es difícil no tomar cariño. Entremezclando ficción y realidad haciendo posible lo que nunca ocurrió pero que, vete a saber, bien pudo ser que sí, no podemos sino disfrutar con ese Lovecraft que se ve en el brete de escribir un remedo para el público norteamericano del nefando libro de Adolf Hitler Mi lucha (Mein kampf, 1925): New America and the Coming World Order. Todo un título. Aunque es bien conocida la ceguera ideológica de Lovecraft, Lupoff nos acerca a lo que probablemente, en este caso sí, hubiera podido ser su posición al respecto. La acción se desarrolla partiendo de la biografía del escritor para revivir encuentros que fueron, imaginar los que no y construir sobre todo esto una trama de hálito aventurero y corazón pulp.


No es un grupo post punk: son Donald Wandrei, H. P. Lovecraft y Frank Belknap Long.

Nos encontramos pues con la oportunidad de asistir en la ficción a uno de los encuentros que tuvo Lovecraft con el gran Frank Belknap Long, y contar además con las apariciones estelares de otros grandes escritores de la época como fueron Vincent Starrett, Robert E. Howard y Clark Ashton Smith. En todos estos casos, Lupoff sabe mostrarlos tan divertidos como entrañables, consiguiendo que sintamos no sin emoción que se nos ha dado una oportunidad única de estar cerca de estos autores que amamos. Sin embargo, el desarrollo de la historia, si bien muy entretenido, obliga a que el protagonismo de Lovecraft decaiga a partir de cierto momento para que pase a manos de Hardeen el Misterioso, escapista hermano del mítico Houdini y no menos genial que éste, y de la esposa de aquél, Sonia Greene. Si los apuntes biográficos, la realidad, ofrecen un buen punto de partida para elaborar una trama delirante, también es cierto que acaban por encorsetar su desarrollo pues debe mantenerse en ese punto en el que lo imaginado no acabe resultando increíble y destruya el puzzle. Una historia con espías nazis y mafiosos de por medio, que requiere de alguna que otra proeza casi inhumana, obliga a que Lovecraft quede aparcado para dar paso a un personaje bajo cuyo rostro sí que nos sea más sencillo imaginarlas. Así, si es divertida e imaginativa la forma en que Lupoff entrelaza a una gran cantidad de personajes en un alocado entramado totalmente basado en acontecimientos históricos, para que la acción tome forma y llegue a alguna parte tiene que elegir bien qué personajes prevalecerán. Al final, si ese bonito diálogo entre Lovecraft y Belknap Long es uno de los capítulos que más me ha emocionado del libro, junto a la aventura en solitario de Ashton Smith, no acaba de ser un desvío ocasional del todo prescindible si nos atenemos a la historia que se nos cuenta. Pero nos alegramos infinito de que esté ahí, claro.


Frank Belknap Long y Howard Philips Lovecraft. 

Según iba avanzando en la lectura iba perdiendo algo de interés, más que nada porque me estaba gustando mucho y el ver cómo Lovecraft debía ir quedándose al margen poco a poco, después de que Lupoff lograra una tan excelente recreación, me pareció una lástima. La novela se iba haciendo más trepidante, claro que sí, pero me habían cautivado tanto las partes que no lo eran que el estallido de ficción histórica pulp final no me apasionó de igual forma que lo acontecido con anterioridad. Así, si El libro de Lovecraft me ha parecido muy entretenida pero quizá algo falta de intensidad, el retrato que realiza Lupoff de Lovecraft y su entorno se me ha antojado soberbio, rebosante de vida y contagioso en su poderosa capacidad de revivir lo que, a partir de ahora, sólo podremos tener en mente poniendo siempre un ojo en la forma en que Lupoff nos los ha devuelto.       


LUPOFF, Richard A. El libro de Lovecraft. Ilustración de portada de Peter Goodfellow; traducción de Elías Sarhan. Madrid: Valdemar, 1992. 237 p. Avatares; 2. ISBN 84-7702-056-6.

Hotel Infierno (1981), de Adam Surray

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“Nicholas Grahame nunca fue un individuo atractivo.
Tenía los ojos demasiado saltones. Unos ojos de sapo adornados con unas cejas muy pobladas y negras. La frente abombada. Como si hubiera recibido un martillazo en ella. Pelo escaso. Tirando a semicalvo. De ahí que sus grandes orejas destacaran poderosamente.
No.
Nicholas Grahame no era atractivo.
Y ahora, en aquella caja de madera, lo resultaba menos.
Estaba muerto.” (p. 5)

Resulta del todo imposible que semejante comienzo para una novela no me resulte atractivo. Aunque nuestro admirado Adam Surray (sobrenombre de José López García) ofrece en esta ocasión sus galas más recortadas a lo Joseph Berna, la efectividad de su golpe macabro inicial es fantástico. Nicholas Grahame nos es presentado en el día de su triste y solitario funeral. Sólo su socio Walter Lemon le hace compañía en tan luctuosos momentos, y no muestra muchas ganas de estar con él. Eran socios de un serpentarium instalado en un destartalado edificio de tres plantas por el que Arthur Driscoll, el administrador de un gran hotel, ha hecho una oferta de compra que será efectiva justo al día siguiente al del entierro. El bueno de Lemon, ya en su deslucida casa cohabitada por toda clase de especies de serpientes en sus urnas, recuerda lo mal tipo que era su poco agraciado compañero de negocios. ¡Vaya elemento! Mejor que esté muerto y bien muerto. Pero Lemon apenas si ha podido dar un primer trago de güisqui en libertad cuando un visitante inesperado le interpela desde el sillón donde permanecía oculto. Y sí, habéis acertado: ¡se trata del mismo Nicholas Grahame de cuerpo presente! Pero ojo, que no está vivo. O eso le cuenta al estupefacto Lemon. El caso es que lo han mandado al infierno al morir, pero lo han echado porque no había plaza para él. Con semejante arranque no sé vosotros, pero yo ya estaba disfrutando como un poseso con este Hotel Infierno.

Surray continúa su relato fundiendo lo macabro y un humor negro desatado con una sencillez que no nos puede resultar más entrañable. Así, nos enteramos de que el malvado Grahame, ése al que no quieren ni en el infierno, ha sido reclutado por el mismo Lucifer para seleccionar almas, reclutarlas para, atención, hacerlas trabajar de albañiles en una nueva construcción del infierno para hacer sitio, que la cosa está apurada de espacio, ya lo vimos. Esto nos lleva a pensar para qué demonios, nunca mejor dicho, necesitan reclutar más condenados si ya sobran, pero dejemos esta cuestión en el aire mefítico de la nada y volvamos a este edificio infernal cuyos planos ha realizado Satanás, también arquitecto además de Príncipe del Mal al parecer, y que ha sido nombrado con el rimbombante título de Círculo de las Eternas Sombras: “Un nuevo círculo del infierno que jamás será colmado.” (p. 15)

Grahame tiene tres días para sembrar el caos en la Tierra, tiempo que es el que se demorará la construcción de este nuevo lugar de castigo infernal que superará todo lo visto hasta ahora en el infierno, y hasta puede ser premiado, cosa que Lemon no duda ni por un instante que su socio conseguirá, por su trabajo y pasar de ser un condenado de a pie y grillete a espíritu infernal de pro, además de guardián y castigador en el Círculo de marras. Las referencias a Dante, por descontado, se suceden. Siempre indicando, con toda la alegría del mundo, que el pobre bardo italiano se quedó corto en sus descripciones… Grahame se dispone a desatar el horror en el hotel cuyos dueños lo son ya también de su serpentarium, que para algo en su retorno del averno se ha traído consigo un montón de maléficos súper poderes. Y así descubrimos al fin cuál será ese Hotel Infierno que nos anunciaba el título.

Tras dos capítulos a modo de introducción presentándonos a los “malos” de la historia, Surray nos da a conocer a una joven pareja justo en el momento más inoportuno para ellos, vaya, pues están a punto de refocilarse entre las sábanas. Mickey Kellerman es el atractivo protagonista, el detective del hotel, de carácter burlón y algo traviesillo con las clientas. En fin, está más pendiente de dejarlas satisfechas que de atender las tartamudeantes y coléricas llamadas de su jefe. La chica es una belleza de gordezuelos y húmedos, como es de rigor en las chicas Surrey, labios. Walter Lemon a su vez también ha sido contratado por los gerifaltes del hotel para que instale allí su serpentarium. Hasta aquí todo resulta muy delirante y locuelo, por lo que me estaba gustando a rabiar. Pero, ay, a partir de este momento, y aún quedaba mucho por delante, todo deviene funcional y algo mecánico. La normalidad y lo previsible comienzan a campar a sus anchas, y si esto hace que la novela sea cada vez menos interesante según se avanza en ella, Surray sabe mantener el pulso. Tras unos excelentes capítulos iniciales, nuestro autor se dedica a contarnos tres crímenes horripilantes estilo giallo no muy diferentes a los que hemos leído en otras novelas suyas (destaquemos su perversa obsesión por las víctimas femeninas brutalmente violadas y asesinadas), como es de esperar con serpientes de por medio recurriendo al facilón truco de que el hecho de que aparezcan estos reptiles será suficiente para provocar el máximo horror. A esto debemos añadir un desenlace que por desgracia desmonta toda la trama fantástica. Como relato criminal es verdad que no disgusta, pero es una lástima que su locura inicial sea olvidada con tanta prontitud. Quizá empuja más a que la sensación final sea negativa el hecho de que el texto acusa un exceso de erratas tipográficas que afean el conjunto sin remisión.


SURRAY, Adam. Hotel Infierno. Ilustración de portada: Antonio Bernal. Barcelona: Bruguera, 1981. 94 p. Bolsilibros Bruguera, Selección Terror; 452. ISBN 84-02-02506-4.

La razón y la pasión: Michael Powell y Emeric Pressburger (2002), de Llorenç Esteve

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Adoro las películas de Michael Powell y Emeric Pressburger, por lo que reseñar este libro para la página de cine El antepenúltimo mohicano ha sido todo un placer. Llorenç Esteve ha escrito un ensayo a mi gusto fundamental para conocer la obra de estos dos genios: profundo, documentado y apasionante de leer. Consigue lo más bonito que puede pretender un libro de este tipo, y esto es que amemos más aún la obra de sus protagonistas.


Dos imágenes de la prodigiosa e inolvidable secuencia del duelo en una de mis películas favoritas de todos los tiempos, Vida y muerte del coronel Blimp (The Life and Death of Colonel Blimp, 1943), obra maestra de Powell y Pressburger, 


"Muchas películas te marcan de niño. En mi recuerdo, brillan de manera especial dos de ellas: Las zapatillas rojas (The Red Shoes, 1948) y Narciso negro (Black Narcissus, 1947). Primero por su impacto estético: pocas había visto tan hermosas como aquellas. Y segundo porque hicieron que me fijara en quién las había hecho, su director, que en ambos casos eran dos, algo inhabitual."

Puedes continuar leyendo la reseña AQUÍ



Sé adonde voy ('I Know Where I'm Going!', 1945) es otra maravilla, una película quizá con un punto de partida algo más modesto pero que conmueve y emociona como la más grande. 


ESTEVE, Llorenç. Michael Powell y Emeric Pressburger. Madrid: Cátedra, 2002. 370 p. Signo e imagen / Cineastas; 55. ISBN 84-376-1950-5.
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